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Una visita al más allá

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Ir donde va el pueblo. Espiar con otros ojos lo popular. ¿Dónde va la gente cuando llueve? Con semejante errancia categorial, arranqué para la antesala de la periferia lomense, a unas 20 cuadras del centro imperial de Lomas de Zamora. Colectivo de los 500, en estado sorprendentemente respetable. Al porteñismo militante le aclaro: los 500 son los bondis comunales, una especie de tiendita del horror.
 
Oscar tiene 64 declarados, el pelo escaso como la estatura. Mira con ojos entrecerrados, somnolientos, por encima de sus lentes. Su palabra es dinámica y desborda amabilidad. Su escritorio, sencillo, tiene un vidrio que presenta una añeja fractura. Detrás, coronan su cabeza los retratos en la pared de su papá y su abuelo y en el medio, el epítome de la historia familiar: una foto blanco y negro con un gran carro fúnebre arrastrado por cuatro caballitos emplumados y tipos de galera, frac y moño, rodeando el cortejo y conduciendo el viaje final en el envase adecuado.
 
Funebrero.
 
Casi 100 años de historia familiar arrimando el transporte al otro lado.
 
Oscar es creyente y me regala el Nuevo Testamento apenas me siento a charlar. Mis peores temores susurraron a mi oído, pero no: fue sobrio y moderado.
 
Confirma mis chequeos personales (anduve de colado en algún velatorio) y por la red: en los servicios fúnebres ahora hay azafatas. Ignoro si es humor negro.
 
La azafata se ocupa de lo que se ocupa una azafata, salvo avisarte que el avión se va a caer. Y en este caso para qué: el finado ya se cayó. Sirve sanguchitos, masas finas, gaseosa, té, café, todo all inclusive.
 
Antes de la azafata había Lacayos de Mortuoria, que eran los señores que acompañaban al finado –que mucho no molestaba, lo que se dice un trabajo cómodo– y a los asistentes: ahí se complicaba.
 
Para llamarlos Lacayos de Mortuoria hay que ser jodido o haber tenido una infancia difícil.
 
Le digo a Oscar que el recorrido por las ofertas de las casas velatorias (servicios fúnebres, me corrige) se promocionan con jerga de spa: showroom, ambiente relajado, atención personalizada, confort especial, coordinador/acompañante, servicio de traslado (sic). Impensable que el finado se traslade solo pero con tanto zombie suelto…
 
Me ratifica todos y cada uno de los términos. Su casa fúnebre, alejada de las luces del centro, bien de barrio, ofrece todos esos servicios. Amable y campechano, me invita a recorrerla.
 
Ouch.
 
La sala principal está ocupada con una viejita de 99 pirulos que resolvió que ya estaba bien y se las tomó. El cuerpo estaba solo, porque la familia no había llegado aún.
 
Piensen lo que quieran: no entro ni mamado.
 
Contiguo, un salón con sillones muy bonitos, confortable, de colores claros. Acogedor se me ocurre, pero no sé si es apropiado para el caso. Afuera un jardín con fuente, flores, mucho verde y bancos de plaza, más apto para una despedida de soltero que para una bienvenida a la Parca.
 
Oscar me sigue confirmando las informaciones previas, mientras caminamos y me ofrece ir a la sala de los ataúdes: los velatorios ahora son cortos, 3 ó 4 horas; la cremación domina largamente por sobre el enterramiento y los parques privados están a la orden del día para los que eligen el fresco de la tierra a fin de evitar la calentura global.
Los cementerios municipales van quedando para los pobres.
 
Igual que las escuelas estatales. Y que los hospitales. Y que los basurales.
 
Atiende a sectores muy humildes, también. Son los que más se acongojan. Bruscos, rústicos, pero entre ellos se abrazan mucho y se lloran. Los sectores más acomodados son express y los que más discuten por los bienes del finado. Oscar me cuenta que tuvo que intervenir por una pelea a sopapo limpio entre hermanos por una herencia.
 
Los pobres no tienen nada que repartir.
 
Resuelvo no ir a la sala de ataúdes, ya tendré mi oportunidad. Tengo un poco de frío y temo ver a las Moiras detrás de un candelabro. Y si veo una tijera, me desmayo.
 
Oscar recuerda a unos calabreses que se arrancaban los pelos y se daban la cabeza contra la pared, a las lloronas, a esos funerales que eran (y son) una ocasión para demostrar supremacía y poder, planificados a veces por el mismo finado.
Hay que tener ganas de hinchar las pelotas, aun después de muerto…
 
Oscar no se anima a hacer deducciones sobre las razones de los cambios. Dice que es un burro que sólo llegó a sexto grado. Lo miro y pienso: cuánto daño que hace la escolaridad. Un tipo sensible e inteligente, cree que es un burro porque llegó a sexto.
 
Lo invito a que me diga igual. Se afloja. Dice creer que somos más inteligentes, que todo lo anterior era excesivamente dramático, que finalmente sabemos que nos vamos a ir y hay que hacer menos escándalo.
 
No está mal.
 
Pero pienso que los ritos nos organizan, nos construyen sentido.
 
Pienso en La Ilíada.
 
Pienso en los largos días de los funerales de Héctor, el Domador de Caballos, y las llamas que devoraron su cuerpo.
 
Pienso en la marca civilizatoria del rito funerario y el imperdonable crimen que es su negación.
 
Pienso en despedirme de Oscar sin prometerle volver.
 

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Y azul quedó

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Qué hay detrás del dólar blue. Las corporaciones presionan por la devaluación para recuperar márgenes de ganancias. Las vedettes del modelo extractivo -mineras y sojeras- también, para obtener aun más beneficios. La especulación inmobiliaria, que ya forma parte del modelo corporativo, es otra de las que impulsan esta batalla contra el peso. Todo en un año electoral. Pero detrás de la Operación Blue está escondida una vieja conocida: la deuda externa. Su cifra actual supera los 180 mil millones de dólares. Este marzo un decreto presidencial dispuso el pago de 2.334 millones sólo de intereses. Por eso el gobierno necesita dólares. Pistas para entender qué está en riesgo.
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El señor Techint

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Paolo Rocca. Es el hombre más rico de Argentina, pero es italiano y mudó parte de la administración del grupo a Uruguay. Maneja un emporio con empresas en 100 países. Formado en las ciencias sociales, le tocó conducir el timón en el océano de la globalización. Logró que Chávez le pagara cuando estatizó su empresa, pero no pudo comprarle al Estado argentino su parte en Siderar. En la coyuntura electoral, juega a la devaluación para bajar el costo salarial en relación al dólar. Genealogía de uno de los principales jugadores económicos de la actualidad.
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A toda costa

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La Asamblea No a la Entrega de la Costa Avellaneda-Quilmes. Frenaron un mega proyecto inmobiliario de la multinacional Techint. Organizan caminatas para que se conozca lo que defienden: el humedal y el bosque que resisten en la orilla más contaminada. Propuesta: “Cuando todos saben, el poder está en todos”.
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LA NUEVA MU. Generación Nietes

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