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Crimen y castigo
Lidia Papaleo de Graiver dice estar dispuesta a presentarse a la justicia para denunciar por delitos de lesa humanidad a las empresas periodísticas que se quedaron con Papel Prensa. Esta mujer que fue torturada y violada por Etchecolatz, que sobrevivió a los campos de concetración y al cáncer, cree que es el momento oportuno para aclarar uno de los más oscuros capítulos de la dictadura: el que involucra a medios y personas que hicieron grandes negocios en medio del terror.
Juez: ¿Jura o promete decir la verdad?
Papaleo Lidia: Juro y prometo decir la verdad, por Dios.
Juez: ¿Algún tipo de interés particular en el resultado de estas actuaciones?.
Papaleo Lidia: Sí.
Juez: ¿Cuál es su interés particular?.
Papaleo Lidia: Testimoniar…
¿Se repetirá una escena como ésta, registrada en las actas del Juicio a la Verdad de 2002? Lidia Papaleo de Graiver se presentó para declarar acerca de lo que vio durante su secuestro durante la dictadura (en particular, el nacimiento de un bebé en uno de los campos de concentración). Gran parte de su familia pasó por lo mismo que ella: los tormentos, la humillación. Lo que Rodolfo Walsh llamó el “impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad”. Dos de los ejecutivos del grupo económico conducido por David Graiver, Jorge Rubinstein y Edgardo Sajón (había sido secretario de Prensa del régimen de Alejandro Lanusse) murieron en lo que llamaban “parrilla” al no resistir la tortura.
Ella misma, Lidia, fue torturada y violada con particular ensañamiento por el comisario Miguel Etchecolatz, segundo del general Ramón Camps en la conducción de la policía bonaerense. El contexto de esta historia incluye la apropiación de los bienes de la familia Graiver por parte de la dictadura, y la venta de las acciones de Papel Prensa a los diarios Clarín, La Nación y La Razón. Ese es un tema sobre el que Lidia Papaleo de Graiver nunca habló.
¿Qué pasó realmente con Papel Prensa? Las preguntas que no encuentran respuestas jamás desaparecen. Lidia Papaleo, capricorniana nacida el 11 de enero de 1944, ha permanecido en un estado de discreción absoluta desde que fue liberada en 1982, salvo por sus declaraciones en juicios violaciones a los derechos humanos.
Actualmente está preparando un regreso nada silencioso. Formó pareja con un norteamericano, está muy repuesta de un cáncer de mama y de las operaciones y tratamientos subsiguientes. Ahora ya no espera los resultados de sus análisis, sino los de la investigación sobre los detalles de la venta de Papel Prensa que inició la Secretaría de Comercio Interior, para iniciar ella misma una acción penal que determine si la compra de esa empresa es parte inseparable de un delito de lesa humanidad.
mu habló con Osvaldo Papaleo, hermano de Lidia: “Ella está muy bien. Contenta con toda esta discusión. Es una situación de justicia. Esperó años. Sola, no podía hacer nada. Ahora llegó el momento. Es optimista. Si uno no es optimista, no sobrevive a lo que sobrevivió ella. Dios querido, no vivís”.
El caso Papel Prensa es una biopsia de la historia de las últimas décadas, plantea enigmas desde siempre, y ya está en una etapa convulsiva que quizá termine por alumbrar algo sobre esas dos palabras escurridizas que el juez Antonio Pacilio, de la Cámara Federal de La Plata, le requería a Lidia Papaleo: la verdad.
El emporio Graiver
David Graiver murió él 7 de agosto de 1976, a los 35 años, cuando cayó el avión en el que se dirigía de Nueva York a Acapulco a encontrarse con su esposa Lidia y su hija María Sol. Graiver había rearmado como un rompecabezas la empresa familiar hasta convertirla en un emporio valuado en 200 millones de dólares (dólares de aquella época).
A las empresas familiares (inmobiliarias) agregó primero astucia para quedarse con el Banco Comercial de La Plata, y el Hurlingham (antes de cumplir los 30 años). Intuyendo en qué consistía construir poder, logró insertarse como subsecretario del Ministerio de Bienestar Social, a cargo del ex capitán Francisco “Paco” Manrique, durante la presidencia del general Alejandro Lanusse. Los hijos de Lanusse trabajaron en las empresas de Graiver, que se hizo socio capitalista de la mitad del diario La Opinión, dirigido por Jacobo Timerman.Ya en 1972, colaboró económicamente en la campaña presidencial de Manrique, y también en la de Cámpora-Solano Lima. Viajó a Madrid y logró caminar con Juan Perón largamente por los jardines de Puerta de Hierro.
David Graiver, Dudi, ya se había hecho experto en el arte de jugar a varias puntas. En 1973, con el regreso de la democracia, se concentró en su relación con José Ber Gelbard, el ministro de Economía de Cámpora, Perón e Isabel. En julio de aquel adrenalínico año nació otra relación: David se había separado de su primera esposa, Susana Rotenberg, y armó pareja con Lidia Elba Papaleo, psicóloga, 29 años, esbelta platense de ojos verdes, que venía trabajando grupalmente con los actores del Clan Stivel (que hacían un programa televisivo célebre en su época: Cosa Juzgada). Graiver consolidó en ese tiempo una tercera relación: con Montoneros.
Other People Money
Un David Graiver, el banquero de los Montoneros, el periodista Juan Gasparini investigó buena parte de esta historia (Gasparini fue además militante de la Tendencia Revolucionaria en los 70; todo su trabajo se basa en la investigación periodística, que ejerce desde Suiza y para diversos medios argentinos e internacionales, desde hace 30 años). Relata que en diciembre de 1973, gracias a las presiones y ahogos motorizados por Gelbard desde el ministerio de Economía, se logró que el Grupo Civita (editorial Abril) cediera a Gravier el 26 % de acciones de Papel Prensa, que entonces era todavía un proyecto ideado en tiempos del régimen militar para monopolizar la fabricación de papel de diario con tecnología nacional. El 25% de las acciones eran del Estado y el 49% restante subdividido en unos 30.000 accionistas anónimos.
Gasparini habló con mu: “La idea de Graiver era brillante, quería quedarse con el monopolio del papel que es un elemento de presión sobre los medios. Graiver tenía ambiciones de poder clarísimas. Se las hizo ver a Gelbard, que presionó a Civita para que las acciones se transfirieran a favor de Graiver”.
La familia crecía: en noviembre de 1974 nació María Sol Graiver. Gasparini: “Lidia tenía una enorme influencia sobre Dudi, lo ayudaba a pensar sus reuniones, a establecer estrategias para sus contactos”. Lidia no era integrante de Montoneros ni de sus grupos afines (la Juventud Peronista), pero había sido pareja de Enrique “Jarito” Walker, uno de los iniciadores de la revista Gente en los años 60, luego volcado a la conducción de Montoneros, especialmente al área de prensa con publicaciones como El Descamisado. Gasparini: “Creo que había un juego de parte de Graiver de mostrarle a su mujer todo lo que él podía hacer, frente a esa imagen del guerrillero que había sido su anterior pareja”. David propuso que Jarito fuera uno de sus nexos con Montoneros. Gasparini cuenta que en las comunicaciones y citas en clave llamaban “doctor Hiram” a Walker (por el whisky).
Otro de los contactos directos de Graiver con Montoneros fue Roberto Quieto, quien conducía la agrupación junto a Mario Firmenich (Pepe). El libro rescata una charla en la que Quieto mencionó a Montoneros como “OPM” (organización político militar) y Graiver le contestó: “Mi opm es Other People Money” (dinero de otras personas). Gasparini: “Graiver no se llevó la plata afuera, como hacen los tipos pudientes de Argentina. Se ofrecía como banquero para todos los que quieren sacar la plata y ese dinero lo volvía a invertir en Argentina para solventar su proyecto político, que se apoyaba en lo económico y donde jugaba a futuro con emprendimientos como el de Papel Prensa”. Quieto sería secuestrado y desaparecido en diciembre de 1975.
La implosión
La historia es infinita, y acaso conocida. El país iba entrando en una tensión de vértigo por los enfrentamientos internos del peronismo, la expulsión de los Montoneros de Plaza de Mayo por parte de Perón, la muerte del líder, el pase a la clandestinidad de la guerrilla y sus grupos afines, la irrupción de la Triple A (los parapoliciales comandados por José López Rega). Graiver fue amenazado por esa organización, y resolvió emigrar con su familia, manteniendo en el país sus empresas y contactos, mientras consolidaba proyectos externos que incluían la compra del Century National Bank (cnb) y el American Bank and Trust (abt) de Nueva York, además del Suiss-Israel Bank de Israel, y el Banque pour l’Amérique du Sud de Bélgica. Mientras intentaba obtener la residencia en los Estados Unidos, se instaló en Lomas de Chapultepec, en la Ciudad de México. De lunes a viernes, Nueva York; fin de semana en México. Sus padres (Juan y Eva) y su hermano Isidoro con su esposa Lidia Brodsky se mudaron muy cerca.
Gelbard ya no estaba en el gobierno, y la opm Montoneros, pasó a ser una Other People Money, cuando entregó a Graiver 16.825.000 dólares para custodiar y multiplicar. Eran parte del secuestro de los hermanos Juan y Jorge Born (el rescate pagado por la empresa Bunge & Born, el más caro que se conoce, había sido de 63.600.000 dólares).
La situación política a fines de 1975 ya hacía preveer algo todavía peor: el golpe. Los militares no pensaban esperar a las elecciones que debían realizarse ese mismo año. Graiver y Lidia lo supieron directamente en una cena en enero de 1976, con el jefe del Ejército, general Jorge Videla y su segundo, Roberto Viola, según la investigación de Gasparini. Los Graiver estaban en Punta del Este y viajaron sigilosamente a Buenos Aires para tal encuentro.
Un trabajo para la CIA
El 24 de marzo fue el golpe. Graiver mantuvo sus relaciones todavía secretas con los Montoneros (se les pagaban intereses de 193.000 dólares mensuales por el dinero depositado) y una situación en principio sin conflicto con la dictadura, que no parecía tenerlo en la mira en sus actas institucionales ni en sus actos no institucionales.
Pero el 7 de agosto de 1976, comenzó la otra historia. El avión (un Jet Falcon) en el que Dudi Graiver se dirigía esta vez a Acapulco, donde lo esperaban su mujer Lidia, su hija Sol y su padre Juan, cayó en Chilpacingo. Si hay algo que nadie parece haber creído, es que se tratara de un accidente. La dictadura dejó correr el rumor de que Graiver estaría vivo, que el accidente era simulado. Los medios argentinos tomaron con entusiasmo la hipótesis y los periodistas de editoriales y diarios pudieron viajar un poco y llenar páginas con “informes exclusivos”, y/o “la verdadera historia de…”, mientras los militares seguían matando en medio del silencio. Gasparini tampoco cree en la idea del accidente, pero por razones inversas.
¿Cuál es su hipótesis sobre la muerte de Graiver?
Lo que investigué y sostengo en el libro, sin que nadie lo haya desmentido, es que fue un atentado ejecutado por la cia (Central Intelligence Agency). Para mí es evidente que las políticas de los Estados Unidos, y de la cia en particular, en esa época estaban totalmente entrelazadas con las dictaduras. El propio Senado norteamericano ha salido a pedir disculpas por esas intervenciones, que en el caso chileno han demostrado la participación de sus organismos en crímenes concretos. En muchos casos se van conociendo por la propia desclasificación de los informes internos.
¿Qué razón había para matar a Graiver?
Impedir que un banquero vinculado al que ellos calificaban como el grupo terrorista más importante de la Argentina y uno de los más importantes del continente, abriera bancos en el corazón de Nueva York. De paso, esa muerte le representaba a la dictadura asestar un golpe al mecanismo de financiación de los Montoneros, sin contar los otros negocios que imaginaron a partir de allí.
El plan
La conducción de Empresas Graiver Asociadas (egasa) era tan concentrada en Graiver, que su desaparición significó el derrumbe de todo, y lo que Gasparini diseña como un plan en tres etapas:
“1ª fase: Liquidar la cabeza del grupo, que en un caso tan personalizado como el de Graiver genera una debilidad inmediata, y total iliquidez económica. Él hacía el juego de coneguir un préstamo, devolverlo con otro, etcétera. Sin el cerebro, viene el colapso”.
“2ª fase: Aprovechando la debilidad el Estado, segundo socio accionario de Papel Prensa, presiona para quedarse con las acciones. No podían hacerlo como los grupos de tareas, pateando la puerta. Tenían que guardar las formas y hacer un traspaso con la mayor apariencia posible de normalidad. Esta fue una idea de los civiles de la dictadura, del propio José Martínez de Hoz básicamente, para cumplir con la necesidad que le planteaba la agencia de asesoramiento de imagen norteamericana Burson Masteller, de tener medios dóciles”.
El régimen tenía toda la televisión. Pero en aquella prehistoria, los diarios mantenían un poder de llegada a la llamada “opinión pública” mucho mayor -cuantitativa y cualitativamente- que el actual. La idea que Gasparini atribuye a Martínez de Hoz es sencilla: darle el monopolio de papel a los tres diarios de más tirada, con la contrapartida obvia de domesticación (no hacía falta demasiado: el golpe había sido bienvenido por esos tres medios, e incluso por La Opinión de Jacobo Timerman, y La Tarde, dirigido por su hijo Héctor, actual embajador argentino en Estados Unidos. La idea militar, en todo caso, era la de docilidad a largo plazo).
“3ª fase: La habitual de la dictadura: entran, chupan a todos, matan y se quedan con el paquete completo”, explica Gasparini.
Un trabajo para Martínez de Hoz
El problema para el caso Papel Prensa es determinar si existió una frontera entre estas tres fases. Los diarios implicados son dos, Clarín y La Nación (La Razón se fundió, en parte por la hostilidad comercial de Clarín, que de paso se quedó con sus acciones). Estas empresas, a través de sus empleados-editorialistas, claman inocencia planteando que la venta de Papel Prensa fue una operación normal y voluntaria del Grupo Graiver, personalizado en Lidia Papaleo.
Lidia efectivamente volvió a Buenos Aires desde México, y trató de remar contra la catarata. Mandó una carta al propio Jorge Videla pidiéndole una reunión. Nadie contestó. Mantuvo contactos con Montoneros, que reclamaban lo suyo, con el agregado de que Quieto y Walker estaban desaparecidos, en un agujero negro cada vez más denso.
La presión del gobierno consistió en anunciar a los accionistas privados de Papel Prensa que ante la asamblea del 3 de noviembre estaba dispuesto a no dar el quórum. Sin apoyo estatal, y ante la iliquidez absoluta de los Graiver, el proyecto se derretía. A través de un socio de Martínez de Hoz, Jorge Martínez Segovia, le llegó a Lidia la propuesta de salir limpia de toda la historia, cobrando los Graiver 8.300.000 dólares por sus acciones en Papel Prensa (la cifra real era mucho mayor, y se pagó sólo una cuota).
Ante la encerrona, el 2 de noviembre se firmó el traspaso de acciones de Papel Prensa en las oficinas de Bartolomé Mitre (nieto de ídem), con la presencia de Patricio Peralta Ramos (La Razón), Héctor Magnetto ( Clarín), y un invitado especial, Máximo Gainza Castro (La Prensa), para testimoniar el hecho. En enero se confirmó el traspaso. El 8 de marzo comenzó lo que la psicopatía creativa de Ramón Camps llamó “Operación Amigo”. Secuestraron a Juan Graiver. El 14 a Lidia Papaleo, y el dominó llegó a 24 personas, familiares, socios y empleados del grupo Graiver, sin contar a Rubinstein y Sajón, muertos y desaparecidos.
¿Hay otra historia?
La duda que puede plantearse es: ¿cada hecho es exactamente así? Porque las actuales investigaciones sobre los registros internos de Papel Prensa plantean dudas sobre que las acciones haya sido realmente transferidas. En algunos medios se publicó que Osvaldo Papaleo sostiene que Clarín y La Nación compraron Papel Prensa con la familia Graiver secuestrada. Papaleo negó tal argumento a mu. “No. Lo que yo digo es que la familia fue presionada. La familia no estaba en posición de ejercer su libertad. No es que estuviese detenida. Una de las condiciones del comercio es que la persona decida con libertad. El gobierno los presionaba para que vendieran. La familia va a declarar esto que yo digo. No estaban presos físicamente en ese momento, pero sí presionados”. Papaleo se refiere a la etapa anterior a los secuestros, pero siembra dudas con respecto a que la operación comercial estuviese formalizada realmente luego de la “Operación Amigo”.
Gasparini agrega una comprobación: “El problema es que nada de esto se va a resolver con artículos, declaraciones ni columnas de opinión que digan una cosa, o la contraria. Esto lo va a resolver un juicio. ¿Fueron las empresas cómplices de delitos de lesa humanidad, para beneficiarse comercialmente con lo que estaba ocurriendo?” Esa es una de las preguntas que la propia Lidia Papaleo tal vez pueda responder, mientras no hay cosa juzgada.
Momento oportuno
¡Turrita! ¿Dónde tienen la guita? ¿A quién le pagaban los intereses? ¡Contame, guacha de mierda, entre nosotros no puede haber secretos!
Así describe Gasparini en su libro uno de los “interrogatorios” del Director de Investigaciones de la Policía Bonaerense, Miguel Etchecolatz a Lidia Papaleo. Entre los delitos por los que Etchecolatz fue finalmente condenado, se cuenta el de violación. Según la descripción de Juan Gasparini en su libro, eso incluyó a Lidia. Cada detalle es una historia del asco, la cobardía, de la posibilidad humana de convertirse en basura. No hay palabras. Ninguna alcanza.
La mujer pasó por los llamados Pozo de Banfield y Puesto Vasco en la provincia, el Departamento Central de Policía, y finalmente fue sometida a un Consejo de Guerra que la dejó detenida a disposición del Poder Ejecutivo Nacional hasta agosto de 1982. La picana, las violaciones, el cigarrillo sobre la piel…
En el Juicio de la Verdad, reveló que pese a todo, jamás tuvo contacto ni en los campos clandestinos ni en la cárcel “formal” con médicos, salvo una vez: “Yo estuve internada y fui operada de un tumor cerebral en la cárcel, que me llevaron a un Hospital en el año… en febrero del 82, ahí sí tuve contacto con médicos”.
Finalmente la justicia formal (no la militar) absolvió a Lidia y a su familia, y el gobierno de Raúl Alfonsín aceptó pagar una indemnización del Estado de 84 millones de dólares a los Graiver por los despojos de sus bienes.
Ya en tiempos menemistas, una alianza de facto formada por Jorge Born, su ex secuestrador montonero y luego empleado del holding Rodolfo Galimberti, el jefe de la side Juan Yofre, y el fiscal Juan Martín Romero Victorica, lograron presionar para que parte de la indemnización de los Graiver fuera a parar a Bunge & Born & Sus Amigos como resarcimiento y revancha de aquel rescate de los años 70.
Osvaldo Papaleo confirmó que él y su hermana estuvieron reunidos con el secretario de comercio Guillermo Moreno. Sobre el encuentro sólo dice: “Fue bueno. Ellos nos citaron. No piden nada a cambio. Veremos cómo sigue esa investigacíón”.
Lidia Papaleo ejerció como psicóloga hasta los 90, en el 2000 enfermó de cáncer de mama (y en aquella audiencia de La Plata, hizo referencia a que tenía metástasis). Su hermano dice: “Está mucho mejor, la operaron, se dedicó a curarse”. Formó pareja con el norteamericano Steve Tage, su hija María Sol es abogada.
¿Qué busca con una posible acción penal?
Lo que busca es la responsabilidad social de los tipos. Ella tiene un buen pasar, no depende de esto. Es al revés: es algo que no hizo nunca. Esperó el momento para hacerlo. Tiene una edad (66) que no da para hacer juicios por la plata. Lo que se juegan son otros valores. Acá el único que puede hace algo es el Estado. La pelea con Clarín no la puede llevar Lidia, ni un partido político, ni una eoenegé. Cuando ella vio que había un peso pesado, el gobierno, con decisión de pelear… cómo no. Tampoco era salir a pelear una cosa que no tenía destino. Ella tiene documentación propia, juntó todo y lo tiene afuera del país. Esperando el momento o-por-tu-no. Es natural que esto terminara así. Son ciclos. Yo creo que el ciclo de Clarín terminó. Por eso esta pelea.
¿Pero qué tipo de causa piensa seguir?
La de aplicarle a la compra de Papel Prensa la instancia de delito de lesa humanidad.
Magdalena y La Nación
Dida Papaleo, refiere su hermano, recibió unas semanas atrás un llamado inesperado, invitándola a una reunión con el director del diario La Nación, Julio César Saguier. Quien llamaba era la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú. Papaleo: “Mi hermana ni la atendió. En esa respuesta está la condena. ¿Qué tiene que estar llamando? ¿Es accionista de La Nación, o de Papel Prensa?”. Ante la consulta de mu sobre si efectuó tal llamada y sus motivos, la periodista sólo respondió: “No conozco a Lidia Papaleo”.
Casi simultáneamente, La Nación presentaba ante la Comisión Nacional de Valores una carta anunciando que sus accionistas y los de Arte Gráfico Editorial (Clarín) dejaron “sin efecto, rescindido y sin valor legal alguno el Convenio entre Accionistas de Papel Prensa de fecha 18 de agosto de 1977”. Traducción: la alianza interna en la empresa ya fue. Papaleo: “Los de La Nación no se quieren comer lo del adn (por los hijos adoptivos de Ernestina Herrera), ni estar mezclados con algo raro de las acciones, por eso querrían hablar con mi hermana”.
Clarín, por su parte, publicaba una triste carta de respuesta a Héctor Timerman, firmándola “La Redacción de Clarín”, propaganda defensiva que deja enlodados a sus empleados en la defensa de la empresa, de la compra de Papel Prensa y de la investigada adopción de niños por parte de la directora. No deja de ser un ejercicio de debilidad, o de algo todavía peor. Del otro lado, el gobierno, con Moreno como figura y Néstor Kirchner como guionista, posiblemente se quiera acelerar cualquier desenlace de aquí al 2011 electoral.
Lidia Papaleo gira en una órbita aún indescifrable. Esperó su momento. Mataron a su marido, secuestraron a su familia, la torturaron, le quemaron años de vida. Hay un puñado de personas capaces de contar la verdad de lo que ocurrió. Los oscuros personajes que compraron Papel Prensa o presenciaron esta tragedia, no sueñan con hacerlo. Lidia Papaleo tal vez ya no espere, si es que percibe que las preguntas que no encuentran respuestas, jamás desaparecen.
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