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La ley de la soja
El 11 de junio comienza el primer juicio por las fumigaciones que provocaron al menos 60 muertes y 169 casos de cáncer en un barrio en el que las Madres lograron detener el crimen. La otra contaminación las afectó a ellas: ahora están divididas.
Sobre las mismas tierras que enfermaron a los vecinos del barrio Ituzaingó Anexo, al sudeste de la ciudad de Córdoba, hoy se están levantando las primeras casas que auguran un nuevo barrio. Allí donde hubo soja, antes un basural, antes una represa, antes una canchita de fútbol y antes aún un canal de agua, está comprobada la presencia de plaguicidas como malation, endosulfán, DDT, HCB, y otros menos célebres. Así lo han determinado distintos estudios que las Madres de Ituzaingó lograron forzar desde el año 2002, cuando comenzaron a organizarse. Una lucha que hoy, más de diez años después, se encuentra fragmentada, acaso como otro efecto de un modelo destructivo.
Es oficial: tenían razón
El barrio Ituzaingó Anexo se hizo más conocido que nunca en 2009, cuando mereció la atención de la presidente Cristina Fernández por la cantidad alarmante de casos de cáncer entre los vecinos, que lo venían denunciando desde mucho antes. El Plan Ituzaingó que se inició tras la intervención presidencial –un relevamiento que estudió las enfermedades en el barrio–, concluyó recién en diciembre pasado, con resultados contundentes, no muy distintos al informe casero que habían presentado algunas madres a fines de 2001, sin la logística estatal:
En los últimos diez años, el cáncer figura como causa de muerte en el 33% de los certificados de defunción.
La densidad de los casos aumenta según la cercanía a las zonas cultivadas.
Se incrementaron los casos de cánceres de mama y próstata.
El análisis de sangre en niños del barrio presenta pesticidas por encima de la media de los que viven en la ciudad.
Malformaciones judiciales
Si bien el informe no presenta grandes revelaciones respecto a otros previos, es categórico al vincular la cercanía a las zonas cultivadas con las causas de mortalidad (fundamentalmente por cáncer). Otras variables, como la contaminación producida por los transformadores eléctricos con PCB, quedan en segundo plano.
En sintonía con estos resultados, el 11 de junio tendrá lugar el primer juicio en Latinoamérica que sienta en el banquillo a dos productores sojeros y a un piloto aereoaplicador por incumplir las normas en la fumigación con agroquímicos. Una causa que inició Sofía Gatica, madre emblemática del barrio, que acaba de recibir el Premio Ambiental Goldman, y que tiene como querellantes a más de 30 vecinos de Ituzaingó Anexo afectados, incluso Madres que se alejaron de Sofía. Una de ellas es Eulalia Vita Ayllón (su nieta sufrió una malformación renal de nacimiento), empleada en una escuela, con casa a metros de estos campos: “Es importante que los procesen, pero no es la solución. Los productores son el último eslabón de este modelo. Acá hubo otros responsables que permitieron que usen plaguicidas sin que se los controle. Hay decisiones políticas que se deben tomar para el bien de la salud. No solamente de este barrio, sino de toda la Argentina”.
En esto coincide Sofía Gatica (su hija nació con graves malformaciones orgánicas y murió a los pocos días de nacer), empleada administrativa del área de Salud de la Municipalidad de Córdoba, mudada de Ituzaingó al centro de la capital provincial: “El hilo se corta por lo más débil. Los productores también son del barrio. El problema de Ituzaingó está en toda Argentina y nosotros nos estamos enfrentando vecino contra vecino, mientras las multinacionales nos manejan como títeres”.
El juicio ante la Camara I del Crimen, el loteo de las tierras contaminadas, también el premio Goldman que Sofía recibió este abril, volvieron a encender el debate, que incluye siempre el recuerdo de algún familiar enfermo, los problemas de salud actuales, la influencia del Estado, los personalismos y una historia de lucha que continúa, que debe continuar a pesar de todo.
La ciencia de lo casero
Nunca es tarde para sobrevolar la historia de las Madres de Ituzaingó, sobre todo si en ella todavía pueden rastrearse diagnósticos y lecciones de esta época.
En junio de 2002, dieciséis mujeres decidieron llamarse las Madres de Ituzaingó materializando una lucha y un espíritu de justicia que habían ido forjando durante varios meses. Desde fines de 2001, lo que eran rumores del barrio se habían convertido, al mismo tiempo, en pruebas concretas y una pregunta: ¿Qué está pasando? Mujeres con pañuelos en la cabeza, delatando tratamientos de quimioterapia, chicos con barbijo, noticias de muertes en el barrio.
Sofía Gatica y Beatriz López Ferreyra alcanzaron al Ministerio de Salud un informe casero que relevaba la cantidad, el tipo y la ubicación de las enfermedades en cuatro manzanas, donde cada familia tenía un enfermo de cáncer, lupus, leucemia, nacimientos de bebés con malformaciones.
El Ministerio cajoneó el estudio. Las Madres relacionaban sus resultados con distintos problemas que venía padeciendo Ituzaingó:
1) Primero pensaron en el agua: “Era intomable, salada, te dejaba mal la piel, te daba problemas de intestinos”, describe Vita, una de las fundadoras, que se había sumado al reclamo en marzo de 2002. Tras varias idas y vueltas lograron cambiar el proveedor de agua de todo Ituzaingó.
2) Luego la hipótesis pasó al PCB (considerada una de la sustancias más tóxicas del mundo, utilizada para refrigerar transformadores eléctricos) que se liberaba de esos aparatos instalados en torres de electricidad. Sus efectos contaminantes fueron confirmados en un estudio que se hizo como siempre: presionado por las movilizaciones vecinales.
La pista verde
Mientras tanto, a metros de las casas de las Madres –que vivían, todas, en cuatro cuadras a la redonda– desde el año 94 se cultivaba soja: “Nosotras estábamos felices porque veíamos todo verde. Levantarse y ver la soja era una maravilla. Cuando venía la avioneta y fumigaba todo el mundo estaba feliz, los chicos salían corriendo cruzando el campo. Era un espectáculo”, recuerdan Vita y Cristina (su marido murió de una leucemia linfática aguda), dos de las Madres que viven en el barrio desde los 70.
La plaga era el plaguicida
En los años 90 esa superficie exhibía maíz, sorgo y luego, la soja que dio color a un paisaje gris, conquistó a todos y fue la última en la rueda de reconocimiento sobre qué cosa los estaba enfermando.
Un buen día un biólogo pronunció una palabra que nunca más abandonaría el barrio: agroquímicos. Y empezaba a aparecer otra opción a las hipótesis y misterios sobre el origen del drama de muerte y enfermedad en el barrio. Entonces volvieron al estudio del agua y encontraron allí que se había detectado endosulfán: “Una fuente de contaminación se da por deriva, por el arrastre aéreo de los plaguicidas hacia las zonas pobladas. Los tanques de agua estaban descubiertos y por eso se halló endosulfán, uno de los utilizados para la soja”, explica Raúl Montenegro, Premio Nobel alternativo en 2004, profesor titular de Biología Evolutiva en la UNC y presidente de la Fundación para la Defensa del Medio Ambiente (FUNAM), además de apoyo científico en esos primeros años de las Madres. Otro estudio confirmó la presencia de plaguicidas en la sangre de, por lo menos, 23 niños del barrio. A partir de estos resultados que confirmaban sus temores, las Madres fueron cambiando la realidad de su barrio.
En 2003 consiguieron la sanción de una ordenanza que prohibió las fumigaciones a menos de 2.500 metros de las viviendas, exclusiva para Ituzaingó Anexo. Fue el trampolín para la ley provincial que limita estas sustancias dentro de los 500 y 1.500 metros de las zonas pobladas, y uno de los antecedentes del fallo de Cámara de Apelaciones de Santa Fe, que en 2010 dejó firme la prohibición de utilizar glifosato en cercanías de zonas urbanas. Invirtió la carga de la prueba (los que debían demostrar que el glifosato no contaminaba eran el gobierno provincial y la Universidad del Litoral) y exigió nuevos estudios a la provincia. Un año antes, en 2009, el caso de Ituzaingó Anexo forzó la creación del Instituto Nacional de Investigación sobre Agroquímicos que, si bien hoy funciona irregularmente, diseñó para el barrio las siguientes obras:
Cambio en la fuente de agua potable de agua de pozo a agua de red.
Limpieza de tanques.
Reemplazo de transformadores con PCBs a libres de PCBs.
Pavimentación de gran parte del barrio.
Tensiones e intenciones
Todo lo que relata esta historia es producto de ese movimiento vecinal liderado por mujeres. Sin ellas nada de todo esto se hubiese podido escribir. Lograron, por ejemplo, que Ituzaingó tenga un centro de salud propio. “Pusimos las mesas, las sillas; yo puse una camilla de podólogo que tenía acá para que el doctor pueda atender”, cuenta Vita.
A pesar de todo esto, en el barrio no todos quieren a las Madres. “Dicen que por las denuncias desvalorizamos la vivienda, que no pueden conseguir trabajo, hasta me prohibieron entrar al almacén”, relata Sofía Gatica sobre los tiempos en que aún vivía en el barrio. “En todos lados te van a hablar bien de las Madres, menos en Ituzaingó”, remata.
La tensión impactó en el grupo.
En 2004 algunas de las Madres se habían ido alejando. “Cuando quedé embarazada me dijeron que mi nena iba a nacer con una malformación renal, y me fui porque había que dedicarse y hacerle muchos estudios”, cuenta Fabiana Gómez, 40 años.
En 2005 terminó de colapsar la relación entre las Madres: primero por una computadora donada por un programa estatal y luego por un pasaje de invitación a un congreso ambiental. En el reparto de estos recursos saltaron los personalismos, las broncas contenidas.
Dicen que Sofía reclamó su rol como una de las pioneras y movilizadoras. Y que muchas se enojaron y alejaron, como Vita, como Cristina. Hoy hay argumentos encontrados que poco tienen que ver con esta nota. La complejidad de la historia debe entenderse a la luz del dolor, de las urgencias económicas, en la densidad de diez años de lucha y de influencias externas (Estado, partidos políticos, oenegés, entre otras) que, más allá de buenas y malas intenciones (que las hay) someten a estos movimientos a dinámicas que no les son propias: las alteran.
El juicio
Las Madres son, ahora y en la práctica, dos grupos que conservan igualmente su identidad y funcionan como referentes para estudiantes, ambientalistas, científicos, periodistas, vecinos, tanto por su historia como por lo que siguen denunciando. La proximidad del juicio las tiene más que nunca apuntaladas por activistas y profesionales que aportan información y estrategias para seguir reuniendo pruebas. El 11 de junio comienzan las sesiones que investigarán dos hechos puntuales:
La denuncia de Sofía Gatica al productor agropecuario Francisco Parra por violar la distancia restrictiva en el uso de plaguicidas.
La actuación de Parra y otro productor, Jorge Gabrielli, y el piloto aereoaplicador, Edgardo Pancello, también por infringir los límites de fumigación. En este caso la denuncia fue radicada en 2008 por el ex subsecretario de salud de la Municipalidad de Córdoba, Merardo Ávila Vázquez
El fiscal Carlos Matheu imputó a Parra por “contaminación dolosa continuada” y a Gabrielli y Pancello “por contaminación dolosa”. Las penas varían de 3 a 10 años de prisión, y de 10 a 25 años si se prueba que la contaminación produjo muertes. En ese caso, la querella podría responsabilizar a los funcionarios públicos encargados de fiscalizar y controlar el uso de agroquímicos.
¿Números o personas?
En este sentido se considera “causa madre” a la generada por una primera denuncia iniciada por FUNAM en 2002 y que reflotó este año, mediante la cual se busca relacionar las enfermedades y las muertes ocurridas en el barrio con la aplicación de plaguicidas, “pero también con PCBs, metales pesados y arsénico, otros contaminantes presentes en el lugar”, agrega Montenegro, querellante en la causa. Para Sofía Gatica, en cambio, esto que Montenegro llama “coctel de contaminantes” no sirve a los fines prácticos de la causa: “Una investigación de esa índole tardaría muchos años y no habría garantías para relacionarlos con las muertes”. Para trazar su propia estrategia, Gatica anuncia que se presentará como querellante. Por su parte, el fiscal Matheu adelanta: “Intentaré demostrar si hubo o no un nexo estadístico o probabilístico entre esas fumigaciones y las muertes por cáncer registradas en el barrio”. Hasta ahora, el nexo se lee a la luz de estos relevamientos:
En 2005 el Ministerio de Salud provincial registró 169 casos de cáncer en Ituzaingó Anexo.
El fiscal Matheu asegura que los estudios más recientes determinan 160 pacientes oncológicos registrados y debe considerarse un número, aún impreciso, que no baja de los 60 fallecidos y que, según la estadística barrial, llega a 100.
La investigación por esta causa tendrá sus propias pericias, que según la fiscalía estarán listas a fin de año.
Todas las partes coinciden en que determinar la incidencia de los agroquímicos y otros contaminantes no es tarea sencilla. La estrategia de la fiscalía no contempla establecerlo como “causalidad” sino como “probabilidad”, una especie de estudio comparado con distintas mediciones. Una de ellas es la de la IARC (en español: Agencia Internacional de Investigaciones de Cáncer) que establece como parámetro 1 caso de leucemia cada 100 mil habitantes. En el barrio Ituzaingó Anexo, de poco más de 5 mil habitantes, se registraron 20.
Desde el Estado
¿Por qué Sofía Gatica se fue del barrio? “Por suerte puedo pagar una diferencia entre el alquiler de mi casa y esto, porque si no seguiría allá. Hay gente que no tiene esa oportunidad, que no puede salir. Yo elegí irme. Tengo a mi hijo afectado, van a seguir fumigando, van a seguir dañando. Pensé: ‘Me voy y la lucho desde afuera’. Porque yo tengo que volver a mi casa en algún momento ¿Hasta cuándo voy a alquilar?”
Buena pregunta: ¿hasta cuándo?: “Por lo menos hasta que dejen de fumigar” dice.
¿Y el cargo municipal? “Lo acepté porque mi marido estaba sin trabajo. Ya en 2005 me había ofrecido un puesto. Dije que no, porque había una compañera que había estado ahí mucho tiempo por el Plan Jefes y Jefas, y le correspondía a ella. Unos meses después me vuelven a decir: ‘Sofía, ¿no querés trabajar en el área de Salud?’. Y acepté”.
¿Eso afectó su relación con las Madres? “No me interesaba si se enojaban o no. ¿Sabés qué me interesaba? No poder mandar a los chicos a la escuela. Es un momento en que vos no pensás en ninguna otra cosa”.
¿Y estar en el Estado? “Al poco tiempo de entrar fui a reclamar por unos análisis para el barrio. El doctor Salinas me dijo: ‘Usted, como empleada municipal, no puede ir en contra de la Municipalidad’. Le contesto: ‘Yo vengo a reclamar por mis derechos, y si usted cree que me dio un trabajo para callarme la boca, se equivoca’. Y presenté la renuncia”. El intendente de ese momento tuvo reflejos: “El doctor Luis Juez me recibe y me dice que no me iban a aceptar la renuncia, que estaba reclamando por lo justo y que podía seguir”.
Construyendo sobre los restos
Es feriado y Javier aprovecha para adelantar la construcción de su futura casa. Subido a un barril, pone el último ladrillo de la fila; acaba de terminar una de las paredes. Se puede decir que le falta bastante, pero ha hecho mucho. En apenas dos meses terminó la estructura, las paredes y el suelo, hasta tiene separados los ambientes del interior. Su novia mira desconfiada, pregunta por la cámara de fotos. Momentos después nos mostrará orgullosa la distribución de los cuartos: acá iríamos nosotros, este es el baño, esta es la pieza para nuestro futuro hijo. Javier se baja del barril, estira la mano empolvada, se presta a charlar. No, él es no es de Ituzaingó, viene del barrio Acosta. Sí, conoce a las Madres, alguna vez las vio en la tele. Sí, también, sabe que en esas mismas tierras hubo un basural, se cultivó soja y se echaron plaguicidas. Pero…
“¿Qué voy a hacer?”
Se enteró del loteo por un conocido y enseguida vino a averiguar a Ituzaingó Anexo. Un viejo en una casilla, la cara visible de la empresa Tierras del Sur, le remarcó que los terrenos no estaban contaminados. Encima, dice, le dieron todo tipo de facilidades: el pago era en cuotas y a la segunda, ya podía empezar a construir. Le asignaron la manzana 23. Todavía no hay luz ni agua, por lo que Javier se trajo un barril de agua para hacer la mezcla del cemento. Va adelantado. Por ahora, están casi solos en el paisaje gris tierra.
Todavía es incierta la habilitación del loteo por parte de la Municipalidad de Córdoba, que mantiene su inacción ante las denuncias de la FUNAM y un grupo de las Madres. El estado que eligen para describir la situación es el “alerta”, recordando los estudios del CEPROCOR, que en 2003 registraron en esos mismos suelos la presencia de los siguientes contaminantes:
Residuos de plaguicidas actualmente prohibidos (ya no se comercializan) y que se utilizaron en el pasado, como DDT, clordano, heptacloro y HCB.
Residuos de plaguicidas actualmente autorizados, como malathión, clorpirifós y endosulfán.
Una fuerte contaminación con arsénico que supera lo permitido para suelo residencial el reglamento de la ley nacional de Residuos Peligrosos.
Por su parte, Tierras del Sur, una de las empresas que tiene a cargo una parte del loteo, salió a desmentir públicamente estos estudios, con informes propios y de la Universidad Tecnológica Nacional, aunque no los publicaron. El biólogo Montenegro asegura que la FUNAM “hará una presentación ante la Municipalidad de Córdoba ratificando la presencia de estas sustancias”.
Javier razona: “Cada uno tiene sus argumentos, no hay nada concreto. Estaría bueno que se sepa de una vez por todas”.
¿Y si están contaminadas?
“Qué voy a hacer”, repite.
Cruza una mirada con su novia. La charla lo ha incomodado un poco. Levanta la vista y la fija en el horizonte, más atrás están los campos de soja, después se ven árboles y el sol cayendo. “Está lindo el lugar, eh”.
Javier termina la charla.
Quién soy yo, qué se yo, para arruinarle un sueño.
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