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El grito del silencio

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Josefina Lamarre y Melancolía erótica. Estudió comunicación, condujo un programa infantil y colgó la carrera para dedicarse al teatro. Armó, entonces, un unipersonal para cantarle a un tema difícil: el abuso sexual.

El grito del silencio“Algo que existe no existe, algo que se ve no se ve, algo que sucede no sucede, algo que pasó no pasó”, dijo alguna vez Roland Barthes. Josefina Lamarre lo hace explícito cuando toma con sus dos manos el micrófono, abre grande su boca, y comienza a lamerlo. Lo chupa, lo muerde, lo saborea. Y rompe con un “a la mierda” unos de los momentos más eróticos del unipersonal –que escribió y dirige junto a Emilia Escaris Pazos– cuando uno de sus dientes se estrella contra el micrófono. No se equivoquen. Con Melancolía erótica Josefina da cuenta de un abuso, o mejor dicho, de lo que queda después de él. Ésta es la historia, entonces, que recorre en escena: el trayecto que va de la violencia a la desmentida.
A Josefina la carrera de Ciencias de la Comunicación le dejó el típico ¿te recibís y qué hacés? que respondió con un trabajo de go go dancer (me explica: son las chicas que bailan en los boliches). ¿Qué tenía que ver ella con esas mujeres explotadas, de tetas hechas a medida del consumidor, para las que no existía diferencia entre arriba y abajo del escenario? Tenía que ver con su trabajo en la conducción del programa infantil Jardín Azul (emitido por Canal 9) que le reveló un secreto: hay que proteger a los chicos de sus padres. La experiencia también le dejó dinero, claro. Y muchos interrogantes que ella transformó en proyectos personales.
Cantar el abuso
Con plata en la mano y preguntas desparramadas por todo el cuerpo fue hacia donde le interesaba. Estudió música, baile, canto, teatro. Hizo terapia. Buscó. Y encontró a Pina Bausch.
Con la Bausch descubrió a su referente en la manera de nombrar a las cosas sin usar la palabra. Y luego, gracias a un grupo de compañeras y amigas, se topó con Marosa di Giorgio y su publicación: Rosa Mística (relatos eróticos). Por ese entonces ya tenía una peluca rubia al estilo Marilyn Monroe y muchas ganas de trabajar el erotismo. Después vino Melancolía erótica o la enfermedad del amor, un tratado de Jacques Ferrand, que da cuenta de un tipo de dolencia de la que se desconoce la causa. Este libro la conectó a su interés sobre el abuso sexual y la llevó a investigar el tema.
“¿Qué es el abuso?”, se preguntó un día Josefina.
“¿Tocarte de determinada manera? ¿Meterme en tu vida de determinada manera? ¿Invadir tu intimidad? ¿Atropellar tu subjetividad?”, fueron algunas de sus respuestas. Con todos los ingredientes en la mesa –sus preguntas, Pina Bausch, Marosa di Giorgio, el tratado de Jacques Ferrand, su investigación y la peluca a lo Marilyn– comenzó a amasar una certeza: denunciar el abuso. En un café viejo del Abasto me confiesa: “El problema es que no sabía cómo nombrarlo. No pude darles peso a las palabras. Y bueno… canté. Elegí cantar”.
Josefina es actriz, música, bailarina, cantante, dramaturga, directora. Con un plus: arriba del escenario se zarpa. La malla enteriza color carne, medias de red, tacones altísimos, labios rojísimos y aquella peluca rubia a lo Marilyn, Josefina toca el piano y canta Sweet Dreams con el talento digno de una actriz que convierte en Broadway cualquier escenario, en el cual Josefina canta:
 
Los dulces sueños están hechos de esto.
Quién soy yo para desmentirlo.
Viajé por el mundo y sus siete mares.
Todos están buscando algo.
Algunos quieren usarte.
Algunos quieren ser usados.
Alguien quiere abusar de vos.
Algunos quieren ser abusados.
 
¿Cómo fue conectar el piano, con la actuación, el canto y el cambio de pelucas?
Un quilombo. Había algo que se estaba armando en mi cabeza. Me dejé llevar por la intuición y lo laburé musicalmente. Están tan estancas las disciplinas que dediqué mucho tiempo orgánico a producir esa amalgama.
El caramelo
La obra la ensayó dos años encerrada en el living de su casa. Invitaba amigos, conocidos. Les ofrecía la actuación; les pedía opiniones. “Ahí me vio mi amiga y directora Emilia Escaris Pazos. Le gustó lo que vio y me tranquilizó. Había mucha confianza y ella me interpretó. Así que fuimos modificando la puesta en escena. Había algo de la obra que solemnizaba mucho”. Josefina no tenía ganas de joder ni hacer payasadas. Era un tema serio, no quería provocar risas, pero tampoco deseaba “que el público se chupara un caramelo amargo”. La primera función en el teatro Belisario coincidió con la muerte de Mercedes Sosa. “Vinieron siete personas y fue la mejor función que hice”. Desde entonces, nada de lo que se da en ese escenario es ingenuo. Hay una disposición milimétrica y certera para dar en el blanco y dejar boquiabierto al espectador frente a ese despliegue de voces, cantos, bailes, luces y silencios. Con el lenguaje de cabaret elegido rescata ese lugar de resistencia y negación. Y la elección de la figura de Marilyn no es un capricho. Quiso recuperar a esa mujer que fue abusada por su padrastro y de la cual hoy sólo queda el erótico mito.
Hay una búsqueda constante en esta mutación de diferentes estereotipos de mujeres a partir del cambio de pelucas y máscaras, sin que nunca llegue a encarnarse en ninguna. El personaje de Josefina canta como si escupiera. Llora, grita, baila, hace movimientos sensuales, violentos. Vomita: “Así no me gusta”. Se lamenta. Se arrastra hasta el piano. Se transforma en una niña que habla sobre monstruos y un jardín. Y luego en una adulta que se reafirma: “El futuro llegó hace rato”.
Josefina ya está terminando el café con leche con brownies. Me dice: “Melancolía erótica es una denuncia al poder establecido en las relaciones afectivas. Creo en la eficacia simbólica. Espero que muchos después de ver la obra se animen a indagar en su pasado. Leí mucho. Me di cuenta de la cantidad de conductas, síntomas imperceptibles que se naturalizan. No es normal que un abuelo toque a su nieto. No es normal que alguien sea bulímica o anoréxica. No es normal que no tengas buenas relaciones sexuales. Son parte de una cultura de dominación, de siglos de brutalidad y de abusos que estructuran tu deseo. Por eso la desmentida no sólo es personal, sino también social”. Eso, nada menos, es lo que sube con ella a escena.

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