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El desierto minero

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Copiapó, el pueblo de los atrapados. La audiencia global quedó atrapada por la historia del rescate de los 33 mineros. Ahora, la mina dejó cesantes a los 328 que quedaron en la superficie, en una ciudad con su río desaparecido y rodeada de montañas de desechos contaminantes. Cerca, la poderosa Barrick Gold sigue explotando Pascua Lama, que perfora la cordillera hasta el lado argentino. Las protestas vecinales contra la contaminación también sacuden a comunidades que resisten el modelo extractivo con rap y huelgas de hambre.

El desierto mineroSi nací en Chile, nací maldito.
Lo dice Iván Herrera, 25 años, El Máquina, uno de los integrantes de Broder Pobla, grupo de hip hop de Copiapó, la zona en el desierto de Atacama donde se encuentra la mina San José, propiedad de la empresa San Esteban, donde el 4 de agosto 33 mineros quedaron entrampados a 700 metros bajo tierra durante 70 días.
Broder es hermano, en inglés chilenizado. Pobla es la villa, el barrio marginal donde Broder Pobla canta, grafitea, hace talleres y organiza grupos de chicos que buscan escaparle, veloces como un rap, a la pasta base, el racismo, la violencia, la pobreza y otras maldiciones que no son exclusividad chilena.
Los 33 mineros fueron rescatados en un megaevento global que tuvo a las audiencias de todo el mundo pendientes del pozo y del esmalte dental del presidente Sebastián Piñera. Ellos y sus 328 compañeros de trabajo quedaron obviamente cesantes al cerrarse la mina. Los 33 pudieron cobrar por las entrevistas, viajar a Europa, ser tratados como héroes. Se organizó una misa en una carpa. Los 33 (que ya son como un logo) agradecieron religiosamente seguir vivos, pero sus compañeros quedaron afuera de la carpa, según los hábitos actuales sobre inclusión y exclusión.
Los de afuera dibujaron carteles a mano denunciando los 70 días sin trabajo, sin cobrar los sueldos ni la indemnización (llamada finiquito). Dos inolvidables:
“Atrapados en la superficie”.
“¿Y a nosotros quién nos saca del hoyo?”
Rosa Cuello, esposa de uno de los mineros, fue una de las autoras. Como el presidente chileno anda por el mundo mostrando el papelito que anunciaba “los 33 estamos bien”, primera señal en la superficie de que los mineros estaban vivos, Rosa preparó otro mensaje: “Piñera; los 328 estamos mal, paséate con este cuadrito”. A Rosa le chispean los ojos tras los lentes: “Borraron la palabra ‘Piñera’ cuando lo pasaron por televisión”.
Fideos por cianuro
La mujer me contó esa historia durante un evento chocante: los 328 mineros despedidos recibieron por única vez una bolsa de comida del municipio de Copiapó, ya que no les pagan y siguen sin trabajo. Los mineros hacen cola. Del otro lado de un escritorio donde deben firmar conformes, están las bolsas. Mario Salazar, 58 años, empleado de la minera durante los últimos 15 años, no está conforme. Me muestra las manos, y dice: “Yo puedo trabajar. Esto es humillante”.
Los 33 fueron tratados oficial y mediáticamente como héroes: “Pero no son héroes, son víctimas”, replica Juan Carlos Morales, Juaco, 23 años, estudiante de Derecho y presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Atacama (FEUDA), que luego me muestra las fotos que tomó de las movilizaciones y denuncias en el Valle de Huasco contra la mina Pascua Lama, montada sobre Los Andes con una pata del lado chileno y otra del lado argentino, bajo el comando de la oscura Barrick Gold, cuyas prácticas de reventar montañas, usar cianuro y destruir glaciares, se enmarcan bajo un curioso eslogan: “Minería responsable”.
Las bolsas para los mineros no fueron financiadas por las empresas, sino por el municipio de Copiapó. Cada minero recibió por única vez: 4 kilos de azúcar, 11 paquetes de fideos, 3 de arroz, masa para tortilla mexicana, 3 latas pequeñas de frijoles fritos, 3 litros de leche larga vida y 3 rollos de papel confort (higiénico). Como los paquetes de 4 rollos no alcanzaban para todos los trabajadores, tuvieron que sacar un rollo de cada pack para completar la entrega. ¿Cuál será la interpretación última de esta falla en el asistencialismo de papel higiénico?
Los iracundos
La mezcla es indicio de vida. Raperos, mineros, estudiantes, cianuro, amas de casa, maldiciones: todo empezó a revolverse cuando los universitarios invitaron a varios artistas a una tocata (concierto) de apoyo a los mineros despedidos. “Fue muy lindo -dice Juaco- Hubo rap, punk, rock y uno de los mineros también cantó boleros de su época”. Fue el propio Mario Salazar, noches antes de recibir las bolsas de comida: “Canté Amada amante, de Roberto Carlos, y temas de Los Iracundos como Venite volando. Me sentí muy bien con los jóvenes. Volvimos a estar juntos los viejos y los niños”, y agrega como si se tratase de otra canción añeja: “Obreros y estudiantes”.
Copiapó es una ciudad bella y hospitalaria, con puentes que cruzan sobre el río del mismo nombre que en realidad no existe: los puentes van de una orilla a otra de un lecho de tierra. El río fluyó hasta hace unos 15 años y desapareció cuando la minera Candelaria duplicó la extracción de cobre. Hoy corre todavía subterráneamente y se asoma cuando puede, lejos, serpenteando montañas y mineras.
Javier Castillo es presidente de la provincia de Copiapó de la CUT (Central Única de Trabajadores) y dirigente en la propia minera San Esteban: “En este sistema hay que ir aprendiendo a hacer de todo, sin nada” reflexiona al buscarme gentilmente en la estación de ómnibus de la ciudad. “Estamos viviendo una dictadura empresarial. Ellos mandan, son omnipotentes, unilaterales, y del Presidente de la República para abajo nadie los puede obligar a nada. Sólo San Esteban (la empresa que manejaba la mina San José) tiene 7 trabajadores muertos. Ninguno de los responsables tiene ni un minuto de cárcel, y todo sigue tan normal como siempre”.
Los responsables de la empresa, Marcelo Kemeny y Alejandro Bohn, habían recibido premios en la Cena Anual de la Sociedad de Minería en 2004 (ese año murieron dos trabajadores en sus minas) por su trayectoria y aporte al sector. El premio lo entregó Hernán Hochschild, cuya planta de procesamiento Sali Hochschild (ya inactiva) ha dejado montañas de desechos químicos artificiales (relave) a cinco cuadras del centro. La cifra es de al menos 8 millones de toneladas de desperdicios químicos, que vuelan cuando hay viento y drenan al suelo y al agua, todo junto al Copiapó. El paisaje es lisérgico: la costanera de un río que no existe, y montañas artificiales hechas de basura química.
Premios y otras fugas
¿Qué pasaría si todos los años hubiera una situación como la de la mina San José, pero donde las 33 personas, en lugar de salvarse, muriesen? En términos de vidas, eso es lo que ha ocurrido en 2010.
El Servicio Nacional de Geología y Minería (Sernageomin) relevó 31 muertes en las minas durante los primeros 10 meses de 2010, cifra que ascendió al mágico número de 33, el 8 de noviembre también en Copiapó, mina Los Reyes, donde una explosión mató a Daniel Lazcano (24 años), y Homero Aguirre (40), y dejó un herido (Marcelo Silva, 21, perdió un ojo). Y todavía falta para fin de año. El concesionario de la mina Los Reyes, el mexicano Germán Zayas Bazán, encaró el caso con decisión: huyó de Chile. Se cobijó en otro país con síndrome minero, llamado Argentina.
Los autodenominados medios periodísticos chilenos e internacionales han hablado hasta la saturación de los rescatados, pero casi nada de los 33 muertos. La cifra no es casualidad. El Sernageomin contabilizó 373 mineros muertos en la última década, lo cual supera el promedio de una San José anual.
El estudiante Juaco Morales propone una precisión en las palabras: “La prensa habla de ‘accidentes’. Pero son crímenes, porque se podían haber evitado, pero nadie hace nada para seguir adelante y sacar ganancias”. Esto lo confirman cotizaciones de mercado que surgen de un trabajo de los periodistas chilenos Pablo Obregón y Carla Gardella:
 
En 2002 el precio del cobre por libra, era de 0.8 centavo de dólar. Y hubo 28 muertos en las minas.
En 2007 el precio subió a 3.2 dólares. La presión para extraer más mineral, aprovechar el precio internacional y maximizar ganancias, provocó ese año 40 muertes.
Cosas que pasan, negrito
Javier Castillo, el sindicalista minero, me invita con un elemento notable en Atacama, el desierto más seco del mundo: un vaso de agua. “La injusticia es de siempre. En 1907 mataron a más de 2.000 obreros en huelga”. Se trata de la matanza de Santa María de Iquique. Los obreros salitreros venían reclamando aumentos de sus salarios miserables. Las huestes del ejército (a cargo del general Roberto Silva Renard, instruido por el ministro del Interior Rafael Sotomayor Gaete) solucionaron el entredicho acribillando a los trabajadores y a sus familias: hombres, mujeres y niños que estaban en la plaza de Iquique y en la escuela Santa María. La estadística oscila entre 2.200 y 3.600 asesinados. La falta de precisión fue facilitada por el silenciamiento del hecho durante décadas. La historia sirve como referencia de lo que han sido capaces ciertas lógicas dominantes. Javier Castillo actualiza: “Nunca el gobierno de la Concertación ni las mineras atendieron los reclamos”. En los últimos años murieron Víctor Castillo, intoxicado con gases, luego Pedro González Rojas: “Yo mismo, como mecánico en perforación, estaba allí pero no pude salvarlo”. En 2006 la caída de un planchón mató a Fernando Contreras, 31 años: “Recién había sido padre. En el funeral, viene un gerente, me palmea y me dice: ‘son cosas que pasan, negrito’. Con ese derrumbe, la mina fue clausurada”. En 2007 murió Manuel Villagrán en San José. Ayudante de geólogo, 26 años, se iba a casar un mes más tarde: “Reventó una caja, como le decimos a la pared de la mina”.
Javier habla de los casos que vio de modo directo. Y cuenta que si los trabajadores de la empresa San Esteban y los familiares de los 33 no hubieran presionado, el rescate más célebre del siglo no se hubiera consumado. “El gobierno casi había desistido. Fuimos una masa de 2.000 trabajadores y familiares a instalarnos junto a la mina para garantizar que los siguieran buscando, porque sabíamos que debían estar en el refugio”.
Otro detalle globalizado: de los 33 mineros, 9 eran de empresas contratistas, o sea tercerizados. “Las empresas inventan otras empresas a las que les dan trabajo, que a su vez pagan salarios mucho menores o en negro. Cada vez hay menos trabajadores formales, y más contratados”, dice Javier, sin saber si los parecidos con otras latitudes son o no mera coincidiencia.
Progreso & Desarrollo
Para quienes consideran que lo que importa es la macroeconomía: la región de Atacama, con sus más de 2.000 inversiones y emprendimientos mineros, incluyendo al fastuoso Pascua Lama, es la segunda más pobre de Chile. La más pobre, con sus enormes inversiones forestales, pasteras y mineras, está en el sur: la Araucanía que reclaman los mapuche. En ambos casos el ingreso promedio per cápita es aproximadamente la mitad que en el resto del país, diluyendo las creencias sobre el “progreso” y “desarrollo” que generan estos proyectos. En el caso de la mega minería a rajo abierto (en Argentina se llama “a cielo abierto”), la tendencia es a brindar cada vez menos trabajo, concentrado en un puñado de profesionales y técnicos. Juaco Morales, que no sólo estudia Derecho sino que interviene en cuestiones medioambientales, detalla: “Un gran problema en Chile son las termoeléctricas, que producen contaminación y secan el agua en una zona de por sí desértica. Pero supongamos que no nos interesen la contaminación y las enfermedades y la sequía. Esas termoeléctricas generan energía para las mineras, indispensable para procesos robotizados de extracción, en los que ya no necesitan gente. Los que defienden la minería porque da trabajo, que es lo que ha ocurrido siempre en esta zona, tienen que comprender que en realidad esos puestos van a desaparecer, porque las grandes mineras sólo contratan unos pocos geólogos, ingenieros, técnicos para algunas máquinas, y ya no necesitan mineros”.
Embarrando a Dios
El minero Gino Cortés, uno de los despedidos de la mina San José, comprende el problema, y me lo explica acomodando sus muletas: “El caso de la minería a rajo abierto hay que afrontarlo a futuro. Cada vez habrá menos mano de obra”. Gino tiene 40 años. Una hija de 17, una guaguita de 2 meses, y lo acompaña el varón, Joao, 11 años, para ayudarlo a llevar la bolsa con fideos y demás productos. El padre de Gino era sindicalista ferroviario, y huyó de Pinochet a la Argentina en 1978, cuando Gino tenía 8 años. “Vivíamos en San Miguel, yo estuve 13 años, hasta el 91, y me vine. Le quiero pedir que le envíe un saludo a mi hermana Gina, que es maestra y se quedó en San Miguel. Le gustó la liberación femenina que encontró allá, aquí había opresión hacia las mujeres, mucho machismo”.
Gino recuerda los mundiales ganados por Argentina en el 78 y el 86, sus estudios de perito mercantil: “Y a River, yo siempre fui gallina, ¡Imagine si nos vamos al descenso!”.
Gino no tiene la pierna izquierda: “El 3 de julio venía de terminar una faena dentro de la mina, y me cayó un planchón, una roca grande, en un lugar que debía estar certificado porque era de tránsito de trabajadores. Me amputó la pierna. Luego supimos que 20 días antes habían hecho una reparación, pero la dejaron incompleta, sin malla de seguridad”.
Para los hipnotizados con las coincidencias en este caso, va otra: 33 días después de la mutilación de Gino, se derrumbó la mina atrapando a sus 33 compañeros. “Lo mío fue un aviso. Las entidades fiscalizadoras tendrían que haber investigado la situación”. ¿Y qué hicieron? “Nada. Es típico, porque corre mucho la coima, el soborno”.
La hipótesis de Gino: “Fue una idea de Dios utilizarme a mí para enviar el aviso. Pero los dueños de la minera San Esteban, por malicia y afán de sacar más plata, le embarraron la idea a Dios, y pasó lo que pasó. Gracias a Dios no murió nadie”. Gino no es considerado un héroe, ni le regalan dinero o viajes. Se ríe: “Nada de farándula para mí. Pero así es la vida. Son nuestros compañeros, y lo importante es que se pongan bien”.
Se va apoyado en las muletas y me dice: “Voy a quedar así toda la vida, tendré que acostumbrarme, luchar contra eso, y superarme”.
 
¿Cómo se hace, Gino?
El motor es mi familia.
El arte de insultar
Siguen repartiendo bolsones. El minero Octavio Fernández explica: “Estamos como mendigando, cuando la culpa es de los entes fiscalizadores que nos hicieron perder el trabajo. ¿Los 33? Son nuestros compañeros. Están en una situación crítica psicológica, y para colmo con esa farándula que arman la televisión y el gobierno. Lo único que les pido es que se recuperen y que no se manejen demasiado con el gobierno. La magia se va a acabar, y seguiremos juntos”.
Estos mineros están esperando una indemnización (finiquito) que se pagaría en cuotas desde diciembre, pero mientras eso no ocurra no están habilitados para trabajar. Juan Yeñez: “El otro problema es que las empresas filtran como coladores. Piden gente en excelentes condiciones y nosotros, justamente por trabajar tantos años en la mina, tenemos problemitas: sordera, cuestiones pulmonares, en las articulaciones, esas cosas”. Traducción: tendrían dificultades para trabajar en las minas, por haber sido mineros. Con el grupo en el que también están Cristofer Villar, Enrique Quiroga, Horacio Vicencio Araya, se arma un intercambio sobre qué tipo de improperios merecen quienes determinan tal situación (especialistas en “recursos humanos”).
Rap y pasta base
Guaco Morales, de la Federación Universitaria, aspira a recibirse de abogado para trabajar con sindicatos, pueblos originarios y organizaciones sociales. Por ahora, más que abogado es un acusado, por un acto en el que se criticó el sistema educativo (Juaco paga unos 250 dólares por mes para estudiar en la universidad “pública”). “En el acto unos cabros (jóvenes) escribieron ‘No a la educación de mercado’. La policía empezó a pegarles. Le pedí a un comisario que cesaran la agresión, y me detuvieron. Me pegaron diciéndome ‘negro de mierda’; me abrieron una causa en la justicia militar, imagínese”. El modelo, a pleno.
Juaco no quiere que eso lo distraiga: “Hay muchas movilizaciones contra la minería y las termoeléctricas. En este momento está ocurriendo otra huelga de hambre en Caimanes porque una minera está filtrando químicos a un río”. Varios vecinos iniciaron una huelga de hambre que al cierre de esta edición iba por el día 45. Denuncian lo que el toxicólogo Andrei Tchernitchin (integrante de la Comisión de Medio Ambiente del Colegio Médico de Chile) describió así: “El arsénico en el agua puede producir cáncer broncopulmonar, de las vías urinarias, renal, de la vejiga y del hígado, además de abortos y malformaciones. El plomo provoca problemas intelectuales, desarrollo de la personalidad agresiva, y también produce abortos”.
Otras movilizaciones en el Valle de Huasco son contra la mina Pascua Lama, y en Copiapó se ven las pintadas contra la termoeléctrica Castilla, lo cual le agrega contexto a los reclamos de los mineros desocupados. Juaco: “Pascua Lama secó el río Huasco, y la ciudad está bajo el lugar donde se instalará Barrick. La termoeléctrica Castilla será la mayor de Sudamérica, destinada a que haya más energía para las mineras mientras desaparecen el agua y se empobrece la región”. Me lleva luego a conocer unos paisajes lunares. En las afueras de Copiapó hay tres tipos de montañas:
 
1) Montañas reales.
2) Montañas blancuzcas de relave (desechos químicos a cielo abierto y a tierra indefensa) mayores aún que las de Hochschild en el centro de Copiapó.
3) Cordilleras de material estéril (lo que queda de la tierra luego de ser sometida a explosivos y a sopas químicas para extraerle los minerales).
 
Veo el nombre de una de esas mineras: San Esteban, la empresa de la mina San José. Volvemos a Copiapó, y sé que ya no sé qué pensar.
Allí conozco otras experiencias, culturales o de estilos de vida. Los rastafaris de Copiapó, por ejemplo. Con reggae de fondo Luis, presidente del grupo, me habla de una metodología: “Buscamos formas de autogestión para producir música y trabajo, y para que los niños tengan cómo enfrentar la pobreza y la pasta base”. Nicolás me canta parte de un rap:
 
“La calle significa muerte, violaciones, pasta base, prostituta, transa, guerra callejera, frío puño: le acaba el destino al más tranquilo”.
 
Para Iván, El Máquina, el hip hop no es sólo break dance, grafitear o rimar raps. Desde la pobla miramos Copiapó: “Es pensar con libertad. Estamos en una dictadura moderna. El oro, el petróleo, la naturaleza, la pasta base, ésas son las riquezas que los gobiernos manejan, para manejarnos. Nosotros tenemos como riqueza solamente nuestros sentidos y el intelecto. Los tenemos que usar para no ser ignorantes, para ser libres…”.
Calla. Me pregunto si éstas son las ideas que portan futuro, cuando El Máquina completa su frase: “…y para no estar malditos”.

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