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José León Suárez: Vidas recicladas
Son 1.600 familias que viven sobre un terreno ganado a un basural clandestino, sobreponiéndose a los punteros, la policía, los prejuicios, y una pobreza en la que ha comenzado a reaparecer la desnutrición. Ellos mismos le ponen humor a la realidad, lo llaman Quemaikén: el Parque Temático de la Pobreza. Datos sobre un arma llamada “mirada”.
Por Sergio Ciancaglini
El paisaje es bellísimo. Un lago con patos, rodeado de acantilados, chicos jugando, unos cerros al fondo. Así lucen las cosas si la persona es miope, y no puede ver bien a cierta distancia. Con lentes adecuados, o con ajustar el foco del asombro, se ve un poco mejor. Los cerros son montañas de basura. Los acantilados están hechos de escombros, desperdicios y bolsas, con ranchos que parecen a punto de desmoronarse hacia el lago. El lago es la tosquera, un cráter enorme del que se sacó material para construir el ingeniosamente denominado Camino del Buen Ayre. El cráter se fue llenando con lluvia y basura hasta convertirse en un Nahuel Huapi del desperdicio. La basura no está quieta, hay cientos de ratas hiperactivas. Los patos van comiendo en el agua, a distancia respetable de las orilla. Los chicos juegan con gomeras a embocar ratas. Ernesto Lalo Paret, que estuvo en el parto de este barrio construido literalmente sobre un relleno clandestino de basura, dice que estamos empezando a recorrer lo que bautizó Parque Temático de la Pobreza.
“Una vez salió en la tele algo de Temaikén, y dijimos: ¿qué problema hay? Nosotros tenemos el Parque Temático donde se pueden ver la quema, las ratas, la cárcel, el barrio hecho sobre la basura; somos Quemaikén” agrega Lorena Pastoriza, otra de las fundadoras del asentamiento 8 de Mayo, en esa fecha de 1998. “Hasta nutrias hay”. Las nutrias no son los tapados de las damas de la zona, sino los roedores que se reproducen en el vecino Campo de Mayo, asentamiento del Ejército. Graciela “Piki” Blanco, con gorrita de béisbol, informa: “Y son terribles, parece que las hubieran entrenado los milicos, malas, los pelos parados, te muerden y te infectás. ¡Y de ahí también vienen las iguanas! Son así, pero así de grandes” dice Piki asombrada, separando las manos medio metro.
José León Suárez, en el partido bonaerense de San Martín, es una zona histórica de basurales, donde ocurrieron en 1956 los fusilamientos de peronistas revelados por el escritor Rodolfo Walsh en Operación Masacre. La Revolución Libertadora (otro indicio de la creatividad argentina con los nombres) ejecutó al general Juan José Valle, y a 24 militares y civiles más, cinco de los cuales, acusados de participar en el supuesto complot, fueron secuestrados y fusilados por la policía bonaerense en los basurales: Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Carlos Alberto Lizaso, Mario Brión y Vicente Damían Rodríguez. Un puñado pudo escapar, y vivir para contarlo. Walsh jugaba al ajedrez en un bar de La Plata, cuando le dijeron: “Hay un fusilado que vive”, y la curiosidad lo lanzó a una investigación deslumbrante.
Lalo reflexiona, mirando decenas de chicos y grandes con bolsas de arpillera que van caminando o en bicicleta hacia la quema: “Hoy no hacen falta balas. Es otra violencia. Andá al basural, quedate desocupado, hacé lo que puedas, y morite tranquilo”. Un dato interesante es que a lo largo de esta recorrida –y de la violencia que simboliza cada cosa que se ve– se hace difícil encontrar gente quejosa. En la operación masacre siglo 21 hay personas tratando de resolver problemas, de encontrar entre los desperdicios elementos que hagan viable la existencia, de escapar de las ejecuciones, y vivir para contarlo.
Largada
La quema es como llaman a esa montaña de basura de unos 20 metros de altura. A unos 1.000 metros de la montaña, 800 personas hacen fila con sus bolsas, en general de arpillera. Al lugar le dicen La Largada. Hay chiquitos, mujeres, jóvenes, viejos. Para el cirujeo de nombres, ésta es la entrada a la Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (ceamse) creada por el Proceso de Reorganización Nacional.
En el barrio sugieren no acercarse con la cámara de fotos “porque a veces hay problemas con la gente, porque la policía no te deja, y por la dignidad de las personas” propone Alberto, que vivió 7 años de lo que consiguió en la quema. Cuando se acercan las 5 de la tarde –ex hora de la merienda– la policía abre el paso y se entiende por qué le dicen La Largada: la gente sale disparada hacia la montaña, trepa y empieza a revolver. La corrida es por el escaso tiempo que les dan (entre una y dos horas) y por la apuesta de llegar antes a encontrar comida o cosas de valor. Sería como un pentatlón de la humillación.
Alberto explica la técnica. “Siempre hay que ir bien arriba y empezar a buscar”. Piki ilustra: “Te vas hundiendo en la basura hasta la rodilla más o menos, hay que tener cuidado con las jeringas, los vidrios rotos. Cuando te hundís, ya tenés que sacar lo que encuentres. De golpe alguno grita: ‘eh, acá hay mercadería’ y se van todos para ese lado”. ¿Por ejemplo? “Está la basura que de las casas, pero de golpe hay camiones que tiran bolsones de carne picada de hamburguesas, o toneladas de café en lata o de puré de tomate o lo que sea. Y lo agarrás para vender, además de ir juntando para tu comida”.
¿Qué es lo más raro que se encuentra? Ángel enumera con el ceño fruncido: “Muertos, abortos, también bebés, pedazos de personas, productos de cosmética”.
No se sabe quiénes son los muertos. Los abortos y bebés merecen ir a la cuenta corriente de personas como Wojtyla, Ratzinger, algunas de las franquicias locales de la empresa, y la clase política argentina. ¿Y los cosméticos? “Pueden ser de Avon, por ejemplo” explica Lalo “que tira un camión entero, andá a saber por qué. ¿Quién no te va a comprar una crema de esas o una toallita Care Free por dos mangos?”.
Hay residuos patológicos y hospitalarios (“los tenemos documentados” informa Lorena), ataúdes vacíos, champú, metales, ropa, calefones, animales muertos, toneladas de dvds, zapatillas, queso, latas de lo que sea (“con fecha” dicen, cuando todavía no han vencido).
Lorena: “Todo lo que te venden en la pantalla y nunca vas a poder comprar, después está acá. Es muy perverso”. Es como si un gigante se hubiera comido una cadena de supermercados y los comercios aledaños, para deponerlos en este lugar. Ese gigante es la sociedad porteña y del Gran Buenos Aires, unos 12 millones de personas, sumadas al 40% de las industrias del país que vierten unos 6 millones de toneladas anuales de basura –según lo que alcanza a entenderse de lo que informa la propia empresa– aunque las precisiones estadísticas sobre cada paso de de esta gesta son viscosas y chorrean dudas. Ramón Ocampo, de la Planta Recicladora Eco Mayo, obtenida y gestionada por la movilización de los vecinos del asentamiento, explica: “El ceamse desde que lo inventó la dictadura es una caja negra de la política. Las empresas pagan a la Provincia y a la Ciudad, y nunca queda claro cuántos camiones entran, qué traen, qué pagan, ni como es la cosa”.
Empieza a salir gente de la quema. Piki cuenta algo que los economistas llamarían generación indirecta de empleo: “Hay gente que les paga a los chicos de 8 ó 9 años para que lleven la carretilla”. Lalo: “Es muy loco. Los pibes se deben preguntar, ¿cómo puede ser que tiren todo lo que yo jamás podría alcanzar? Bueno, no sé si se lo preguntan. Porque acá todo se hace piel. Te acostumbrás. Y a la vez, esto que para muchos debe ser el final, lo más bajo, para la gente es apenas el principio. El comienzo de una vida distinta, de tener tu espacio. Por eso se hizo el asentamiento”.
Cómo construir en la basura
Como si fuese una matrix de José León Suárez, el escritor italiano Italo Calvino imaginó a Leonia (en Ciudades Invisibles), urbe donde el consumo permanente de novedades va generando montañas de basura que nadie quiere ver. “Dónde llevan cada día su carga los basureros, nadie se lo pregunta: fuera de la ciudad, está claro; pero de año en año la ciudad se expande y los basurales deben retroceder más lejos; la importancia de los desperdicios aumenta y las pilas se levantan, se estratifican, se despliegan en un perímetro cada vez más vasto”. Imagina, además: “Es una fortaleza de desperdicios indestructibles la que circunda a Leonia, la domina por todos lados como un circo de montañas”.
En 1998 parte de los basurales empezaron a ser ocupados por gente que no tenía dónde vivir, o perseguida por esa guillotina llamada alquiler. “Lo primero que te mueve es la desesperación” diagnostica Lalo. La historia contada por el barrio es la siguiente: “Esto era un basural clandestino, y el intendente de aquella época, Antonio Libonatti, había prometido o cobrado por tierras para el Club Central Ballester, y para la Iglesia. Se ve que alguna tramoya hubo, y para no hacerse cargo los punteros políticos del intendente incitaron a algunas familias a meterse” cuenta Lorena, que en esa época tenía 24 años, dos hijos, y había llegado desde Uruguay a los 16. “Cuando corrió el rumor me vine a curiosear. Vivía a dos cuadras, en la casa de mi hermana”. La escena debe iluminarse con algunas fogatas y linternas: “Primero sentí miedo. Era de noche, la gente gritaba, ponían palos, se peleaban por un centímetro. La basura, las ratas. Pero había una mamá con dos nenes. Le pregunté por qué había venido. Se puso a llorar. Y pensé: quiero estar acá. No puedo explicar por qué. Debe ser que el quilombo me agita. Una cuestión de tu sensibilidad, o de qué quérés hacer. Despuès de haberme ido de mi país, venir a este barrio fue poder ser otra vez yo”. Su pareja de entonces no la siguió, y ella se instaló en una carpa en medio del basural.
¿Qué hay que hacer para ocupar, vivir y organizar una comunidad en semejante territorio?
“El primer tema fue limpiar, correr las ratas, empezar a tapar con tierra la basura”. Un fenómeno del Parque Temático era que de la tierra salían llamaradas, como si el suelo se encendiera, provocadas por la combustión de basura enterrada. A esa vida sencilla, se sumaba la policía: “Rodeaban el barrio para que no pudiéramos meter ladrillos ni chapas y no pudiéramos construir”.
Ramón Ocampo, otro fundador del 8 de Mayo, brinda un curso de ciencias políticas: “Más que las ratas y la basura, la primera pelea fue con los punteros políticos del intendente, que tenían el negocio de dejar pasar camiones para tirar acá la basura. Si las empresas le pagaban al ceamse 10 pesos por camión, los punteros les cobraban 5 pesos. Los tipos además nos querían cobrar a los vecinos para dejarnos instalar, o te mandaban gente a apretarte y pegarte. Y de paso te afiliaban”. A Ramón lo amenazaron con armas de fuego. La joven Lorena tuvo lo suyo: “Me pegaron con un palo y por la espalda, me llenaron la boca y los oídos de basura y se me formó un coágulo en el cerebro que ahí tengo todavía”. La policía bonaerense, o “fuerzas del orden”, participaba de cada uno de estos negocios, a los que Ramón agrega: “Les cobraban sexo a las mujeres para no sacarles los carritos de cirujeo, y a los hombres los coimeaban o les robaban las cosas”.
Lorena: ”Un día nos juntamos como mil personas en la avenida, y el puntero hablaba con megáfono. Decía cómo teníamos que hacer. Nos pedía los documentos para afiliarnos. Y yo le digo: ¿cuál es tu rancho? Dijo que venía a ayudar. Y yo le contesto: pero estamos hundidos hasta las rodillas en el barro, venimos hasta acá y no se entiende nada de lo que decís. Ya que tenés tanta influencia sacanos a la policía. Me di vuelta y me fui. Y de golpe veo que todos los vecinos se venían atrás mío. Parecía Jesús. Y dijimos: organicémonos nosotros. Armamos los lotes copiando al barrio Libertador que estaba enfrente, ganamos por cansancio y empezamos a meter todo para construir”. Lorena y su pareja se reconciliaron, y se hicieron una casa. Pusieron baño con calefón. “Pero no teníamos donde enchufarlo, entonces calentábamos con fuego agua en una olla, llenábamos el calefón, y de a uno venían a bañarse a casa en la ducha”. Hacían ollas populares. “En realidad fue tan sencillo como que teníamos que juntarnos para morfar, porque no había luz, ni agua ni comida. Uno traía un tomate, otro cazaba una nutria y el guiso se hacía”.
Se colgaron de la electricidad de otros barrios, y lograron convencer a empleados de Aguas Argentinas para instalarles mangueras bajo tierra. Ramón: “Pasamos la Navidad, haciendo ese trabajo como hasta las dos de la madrugada. Y después brindamos con agua”.
Con seguridad y sin paco
El número inicial de diez familias fue creciendo en esa etapa de fines del menemismo. Lorena: “Yo no votaba pero te confieso que Menem me gustaba. Lo que pasa es que aquí me di cuenta de lo pobres que éramos. Fuimos aprendiendo que hay gente que decide cosas políticas que te dejan en estas condiciones. Dejé de tomar por natural lo que nos estaba pasando, por suerte. O no sé: si no te das cuenta de nada, sufrís menos, ¿no? Pero quedás atrapado para siempre”. Las peleas con los punteros peronistas se transformaron también en choques con partidos de izquierda: “Otros que te dicen lo que hay que hacer y después se la pasan discutiendo que si la bandera, que si la marcha” relata Lorena. “El barrio te cambia la cabeza. Tenés que resolver problemas reales. Creamos el Centro 8 de Mayo y empezaron a cerrar las fábricas. Nosotros hacíamos ollas populares y nos instalábamos en la puerta para darles una mano”. Fue un momento en el que un cartonero como Lalo Paret, terminó incorporándose a la movida de las fábricas sin patrón, y hoy trabaja en la Cooperativa Unidos por el Calzado (cuc), que mantiene articulaciones con el asentamiento, con la planta recicladora de basura, y con varios de los amigos y vecinos de la zona que se han convertido en huéspedes de la Cárcel de San Martín (estaciones de la recorrida por el Parque Temático que irán desarrollándose en mu en las próximas ediciones).
Lalo acuerda con la idea de que éste también podría ser el Parque Temático de la Violencia: “Acá todo es violencia, y no le podés sacar el culo a la jeringa. Cuando era cartonero venía un camión del comedor de Siemens, y lo que pasaba era más que triste. La pelea por la basura. Pero ésa es la parte más boba de la violencia. Acá hay otra cosa, un sopapo o una piña son preferibles a la violencia de esta forma de vivir. Y decís: algo hay que hacer”.
Breve historia: en marzo de 2004, para castigar a un chiquito de 15 años que se había escondido en la basura escapando de sus palazos, un policía ordenó a la retro excavadora del ceamse taparlo. Le obedecieron. Diego Duarte –apellido caro al peronismo– fue así enterrado bajo miles de kilos de basura. Y desapareció: jamás se lo pudo encontrar en los basurales de José León Suárez. Dicen que hay otros casos, chicos fusilados sin walshes a mano, cuerpos que aparecen entre la basura. (En Comodoro Rivadavia, ver mu número 26, denuncian al menos 20 desaparecidos en los últimos años, lo cual desmiente que ante la crisis social haya un “Estado ausente”).
Actualmente viven en el 8 de Mayo 1.600 familias. El Centro funciona como comedor comunitario para unas 100 personas por día, existen talleres de todo tipo para los chicos del barrio, y en el rastreo de apoyos consiguieron el del plan Pro Niño de la empresa Telefónica (en la órbita de la “responsabilidad social”, que postula evitar el trabajo infantil). El Centro brinda atención médica, pero Lorena cree que lo principal es otra cosa: “Trabajar juntos, conversar, compartir, te hace ver las cosas de modo diferente y darte cuenta de que se pueden transformar las cosas. Y los hábitos. No lo digo como algo moralista, sino práctico. He visto cambios enormes en la gente que participa”. Un caso puede ser el de Vivi, una señora que venciendo la timidez cuenta: “Yo no salía de mi casa. No hablaba con nadie. Mi marido me decía que tenía que esperarlo. Él salía, tomaba, hacía lo que quería. Decía que la calle es para el hombre y la casa para la mujer. Un día fui al Centro porque mi nena iba a comer ahí. Y quise ayudar. Empecé a hablar. Hicimos fideos al pesto. Y yo escuchaba lo que hablaban. Había otro mundo. Yo podía llegar a otra gente. ¿Y sabe qué más? Podía ser útil. Me separé. Y me cambió la vida”. Vivi está en una silla de ruedas: “Tengo diabetes, la infección me agarró para adentro, me amputaron dos dedos. Los médicos me mandaron al psiquiatra. Me querían dar calmantes para que me quede haciendo reposo. Yo les dije que no. Que mi fuerza es el comedor y mis compañeros. Que yendo a trabajar ahí se me van a ir la angustia y el mal, porque te cura estar con los demás. Se quedaron mirándome. Ahora pelo papas, hago el pan con manteca, y coordino algunas cuestiones de salud”. Vivi cambió los ansiolíticos por la silla de ruedas, para seguir en movimiento.
¿Cuáles son los problemas de salud del barrio? “Infecciones en la piel por el aire contaminado, en los bronquios por lo mismo, diarreas por el agua contaminada por la basura del ceamse, y también sarna, hongos. Y este año empezamos a ver otra vez desnutrición, medida por los médicos en chicos que venían creciendo bien. Y la contracara: hiperobesidad, obesos mal nutridos. Ah, y muchos trastornos psicológicos”.
Esto último empieza por la autodiscriminación de los chicos. “En la escuela les dicen villeros, de todo. La vergüenza es enorme y empieza la autoexclusión. Encerrarte. Además hay mucho problema de violencia familiar”. Puntos que favorecen esa violencia, el machismo, el desempleo y el alcohol. “Pero la paradoja es que el barrio a la vez es bastante seguro” dice Lorena. “No hay robos aunque cuando te alejás hacia la avenida sí, empieza cualquier cosa. Y tampoco hay droga, paco. Los chicos vienen mucho al Centro, y eso los pone a funcionar distinto. Me parece además que el estilo de la comunidad paraguaya en ese sentido favorece una cosa de cuidado, que no va hacia lo de la droga”.
La casa que está más cerca del lago de basura de la tosquera, es la de Omar y Teodora, Dori, una chica de 26 años que muestra cómo inventó un lavarropas adjuntando un tacho de plástico a un motor, mientras sus hijos Raquel (4) y Walter (2) juegan en chancletas pese al frío, y miran la cámara de fotos. “Mi marido es albañil. Sale a las 5 y vuelve ya de noche. El problema es que no sabemos si el lunes va a seguir teniendo trabajo. Lo importante es seguir haciendo cosas, para que los nenes sean alguien”. Le digo que ella es alguien y se ríe: “Bueno, que no sufran”. Cuenta que lo peor del barrio son “algunas viejas chotas que tiran basura en el lago”. ¿Y lo mejor? “La ayuda. Estamos colaborando con una chica porque el marido fue preso. Buscaban a un rubio que había estado en una pelea y lo agarraron a este muchacho, César, que en realidad se había hecho los claritos, se había teñido. Estamos haciendo torneos de voley y vendemos sopas paraguayas y tartas para ayudar a la señora, que todas las noches tiene que llevarle comida”. El destino de César en el sistema judicial argentino es otro enigma más inquietante y quizás violento que las reyertas barriales.
El morocho y la lesbiana
Lo difícil en el barrio sería entonces: estar, respirar, comer, tomar agua, trabajar, moverse, entre otras aventuras del Parque Temático. (Y cuando Lalo y Lorena hablan así del barrio, están planteando un desafío: la posibilidad de reírse de uno mismo, sin lástima, tal vez sea un enorme ejercicio de verdadera autoestima, o dignidad, como prefieren decir ellos).
La planta de reciclado Eco Mayo, del Centro Comunitario, es una de las ocho que quedan muy cerca del ceamse y sus montañas de basura. Trabajan 43 personas del barrio (siempre una por familia) que están ganando unos 500 pesos por quincena, y esperan abrir un nuevo turno que duplique al grupo. Separan los plásticos, los papeles, todo lo que es posible reciclar y vender. Alberto pudo dejar de ir a la quema por el trabajo en la planta. Relata con vértigo. “Tengo 21 años, mi señora 18 y tenemos un nene de 3, Rodrigo. El segundo, Jonatan, se murió porque nació de un kilo, formado por afuera pero sin que le creciera el corazón por adentro. Estamos esperando otro. Tener familia te cambia, yo paré de bardear, de robar. Estuve 5 días preso pero no jodo más, por la familia”. Sigue luego la charla con Piki (30 años) y Ángel (25).
Ángel: “Yo trabajé en metalúrgica, pero cerró. En una de zapatillas, también cerró. Así que me iba a la quema y sacaba comida para mí, y cosas para vender, unos 40 pesos por día. Limpiaba, suponete, una lata de puré de tomate y salía a venderla. No entiendo por qué no lo donan”. (En el barrio cunden explicaciones como que los empresarios están tirando eso para cobrar algún seguro, o que les resulta más barato y rápido mandarlo al ceamse que tomarse el trabajo de efectuar donaciones a hospitales, escuelas y antros por el estilo).
Piki: “Yo sé de albañilería, de pintura, hago de todo, pero además trabajé en laboratorios haciendo control de calidad, con gente a cargo y todo”.
Ángel: “A mí me cierran las puertas por esto (se señala la cara). Me miran y aunque no me traten me cierran la puerta” (el delito de Ángel es ser morocho, un joven Barak Obama o un Diego Maradona sub 20 no conseguirían empleo por aquí. Que esto le pase a un muchacho llamado Ángel, es demasiado). “Le digo la verdad, me tienen miedo. Cualquiera que me conoce sabe que jamás falto el respeto. Siento que soy una buena persona. Pero a uno lo miran, de corazón le digo, como a una rata”.
Piki: “A él lo condiciona la portación de cara. Y a mi la sexualidad. Yo parezco un pibe, al margen de ser lesbiana. Ven cómo me visto, con la gorrita de béisbol, camisa y pantalones, después ven el nombre de mujer, y ya no les interesa cómo trabajás o qué persona sos. Yo te muestro el currículum y en serio que hice una banda de cosas, y quiero crecer. Pero te matan cuando te miran”. (Otra confesión de prejuicio: jamás imaginé la aparición del tema lésbico explicitado de ese modo en el asentamiento).
Ángel: (como asombrado) “Es cierto. Te pegan las miradas. De atrás, de adelante. Ella por la sexualidad, o yo por la cara, pero no es cara de maldad. Es de desprecio. Tirando abajo a la persona, nunca ayudándola a levantar. Como si uno fuera basura. Y entonces, ¿qué hago? Me voy a mi casa y me quedo mirando el techo. Pensando cómo hacer para no caerme”.
¿Y qué es lo que evita que te caigas?
Angel: “La vida. Uno todo el tiempo pone la vida en juego. No sé cómo explicárselo. En la calle uno arriesga la vida. Los pibitos también. La policía, la gente, las agujas, las pestes. Entonces hay que poner en juego la vida, y no dejar que te maten cuando te miran”.
Piki: “Es que si no, no sos libre. La libertad es poder hacer cosas, poder elegir en tu vida que no te estanquen. Que no te marquen la vida”.
Ángel se queda callado. Le pregunto en qué piensa y no contesta. Piki se ríe y lo señala gritando:”¡Ya sé!” Está pensando que le gusta ser periodista”. Ángel también ríe.
No sé si me gusta ser periodista. Ángel y tantos ángeles, pikis, y demonios que andan por ahí jugándose la vida son los mejores cronistas de esta época en la que la mirada es el arma.
¿Cómo hacer para despreciar, o para no mirar lo que aquí ocurre? El mecanismo más sencillo es ser ciego o miope, y no acercarse. Otra estrategia es simular ver, con lástima hueca y pomposa. Mucho más eficiente es no querer mirar, y pensar que estas personas no son “nosotros”, sino “ellos”. Pero como tal vez esta aldea sea el mundo, descubro la gran receta de la cultura moderna flotando en el lago de Quemaikén, el Parque Temático: consiste en aprender a fluir entre los despojos y alimentarse de ellos, con la mirada distante, la sangre impermeable, y el cerebro de un pato. (Continuará)
Mu28
Una pieza de museo
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Ser indomables
Con su última producción protagonizada por Las Amazonas, mujeres del Bajo Flores, la artista boliviana que se define como agitadora callejera, nos propone el debate de la violencia contra las mujeres. Y una vez más traduce el discurso feminista más radical en palabras simples y claras. Un estilo que busca interpelar a toda la sociedad y desacomodar a la “expertas de género”. En esta charla, plantea sus cuestionamientos y responde a las críticas que recoge cada vez que pone el dedo en la llaga.
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