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Y colorín, colorado…

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Mariela Kogan ideó una forma de hablar con los más chicos de un problema grande. El cuento de la buena soja dura 15 minutos que está disponible en la web.

Y colorín, colorado…Hay un mito que transita nuestro imaginario: vivir en el campo significa llevar una vida pausada y saludable. Pero eso terminó con la llegada de las fumigaciones aéreas y la especulación sobre el precio de las commodities. Vivir en zonas rurales es –hoy por hoy– una forma de encontrarse sin quererlo en la trinchera; la batalla la dan quienes anhelan implementar un modelo auto sustentable –amigable con la tierra y no invasivo–, contra quienes desean a toda costa instalar –sí, estamos hablando de la soja– un cultivo que arrasa con la tierra y se lleva prácticamente todo por delante.
Lo cierto es que hay un modo humanitario, no violento, de emprender las batallas en estas guerras modernas, y una de las personas que está del lado verde de la trinchera –del lado de quienes dan cierto valor al sentido común– y trata de generar proyectos y encontrar soluciones es Mariela Kogan, maestra de primario y creadora de la obra El cuento de la buena soja.
Este video –disponible en el siempre generoso Youtube– es una obra de unos pocos minutos que nos invita a pensar algunas cuestiones como el origen de los alimentos y las implicancias del avance del monocultivo. Todo comienza con un muchacho, Juanito, que es enviado por su madre a comprar algunas verduras. Su aventura comienza cuando, al no conseguir nada en la verdulería, viaja hacia el campo para tomar lo que su mamá le había encargado. Allí se encuentra con personajes como Fumigueitor, algunos animales agonizando y una terreno infestado de soja. No hay ni calabazas, ni lechuga; nada de lo que necesitaba. Juanito quiere encontrar al culpable y da por casualidad con un personaje: Non-Sancto, un empresario rodeado de semillas –y las interpretaciones aquí son libres– que tiene un plan maligno para ganar dinero.
 
 
El origen de todas las cosas
Algo resulta obvio, y es lo interesante del proyecto: está pensado para chicos de jardín y de primaria. Cuenta Mariela: “Lo primero que habría que pensar es de qué manera nos involucra como ciudadanos urbanos. Por ahí, a una persona que está en la ciudad, con todos sus problemas, puede parecerle muy lejano. Ese fue el gancho que yo encontré para empezar a hablar de este tema”.
El cuento es una excusa que acompaña el taller que Andrea se propuso dar sobre este tema. “Antes de empezar la película, hablamos sobre el origen de los animales. Para muchos chicos, el pollo viene en una bandeja, envuelto en film, pero no sabe que salió de una granja. Es sobre todo hablar de los alimentos elaborados, porque perdemos la visión de su origen. Ellos empiezan a nombrar comidas y ahí vemos juntos como todo viene del campo. Después, como un reto, les pido que piensen algún alimento que no venga del campo. Es esta cosa de vincular el alimento, algo bien cotidiano para ellos, con una planta o un animal que en su mayoría crecen en el campo. A mí me parece que todo tiene que ver con conocer el origen de los recursos naturales. Porque si perdemos esa conexión y esa sensibilidad que surge al saber que la madera viene de un árbol o que el agua la tomamos de la canilla, pero llega por una napa subterránea, después más fácil es que crezcan estos problemas. Diferente es cuando hacemos esta actividad con chicos rurales, que conocen lo que comen, lo ven todos los días, viven rodeados de plantas y animales. Igualmente, sigue habiendo confusión. En una oportunidad un chico dijo: ‘Los fideos vienen del pueblo’.”
Las actividades que rodean a la proyección pretenden intercambiar ideas con los chicos y generarles curiosidad: “El paso siguiente es que si todo lo que comemos viene del campo, es importante que en campo haya de todo. Yo les pregunto que pasaría si en el campo en vez de trigo, vacas, cereales, verduras, se plantase solo lechuga. Entonces los chicos dicen: ‘sería una porquería, habría milanesas de lechuga, fideos de lechuga’. Entienden que tiene que haber de todo.”
Kogan transportó su trabajo como un circo ambulante, desde Mar del Plata hasta Santa Fe, Córdoba, Chaco, Santiago del Estero. “Elegí estas provincias para la realización de los talleres porque son las más afectadas por el avance de la soja, y porque es ahí donde quería dar una mano acercando el material. Es cierto que estas provincias son enormes y yo apenas pude visitar algunas localidades. La pregunta que me solían hacer era si conseguiría llegar a las escuelas de esas zonas, sabiendo la censura y el miedo que existe para tratar críticamente el tema. Y lo cierto es que mi participación fue bastante filtrada, en el sentido que tuve acceso a escuelas a través de docentes, organizaciones o asociaciones de vecinos que ya vienen trabajando la problemática. Con algunas personas militantes contra el modelo sojero me fui poniendo en contacto y fui armando el itinerario de las escuelas.”
 
Un tema censurado
Mariela, es, además de maestra, doctora en Ciencias Biológicas y en el año 2006 se unió a bios, una asociación civil –que no tiene ingresos fijos, ni asociados, ni sede– con una trayectoria de 20 años, cuyas principales tareas son “charlas, programas radiales y producción de materiales de divulgación para defender la salud y el ambiente.” Gracias a la ayuda de bios, Mariela pudo llevar adelante su proyecto, que trata temas como la seguridad alimentaria, el efecto en la tierra de sustancias nocivas, el monocultivo e incluso la responsabilidad humana en todo este fardo. La clave es que, al utilizar una mirada casi inocente, deja al descubierto las consecuencias directas, palpables, de un problema bastante grande. El desafío, como siempre, es plantear una salida. Pero cuando Mariela cuenta su experiencia se entiende cuál es su respuesta. Transmite forzosamente un convencimiento: que con ganas y buena voluntad las cosas cambian lentamente.
“Me parece que es importante hablar con los chicos, porque el tema está muy censurado, quizás desde la misma escuela. Uno piensa: el problema no es de los niños, es de los grandes. Pero siempre peor es el silencio. Hablarlo es brindarles la posibildad de que lleguen a la casa y lo comenten, se inquieten por el tema y se pregunten cosas”.

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