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En el nombre del padre
Enrique Stola, psiquiatra. Asistió a dos de las víctimas del cura Grassi, y ahora explica qué hay en la cabeza de los abusadores sexuales. La Iglesia, el poder, y sus asociaciones ilícitas.
“Los curas cometen el abuso sexual en nombre de Dios. Le dicen al niño o niña: ‘este amor que tenemos está bendecido, a Dios le gusta’. Imagine el peso que implica semejante idea sobre el psiquismo del menor abusado”.
Enrique Stola es médico, especialista en Psiquiatría y Psicología Médica y Clínica, reconocido internacionalmente como terapeuta en la atención de cuestiones de maltrato infantil y de violencia intrafamiliar, institucional, sexual y de género. Pero además tuvo a su cargo un caso que hoy resulta premonitorio de los escándalos sobre abusos sexuales a menores en la Iglesia católica: fue el psiquiatra de dos de los jóvenes que denunciaron al sacerdote Julio César Grassi, finalmente condenado por abuso sexual agravado y corrupción de menores.
Stola ha tenido que investigar estas conductas: “La Iglesia católica tiene un currículum oculto, que ahora empieza a conocerse. No puede sorprender el destape de curas abusadores que los medios traen como novedad, ni que aparezca la cuestión en los países anglosajones”.
¿Por qué?
Porque en en esos países la Iglesia tiene menos poder, lo que significa menos control. Pero la cantidad de curas abusadores que hay en los países latinos debe ser similar, sólo que se conoce menos por el poder político que aún mantiene la Iglesia en esos lugares.
El doctor Stola no atribuye al celibato el origen de los abusos eclesiásticos. ¿Qué relación se establece entre estos sacerdotes, y la Iglesia como tal? “Creo que estas personas que ejercen el poder mediante la sexualidad buscan una institución que les dé impunidad y cobertura. Quiero decir que entran a la Iglesia sabiendo que allí van a tener chicos a quienes someter”. El argumento de Stola tiene además una larga historia: “Desde siempre, la Iglesia ha sido una institución que puso énfasis en disciplinar los cuerpos y en lo posible desde pequeños. Por eso siempre hubo una gran cantidad de niñas y niños a disposición de curas abusadores”.
¿Que daño psíquico produce en una víctima el abuso en manos de un sacerdote, al que en edades de formación suele verse como un “guía espiritual”?
El daño es mayor que en otros casos de abuso porque si uno respeta las creencias de las personas tiene que ser muy cuidadoso de las actitudes que toma cuando un niño o una niña están a su cuidado. Por ejemplo: gran cantidad de abusados por curas pierden su fe en Dios y cambia toda su perspectiva de la existencia. No digo que sea mejor o peor creer en Dios, solo estoy señalando el impacto existencial que tiene sobre la persona. Cuando abusan del menor estos religiosos suelen decir cosas como “a Dios le gusta que lo hagamos”, o “este amor que tenemos está bendecido”. La experiencia para las víctimas es tremenda. Yo creo que dentro de esta institución terrible hay enmascarada una asociación ilícita de abusadores sexuales que se mueven con total impunidad con el amparo del poder político de la Iglesia. Y de esto es responsable no sólo el actual Papa sino todos los anteriores.
¿Sería posible terminar con esa situación si hubiera voluntad política, o la cuestión va mucho más allá?
No parece posible que aparezca un Papa con otra política. Podrá aparecer uno con un discurso aggiornado, que no es el caso, pero una institución que ejerce poder sobre los cuerpos, además de su poder político y económico, creo que es irrecuperable.
¿Por qué no ocurre lo mismo otras religiones? ¿O se conocen menos?
Ocurre, pero ninguna tiene el poder de la Iglesia católica en el mundo. Y en la estructura política del catolicismo el ocultamiento es una práctica sistemática que, incluso, fue escrita. El Santo Oficio dictaminó que debía mantenerse el silencio sobre estos temas. Fue una orden. Si la Iglesia quisiera cambiar de política, habría que ver también si es capaz de cambiar sus costumbres, porque todo esto es parte de la cultura de la institución. No se soluciona sólo con palabras.
Justicia divina
¿Cómo funcionó ese contexto de poder político de la Iglesia, en una situación como la de los abusos cometidos por el sacerdote Julio César Grassi? En junio de 2009 el Tribunal Oral n° 1 de Morón condenó al sacerdote a 15 años de prisión, pero lo dejó en libertad hasta que el fallo sea firme (actualmente, en apelación ante la Cámara de Casación). Los mismos jueces que lo encontraron culpable de abuso sexual agravado y corrupción de menores, dispusieron que Grassi podía volver a la escena del crimen, la Fundación Felices los Niños, acompañado por un tutor elegido por él mismo.
Stola no se sorprende: “Solamente la lógica de la complicidad puede explicar el dictamen del Tribunal”, dice este médico psiquiatra que una semana después del informe televisivo que expuso la conducta del cura (octubre de 2003), se hizo cargo de la contención, acompañamiento y atención profesional de “Gabriel”, seudónimo de uno de los jóvenes que se animaron a denunciar a Grassi y a narrar su caso.
Desde aquel momento, Stola sufrió amenazas, golpes, robos misteriosos, difamaciones y hasta intrusos en su casa. Pese a todo, siguió adelante. “Tras la primera entrevista de dos horas con ‘Gabriel’ resolví que lo iba a acompañar. Mi objetivo no era que declarase, sino fortalecerlo para que tomara la decisión que creyera conveniente, con el máximo de libertad. Y que pudiera sostener esa decisión”.
Los jueces le derivaron también a “Ezequiel”, otro joven que denunció al sacerdote. “La licenciada Maria Inés Olivella se encargó de su atención y yo de la supervisión”. Stola se convierte casi en un cronista de caso: “En noviembre de 2005 a ‘Gabriel’ le hicieron firmar, en sede judicial, un documento en el que desistía de seguir con la acusación como ‘particular damnificado’. Nadie evaluó que estaba desgastado por todo lo que le venía ocurriendo, y para colmo la policía no dejó entrar a la audiencia a Juan Pablo Gallego, su abogado. Tuvo que ir gente del área de Derechos Humanos de la Municipalidad de Morón para que hubiera testigos calificados de cómo se estaba violando la ley”.
La situación de Stola cambió en el tramo final del juicio: “Tras finalizar mi acompañamiento profesional a los dos jóvenes, me convertí en testigo de la causa. Declaré ante los jueces. En este caso había aprendido que todo funcionario judicial es sospechoso hasta que demuestre lo contrario. Y les dije: ‘les voy a dar un crédito: ustedes no saben nada de lo que están juzgando, no saben nada de abuso sexual’. Les aclaré que si partía de la hipótesis contraria, ellos tenían que saber que sentar al abusador a un metro y medio de sus víctimas sólo podía paralizarlas. Y en ese caso ellos, los propios jueces, se convertían en sospechosos”.
Tras la sentencia, se terminó el crédito…
Era complicidad. Habían ubicado así a las víctimas para paralizarlas, hicieron un juicio no público, trataron de evitar que entraran organizaciones de derechos humanos. Pensaron que “Gabriel”, por ser el más joven, no iba a poder declarar. Pero miró a los ojos a Grassi, los cerró, y comenzó a hablar lleno de angustia hasta terminar insultando al cura.
En los medios se hace referencia a casos de abuso sexual, pero se habla poco de las víctimas. ¿Qué implica ser abusado sexualmente?
Casi siempre es una acción que ejerce una persona sobre alguien indefenso, y lo hace durante mucho tiempo, extorsionando, coaccionando. Por eso me opongo a la castración química, porque el goce está en el ejercicio de poder. El violador goza más cuando la víctima se resiste. Cada vez que un abusador es condenado, para cualquier abusado es un signo de esperanza, una reparación, pero lo cierto es que quienes se atreven a denunciarlos no la pasan bien en el Poder Judicial. Por el contrario, cuando los niños y niñas abusadas tienen contención afectiva y se les cree, se avanza rápidamente en su restablecimiento, y el hecho puede llegar a quedar como un muy mal recuerdo. No es ésa la actitud de las autoridades de la Iglesia. Ellos prefieren hacer silencio, y proteger a los abusadores
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