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La bienparida
Virginia Cosin. Acaba de publicar su primera novela, Partida de nacimiento, que narra las miserias de una separación. Una autora que nació donde hoy crece la literatura: el blog.
Entre un blog y un cuadernito apura su prosa breve, justa, encastra las partes de un todo que no sabe si será. Y ahí los fragmentos, como anotaciones de diario íntimo, se besan: juntos son el alma desnuda de una protagonista, madre, soltera, sola. El rompecabezas degenera el género que la tapa jura “novela” y juega al ritmo, al desorden, juega a algo que no se parezca a nada. Y ahí, así, puede romper cabezas si hablamos de la escritura, del estilo, pero más si hablamos de la maternidad, la separación, la soledad, esos grandes temas, que en Partida de nacimiento son contados desde las nimiedades, desde las intimidades, desde lo inconfesable, como esa bombacha sucia que te animás a sacar del cajón.
Los puentes entre realidad y ficción tienen su origen en ese nuevo territorio literario: el blog. Allí, al compás de las ganas o de la necesidad, Virginia Cosin fue escribiendo. Ahora ahí sube las notas que publica semanalmente para la revista Ñ. Antes, le sirvió para calcar las anotaciones de su cuadernito y teclear lo que su cabeza dictara. Por ejemplo, algo que su hija le decía al pasar (“Ken y Luisa Lane se separaron”), pero que calaba con la densidad de un tatuaje (“vos también”) en plena cotidianidad: todavía tenés que barrer, hacerle la comida a tu hija, ir a la reunión de padres, verlo a Él. Así nació esta novela de amor que se hace cargo de lo que nos pasa todos los días, y de lo que no.
La protagonista de la novela, al igual que la autora, está partida: nació en Venezuela, pero vive en Argentina desde los 5 años. Virginia es escritora casi desde siempre. Lo suyo, bien a la antigua, empezó en “cuadernitos”. “Pero para mí eso no valía… no servía… me hacía sentir muy miserable: eso no era escribir”. Luego abrió un blog: “Ahí las cosas se ordenaron. Empezaban a nacer los lectores, me halagaban, y pensé: “¡Ah! Por ahí esto que escribía en los cuadernitos no era una porquería inmunda”. Virginia habla de su obra como la escribe: alentando al aliento. Así que Virginia, a no caerse. No te quiero ver llorando ni pataleando ahora que tenés una novela editada. Y qué novela. ¿Viste que escribías bien? Y eso que yo no soy una amiga ni un tío. Lo mío es sincero, tanto como un comentario en el blog. Porque hay que atreverse a contar lo de las bombachas sucias. Hay que atreverse a mostrar cómo es ser madre soltera. Hay que atreverse a confesar cómo se llora a un hombre. Aunque no seas vos la que llora. Aunque sea otra, la de tu blog, la de tu libro. Aunque seas otra, Virginia, hay que atreverse.
Las gotas
Un día, que no fue hace mucho pero tampoco hace tan poco, todas esas gotitas del blog derramaron en libro. Cayeron mezcladas y seleccionadas y corregidas y vueltas a corregir. Cayeron un día en que Virginia se dio el mismo consejo que da a sus alumnos del taller literario: acá hay algo. Entonces corrió a la editorial Entropía con ese borrador y el “sí, lo publicamos” casi la parte de alegría. Siguieron trabajando el texto hasta tenerlo listo justo para cuando ella quería: un día, un día de sus 38 años.
Corrió luego a mostrárselo a su hija y chocó contra un qué me importa. Sin embargo, entendió. Y corrigió su primera pulsión: mejor que ni lo lea. Explica: “Es que en el texto aparece la suciedad. Hay algo de inconfesable, lo que uno tiene guardado en el fondo del cajón y no se anima a mostrar. La valentía de sacar la bombacha sucia del cajón es lo que más me fascina cuando leo y cuando escribo también. Son las miserias, las ambivalencias, las contradicciones, lo doloroso. A mí me interesa leer algo de lo que no me podría enterar de otra manera”.
Tres tipos de personas verbales –yo, tú, ella– y tres tipos de personas reales –Ella, la Niña, Él– atraviesan la novela siempre desde una misma perspectiva: ella. Cuenta: “Me gustaba que estén las tres voces. Porque hay momentos en que me hablo a mí misma, como una loca, y otras en las que estoy tan reconcentrada que soy una primera persona, sintiendo”. Y otras, transcribe, tipo blog, algún poemita: La soledad /es un papel /de calcar. Así, la loca, la que se mira y la que siente recorren juntas, pero separadas, distintas secuencias que pueden suceder un día cualquiera: “Porque en lo cotidiano es difícil descansar. Descansar en lo sólido tiene que ver con eso: con lo cotidiano. La felicidad no es necesariamente un sentimiento de gran voltaje”. Es más bien como la frase de Tom Jobin: “Tristeza nãotemfim. Felicidadesim. A felicidade é como a gota”. Y a vos, ¿qué te moja? “Mi hija, la escritura, el trabajo. Mi libro, ahora…”.
La herida abierta
Virginia sólo escribe, sola. Lo que quiere, lo que puede y lo que le encargan. Lo que le sale. Semanalmente cumple su rol de crítica literaria y le hace gracia: “Me queda un poco grande. Por otro lado, lo que intento es practicar mi propia escritura. Los comentarios que hago sobre libros son una excusa para escribir”. De allí ganó cierto eco que alimenta sus talleres literarios, donde se calza el vestido de docente: “Es una de las pocas cosas que puedo asegurar que hago bien. Tengo la escucha entrenada para ayudar a escribir”. Antes o después de escribir una crítica, entre que alimenta su cuadernito o aconseja a sus alumnos, Virginia también escribe guiones para documentales. Combo que ella resume con una palabra: puchereo. Un poquito de allí y otro tanto de acá, así también ha sido su currículum académico: pasó por Comunicación y Filosofía en la UBA, estudió cine, egresó de la carrera de dramaturgia en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático, obtuvo una mención en el V premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia.
Virginia habla y siempre se tira abajo. La pienso y escribo que nada de ella habla por su escritura, por su obra, que el misterio de su herida abierta y sangrante se mantiene, se detiene en el texto, derrama en su novela. Y no lo cuenta. Que yo confundo narradora con autora por su culpa. Que la realidad no es lo mismo que la experiencia. Y en el momento exacto en que estoy por terminar la nota, así, sin más, entro por última vez al blog que dijo abandonado, que aseguró era ya sólo “un archivo de las notas”, y encuentro una posible respuesta en su último post, que cita a Kafka:
“El misterio es el siguiente: Soy desdichado. Me siento a mi mesa y escribo: ´Soy desdichado´. ¿Cómo es posible? Mi estado de desdicha significa agotamiento de mis fuerzas; la expresión de mi desdicha, aumento de mis fuerzas. Por el lado del dolor hay imposibilidad de todo: de vivir, de ser, de pensar: por el lado de la escritura, posibilidad de todo, palabras armoniosas, desarrollos certeros, imágenes felices.”
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Ágora
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