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No bailan solas

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Cortaron la Panamericana y enfrentaron a la Gendarmería bailando para reclamar por el despido arbitrario de las compañeras que intentaron reclamar sus derechos.

Cara a cara con la Gendarmería, sus palos, perros y carros, estas mujeres bailan. Van vestidas de un guardapolvo lila que es su uniforme de trabajo. Dejaron la fábrica en Pilar para cortar la Panamericana. Están protestando y están sonriendo. Parecen, así, conjurar años de maltrato y humillación.
No tienen miedo. Ya las reprimieron dos veces. Fue en el Parque Industrial de Pilar, donde se plantaron para impedir que salgan los camiones que llevan autopartes para las empresas Volkswagen y Mercedes Benz, que ellas producen.
Los por qué de estas protestas vienen de largo tiempo atrás, pero hay uno urgente: reclaman la reincorporación de 12 compañeras despedidas. Ese pedido condensa el juego al que las tiene sometidas la empresa Kronberg & Schubert: los despidos injustificados y dirigidos hacia quienes empiezan a organizarse para cambiar las condiciones precarias e insalubres de trabajo.
Desde hace 16 años la empresa alemana instaló en Pilar una fábrica de explotar mujeres, comandada por hombres, donde el género también es una estrategia de sumisión.
Hasta ahora.
Calladitas y de pie
Una reja deja a Selva Natalia Paco, 32 años, y Andrea, 33, del lado de afuera de la fábrica, desde el viernes 12 de julio. Son dos de los doce trabajadoras despedidas. Son dos de los 650 empleados que en total suma la fábrica de autopartes Kronberg y Schubert en Pilar, del cual el 80 por ciento son mujeres.
¿Por qué tantas mujeres?
La fábrica se ocupa fundamentalmente del cableado eléctrico de autos y camionetas, por lo que el 90 por ciento del proceso es manual. “Se trabaja en lo que se llaman placas, que son como grandes controles de los que se ocupan casi 20 personas, uno al lado de la otra”, cuenta Natalia. El trabajo se hace de pie. 8 horas y media es el turno mínimo. Sueldos apenas arriba de los cuatro mil obligan a la mayoría de los trabajadores a hacer horas extra, hasta doce horas de lunes a sábado.
“El tipo de trabajo genera una serie de enfermedades: problemas de cintura, de espalda, hernias de disco, cervical, tendinitis en ambas manos, síndrome de turnes carpiano”, enumera Natalia recordando a sus compañeras. Recién este año la empresa incorporó un recreo de “ejercicio laboral”, pero de tiempo escaso: 5 minutos.
“No nos podemos atrasar en la producción”, dice Natalia. Les exigen por placa, pero les pagan por hora. Tienen 5 minutos para ir al baño y 30 para almorzar. Si se demoran más les hacen firmar una planilla, y a las tres firmas les vale una suspensión.
“En verano hace mucho calor acá, es un hervidero. Y en invierno estamos de calzas, jogging, camiseta, pullover y polar hasta acá arriba. Muchas chicas se descomponen, les baja la presión”, relatan.
Son constantemente vigiladas por las “directoras de línea”, también mujeres, encargadas de mantener la línea productiva. Gerentes y directores, todos ellos hombres, en las oficinas.
No hay guardería, y sí muchas, muchas madres.
El target es la mujer de 30 años, residente de los bordes de Pilar, Del Viso o Moreno, con hijos y soltera.
Cada una de las 600 guarda en su historia una razón por la que mantener su trabajo.
Despido selectivo
Parte de la precarización que denuncian las mujeres de Kronberg tiene que ver con el encuadramiento gremial. “Somos una autopartista, pero estamos en el gremio de plásticos”. La diferencia: “Deberíamos estar ganando el doble”. En 7 años y pico en la empresa, Natalia cuenta que al representante gremial lo vio por primera vez hace tres meses.
“Todo arrancó a fines de febrero cuando, cansadas, una serie de compañeras se afilió a la CTA. Ahí nomás la fábrica las llamó para arreglar el despido, no quisieron, y las terminaron echando”, cuenta Natalia. Ella y Andrea también se afiliaron y también fueron despedidas.
Fabiana Cruz, una de sus compañera que sigue trabajando en la fábrica, asegura: “Fueron despedidas por una cuestión ideológica. La empresa quiso disfrazar que era ´por falta de voluntad´ porque los llamaban para hacer horas extra y se negaban a ir”.
Las horas extra, que como en cualquier otro lado son optativas, están sin embargo contempladas en el proceso productivo, lo cual revela otra de las estrategias de precarización. Fabiana: “Yo no las hago y me gustaría que nadie las hiciera para que abran un turno noche y haya más fuentes de trabajo”.
Fabiana se pone como ejemplo de la incoherencia en la respuesta de la empresa: “No hago horas extras y, sin embargo, no me echaron”. Da dos contra-ejemplos más:
“Una de las compañeras, Silvia Martínez, trabajaba de lunes a sábado 12 horas, incluso ha venido domingos, y la echaron. Entonces ahí hay una diferencia ideológica por participar, por opinar”.
“Julio vino a trabajar un sábado y, a mitad de la jornada, el personal de seguridad le dijo que se tenía que ir; lo acompañaron hasta el cofre y lo sacaron, como si fuese un delincuente en vez de esperar hasta el lunes y mandarle un telegrama, como corresponde”.
La empresa maneja ese estilo: “Siempre hacen eso: vos te levantás 4 y media de la mañana para trabajar, venís hasta acá y en la puerta te dicen: ´No, no perteneces más a la empresa´ y te despiden así y delante de todos tus compañeros”.
El lado de adentro
Nancy Godoy sigue en la empresa y apoya desde adentro la reincorporación de los despedidos. Dice que en la fábrica quedó un clima de “tensa calma”. “Hay una desunión entre los grupos de trabajadores que llevan a desconfiar a unos de otros y eso también es culpa de la empresa”.
Fabiana: “Hay mucha gente que es nueva. La empresa les decía que los que llevaban la lucha les iban a hacer daño, que les iban a pegar; no dejaban ni siquiera que habláramos entre nosotros, que hagamos una asamblea para informar qué había pasado. Mucha gente no sabía por qué había pasado todo, ni sabía que estaban incluidos”.
Fabiana cuenta en primera persona ese disciplinamiento: “Yo cuando empecé entré por una agencia, ni siquiera estaba en planta permanente. Tenía dos semanas en la empresa y baja la jefa de producción preguntándome porqué estaba tomando agua en vez de estar produciendo. Si no te plantás de entrada, chau, te dominan. Y la mayoría no se planta, porque el laburo lo necesitás y aguantás y aguantás”.
Nancy: “Muchas chicas tienen miedo, son madres solteras, jóvenes. No tienen experiencia en negociar con la empresa, negociar con el sindicato, no saben a quién pedirle las cosas”.
Fabiana: “Somos mujeres con necesidades, madres solteras, chicas jóvenes. Yo tengo compañeras que tienen 18-19 años y este es su primer trabajo. ¿Vos creés que se va a plantar ante un gerente para pedir un aumento? Si en cambio vos llenás la fábrica de tipos de 35-40 años quizá te sacan buena producción también, pero te tiran toda la fábrica abajo si no cumplís”.
¿Cuál es el argumento de la empresa sobre la contratación de mujeres? “Lo que ellos dicen es que tiene que ver con la prolijidad, que las mujeres son más delicadas…¡Son cosas que van dentro del coche! No es un trabajo que un hombre no lo pueda hacer”.
Les digo que ahora no las noto sumisas y responden. “Es que es la primera vez que tomamos coraje”, dice Nancy.
Fabiana lo ilustra: “En el corte en la Panamericana no podía creer que estaba viendo a compañeras plantadas que hasta hace poco lloraban porque la encargada las trataba mal. Y hí estaban: enfrentando con el pecho a la Gendarmería”.
Los pedidos entonces son los propios que deja los huecos de esta historia: reincorporación de las doce despedidas, pase a planta a las tercerizados, el encuadramiento gremial en SMATA, rotación de puestos para evitar enfermedades, la guardería y el cese de los maltratos.
Nancy: “Ahora lo que estamos tratando de hacer es unirnos otra vez, para volver a laburar y para reclamar las cosas de la mejor manera posible. Que se vayan dando de a poco, pero que se vayan dando”.

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