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Grisines sin patrón
Grissinopoli es una de las emblemáticas fábricas sin patrón, recuperada por sus obreras y obreros que debieron ocuparla, resucitarla, y conseguir la expropiación. Empezaron trabajando 4 bolsas de harina, ahora son 450 y siguen amasando.
El aroma de los grisines recién horneados es una tentación que invita a rendirse ante la puerta de la fábrica ubicada en Charlone 55, Chacarita, Buenos Aires. Una vez adentro, todo funciona de manera impecable. La multiplicación de los grisines está a la vista y no por milagro, sino por lucha y esfuerzo. La mística estuvo presente en cada uno de los integrantes de Grissinopoli cuando la amenaza de cierre estaba a punto de convertirse en una angustiante realidad y hubo que apelar a los verdaderos recursos humanos para no bajar la persiana.
Los obreros trabajan, la producción se encamina, las ventas crecen, lo que parecía una utopía casi ocho años atrás, hoy es lo cotidiano, lo que simplemente sucede. “Me siento muy orgullosa de todo lo que logramos” anuncia María Pino, encargada de multitareas en la fábrica de grisines. Ella, asistida por Adriana, lleva adelante la administración, ejecuta las compras, negocia las ventas, gestiona los pagos y las cobranzas. “Empezamos trabajando con 4 bolsas de harina por semana y ahora estamos en 450. Trabajábamos salteado, 4 horas un día, después 3 días sin actividad. Ahora hay un turno en el primer piso, otro en planta baja, de 6 a 14 y de 14 a 18 y necesitamos más producción”. El salto cualitativo se inició cuando el 27 de diciembre de 2002 inauguraron sus tareas como cooperativa, con un nombre que cristaliza su capacidad de atreverse: “La Nueva Esperanza”.
Antes, en el año 2000, la fábrica había entrado en concurso de acreedores, una circunstancia poco alentadora. Mediante métodos dudosos, otra empresa se hizo cargo y se corría el rumor de que su intención era vender, incitada por las ventajas inmobiliarias de la zona. Ya en junio de 2002, como hacía un año que no les pagaban los sueldos, los trabajadores decidieron comenzar una huelga y quedarse en la fábrica. La ocupación duró seis meses intensos. Cuenta María: “Lo que se buscaba en ese momento era no perder la fuente de empleo, nada más que eso. Mantener la fábrica abierta y seguir trabajando, la mayoría de la gente era grande y buscar algo en otro lado era muy difícil”.
Formaron la cooperativa con el asesoramiento del abogado Luis Caro, quien ya trabaja junto a algunas de las fábricas en la misma situación de incertidumbre, que se iban sumado al ritmo de la crisis económica. Golpearon las puertas de los despachos de los legisladores para pedir ayuda y consiguieron que se aprobara una ley que les otorgaba la planta para trabajar por dos años. Cuando se venció el plazo, consiguieron la expropiación definitiva. Sólo restaba reglamentar la ley, cuestión que sigue pendiente. Lo más importante era ya un hecho, estaban unidos, fuertes, y los grisines olían cada vez mejor.
La política o la vasca
“Era invierno y había mucho frío y hambre”, recuerda María el tiempo en que permanecieron en la fábrica para no perderla. El primer día, al llegar se encontró con la noticia de que los obreros habían iniciado el paro a las 6 de la mañana, luego de que el gerente les negara 100 pesos de adelanto. Le preguntaron si los apoyaba y respondió que sí, pero que no se quedaría a dormir allí.
Empezó a llegar el apoyo de los vecinos del barrio, luego aparecieron artistas, periodistas, escritores, para solidarizarse con la protesta. Organizaron choriceadas y juntaron dinero para sostenerse durante la toma de la fábrica; abrieron un centro cultural en el que se sucedieron obras de teatro, muestras de dibujos, presentaciones de libros, cine para niños, pero se disolvió con el correr de los meses. Hubo visitas también de algunos partidos políticos, que ofrecieron tomar el mando de la administración pero se encontraron con un obstáculo: María y su ascendencia vasca. Firme en su postura, alegó que estaba capacitada para hacerlo. “Y dijimos que el que quisiera participar de una idea política lo hiciera de la puerta para afuera, pero adentro la única bandera era la de Grissinopoli. Eso se logró sin conflictos”.
El documental dirigido por Darío Doria, Grissinopoli, el país de los grisines, muestra el conflicto desde que los trabajadores patearon el tablero y optaron por resistir adentro de la fábrica, hasta el momento imborrable de la primera horneada de grisines autogestionada. La crónica sobre cómo tomar las riendas de lo propio.
La asamblea de Palermo les prestó 2.000 pesos y con ese dinero compraron materias primas para la horneada inaugural. Con la venta, devolvieron el préstamo. Aunque no todo fue tan sencillo, dice María: “El problema era que había producción, pero faltaban ventas. En la crisis de 2001 algunos clientes mayoristas habían desaparecido y otros habían hecho contratos de exclusividad con la competencia. De a poco los fuimos recuperando. En un primer momento había algo de desconfianza y estaban a la expectativa de ver qué ibamos a hacer los obreros con la producción”.
Siempre socia
La empresa llegó a tener 50 personas trabajando. Cuando comenzó la huelga había 24 y quedaron 16 como miembros de la cooperativa. Actualmente son 14, pero como no dan abasto necesitan contratar a 20 personas más para cumplir con la demanda. El dinero generado se reparte de manera equitativa entre todos los obreros, que cumplen 8 horas de trabajo y se suman las horas extras. En otros tiempos, María tenía un ingreso muy superior al de los obreros. Ahora todos perciben lo mismo, pero ella parece feliz.
Grissinopoli forma parte de su propia historia y del pasaje de una casi propietaria a una cooperativista. El fundador de la fábrica fue un inmigrante italiano, que además era su suegro. La empresa se inauguró en los 60 y llegó a ser líder en su rubro. María vivía ahí, en la planta alta, donde ahora se ubica su oficina. Tiempo después de la muerte de su marido, en 1972, comenzó a trabajar en la fábrica. Hubo una oferta para comprarla y su suegro la aceptó. “En ese momento, en lugar de irme quise seguir trabajando. Yo era socia con acciones, las vendí en diciembre del 78 y en enero del 79 comencé a tener relación de dependencia. Años más tarde se fundió la fabrica, se formó La Nueva Esperanza y ahora soy socia de la cooperativa”.
Los documentales, las notas, pero sobre todo la calidad de los grisines, contribuyeron al crecimiento de Grissinopoli. Contrataron vendedores en Buenos Aires, Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba.
María reconoce que durante la época crítica era más sencillo ponerse de acuerdo: “Había un objetivo concreto y teníamos que lograrlo”. En estos tiempos surgen diferencias a la hora de encarar las tareas, los proyectos, pero se resuelven en las asambleas en las que se vota y prima lo que decide la mayoría. Trabajar libres de patrón es una experiencia enriquecedora (“no volvería atrás”) y compleja: hay que apelar a la propia iniciativa, sin órdenes. Se trata de algo que aprendieron entre todos: amasar el presente, darle forma, y saber hornearlo.
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