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Pompas

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Crónicas del más acá

Ya lo dije y lo repito porque me gusta decirlo: Buenos Aires es muy bella de noche. Para los extranjeros que venimos a visitarla cada tanto, la Reina es realmente hermosa. Y su emblemática y gorda Avenida 9 de Julio mucho más todavía. Me nefregan las luces de la calle Corrientes que siempre me parecieron que encandilaban a los tilingos. Me seduce la verde anchura de la 9 de Julio y sus semáforos en ballet y su cartelería un poco cocoliche, indiferentes y atractivas como una mujer inalcanzable (o el premio de la Lotería, que también es inalcanzable, pero como analogía es pobre).
Listo. Se acabó el romance. Encima, ese perro gigante e idiota en la esquina de Corrientes me genera sentimientos propios de expresar en el horario de protección al menor.
Prefiero la Coca Cola.
Este sábado la avenida en torno a nuestro singular y horripilante Obelisco es un caos de tránsito. Ni piquetes sin desodorante, ni nativos sin derechos, ni zurdaje mirtalegranesco sin satisfacción política. Esta vez no.
No señor.
Hay un Acontecimiento Cultural al que este sujeto se dirige a fin de un presunto disfrute. Les 7 doigs de la main (Los 7 dedos de la mano o algo así), un grupo de franchutes que, según la prensa del que te dije que dirige a la Ciudad Autónoma, son 11 excepcionales artistas circenses de todo el mundo que exploran la idea de que nada en el mundo nos pertenece de manera individual. El mundo es la casa de todos. A través del arte circense, explica la gacetilla, la obra juega con el conflicto entre el ego individual y la dependencia a los otros, esa eterna tensión que nos permite desarrollarnos como raza.
Mirá vos.
Me senté en las elegantes sillas de plástico, dispuesto a interpretar lo que mi desértico cerebro nunca me ofrece y el Acontecimiento Cultural iba a nutrir.
Bastante gente. Morochaje y pobrerío cero. Los únicos morochos que hay son los que fungen de acomodadores a la carta, que manguean alguna moneda por decirte donde sentarte.
Nadie les da ni bola ni monedas.
¿Dónde están los otros si esto es para todos?¿Será que siempre es para los mismos?
Lo que vino después duró una horita redonda. Un lindo juego de luces con un dijei que manipulaba algunos sonidos que -según me dijeron fuentes bien informadas- es música. Los mencionados franceses bailan (no mucho mejor que los lisiados que visitan a Tinelli) supongo que con algún oculto sentido artístico, y realizan algunos números de acrobacia y habilidades. No estaban mal. (Claro: el mismo comentario que cuando le preguntás a alguien si le gustó la comida y te contesta: “no está fea”).
Y mucho humo, cada dos por tres. Parece una película de Pino Solanas.
Sin pudor, apelo a mi espíritu infantil y afirmo: un circo no es circo si no hay payasos. Está fuera de discusión. Eliminemos al viejo elefante cansado y al león de rugido y fiereza burocrática si quieren. No tengamos perritos malabaristas ni caballos gordos como Moria Casán.
Muy bien, protejamos a los animalitos.
Pero un payaso tiene que haber. Un sopapo, una flor que tira agua, unos zapatones y unos trajes ridículos y abolsados, para que el espíritu de uno de los acontecimientos más antiguos en la historia de la humanidad siga en pie.
Hasta Aristófanes tenía claro que había que reír, en el medio de esos griegos ásperos y racionalistas.
Nada.
Franceses amargos.
Por eso eligen a Sarkozy.
Los franceses saltan y revolotean como descosidos, generándome la misma emoción que me da la observación de una tortuga en un rally.
Por veterano nomás, he visto mucho circo, de todo tipo, aclaremos, incluyendo mi propia vida.
Pocas veces me aburrí tanto.
Uno de los globos de Haciendo Buenos Aires que decora el escenario se apaga.
Ajá.
Una chica, sentada dos filas más adelante, convoca multilingües puteadas por el voluminoso gorro que no deja ver a nadie y un flaquito, casi a mi lado, se copa en éxtasis con los sonidos, tocando imaginarias baterías, armónicas y sacudiendo la cabeza de una manera que sólo explica la necesidad de un cambio en su medicación. La novia, impertérrita, sigue mirando el espectáculo.
El amor es un fenómeno incomprensible…
Un par de niños llorando a pura garganta dan su parecer.
En el cierre, una francesa en un castellano asmático agradece la asistencia y aclara que es gratis para todos nosotros. Tanta generosidad me emociona. Seguro que los franceses no cobraron nada ¿no? Tanto como que mi ascenso a Papa es inminente.
Como dije, a los 60 minutos exactos se acabó. Semejante montaje, escenario, sillas, columna de luces, personal a mares… Una cierta sensación, siempre presente, siempre inquietante, de que me habían tratado como pelotudo.
Yo no entiendo mucho, por eso de mi africana ignorancia seguramente. Tampoco entendí el sentido del espectáculo tal como lo enuncia la gacetilla. Ni una metáfora berreta, qué sé yo, algo que me diga algo.
Nada.
Ni egos fracturados ni socialismo incipiente ni arte revulsivo ni espectacularidad tipo Cirque du Soleil (que son buenos de verdad). Nada.
Mi desolación cerebral sólo era equiparable a la de la gente de la Asamblea de Flores que reclama, en carpas instaladas ahí cerca, la reparación de alguna de las múltiples ofensas a las que la gente de a pie se ve regularmente sometida.
Me levanto y le pregunto a mi compañera qué le había parecido. Me contestó: “Me cagué de frío” y va a comprarse un aparatito de esos con los que podés hacer pompas de jabón.

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