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La bomba folk

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Zamacuco y La orquesta popular San Bomba. Dos experiencias que nacen de un mismo concepto: convertir la música popular en un punto de encuentro y alegría. Fusión y pasión para actualizar el folklore.

La bomba folkEl cuarto de Matías oscila entre aula, sala de ensayo y laboratorio. La guitarra, a un costado, y los bombos y congas de más atrás, evidencian el paisaje musical recurrente: el folklore. Una o dos veces por semana el cuarto es de los Zamacuco, septeto de ex compañeros de la Escuela de Música Popular de Avellaneda, que reamoldan el folklore al contexto actual, desde la fusión de ritmos y las letras. La orquesta popular San Bomba también se turna en la sala de ensayo: son 18 jóvenes que interpretan, en distintos instrumentos, canciones que Matías compone. Muchos de ellos, además, lo tuvieron como profesor en clases particulares o de ensamble, que se dan allí en esa misma sala.
Mayra deambula por la casa y Matías la presenta: “Es mi hermana y cantante de Zamacuco”. Desde chicos los Jalil respiran cumbias y folklores, por sus padres. Pronto les llegaría el romance con el rock de los Redondos y Sumo, aunque hoy se confiesan no identificados con el género. El quiebre fue en Avellaneda: allí se abrazaron al folklore de sus padres para nunca dejarlo. Recuerda Matías: “Empecé a escuchar autores y compositores no tan conocidos y me sentí identificado. Quise recrearlo desde la música. Nos pareció que el folklore estaba muy elitista, estancado en la tradición”.
Matías encontraba así su estilo de vida. Sabe que su lugar está “más cerca del asfalto que del campo” y desde allí compone. Por ejemplo: el cuarto disco de Zamacuco, que saldrá a fin de año, lleva un festejo –ritmo afro peruano– sobre Julio López. Matías dirá: “Me gusta mucho la historia y me parece que a través de la música se puede rescatar cosas que están tapadas. La idea es generar movimiento, físico y mental”.
Sentir y tocar
Matías es egresado de la Escuela de Música Popular de Avellaneda, al igual que muchos de los Zamacucos. Allí se encontraron, conocieron y tejieron este proyecto que lleva más de 10 años. La mayoría seguía la orientación de folklore, aunque difería en instrumentos: Sergio hacía bajo, Mayra –hermana de Matías– se formó en canto y ahora estudia acordeón.
Matías: “En la empa se ve nada más que folklore argentino, que está buenísimo, pero es tan sólo una cara de todo. Lo que es música latinoamericana uno lo va estudiando particularmente, yendo a aprender con músicos y artistas”. Así, Jalil recuerda, por ejemplo, cuando durante un año tomaron clases de danza andina, para compenetrarse con el ritmo y “sentirlo desde adentro”, dirá.
Matías también aprendió guitarra afro-peruana con un mítico músico del género, integrante de la banda peruana Los negros de miércoles, a la par del interés de la banda. Ahora, Zamacuco ensaya cumbias colombianas y las estudia para perfeccionarlas. Su modus operandi pareciera ser ése: oír, investigar y tocar, y el orden de los factores altera el producto. Porque Zamacuco no interpreta un estilo sino hasta entenderlo, que no es igual a aprenderlo. Quizá la devoción de Matías por la historia y el interés general del grupo expliquen algunas de estas obsesiones.
El primer disco de la banda –que ellos prefieren llamar “demo”– es puro folklore argentino. Su producción fue independiente, y que las tapas del cd hayan sido fotocopiadas es una fehaciente prueba de ello. La primera formación fue de guitarra, bajo, percusión y flauta traversa. Luego, Zamacuco fue tomando forma, moldeándose, amigándose con ritmos y a contraviento de prejuicios. Sumó más percu y eventuales clarinetes, acordeones y gaitas. Cambió el bombo tradicional por uno de bata, “y eso le cambió el sonido”, según Matías. En el segundo disco de la banda, Queterrezumba comenzó la fusión: se mezclaron ritmos afro-peruanos, chacareras, músicas andinas, zambas. Matías dirá: “Fue la transición”. Con el tercer disco, Estado caníbal, 2007, Zamacuco maduró hacia lo que es. El folklore argentino del primer disco-demo ahora se reduce a un solo tema. El estudio de géneros dio sus frutos y la mezcla parió este cd, que cuenta además con un arte notable, “en el cual cada canción tiene su propia ilustración, a cargo de artistas amigos”, cuenta Jalil.
Es en las letras donde Zamacuco se separa más de la tradición. Así, lo que alguna vez ellos mismos denominaron “folklore urbano” ahora prefieren llamarlo “recreado”, y Matías lo ejemplifica con la letra de La gata sin botas, tema del último cd. Dice La gata:
Gata que se organiza
no plancha camisas
Gata que no vota
se anima a ser otra
Y a no lamer la patria
con enseñanzas chatas
Basta de lana y de cana
y autoridad barata
 
La gata anarquista se canta con A, al mejor estilo León Gieco, pero a ritmo frenético y bailable. Matías y Mayra se encargan de componer y llevar sus ideas, aunque luego éstas pueden transformarse, acomodarse a otras y dar una versión final diferente. La banda se completa con los bombos de Diego, las congas de Nicolás, Sergio en el bajo, Mariana y sus vientos –traversa y clarinete– y Pablo, a cargo de las luces y la escena en los recitales.
La fiesta
Zamacuco nació a mediados del 2000, pero con otra formación y nombre: habían elegido nombrarse Samurai de las pampas, en honor a una frase de Atahualpa Yupanqui. Luego intentaron una sola palabra. Cuenta Matías: “Siempre me había quedado la historia de Sumo, que eligió el nombre de la banda buscándolo en el diccionario”. El diccionario se recorrió casi completo, entonces, se llegó a la Z y el significado saltó: “Es una palabra española que significa varias cosas, entre ellas borrachera, embriaguez, como un momento de encuentro festivo. Después nos contaron que en España le decían Zamacuco al borrachín del pueblo”.
Que los recitales de Zamacuco son un “momento de encuentro festivo” no hay dudas. Los ritmos bailan y hacen bailar, las letras disparan otro tipo de movimientos, los mentales. ¿Es diferente componer para bailar que para ser escuchado? En Zamacuco ocurre que no, quizá por ese mismo sentido recreativo del folklore y las chacareras, que les dan impronta crítica a esos ritmos movedizos. Matías dirá: “En las canciones intento mantener un lenguaje más popular. Antes me gustaban los artistas más enroscados, las chacareras con armonías abiertas y complejas, y quería imitarlo. Con el tiempo fui queriendo hacer lo contrario, quise ser claro en el mensaje: que cualquiera lo pueda escuchar y, si es mientras baila, mejor”.
A fin de año presentarán su disco, el cuarto si se cuenta el demo. Se incorporarán gaitas, sikus, el balafón y la bata clásica. En cuanto a ritmos hay de todo: “Puede pasar que un tema sea un son y termine en un porro, que son ritmos colombianos”, ejemplifica Jalil.
El experimento
Matías es profesor de guitarra y ensamble musical. Maneja clases individuales o grupos reducidos y de distintos instrumentos: la idea que es que, por ejemplo, un bajo, una guitarra y un bombo puedan ensamblarse y armar canciones. La expresión máxima de este anhelo es la Orquesta Popular San Bomba, de la cual es director. Allí reúne a 18 de sus alumnos –en edades que van de los 20 a los 33 años– que interpretan las canciones que él mismo compone. El origen de esta orquesta es casual: Matías hizo un experimento –en el buen sentido del término– con sus alumnos y juntó a todos para que interpretaran un tema. “Eran como 50, de diferentes grupos de ensamble”, recuerda Jalil. Sigue: “Y salió con un poder bárbaro, que me dejó pensando en lo bueno que suena tanta gente tocando”.
En sus ensambles, Matías enseña canciones en diferentes instrumentos, pero no teória sino práctica. La apuesta fuerte, entonces, es la de transformar la clase en lugar de encuentro entre los músicos. Allí, lo popular: “Nuestro sistema tonal, que es el de occidente, acostumbra a transmitir la música a través del lenguaje escrito. A mí me pareció que, sobre todo en lo que se llama música popular, la mejor forma es ésta, la oral”.
Dije: el cuarto de Matías oscila entre aula, sala de ensayo y laboratorio. Acaso para Matías, para los Jalil, para los Zamacuco, el desafío sea ése: lograr que las diferencias sean armónicas. Y divertidas.

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