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Aprendé a ser
El primer bachillerato popular trans. Estudiantes y profesores aprenden juntos a construir espacios educativos libres de discriminaciones y prejuicios. Cómo se abren horizontes de trabajo y convivencia.
Es jueves, último día de bachi en la semana. Son las 12, cuarenta minutos antes de la primera clase, horario de almuerzo. Hay lentejas y hay charla.
Laura: Hay días que pienso solo en volverme a mi Corrientes…
Lucas: Yo también estuve re cruzado esta semana…
Laura: Pero pensé en todo lo que lo dejaba…
Lucas: A veces sirve volver a empezar…
Laura: Sí. Pero uno se va construyendo todos los días…, ¿o no?
Laura, peluca prolija, dulce la voz, tacones, pollera ajustada, “La reina de Ezeiza”, pregunta y se lleva la cuchara a la boca. La mesa no puede evitar contestar(le): sí.
Lucas cuenta contento que se arregló con su abuela. El Pelado le dice: “Qué bueno”. Ya conoce la historia y por eso Lucas le aclara: “Me arreglé, pero no como para volver a la casa”. Desde hace año y medio está en la calle.
El Pelado: A mí me pasaba algo parecido (mira a Lucas), pero con mi mamá. No podía entender mis elecciones, lo que hacía, con quiénes me juntaba. Todo el día me estaba molestando, era insoportable… Me fui a la mierda. Ella era evangelista, viste, la cabeza muy cerrada…
Silencio.
Laura: Qué raro (de nuevo el silencio)… porque la misión de los evangelistas es salvar almas, ¿o no?
Laura, cuarentona, la única trava de esta mesa, propone, interpela, rompe. Lucas y El Pelado la miran atentos, atentísimos. También está con ellos Agustín Fuchs, comiendo, escuchando, aprendiendo, a pesar de ser el ideólogo, coordinador y profesor de Biología de este primer bachillerato orientado a personas transgénero. La otra comensal es Selene, callada hasta entonces. Su historia: su madre la internó hace 3 años por “la falopa”; tuvo que dejar la secundaria; pasó por tres granjas de rehabilitación; una vez se quiso escapar: además de cortarse por saltar un enrejado, llamó la atención del juez y su supervisión se agravó. Esperó a una “salida familiar” y le dijo a su madre: no quiero volver. “Y acá estoy, hace dos meses afuera”. Del bachi se enteró por Internet, a través de su hermana. “Estoy mucho mejor, acá la gente es muy buena onda. La semana pasada no pude venir nunca y me entendieron; me reponen las clases, me contienen”. ¿Y en tu anterior secundaria? “Mucha discriminación”.
A Lucas, veintipico, ojazos verdes, le pasó algo parecido. Viviendo en la calle perdió el documento y no pudo por años anotarse en el secundario. Un día caminaba (vivía) por la calle cuando se cruzó con un amigo: “¿Vos terminaste la secundaria?”, le preguntó. Lo llevó a su casa a dormir y a la tarde siguiente, vinieron juntos hasta el bachi. Su sorpresa: “Yo no sabía que estaba orientado a personas trans”. Todos ríen. “Cuando vine me quedé callado y empecé a mirar, y entendí. Yo no estaba al tanto de esta movida, vivía en mi mundo y poco a poco voy entendiendo que todos somos iguales. Que cada uno se construye como quiere ser”.
A Lucas se lo ve feliz, como a todos. Va apagando el pucho, entra al aula, despliega su cuaderno, antes anota el día de su cumpleaños en un calendario. Laura lo mira y hace lo mismo: anota la fecha y le hace un corazón rojo furioso alrededor. Las amigas de Laura, que acaban de llegar a clase, sacan sus roncas sonrisas. Se sientan a su lado, cuchichean. Lucas se hace un lugar, acomoda la estufa detrás de sus compañerxs, se sienta. Antes que entre la profe de Artes y Cuerpos, dice: “Además de todo lo que te dije… de estar todo el día solo y maquinando en la calle… necesitaba esto: hablar, estar con alguien”.
Vida de escuela
El bachillerato popular trans Mocha Celis funciona en el quinto piso del edificio que la Mutual Sentimiento tiene al lado de la estación Chacarita. Tuvo su primer clase el 19 de marzo de este año, antes incluso que muchas escuelas porteñas. Tiene más de treinta alumn@s (con “arroba” ahora más que nunca): su propuesta llama a terminar el secundario especialmente a personas trans, travestis, transexuales y transgénero. Pero no es exclusiva: por eso están Lucas, El Pelado o Selene. También hay profesores trans, y no.
Cursan las materias corrientes -lengua y literatura, inglés, historia, biología, matemáticas, geografía- y otras no tanto, incluso para otros bachilleratos populares: Tecnologías digitales, Artes y cuerpo, Construcción del conocimiento, Cooperativismo. Los tres años de cursada permiten obtener el título (todavía en trámite) de “Perito auxiliar en desarrollo de las comunidades”, orientado a promover la organización en torno a cooperativas de trabajo autogestionado y, en general, a conseguir mejores condiciones laborales. Mientras esto me cuenta Agustín, llegan tarde a la clase dos de las chicas; saludan y pasan rápido, casi escapando. Jenny, otra de las coordinadoras, alerta: “La segunda es nueva”. En el recreo le toman los datos, y completa la planilla:
Trabajo: “Zona”.
¿Le gustaría trabajar de otra cosa?: “Atender un kiosko”.
Personalidades
En el segundo cuatrimestre pondrán a prueba una materia que ya causa revuelo en el ambiente: Memoria Trans. Agustín ataja: “Lo pensamos como un espacio de construcción de un relato colectivo. No es sólo historia del activismo, sino que está planteado en términos de investigación y de poder vincularse con espacios que ya están funcionando”. En este sentido, adelantan, invitarán a distintas personalidades del activismo trans, como Marlene Wayar, Lohana Berkins, o Diana Sacayán, todas referentes que, además, con su apoyo o difusión rodean al bachi. Así, el Mocha Celis forma parte del Frente Nacional por la Ley de Identidad de Género, “lo que no significa que cada uno de los que estén en el bachi formen parte”. Al contrario: no hay exclusividades; pero sí hablan de “lo trans” como una propuesta política. Jenny, una de las coordinadoras, tira la idea: “Porque si no te topás con el activismo trans probablemente no te vas a encontrar nunca con un discurso no-condenatorio de la transgeneridad, que es el único que discute abiertamente con las certezas más ancladas”.
¿Quién sabe?
Los bachilleratos populares plantean desde hace más de diez años otro intercambio pedagógico y luchan por su reconocimiento concreto: títulos oficiales, salarios docentes, becas, financiamiento integral. Lo cuenta Jenny en el caso del Mocha: “Laburamos en parejas pedagógicas o equipos por materias, y todos y todas formamos parte de la organización en igualdad. El armado de la estructura se hace en el plenario. Laburamos por proyectos, no con evaluaciones escritas: es otro proceso”.
Agustín: “Los alumnos y las alumnas vienen con otros conocimientos, con otras sabidurías que son más valiosas que muchos textos académicos que uno puede leer. Todos traemos un montón de cosas que ponemos en juego acá, pero muchas veces nos vamos de la clase con otra idea”.
Hoy jueves no hay Matemática, pero el profe David está igual, compartiendo la charla y atajando imprevistos. Cuenta sobre su materia: “Tratamos de plantear la matemática desde lo cotidiano, desde la practicidad: el manejo de cálculos, que puedan hacer un presupuesto, nos coordinamos con la gente de informática como para hacer alguna planilla de cálculo, alguna formulita de Excel”. La propia lógica de muchos bachis permite dividir los cursos entre alumnos que tengan diferentes conocimientos, gracias a las parejas pedagógicas. “Hay gente que no sabía las tablas y gente que usa muy hábilmente la calculadora del celular. Nos encontramos que una alumna o dos ya venían con contenidos aprendidos y se aburrían en clase, y les ofrecimos colaborar. Que no cursen, pero si alguno de sus compañeros necesitan una mano, ellas hacen de apoyo”.
Cómo hacer un bachi trans
Agustín, uno de los coordinadores, elige dos orígenes para el parto del Mocha Celis:
El histórico que surge de 10 años de lucha de los bachis populares, y los 30 años de activismo trans, que en esta coyuntura pudieron empezar a dialogar.
Una expresión de deseo compartida con Francisco Quiñones, un amigo, a partir de la experiencia en otros bachilleratos populares y en el Frente Nacional por la Ley de Identidad de Género.
Algunas cifras pueden complementar esa “expresión de deseo” que menciona Agustín, o en todo caso entenderla:
La expectativa de vida de las personas transexuales es de 35 años.
Se estima que el 74% de la comunidad trans ejerce la prostitución.
Un 85% no terminó la secundaria.
La discriminación es la principal causa señalada para justificar el abandono de los estudios. También la temprana expulsión del hogar y las malas condiciones económicas.
A la calle, entonces, Agustín y sus secuaces fueron a buscar el alumnado: de ahí lo característicamente “trans” del bachi. “Fuimos a las paradas a hablar con las chicas y contarles del proyecto, y más allá de algunas situaciones tensas que tuvimos, hubo buen recibimiento”. En la batalla entre esas vidas agitadas y la contención asegurada de los profes logran mantener un promedio de asistencia regular de 20 chicos y chicas. “No son todas personas trans y no todas las personas trans que vienen se sostienen en la prostitución”, dice Agustín. Laura, la Reina de Ezeiza, asiente: es empleada doméstica. “Pero pensamos que si era nocturno, como muchos bachis de adultos, iba a hacer un obstáculo: o salgo a la calle o voy al bachillerato. Y si era a la mañana también: o duermo o voy al bachillerato”. Por eso, los horarios del bachi son de 12.40 a 5 de la tarde, de lunes a jueves. Los viernes lo reservaron para consultas y charlas.
Sueño en notebook
Hecho el boca a boca, avalado por los referentes de la movida, faltaba un detalle: cómo hacer un bachillerato popular. “Teníamos tiempo para presentar una serie de papeles hasta mayo, que incluían desde planos del lugar, la justificación del proyecto, hasta títulos docentes. Estábamos en marzo y teníamos dos meses para conseguir todo”. En tiempo récord lograron mucho: el Gobierno de la Ciudad aceptó la carpeta del Mocha Celis, que sigue completando papeles. Mientras duró el tramiterío, hubo un cambio de normativa que dio respuesta positiva a un reclamo histórico en la lucha de los bachilleratos populares: pasaron de depender de la Dirección General de Planeamiento Educativo a la Dirección de Adultos de la gestión estatal. La diferencia los habilita ahora a reclamar al Estado por sueldos y financiamiento integral. ¿Y el Mocha?: “En este cambio de normativa quedamos medio cajoneados. Durante algunos meses no pasó nada: íbamos al Ministerio y nos mandaban de un lado a otro. Entonces tomamos la decisión de incorporarnos a la Coordinadora de los Bachilleratos Populares en Lucha, para tener más fuerza. Y con eso el Ministerio agilizó todos los trámites. Funciona así la cosa…”. Junto a la Coordinadora ya organizaron dos marchas para reclamar por la validez de los títulos.
En tiempo récord, también, acondicionaron un espacio en desuso de la Mutual Sentimiento. “Lo vaciamos, lo limpiamos, levantamos paredes, conectamos la electricidad: todo un trabajo que llevó bastantes horas de esfuerzo físico, pero está quedando lindo”, cuenta el sonriente Agustín sobre el espacio todavía en construcción. Por eso, aceptan donaciones de estufas, bombitas de luz, teclados de compu y, sueñan, notebooks para todos los alumnos.
Por último, Agustín tiene bien claras las razones que conectaron “lo bachi” con “lo trans”, más allá del Mocha Celis: “El activismo trans nunca estuvo aislado. No sé si es madurez social, pero no dudo de que el arduo trabajo de años y años de muchas personas trans fueron haciendo esta historia. En otro momento, si hacías un bachillerato trans venía la policía. Hace poco empezaron a surgir las primeras cooperativas de trabajo de travestis y personas trans, dos temas que yo veo que van de la mano, que forman parte de una misma lógica de funcionamiento”.
El bachi popular trans Mocha Celis puede entenderse así como la culminación de un proceso, o como la apertura de otros, nuevos: personales (“atender un kiosko”), educativos (acceder a una educación terciaria), laborales (una cartelera acerca trabajos requeridos: Gaby necesita una peluquera, Vero una empleada doméstica), cooperativos. O quizá sólo se explique desde las sonrisas de Laura, Lucas, Selene, Agustín, Francisco, que juntos invocan la ecuación de la artista trans Susy Shock:
Si los solos se juntaran,
la soledad queda sola.
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