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Animalas sueltas
Ovejas. Un trío que define su rock como psicoanimal y sin silicona. Formado hace siete años se mantiene buscando espacios y estilos propios, con fuerza y fuego.
Terminan de tocar Gol de mujer, de Divididos, y salen de la sala de ensayo hacia el espejo del baño, a prepararse para las fotos. Aunque no haya cartelito de pollera o pantalones, me quedo afuera. “Además de hacer todo, tenemos que ponernos divinas”, coinciden después. Todo incluye lo musical, lo organizativo (cargar equipos, manejar, buscar lugares donde tocar, arreglar fechas, difundir), lo doméstico, lo laboral. Ovejas es un power trío. “Rock psicoanimal”, definen.
Son tres músicas –Florencia, Camila y Ana–, y una manager, Mariana. Pero también son su padrino Willy Bosso, que está en el ambiente desde los 80, en su momento con Los Abuelos de la Nada. Y son también esa sala de ensayo que comparten con dos bandas más, donde por un lado se ve un sacacorchos, un mate, galletitas húmedas, y por otro, tres peluches que les regalaron desde que le pusieron ese nombre a la banda. Una oveja negra de pelaje blanco y dos totalmente albinas.
“Somos un re-baño”, se ríe Mariana mientras frente al espejo Florencia y Ana siguen arreglándose. Camila aprovecha el chiste y se descarría corriendo a buscar algo de vuelta a la sala. “No sé”, me deja de garpe cuando vuelve a la terraza y le pregunto por el nombre de la banda. No le importa tampoco, porque le queda cómodo. “Es lindo sonoramente y remite a algo que está bueno. La oveja abriga, es cálida. Somos todos ovejas negras y todos ovejas blancas, además. Somos. Somos personas, pero diferentes”, me explica Florencia cuando vuelven a ponerse cómodas en la sala, cada una en su puesto, pero Camila sin los palillos, Florencia sin la guitarra, Ana sin el bajo y Mariana, en un rincón. Los peluches, sobre un bafle, como durante los recitales.
Por intuición, costumbre o telepatía, Camila no deja que termine de preguntar qué relación hay entre la fuerza y lo femenino en este trío de mujeres y responde: “Directa”.
Son mujeres con fuerza, me aseguran.
Ana: “Todas coincidimos. Vamos para adelante, más allá de la banda y lo musical”.
Florencia: “No nos quedamos con medias tintas. Eso se transmite en la música y en la convicción que tenemos para seguir adelante, para caminar, para todo”. Porque, aunque la música no es todo lo que hacen, lo hacen todo por la música. Recuerdan que la mujer “ya tiene esa fuerza natural de dar la vida, innegable fuerza natural, como dijo Cerati”, dice Mariana y abre los brazos como en el “gracias totales”.
Camila: “En la música se ve mucho más, más que en la vida. En la música y en cualquier arte. No es que porque se meten en la música tienen más fuerza, sino al revés. Porque tenés actitud llegás a hacer arte”.
Florencia: “Sin pedir permiso. El arte es así. Hay que lucharla y sufrir”.
“Siendo mina, más”, redondea Ana, volviendo a todo lo que tienen que hacer. Y más, si no tienen un peso, como ellas. “Pero la idea es no tener que poner plata”, sigue Ana.
Flor: “Las entradas cubren los gastos. Si nos invita un boliche, pedimos que consiga por canje los pasajes o el hotel, la comida. Es todo inversión, pero invirtiendo poco”.
Ana: “Tener una camioneta implica un gasto menos. Nosotras invertimos en la calidad de lo que hacemos, más que en la guita. Compramos buenos instrumentos. Invertimos en la cabeza, apostamos a algo que esté bueno, que sea de buena calidad. Nuestro tiempo también es inversión”.
Mariana: “Hay talento, no hay plata”.
Las pelotas
Una crítica las insinuó como “Divididos con polleras”. Son otra cosa, otras. Son. Por sí mismas. Pero algo hay. Matizan el volumen, pero la potencia sigue ahí. Ana dice que les sale así. Florencia, que no es por capricho. Camila, frente a la batería, con jeans gastados y musculosa, da por obvia su opinión. “Divididos empezó con esto del ‘power trío’. Nosotras somos tres y tenemos fuerza. Pero básicamente, ser tres permite cumplir el trío ritmo, armonía y melodía, los fundamentos de la música”, dice Florencia.
Mariana: “Es la base. No hay relleno. No hay silicona”.
Florencia: “Todo natural”.
Jueves por medio, desde abril hasta, probablemente, fin de año, tocan en Libario. Llevan siempre un invitado diferente, como Miss Bolivia; Maikel, de Kapanga y próximamente Jorge Araujo, baterista de la Gran Martell y ex Divididos; y Niño Khayate, de Rey o Reina y ex Los violadores. “Hay que mantener un ciclo cada quince días y darle y darle…”, suspira Florencia. No es fácil no aburrir, no quemar. No es fácil ser y no ser uno más. “¿Por eso también cambian el ritmo?”, pregunto. “El género”, corrige Ana, al tiempo que Camila marca: “El estilo”. “Hay diferentes estilos dentro de cada género. Hay muchos estilos distintos de rock”, me dice Ana.
Camila: “Nos reconocemos dentro del rock”.
Mariana: “Psicodélico, metalero, poderoso. Somos bastante eclécticas”.
Ana: “Qué buena palabra. Se amolda bien a la banda. Como lo diverso”. El ciclo las obliga a cambiar de sintonía. Por eso les gusta. Por eso se llama “Nada es tático”.
Porque les gusta el movimiento, salieron y van a volver a salir a tocar fuera de Capital. “Si no, te quedás encerrado acá y…”, empieza Ana. Florencia interrumpe: “En general, Ovejas siempre se movió. Siempre hay una banda con la que podés arreglar para tocar, que ponga equipos así no vamos con tantas cosas. Tocar en Capital es muy acotado. Un viernes hay cuatrocientas mil bandas tocando”.
Como rebaño, siguiendo el camino de la música, tocando continuamente, moviéndose y manteniéndose vivas, con todo lo que eso implica.
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No son cifras