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Sindicato Quintana. Desde hace 6 años tocan en la vía pública. Aprendieron así a capturar la atención, improvisar y convivir con el estrés ciudadano. Cuáles son los trucos para resistir.

Lecciones públicasEn las calles de la ciudad hay tránsito, publicidades, semáforos, los autos tocan bocina y se cruzan; a uno le compran, a otro le venden y a otro le roban. Y cada tantos metros suena una melodía: son los músicos callejeros que adornan el paisaje. Santiago, Darío, Marcos e Isabella ejercen ese oficio desde hace más de 6 años. Juntos y por separado han formado parte de grupos de salsa, ska y ritmos latinos en general. La lista de nombres es larga y efímera. Lo que les importa es el día a día.
Los chivos se conocieron en el colegio, a Isabela la conocieron en la calle. “Es que tocando en la calle uno va conociendo músicos, bandas, cambiando proyectos, armando nuevos, reemplazando a algunas personas, sumando a otras. Se forma una red de gente con la que se puede trabajar”, explica Darío, el guitarrista de la banda.
Como músicos conocen varias de las plazas de la ciudad, pero pasaron la mayoría de su tiempo en el centro, en la peatonal de Florida; aquel boulevard de comercios y oficinas, pero también de artesanos, kioskeros, músicos, revendedores y artistas en general.
Hoy en día, los cuatro están reunidos bajo el nombre de Sindicato Quintana, una ensalada de salsa, bossa nova y ritmos latinos.
El precio de la libertad
¿Qué aprendió este Sindicato en la Universidad de la Calle? Van alguinas lecciones:
La música que se toca en la calle no es igual a la música que suena en la radio o en la tele. Por cuestiones de tiempo y espacio, las versiones callejeras se alargan, las formas se repiten y los solos se turnan. La improvisación juega un papel fundamental y, de la misma manera que en el jazz, la composición del momento se vuelve una excusa para la interpretación de los músicos. El ego es efímero en la calle.
Más allá de lo artístico, el oficio tiene sus trucos. Para salvar el día no sólo hay que pasar la gorra. La mejor manera de hacer una buena recaudación es tener discos propios para vender. En números, un gran día es cuando cada uno se lleva 100 pesos, luego de 4 horas de trabajo. Un día promedio ronda los 40 pesos. “La gente te deja 2 pesos, el cambio que lleva encima, uno muy emocionado te deja 10 pesos. Están todos muy apurados. Pero la posta es tener discos y tarjetitas, para poder difundir la banda”, explica Santiago, el trompetista de este Sindicato.
La relación con el entorno también es un aspecto crucial. “Si se ve que vos la estás pasando bien, la gente la pasa mejor. Es un ida y vuelta“, indica la trombonista Isabella. El conflicto, generalmente, viene por el lado de los comerciantes que no siempre te dan la bienvenida a su cuadra. “Depende del stress del gerente de turno, si considera que nuestra música le está mejorando o empeorando su bisnes. Son cosas típicas de la convivencia”, señala Darío. La justicia contravencional no comparte, por cierto, esta sabia interpretación y ahí se concentra “El Problema” actual de los músicos callejeros.
Como todo lugar donde hay comercio y mucha gente involucrada, en la calle hay mafias. Los músicos y los artesanos se mantienen fieles a sus códigos, que son claramente otros, pero los que mandan en la calle, ya se sabe, son los más fuertes. Por eso, todos los que tocan en la vía pública tuvieron en algún momento un problema con la ley. Ya sea por denuncias, ciertas o inventadas, o por el acoso de los uniformados. Consecuencias: todos han tenido que aprender a hablar con la policía. “ Tuvimos que instruirnos en las reglamentaciones, que son bastante confusas… no hay nada realmente claro. Pero hay que conocerlas igual, por lo menos para charlar si surge algún problema”.
Además, están las leyes propias de cada calle: “Florida, por ejemplo, es un lugar raro: te pueden hinchar las pelotas todos los días o te pueden dejar tranquilo dos meses sin decirte nada. Igual nunca le dimos plata a nadie: nosotros somos trabajadores que se ganan lo que tienen”. Los lugares en la calle Florida pueden obtenerse de distintas maneras. El aguante es uno de los caminos más transitados: si podés aguantarte un invierno tocando, con el frío, el entumecimiento y la gente más apurada que nunca; entonces tenés asegurado un lugar para el verano, el momento en que todos quieren tocar en la calle. Los que quieren entrar en el circuito pueden pedirle el lugar a los que están tocando, para usar después de que terminen. Pero generalmente es cedido en el peor horario, es decir, después de las 8, cuando las oficinas y los comercios ya se vaciaron de espectadores. Estos tiempos de elecciones son un momento particularmente complicado para los que trabajan en la calle, cuando el gobernante de turno quiere hacer notar su poder de limpieza. Está claro por los afiches de la campaña macrista que los músicos callejeros son otros de los tanto no-bienvenidos.
Master
La gente que transita por la calle es efímera. Pasa el tiempo, las caras se transforman y el tránsito perpetuo alimenta el ambiente de curiosos espectadores. Ni siquiera importan los errores de interpretación musical: el que lo perciba, en dos minutos estará en otro lado. “La gente se acerca, opina, baila, te saluda… es bastante caótico todo”, explica Marcos, el percusionista. Pero hasta del mismo caos se puede aprender: “La calle es un montón de secuencias juntas y es un desafío estar siempre despierto a lo que pasa, atento, pero disfrutando y tocando al mismo tiempo, transmitiendo esa alegría”.
Al momento de comparar al escenario callejero con el otro, las opiniones se dividen, pero están todos de acuerdo con que los contextos son distintos. La calle es una situación imposible de controlar o predecir, y el público está formado por gente que ni te conoce y a la cual en principio no le interesa lo que hacés. Marcos agrega: “Poder hacer que la gente baile o se mueva en la calle termina siendo la medida de tu éxito, porque es algo más espontáneo, del momento”. Isabella es la que parece tener los sentimientos más fuertes al respecto: “La calle es importante porque te enseña a superarte, a trabajar en grupo, a estar en contacto con la gente. Es una situación a veces dura, pero que te permite relacionarte con gente con la que no te podrías encontrar de otra manera. Y es el desafío constante de seguir tocando y no parar, ni por la gente que tira mala onda, ni por la policía, ni por lo que sea. Da mucha humildad todo eso”.
“Para mí sí es necesario tocar en la calle siendo músico, por lo menos una vez en la vida -se emociona Marcos- porque cuando hay un escenario hay una puesta en escena, se paga una entrada, hay público estable. Pero la calle es una experiencia más concreta, más furtiva… más real. Por eso cuando sale bien, está mejor”.

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