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La fábrica de noticias
Algo está cambiando en las redacciones de los tres diarios referentes del periodismo gráfico local. Cómo se trabaja en Clarín, La Nación y Página 12. Qué derechos reclaman sus trabajadores. Y cuáles son los desafíos actuales.
Clarín
El edificio del Grupo Clarín en Barracas tiene varios accesos: por la calle Piedras se ingresa al lugar donde se dictan las maestrías, por la calle Ituzaingó está la entrada de los diarios La Razón y Muy y por la calle Tacuarí está la del diario Clarín. En todas las puertas hay un cartel: “Ingreso por Tacuarí 1872”. Esa dirección monopólica ya no es sólo la entrada de personal, también ingresan por ahí las visitas y los oficios judiciales.
En el año 2000 el Grupo Clarín realizó despidos masivos y aleccionadores que instalaron el miedo: desde entonces, los trabajadores no tuvieron delegados gremiales que defendieran sus derechos. La discusión por las paritarias iniciadas en 2012 generó el primer triunfo: luego de 13 años sin delegados, en el Grupo Clarín hay comisión interna. Se comprende, entonces, por qué preguntar en la entrada por el número de interno de Francisco Rabini –integrante de la comisión interna electa recientemente– puede hacer orbitar de manera extraña los ojos del guardia que atiende la recepción.
Luego de dejar los datos y el grabador digital en la recepción (sí, adentro de Clarín un periodista de otro medio no puede entrar con grabador) Francisco, camino al primer piso, se disculpa: “Perdón, pero me miran con 500 ojos”.
Sentados en la esquina de un buffet con escasos productos que cuestan el doble que en cualquier quiosco, Francisco cuenta: “Fue muy importante la elección: vinieron a votar 500 trabajadores. Durante el proceso de elección la empresa puso carteles acusándonos de kirchneristas que queríamos prender fuego el diario. Entre los trabajadores hay kirchneristas y hay quienes tienen puesta la camiseta del grupo. La Comisión Interna es una especie de tercera posición. Nuestra lucha es contra la precarización y porque se respeten las paritarias, cosa que no están cumpliendo.”
En Clarín existe la modalidad de colaborador presencial, que cumple horario y hace las mismas tareas que un trabajador efectivo, pero sin el mismo salario, ni cobertura de ART ni obra social. Los redactores cobran como redactores, pero hacen tareas de editores. Francisco: “En estos momentos estamos haciendo equilibrio entre los trabajadores en situación de precariedad, cuyo espíritu es más combativo, y los trabajadores que ya tienen años de antigüedad y están más cómodos, teniendo claro que si fuimos ajenos a las ganancias del grupo durante 20 años, pretendemos ahora ser ajenos a las pérdidas del diario, cuya situación financiera actual es crítica.”
Este desafío de enormes dimensiones se nota en el tono de voz bajo y en la mirada de Francisco: “Hay que saber elegir las batallas. Luego de 12 años sin Comisión Interna hay una gran falta de ejercicio gremial por parte de la empresa y de nosotros. Cuando pudimos lograr que venga una inspección del Ministerio de Trabajo, la hicieron mal. Este año Recursos Humanos recién nos recibió por segunda vez. Tenemos que empezar cambiando algunas cosas, como este buffet que es carísimo o tener nuestra oficina gremial. Cosas que pueden parecer pequeñas, pero son muy simbólicas.”
Rumbo a la salida, Francisco se detiene frente a una pequeña cartelera de 50 por 50 centímetros. Muestra una llave y una sonrisa enorme: “Esta es la llave de nuestra cartelera gremial: nos costó 13 años.” En la cartelera figura un comunicado del sindicato, fechado 8 de febrero de 2000, contra la Ley Banelco. En la esquina, un volante con la cara de un hombre con cejas prominentes. Dice “No se olviden de Cabezas”. ¿Se comprende entonces el valor de la lucha simbólica de la que habla Francisco?
La Nación
En el edificio espejado de la calle Bouchard 557 las recepcionistas piden los datos del visitante y le sacan una foto para que quede registrado. La redacción del diario La Nación está en el quinto piso. Irene Haimovichi trabaja allí como diagramadora y es delegada. Primero hacemos un recorrido por la redacción, cuya cantidad de iMac´s por metro cuadrado sólo es comparable a la redacción de MU.
El diario no tiene una gran historia en cuanto a organización gremial: hubo algún delgado fotógrafo hasta la dictadura y después, no más. Dos desaparecidos en la redacción. Todas las conquistas y reivindicaciones se hacían a través de la conquista de los gráficos. La imprenta estaba en el sótano de este edificio. Hace 12 años se mudó a la planta de Barracas, frente a la de Clarín. No sólo son vecinos: comparten la sociedad que es propietaria de varios diarios del interior, entre otras cosas.
36 horas semanales son 7 horas 15 minutos, repartidos en 5 días semanales. Eso es lo que dicta el Estatuto del Periodista como jornada laboral para el trabajador de prensa. Haimovichi explica que se cumple en unos lugares del diario, y en otros no. “Cuando entrás a trabajar te hacen firmar una cláusula de disponibilidad horaria. Con esa cláusula te exigen que labures 8 ó 9 horas diarias, que terminan representando el 30 ó 40% de tu salario. Esto sucede en los lugares más nuevos, como en el diario online o en los casos de los que entraron a trabajar en los últimos 10 años”. Está hablando del proceso de flexibilización que se inició a fines de los 90, como consecuencia del proceso de concentración de medios en pocas manos. Es hijo de una amenaza concreta. Razona Haimovichi: “Si no trabajo acá, ¿dónde? ¿En Clarín o en Página no hay disponibles puestos de trabajo.” Cuenta que, además, con la incorporación de nuevas tecnologías, en lugar de mejorar la situación de los trabajadores, se los sobrecargó de funciones.
Las redacciones de los diarios son como países con las fronteras cerradas, sin contacto con los otros países: cada sección en su propia burbuja. Las leyes las imponen los dueños de esas repúblicas independientes: redactores que editan, fotógrafos que editan, cronistas online que triplican sus funciones: escriben, sacan fotos y filman. “Ahora se agregó otra: twittear. Ninguna de esas cosas se paga aparte”, explica Haimovichi.
“Hoy, contando a los jefes, seremos 400 trabajando en la redacción, de los cuales 80 están en el diario online. Y si te doy una cifra aproximada es porque ni nosotros sabemos cuántos somos. Cuando pedimos información a la empresa, nos dicen que 222 pesonas trabajan en la categoría que abarca diagramadores, fotógrafos, infógrafos y redactores.” El resto, ni figura: están en el agujero negro de la precarización laboral.
Haimovichi sintetiza la actual movida sindical: “Las asambleas comenzaron espontáneamente en el año 2004. En 2008 hubo un proceso de ajuste empresarial y despidos. Ahora hay una recuperación muy fuerte del espíritu sindical, producto del trabajo de acercamiento entre nosotros. Hoy nuestra asamblea tiene mucho consenso y es representativa. No nos autorizan a hacerla en la redacción y por eso la hacemos en el 4 piso”. Cuenta que en febrero de 2013 “se cayeron los avisos del gobierno. A la semana, la patronal llama a la comisión interna para comunicar que están en un momento difícil. Para compensar la caída en la rentabilidad recortaron el comedor y la limpieza”. ¿Cómo? Un ejemplo: “Sacaron los cestos de basura para ahorrarse a la persona que pasaba a la noche a dar vuelta el tacho”.
Concluye Haimovichi: “En la asamblea hay gente de todas las ideologías. Todos sabemos que este es un diario de derecha que va a seguir siendo de derecha. No pretendemos que cambie la línea editorial, pero sí que respeten a los trabajadores”.
Página 12
Anochece. Hora de cierre de la edición de Página 12. La charla es con Carlos Rodríguez, redactor del diario desde que se creó, hace 26 años. Es delegado gremial y delegado paritario 2013. Sus palabras pintan postales de lo que significa trabajar en esa redacción:
“Página comienza siendo una empresa chica, no tenía apoyo de publicidad oficial ni privada. Hoy hemos logrado cosas que en otros medios no hay, como que nos reconozcan el pago doble el 7 de junio, el Día del Periodista, y días compensatorios por los francos trabajados, pero hasta hace poco no teníamos Internet en las computadoras de la redacción. Y en los sectores administrativos sí había. Supuestamente en una empresa periodística lo que importa es la redacción, que es lo que te garantiza que se venda el diario. Parece ridículo, pero Página hace todo lo contrario.”
“Actualmente decimos que hay libertad de expresión, pero es para que las empresas puedan decir lo que quieran o el gobierno pueda decir lo que quiera a través de sus medios o de la cadena nacional. El lector tendría que saber que hoy hay diferentes tipos de censura. La realidad en las redacciones: en unas, no se puede escribir acerca de cuestiones que son contra el gobierno y en otras, se cortan o desvirtúan expresiones que son a favor del gobierno. Nosotros tenemos que reflejar la verdad, informar lo ocurrido. Si después el editorial quiere analizar qué significa un aplauso o un silbido está en todo su derecho. Pero si hubo un caso de represión en una provincia gobernada por el kirchnerismo, por el radicalismo o por quien sea, tenemos que decir que eso pasó y que los apaleados responsabilizan a la policía y al gobernador. Y tenemos que decirlo porque ese es nuestro trabajo. Recuerdo haber ido a manifestaciones con reclamos muy sentidos y que, luego de presentarme como periodista de Página 12, me dijeran: ´¿Te puedo dar un abrazo? Esas cosas son las que hicieron que este diario tuviera el éxito que tuvo”.
“En la redacción somos unos 300 trabajadores, más un número importante de colaboradores y pasantes. El mal llamado colaborador es un trabajador de prensa que está limitado en sus derechos. En Página hay suplementos en los que todo el trabajo lo hacen los colaboradores. Algunos cobran 50 pesos por nota.
Otro problema grave son los pasantes: cobran la mitad o menos que un redactor por hacer lo mismo. Hoy estamos peleando en paritarias por un 35% de aumento para sueldos que están en 7 mil, pero un pasante cobra 2.000 y un colaborador, por destajo. Nuestro reclamo corre el riesgo de alejarnos cada vez más de los que más necesitan que se les reconozcan derechos. El desafío entonces es lograr que todos los trabajadores que hagan el mismo trabajo tengan el mismo salario”.
El desafío se complica más en el caso de Clarín y La Nación, dos empresas que encontraron en sus maestrías una forma más sofisticada de precarización: los estudiantes pagan para trabajar en el diario.
“Página generalmente omite información y Clarín miente descaradamente, pero los trabajadores de Clarín son nuestros compañeros. ¿Cómo no ser compañeros de ellos si están haciendo una epopeya, luego de años sin comisión interna? Que en la puerta de La Nación se lea un texto en contra de una editorial del diario, es otro hito muy importante. Ese es el camino que tenemos que seguir los trabajadores de prensa. Se habla mucho del periodismo militante: lo que hay que hacer es militar por el periodismo, porque si no, en vez de escribir en un medio de prensa estamos escribiendo en panfletos”.
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