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Ni hablar
La columna de Pablo Marchetti.
De repente mi papá ya no me habla, mi viejo, que era fanático de todo lo que yo hacía, que me había mostrado el camino del delirio político y de la política en el delirio, que me enseñó a cantar Hijos del pueblo y la Marcha Peronista, que me contó quiénes eran William Cooke y Horacio Salgán; mi viejo que a los 67 años se fumó por primera vez un porro conmigo en Barcelona, en la ciudad, no en la revista, aunque la revista que fundé llevaba también su sello, porque eso es lo que mi viejo me legó, de repente mi viejo ya no quiere hablar conmigo y lo peor de todo es que no quiere darme una explicación concreta de por qué se peleó conmigo, porque ni siquiera es que se peleó, simplemente se ofendió o algo así; mi viejo ni me habló, ni me dijo “gracias” cuando fui a su casa por su cumpleaños y le llevé de regalo el libro de Rafael Correa, tal vez con la secreta esperanza de que las diferencias coyunturales del aquí y ahora nacional se diluyeran en el aquí y ahora continental, porque creo que ni en Ecuador ni en Venezuela ni en Bolivia hay revoluciones, y ni que hablar aquí, ni siquiera en Brasil y en Uruguay, con su presidenta y presidente ex guerrilleros, porque no es este un tiempo de gobiernos revolucionarios más allá de las diferencias que puede haber con los 90; por eso no entiendo cómo es que esto, que es una mueca, un montón de tics revolucionarios, pueden dividir a una familia como si estuviéramos en Cuba en los 60 y nosotros fuéramos los protagonistas de La consagración de la primavera, de Alejo Carpentier, o Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea; y ojo, aunque muchas veces no comparto, yo entiendo cómo es que se defienden los pequeños logros o, peor aún, los grandes miedos, como si esto fuera la toma del Palacio de Invierno, porque no sé si dije ya que, aunque no me dijo nada por qué se peleó conmigo, yo sé muy bien que mi papá se peleó conmigo porque de repente se volvió un kirchnerista furioso, justo él que siempre fue un posadista, algo así como un trotsko nacanpop, demasiado marxista para ser peronista, demasiado peronista para ser trotsko y demasiado trotsko para ser stalinista, porque mi viejo fue el que me llevó a entender el peronismo desde la liturgia y también desde la ironía, un precursor de Bombita Rodríguez, demasiado inteligente para quedarse afuera, demasiado inteligente para creerselá, como con el fútbol; mi viejo un panzerista de la política, el arte y la vida, mi viejo ahora no me habla porque las divisiones hoy están puestas en cualquier lado, un barrabravismo pedorro que es la pasta base de esta época de discusiones políticas intensas, los residuos tóxicos de esto que creíamos un gran signo de los tiempos; y yo no me arrepiento, sigo reivindicando que hablemos de política, pero extraño esos momentos en que todos éramos compañeros y me niego a creer que la antinomia pasa hoy por kirchnerismo-antikirchnerismo, por eso celebro que Horacio González y el Yuyo Rudnik se pongan a discutir como los compañeros que son, como los tipos lúcidos que son, en un libro ejemplar que se llama Cómo juzgar al kirchnerismo, y vean el Mundo más allá de esta coyuntura, discutiendo a fondo esta coyuntura, por eso celebro cada encuentro con mi amada Lydia Vieyra, sobreviviente de la ESMA, montonera, kirchnerista y cristinista, con quien puedo fumarme un porro como me lo fumé un día con mi viejo, y confirmar que no soy ni seré ni K ni anti K, porque mi recorte del mundo sigue siendo el de otro mundo, un mundo que no puede ser definido por un relato de mierda y con fecha de vencimiento, un mundo que sólo es mundo sin gente jodida, un mundo donde el fin del progresismo sea también el fin de los garcas y donde sólo espero volver a encontrarme con mi viejo, ahora que él ha decidido que vivamos en barrios tan lejanos.
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Hacer historia
Esta es la historia que marcó el inicio de la máquina de terror llamada Plan Cóndor y demuestra la colaboración entre fuerzas represivas de Argentina y Uruguay, pero también la promiscua relación entre la prensa y la dictadura. Cinco mujeres, cinco hombres y cinco niñas que fueron secuestrados. Unos murieron, otros fueron presos y otros desaparecieron en los sótanos de la ESMA. Aquellos que sobrevivieron para contarla regresaron a Montevideo para exigir juicio y castigo. También para filmar un documental que analiza la operación de prensa.
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Hacer memoria
Revelaciones de una época en la que algunos periodistas eran invitados a sesiones de tortura en la ESMA. Detalles de su paso por la revista Gente en tiempos de Vigil y Videla y de la entrevista “por la que ahora todos me dicen que soy un sorete”.
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