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Clases de locura

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Alberto Sava. El fundador del Frente de Artistas del Borda explica en esta charla lo que representa hoy un manicomio, cómo el Estado sigue alterando la ley y el sentido de la lucha que sinteza una palabra rara, que marcó su trabjo y su vida: desmanicomialización.

Clases de locura
Se abre el telón de la entrevista y Alberto Sava, mimo, psicólogo social, fundador y coordinador general del Frente de Artistas del Borda (FAB), sale a escena y dice: “El manicomio no es un hospital: es un campo de concentración”.
Ésta vez, como mimo que es, no usa gestos ni muecas para expresarse o, mejor dicho, si lo hace es para enfatizar su voz, que es ronca como un motor encendido. No usa palabras: le salen flechas: “El manicomio es, por donde se lo mire, un lugar de violación de los derechos humanos, donde hay internados-detenidos-desaparecidos: por cómo viven, por la sobremedicación, por la violencia psíquica y física que soportan. Con mayor o menor intensidad, se los tortura. Enrique Pichón Riviere decía que uno es una persona en la medida en que pueda pensar, sentir y hacer. El manicomio te va anulando esas capacidades progresivamente: día a día va destruyendo tu pasión, tu deseo, tus vínculos sociales. Entonces te convertís, como dicen ellos, en un ladrillo más del hospital”.
No lo dice desde la distancia o la academia, ni tampoco con el dedo levantado desde arriba de un pupitre. Ni desde un lugar de denuncia panfletaria. Lo dice como integrante y creador de una experiencia transformadora y alucinante: el arte como dispositivo para combatir ese centro de torturas y la lógica manicomial, agravante del sufrimiento mental.
Con ustedes, el padre del Frente de Artistas del Borda.
Trabalenguas
¿Qué significa el trabalenguas llamado desmanicomialización? Sava: “Es la negación del manicomio. El desequilibro psicofísico se puede atender en un hospital general, como cualquier otro problema, en tiempos más o menos cortos, y después, básicamente, con tratamiento ambulatorio. La locura no requiere internación, no necesita sobremedicación ni exclusión”.
El Frente de Artistas del Borda surge a fines de 1984 con el objetivo de producir arte como herramienta de denuncia y transformación social y desde artistas internados y externados en el Hospital Borda su objetivo era y es generar, desde el arte, un continuo vínculo con la sociedad. En palabras de Sava: “Ir al frente” (uno de los motivos por los que se llama “Frente de Artistas”), era y es exponerse a salir, cuestionando de esa manera el imaginario social respecto a la locura.
Locos a la calle
Antes de propiciar el Frente, y aún antes de la dictadura militar, Sava trabajó en el Hospital Moyano, haciendo un trabajo psico-sensitivo en las mujeres internadas, a través de técnicas de mimo corporal. La dictadura de 1976 reprimió también este tipo de práctica. Si se quiere entender por qué, ya unos años antes Michel Foucault había escrito sobre cómo el poder disciplina los cuerpos.
En esa génesis Sava desarrolló lo que él llama “teatro participativo”, que no apela a la ficción, ni a los espacios convencionales, ni convoca “espectadores”. En su lugar, trabaja con la realidad, en espacios cotidianos y con “participantes”: “Trabajar la realidad para transformarla y crear nuevas realidades”, argumenta.
Sus definiciones tienen una potencia nacida de la práctica: “En el teatro participativo tomás un lugar, hacés un trabajo de investigación en función del espacio, situás acciones, generás una cantidad de situaciones que de alguna manera transformen la realidad de ese lugar con una actividad cuestionadora. Podés intervenir individualmente o grupalmente. Y otra posibilidad es trabajar el teatro participativo en instituciones”.
Eso fue lo que hizo cuando lo convocó, en la primavera democrática de 1984, el jefe del servicio de Psicología Social del Borda, José Grandinetti, con quien había desarrollado toda la experiencia anterior.
Grandinetti le dijo: “Vos tenés la experiencia de sacar el teatro a la calle, ahora vamos a sacar a los locos”. Con la sensación de abismo de cuando todo está por hacerse, se echó a andar: primero hizo un profundo trabajo con los internados y, a partir de sus observaciones, comprendió que había interés en desarrollar cuestiones artísticas.
El arte de hacer arte
Estaba gestando, todavía sin saberlo, el Frente de Artistas del Borda: “Lo que veía era un lugar de mucha angustia y tristeza, mucho abandono psíquico y físico. Pero al mismo tiempo veía a estos potenciales artistas haciendo poesía o pintando en el pasillo. Entonces propuse formar un grupo de artistas, pero no para hacer arteterapia. El arte en el manicomio es también como el propio manicomio: siempre se utilizó como una excusa para que los llamados ‘pacientes’ pudieran hacer una actividad artística, pero no arte: hacer una escena, elegir un personaje. Había una intervención clínica, pero no hacían arte. Creo que el arteterapia es una actividad interesante, que trabaja sobre la subjetividad de las personas, pero no provoca transformación ni dentro de la institución, ni afuera. Queda ahí: el límite es el sujeto. Entonces, nos propusimos formar un grupo de artistas. No iba a ser una experiencia de entretenimiento, sino militante: asumir el compromiso de ser protagonistas de un cambio para sí y para los demás”.
¿Qué pasos siguieron para que el proyecto tomara forma?
Lo que planteamos fue que si los beneficiados o perjudicados iban a ser las personas que viven adentro, lo teníamos que construir con ellos, con ‘pacientes’. En Italia los llaman “usuarios”, porque hacen uso de los servicios de salud del Estado; nosotros los llamamos “talleristas” porque trabajan en talleres de arte. Empezamos por la elección del nombre, que fue pensado, discutido, debatido y votado. Luego, creamos un espacio colectivo donde todos pudiéramos pensar la historia que íbamos a recorrer y lo llamamos “la asamblea”, en donde una vez por semana, ahora cada quince días, proponemos todo lo que esté relacionado con el FAB: desde comprar una lapicera hasta organizar un Festival Latinoamericano de Artistas Internados o crear una Red Nacional de Arte y Salud Mental. Todo fue debatido y decidido a mano alzada entre todos, los que veníamos de afuera y los que estaban ahí. Eso dio, como primer movimiento para los que estaban adentro, una cosa nueva: volvían a sentir que eran protagonistas de algo. No sabían de qué todavía, pero empezaban a poner en funcionamiento un deseo, algo que les gustaba. A partir de ahí se empezó a construir el proyecto.
6.000 producciones
Desde ese comienzo se sostuvo que para formar artistas había que crear espacios donde se pudieran aprender y aprehender la disciplina y la técnica; se dijo que como docentes había que convocar a artistas, que no podía estar dirigido por psiquiatras, psicólogos ni asistentes sociales, sino por quienes supieran orientar esas capacidades potenciales: entrar en un proceso creador para llegar a una producción de buena calidad, y brindarla para que los talleristas se expusieran como personas y se socializara su problemática.
Así, en estos 28 años, crearon 6.000 producciones donde lo central, sin embargo, no es, la cantidad, ni siquiera la calidad, sino la posibilidad de cambio que implicó en sus integrantes. Sava detalla que desde el momento en que el Frente sale afuera (en este caso “salir afuera” no es redundante porque ese afuera tiene otra dimensión para el adentro), produce tres efectos:
Lo subjetivo: la persona que está internada, que es un desaparecido, se hace visible: aparece su presencia, vuelve a ser persona. Es sujeto y además sujeto militante, agente de cambio.
Lo institucional: el manicomio es un campo de concentración, es un lugar cerrado que desde la superestructura intenta que nada se sepa hacia afuera. En el momento en que el arte sale, circula la “locura” y la denuncia de la violación a los derechos humanos: se sabe lo que pasa adentro. Así se genera un nuevo movimiento que pone a flote las contradicciones: los que están a favor y quienes están en contra de un proyecto desmanicomializador. “Cuando entramos, el 99% ni utilizaba la palabra. Ahora hay entre un 50 o 60% que quieren avanzar o lo ven con simpatía”.
Lo social: “En la medida que todo esto circule, la gente tiene información nueva, por lo tanto se posiciona desde un lugar distinto, no desde el de ‘pobrecito el loco’, sino desde una posición más ideológica, más política. Solidarizarse desde un cambio, no desde la misericordia”.
Vínculos, pesos y drogas
El FAB nunca, ni siquiera en esa primavera democrática, fue parte de la estructura del Borda. Es, como La Colifata o Pan del Borda, un grupo independiente, y todos ellos funcionan enlazados entre sí.
En estos 28 años de trabajo han soportado de todo: la indiferencia de las autoridades, la deslegitimación, el cierre de sus espacios de encuentro, la falta de gas, y un amplio etcétera. De parte de la institución nunca hubo recursos humanos, económicos ni técnicos a disposición, salvo honrosas excepciones, a título individual.
Para organizarse, entonces, el Frente formó una cooperativa de trabajo: todo lo que produce el FAB se piensa para que genere algún tipo de ingreso: las entradas de las funciones, por ejemplo. De lo que se recauda, la asamblea resolvió que el 80% se destine a los talleristas; un 10% queda para la compra de algún material; y el porcentaje restante se destina a un fondo común que la asamblea resuelve en qué utilizar, en general para apoyar algún viaje.
El otro recurso que saben administrar con apasionada locura son los vínculos sociales: “Lo que nos permitió sostenernos, justamente, fue el lazo social que produjimos con el afuera, saliendo del manicomio: con instituciones de la comunidad y con organismos de derechos humanos, entre tantos otros”, expresa Sava.
Además, planta bandera: “No nos ligamos a las empresas privadas porque te limitan en tu pensamiento y en tu acción, sobre todo, con los laboratorios que se han acercado a nosotros: quieren que les hagamos un programa, un afiche. Les dijimos que no, porque estamos en contra de la existencia de los laboratorios en cuanto al negocio y la utilización indiscriminada de la droga. Se considera que el 80% de la medicación que se da en el Borda es inútil: sólo sirve para neutralizar. No es una medicación personalizada. En lugar de una píldora, te van veinte. Alfredo Moffat decía que en los manicomios no sólo tranquilizan a los pacientes, sino a los laboratorios, porque sino existieran ellos dejarían de ganar millones de dólares al año”.
Qué hacer con un manicomio
El 25 de noviembre de 2010 el Congreso sancionó la Ley Nacional de Salud Mental. En su artículo 27, expresa:
“Queda prohibida por la presente ley la creación de nuevos manicomios, neuropsiquiátricos o instituciones de internación monovalentes, públicos o privados”.
Los principios expuestos en esta ley recogen el espíritu desmanicomializador, pero como aún no fue reglamentada, su aplicación es sinuosa. Sin embargo, es una herramienta importante, que legaliza lo que ya estaba legitimado: el fin de los manicomios.
Muchas de las referencias desmanicomializadoras conducen a Trieste, Italia, donde el psiquiatra Franco Bassaglia desplegó, por primera vez, un dispositivo de salud mental con un enfoque comunitario. Sava: “Yo estuve en Trieste hace casi cinco años y funciona maravillosamente: el manicomio no existe más. Los pabellones pasaron a ser una universidad, un jardín de infantes, una cooperativa de trabajo, un museo. A medida que se van yendo los ‘usuarios’, con los mismos recursos destinados al manicomio, se integran a la sociedad: si la persona no tenía casa o familia, el Estado les alquila un departamento y, paralelamente, desarrolla cooperativas de trabajo: en la medida que hay ganancia se distribuye equitativamente entre los cooperativistas. Ese es un verdadero proyecto desmanicomializador: no es el cierre del hospital, sino que el manicomio se transforma en un hospital general y con un servicio de atención del sufrimiento mental, con internaciones cortas”.
En la Argentina se intentó hacer en el año 84 con tres experiencias piloto: en Río Negro, Córdoba y en el Borda. En el primer caso, en la ciudad de Allen, se cerró el único manicomio que había y el proyecto desmanicomializador sigue funcionando. El resto lo explica Sava: “En Córdoba se avanzó, pero no funcionó. Hubo mucha resistencia, como en el Borda, de las corporaciones médicas y de las organizaciones sindicales”.
¿Cuál es la razón por la que los sindicatos se oponen a la desmanicomialización?
Por temor a la pérdida de trabajo. Eso es lo que impulsa Macri, que adoptando mal el concepto desmanicomializador: pretende el cierre de los hospitales psiquiátricos públicos sin ninguna atención ambulatoria. La experiencia desmanicomializadora a nivel mundial genera más puestos de trabajo. En Trieste creció un 300%. Pero la lógica manicomial también atraviesa a los profesionales: entran en una inercia institucional en la que no hay deseo, no hay pasión, no hay proyecto.
Antes de apagar el grabador, saludarnos y despedirnos; antes de estirar la mano para frenar un colectivo desbocado, subir a él y mezclarme entre otros, ocupar un espacio vacío, una porción de la nada o de minúsculas partículas que al ojo humano son la nada misma; antes de todo eso, antes de volver a ser yo y no Yo, escuché a Alberto Sava decir la frase con la que comprendí que el tiempo, como recurso, puede medirse en segundos, pero también en propósitos: “Esta obra va a terminar –porque una experiencia de teatro participativo puede durar un minuto, una hora, un día o 30 años– cuando se cierre el manicomio. Yo voy a poner un cartelito que diga ‘Fin de la obra El Borda’. El Borda para mi es un proyecto a terminar, y que no voy a dejar hasta que eso se produzca”.
 

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