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La batalla de ser guaraní

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Comenzaron alambrando para recortarles hectáreas. Luego, construyeron un terraplén que produjo la peor inundación desde 1998: casas destruidas, huertas arruinadas, 150 vacas muertas. Pese a los fallos de la justicia, el CEO de la corporación Roemmers avanza sobre la comunidad guaraní del paraje Yahaveré, la primera en ser reconocida como pueblo originario en la provincia de Corrientes y que solo reclama una cosa: “Que nos dejen en paz”.

La batalla de ser guaraní
“Un príncipe jamás predica otra cosa que concordia y buena fe; y es enemigo acérrimo de ambas”.
Nicolás Maquiavelo, clase 1469, florentino, autor de El Príncipe: recetario sobre el ejercicio del poder.
“Esos son indios, son guaycurú (ignorantes, salvajes). Con esa gente no se puede hablar”.
Eduardo Macchiavello, argentino, dueño de Haciendas San Eugenio y ejecutivo de Laboratorios Roemmers: diagnóstico pronunciado ante el cura católico Rubén Barrios.
Es posible que el señor Macchiavello no haya leído al señor Maquiavelo. Laboratorios Roemmers es más que un viejo principado: es una corporación. Por eso Macchiavello tal vez no ensaye la concordia simulada como ocurría con los príncipes florentinos que leían a Maquiavelo, pero no muy de moda entre terratenientes correntinos que no se sabe qué leen. El florentino hablaba sobre cómo conservar “fama y tierras”. Según la ecología tanguera la fama es puro cuento: puede imaginarse, entonces, qué es lo que está en disputa.
“Estas estancias han venido corriéndonos, desplazándonos, alambrando todo. Nosotros sólo queremos seguir viviendo en esta tierra que siempre fue nuestra”, murmura Miriam Sotelo, 30 años, cebando mate entre dos vacas que se desplomaron junto a su casa, muertas por el hambre tras la última inundación: quedaron con los ojos muy abiertos, como asombrados.
Gracias por tu insulto
La comunidad del paraje Yahaveré no tiene príncipe sino asamblea. Habita en el corazón de los Esteros del Iberá. Como todo paraíso, limita con ciertos infiernos. En algún momento de sus desventuras recientes, los pobladores percibieron que el insulto del señor Macchiavello podía ser un hallazgo: si son indios que descienden de los guaraníes; si el “educado” es el que agrede, invade y no dialoga; si tienen una relación con la tierra, más que con los laboratorios; si nunca fueron algo distinto, ¿por qué no oficializar esa condición, esa identidad?
Miriam anuncia: “Yo le quiero decir al señor Macchiavello: gracias por tu idea. Tenías razón”.
Fueron tres años de debate, asambleas y un ejercicio que podría llamarse autorreconocimiento. Hoy Yahaveré es la primera comunidad originaria reconocida de Corrientes, por resolución 572 del 8 de agosto pasado del INAI (Instituto Nacional de Asuntos Indígenas). Corrientes era la única provincia argentina en la que aún no se había registrado comunidad indígena alguna. Ese solo hecho, histórico, tal vez obligue a cambiar varios mapas provinciales y mentales.
Insulto por la culata: son indios, y por eso mismo ahora se ha fortalecido el derecho que siempre tuvieron a sus territorios, en disputa con los príncipes de cabotaje.
Cacique en tractor
Yahaveré queda a casi 1.000 kilómetros de Buenos Aires, a 210 de Corrientes, a 30 de Concepción. Esos 30 kilómetros rumbo al Iberá llevan 3 horas de viaje en el acoplado de un tractor rojo, trayecto que sacude huesos y articulaciones que uno desconocía. Son caminos de tierra que bajan desde los campos altos hasta los inundados. El tractor atraviesa la reserva de la estancia En Tránsito (se ven carpinchos, zorros, ñandúes) y luego zanjones y áreas inundadas con paisaje de vacas flacas.
Maneja Hernán Sotelo, 34 años, el hermano de Miriam. La flamante Comunidad Yahaveré lo designó cacique, aunque no al estilo de las caricaturas de vaqueros o de Patoruzú. Hernán no manda sino que obedece el mandato de la asamblea comunitaria ante diferentes instituciones. Reconoce: “Es una responsabilidad grande. Lo que pasa es que con el tractor voy seguido hasta Concepción. Y paso la mitad del tiempo en Corrientes capital, donde puedo hacer trámites”.
Mientras estuvimos en Yahaveré varias veces Hernán usó sogas para atar y arrastrar con el tractor a las vacas muertas. Las llevó hasta lugares alejados para que otros habitantes del paraje consuman y reciclen esos cuerpos, y convertir la muerte en vida.
La goleada
Los propietarios de la hacienda San Eugenio son los hermanos Eduardo y Juan Macchiavello. Eduardo es además gerente o CEO (Chief Executive Officer, en lengua no guaraní) de Roemmers, número 1 en el ranking de laboratorios del país. Macchiavello se dedica básicamente a la ganadería en San Eugenio y mandó construir un terraplén de acceso de vehículos a Yahaveré que, con sus ramificaciones, llegó a medir 24 kilómetros en total. El criterio de construcción fue digno de alguna sobredosis de psicotrópicos de su otro emprendimiento: lo hicieron transversal al escurrimiento de las aguas.
O sea, un dique. En el Iberá. Gracias a ese hallazgo, desde 2005 cada crecida se transforma en inundación. Y este año fue la peor.
Las denuncias, la opinión y la experiencia de los pobladores contra el terraplén fueron convalidadas por el Poder Judicial:

  • El poblador Bruno Leiva presentó una demanda y se ordenó una medida cautelar en 2005. Pero la empresa siguió construyendo.
  • El fallo judicial en primera instancia ordenó demoler el terraplén. Nadie lo hizo.
  • La estancia de Macchiavello recurrió la sentencia ante la Cámara de Apelaciones. Perdió.
  • Volvió a apelar y el Superior Tribunal de Justicia provincial en 2007 ratificó la orden de destruir el terraplén. Pero no sólo no lo demolieron, sino que lo agrandaron.

Macchiavello volvió a apelar (los abogados de algo tienen que vivir) y perdió nuevamente, esta vez ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación en 2009.
La campaña Salvemos al Iberá publicó un afiche con la goleada: “Esteros del Iberá 5, Terraplén 0”. Además, la construcción había sido hecha sin autorización provincial, y en una Reserva Natural. Pero seguía en pie. La provincia, gobernada por el radical Ricardo Colombi, se dedicó afanosamente a no ejecutar la orden judicial.
Un informe técnico del Conicet (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) reveló que nunca se había hecho un estudio de impacto ambiental. El terraplén taponaba la tercera parte de la zona de escurrimiento de las aguas del Iberá, con riesgo de inundación de hasta 15 kilómetros aguas arriba, y secando las tierras aguas abajo.
Se denunció la pérdida de biodiversidad, la destrucción de la vegetación y el paisaje, la alteración ecológica del humedal, el riesgo de extinción de especies (como el ciervo de los pantanos, además de peces, anfibios y reptiles), la pérdida de producciones agrícolas y la amenaza sobre las 14 viviendas de 23 familias que habitan el paraje, que además jamás fueron consultadas sobre el tema.
Personas en extinción
Otra especie en peligro en la zona era la humana: los pobladores dedicados a su precaria producción ganadera. Nicanora Leiva (mejor conocida como Susy), madre de Hernán, habla un castellano perfumado de acento guaraní mientras teje: “Primero se llamaban Forestal Andina. Después San Eugenio. Siempre Macchiavello. Cuando llegaron ni se presentaron para decir quiénes eran. Ponían alambrados para que la gente se fuera. Querían meter a 9 familias en 500 hectáreas, y quedarse con el resto”. Ese resto son las 10.000 hectáreas del paraje, de las cuales 1.400 son tierra firme, campos e islotes, y el resto es agua de los esteros. Llegaron a ofrecerles 25.000 pesos a cada familia para que se fuera de las tierras de la comunidad, lo que indica a cuánto cotizan las corporaciones la vida de la gente.
Los vecinos de Yahaveré se acercan a la casa de los Sotelo a caballo, y algunos en canoa. Don Osvaldo Sandoval, 64 años, se acomoda la boina: “Acá éramos más de 100 familias, y ahora quedamos 23, que vivimos en 14 casas: ni siquiera cada familia puede tener casa propia. Invadieron nuestras tierras paso a paso. Si hace falta, a fuerza de gendarmería. Nosotros fuimos siempre muy unidos, por eso no pudieron sacarnos. Le pagan a la justicia, y con los pobres hacen lo que quieren, los dejan afuera. A mí hasta me metieron preso porque decían que estoy usurpando. Dígame: ¿cómo voy a estar usurpando la tierra donde vive mi familia desde hace por lo menos 100 años?”.
Emilio Spataro, 28 años, con raíces echadas en Corrientes hace 5, e inspirador de la organización Guardianes del Iberá: “Consideramos que Macchiavello se apropió ilegalmente de unas 10.000 hectáreas de tierras fiscales, que alambraron para arrinconar a la comunidad”. En 2010 los pobladores con la ayuda de Guardianes del Iberá desalambraron 4 kilómetros de cercas en una noche.
Pero lo que seguía en pie era el terraplén. El doctor Juan José Neiff, biólogo y uno de los principales investigadores argentinos sobre la cuestión de humedales, integrante del Conicet escribió sobre el rechazo de Macchiavello a cumplir las sentencias judiciales: “Esta situación configura una burla a las instituciones democráticas y genera un grave precedente que agravia a la sociedad en su conjunto y a las autoridades constituidas”.
Obsesivo compulsivo
¿Cómo se explica la obsesión por el terraplén? Spataro: “Es un modo de controlar todo Yahaveré, donde además han colocado puestos de guardia. También garantizan así llevar y traer ganado a pastar a esas tierras que son de la comunidad. Y el terraplén nace de la misma Estancia San Eugenio que está impulsando con el gobierno provincial la creación de un parque eco-turístico en la zona”. El aliado más explícito de Macchiavello en toda esta movida parece ser el senador provincial Sergio Checho Flinta, presidente además de la Unión Cívica Radical.
Detalle: hay otros caminos posibles de llegada a Yahaveré, principalmente el paso de Mbiguá que propusieron siempre los pobladores. Pero de aceptarse, le birlan a Macchiavello la posibilidad de acceder de modo directo con camiones, autos y 4×4 desde su estancia al proyectado parque eco-turístico, y el elemento de control territorial que plantea Spataro. Virgilio, otro poblador: “Acá no precisamos esas cosas, andamos a caballo y en canoas”.
Inundación y Tompkins
En enero de este 2013 hubo lluvias fuertes. En febrero también. En marzo empezaron a verse los efectos de la que resultó la mayor inundación en Yahaveré desde 1998.
Resultado: quedaron inundadas siete casas de pobladores (la mitad de la comunidad), cinco de ellas totalmente destruidas, con todas las pérdidas adicionales de lo que se suele llamar “pertenencias”: ropa, alimentos, muebles, colchones y recuerdos. Las otras siete casas fueron sitiadas por el agua. Se arruinaron huertas y pequeñas producciones para autoconsumo, y hubo en todo este tiempo, calcula Hernán, 150 vacas muertas de hambre (sobre unas 800) al quedar anegados los pastizales en los que habitualmente se alimentan. Todo agravado por el frío en estos últimos meses. “Y no sabemos cuántas seguirán muriendo”, agrega. Las advertencias sobre los efectos ambientales del terraplén construido por Haciendas San Eugenio se cumplieron inexorablemente.
Los pobladores intentaron salvar a sus animales trasladándolos a zonas más altas para que pudieran pastar pero se toparon con un nuevo conflicto, esta vez con quien había sido su aliado frente al terraplén y a Macchiavello: Douglas Tompkins, el empresario norteamericano que creó Conservation Land Trust (CLT), que posee 150.000 hectáreas en Corrientes y que en una de sus estancias, En Tránsito (por donde se pasa para llegar a Yahaveré), tiene ganadería y una parte exclusivamente dedicada a reserva, administrada bajo el nombre Flora y Fauna. Tompkins se define como ecologista y conservacionista. Fue quien pagó los abogados del poblador Bruno Leiva en su juicio contra el peaje de Macchiavello y su estancia. Financió las campañas de Salvemos al Iberá. “Nos prestó las motosierras”, recuerda Miriam, sobre aquella noche en la que los pobladores y Guardianes del Iberá desalambraron 4 kilómetros de cercos instalados por San Eugenio.
Pero esta vez, la ecología de la relación se había contaminado.
Peaje a las vacas
Hernán: “Le pedimos ayuda a la gente de Tompkins pero no nos contestaban. Y no nos contestaban. Llevamos nuestras vacas a su campo sin pensar que nos pondrían inconvenientes”. Para la gente de la hacienda En Tránsito, de Tompkins, eso fue una acción por la fuerza. Miriam: “Teníamos que salvar a los animales que son nuestro único medio de subsistencia”. Para entender la desesperación: cada animal muerto representa perder tres años de crianza e inversión, y su venta por 2.500 pesos. Eso, para personas que viven en casas y taperas sin agua, sin gas, sin cloacas, sin siquiera pozo ciego (la denominación elegante de las letrinas es “núcleo húmedo”, chozas con un cajoncito de madera que hace de inodoro). Todo eso agravado por la inundación. Tampoco tienen electricidad salvo algunos paneles solares aportados por el Ministerio de Desarrollo para alimentar un par de lámparas. Poseen, en cambio, una crucial energía renovable: la voluntad de seguir viviendo.
“Nos cobraban a los que teníamos más de 80 cabezas, como para dividirnos”, supone Hernán. “Nosotros tenemos más animales pero no son sólo nuestros, sino de otros familiares”. Los Sotelo son una familia (padre, madre, hijos y nietos), pero a la vez son una red de familias (hermanos, primos, etc.). Mientras se inundaba el árbol genealógico, los Sotelo (por ejemplo) pagaron para evitar tantas muertes 20 pesos por mes por 100 vacas, durante dos meses. Total: 4.000 pesos. La gente de Tompkins anunció que donaría el dinero. “Para mí nos querían hacer sentir quién manda”, razona Hernán.
Justicia por agua propia
“Nos metieron presos los animales –dice Miriam–, los arrearon y los dejaron en un corral y nos mandaron a la policía para decirnos que los teníamos que sacar de allí”. La fundación Flora y Fauna en un comunicado confirmó que los dueños “fueron notificados ayer por la mañana por la policía”. Miriam: “Antes esa gente llamaba, venía, pedía que atendiéramos a los visitantes de Tompkins. Nos podían haber llamado y dicho que sacáramos los animales”. El sentido y los efectos de usar a la policía en su relación con los pobladores son bastante obvios.
“Nos querían asustar, y además en ese arreo murieron varias cabezas. Y otras murieron porque estaban ya débiles, y en el corral seguían sin comer”, explica Hernán.
Los rebaños seguían de aquí para allá, los animales morían de hambre: aún no se conoce una cruza de vaca con delfín, que además no coma. El cálculo de Hernán: “Sobre 850 vacas que teníamos en el paraje, murieron más de 150, y siguen muriendo”. Un alivio: el envío de 9 toneladas de alimentos balanceados para los animales por parte de la Subsecretaría de Agricultura Familiar.
Mientras tanto, la inundación continuaba con tanta intensidad, que logró instalar algo de justicia en Yahaveré: derrumbó el propio terraplén.
Demo o buro cracia
Maquiavelo lo hubiera imaginado. La destrucción del terraplén por la inundación fue la oportunidad para que la provincia resolviera lo siguiente: cumplir la orden judicial de demoler el terraplén. “Aprovecharon para hacer un ‘como si’. Están destruyendo los restos que quedaron del terraplén, pero hicieron una audiencia pública en abril para anunciar que en la misma traza proyectan ahora construir una ruta provincial que lleve a ese negocio eco-turístico que quieren hacer”, explica Spataro. Los pobladores proponen otro trayecto mucho más razonable, que es el de Mbiguá. “Pero Macchiavello y San Eugenio donaron la traza de su terraplén, para que se haga lo mismo ahora con autorizaciones y la provincia como aliada”.
Detalles interesantes:

  • La provincia presentó en la audiencia pública un informe ambiental firmado por el ingeniero Roberto Gallardo, en el que media carilla alcanza para elegir a la traza del terraplén como la única no inundable, mientras la inundación se lo estaba llevando puesto (al terraplén y al informe).
  • Esa audiencia sobre lo que se hará en Yahaveré se hizo con tan buen sentido de la oportunidad, que no contó con la presencia de los propios pobladores del paraje, ocupados en sobrevivir a los peores efectos de la inundación.
  • Eso obligó a Hernán Sotelo a acomodarse boina y alpargatas, subir al tractor, viajar a Concepción, luego a Corrientes en micro, ir hasta las dependencias correspondientes, mostrar los documentos que certifican que puede accionar en nombre de la comunidad, y presentar una impugnación a la audiencia. Mientras me lo cuenta, Spataro recibe un mensajito de texto, tal vez telepático, de Apolinaria, la Colorada, desde Boquerón: “Esto no es democracia es bu-ro-cra-cia, quieren que andemos pidiendo por favor; no sabés cómo nos está castigando el frío, van cayendo nomás las vacas”.

Los del terraplén no han sido los únicos muros que deben vencer estas personas.
Teoría del Bingo
Le envié un correo electrónico a Douglas Tompkins para preguntarle por la agresividad hacia los pobladores a quienes Flora y Fauna describe como “grupito que se define a sí mismo como indígenas”. En un largo mail escrito en un correcto castellano con acentos gringos, Tompkins respondió que es un problema muy complejo, que habría que diferenciar entre indígenas tradicionales y los solamente biológicos, que se asimilan a la sociedad tecno-industrial. “En el proceso el verdadero indígena ha perdido su cultura y es convertido en una persona más en la masa del pueblo de alto consumo y despilfarro de los recursos naturales y su desecho, contaminación y alto uso de energía, contribuyendo al cambio climático etc. etc.”.
Sobre Yahaveré, plantea: “Ciertos activistas sociales están abusando del significado de las leyes indígenas para sus propias metas sociales y personales”, y que se “busca crear una falsa comunidad indígena”. Plantea que usan teléfonos móviles, hablan español, se casan bajo leyes civiles, muchas veces bajo los ritos de la iglesia, y envían a sus niños a la escuela para “prepararse para la vida dentro de la sociedad tecno-industrial”. O sea que son “criollos” enmascarándose.
Mi consulta: ¿qué sería un verdadero indígena tras 500 años de genocidios, evangelización, occidentalización, sometimiento, humillación y asimilación? No puedo pensar como insinceras a personas que, después de semejante aculturación y violencia, comiencen un movimiento en búsqueda de recuperación de identidad, o de raíces.
En otro mail responde: “No compro la idea de declarar a los residentes de Yahaveré indígenas”; plantea que el paraje se convirtió en “un saco de gatos de políticos y líderes sociales buscando espacios de poder”, y comparó la situación con Estados Unidos: “Es un poco como los American Indians y su captura de la industria de Bingo a través de sus derechos indígenas. Es tragicómico”. (Aclaración: en Estados Unidos ponen casinos en territorios originarios atendidos por “indios”, para no pagar impuestos). Tras haber convivido unos días con los pobladores de Yahaveré, haber comido con ellos, y haber dormido en sus ranchos, confieso que no he podido ver nada que se asemeje remotamente a este planteo.
Otra consulta: también se podría cuestionar a quienes pretenden erigirse en jueces de los demás. Responde Tompkins que no conoce ningún país en el que los vecinos estén obligados a entregar pastaje gratis, que de todos modos él ofreció ayuda. Y eso a pesar de que “la mitad de los residentes del paraje está criticándonos por un sinnúmero de razones, ninguna a mi entender, con una base en la verdad”, dice.
Apunta a su viejo enemigo zonal: “Desde la primera intrusión de Macchiavello y su compañía, el bienestar de Yahaveré me parece que empezó de deteriorarse”, y pegó esto a las acciones del ex piquetero Luis D’Elía que anduvo por el Iberá hace unos años haciendo campaña contra Tompkins.
Sobre el tema del terraplén, que la provincia plantea reconstruir como ruta en el mismo trazado desde la estancia de Macchiavello, redacta Tompkins: “Un camino sobre el viejo terraplén hoy parecería un chiste”. Sugiere no hacer nada sin un estudio ambiental serio y propone, entre lo que está en uso y disponible, recurrir al Callejón de Paso de Mbiguá (el que defienden los pobladores), que sólo implica construir 100 metros de puentes, en tramos cortos de madera: “Con esto, sería factible tener acceso a Paraje Yahaveré con mucho menor impacto sobre el escurrimiento”.
Alpargatas y espuelas
“¿Y quién es Tompkins para decir quiénes somos nosotros?”, me pregunta Omar Ramírez, 24 años, dos hijos, otro de los que llegaron a caballo hasta lo de los Sotelo con su boina negra, alpargatas y espuelas. “Han querido expulsarnos. Aquí se quemaron casas de pobladores y hasta escuelas. Somos los dueños de este territorio, nos pertenece hereditariamente. No queremos más que vengan a dominarnos, se llame Macchiavello, Tompkins, políticos o como sea. Es mi opinión, digamos”.
¿Cuál es el principal reclamo de la comunidad? ¿Qué quieren? Omar plantea con el asentimiento de los demás pobladores: “Que nos dejen en paz. Que nos dejen tranquilos. Si quieren ayudarnos, que ayuden. Pero que no hagan nunca más cosas aquí sin consultarnos, porque estamos defendiendo nuestro derecho”.
Como para agregarle complejidad a esta historia, Miriam cuenta: “Yo trabajé para Tompkins, en el área de Educación Ambiental y Sensibilización. Para mí era una oportunidad. Aprendí muchísimo. El propio Tompkins me dijo que se me iban a abrir miles de puertas, y tenía razón. Aprendí de corazón toda la capacitación que me dieron, hoy amo mi ambiente, sé manejarme, puedo defenderme, me enriquecí intelectualmente. El área de educación se cerró, y después hubo un conflicto con un poblador, Roberto Verón, del paraje El Plumero, al que desalojaron. Fue una de las cosas que no me gustaron. Decidí renunciar, y entré a Guardianes del Iberá”.
Más complejidad: “Soy candidata a concejal en Concepción del Frente para la Victoria (que se opone al oficialismo provincial radical-autonomista). Yo sé que la política te puede dejar mal parada. Casi seguro no voy a entrar. Pero puedo involucrarme sin ser de ningún partido, para ver si logramos que dejen de atropellar a Yahaveré. Y además necesito un sueldo porque sólo tengo la Asignación Universal por Hijo” dice con transparencia. “Si pudiera hacer algo, sería que la gente de la ciudad aprenda a tener su huerta, que sea independiente, para no depender solo de los planes sociales”. En Yahaveré aceptan pero no todos acompañan esa candidatura. Entre sus compañeros de Guardianes del Iberá, otro vecino de Concepción, Olegario Acosta, rechazó ser candidato: “Soy empleado de la Municipalidad desde hace 14 años. Lo veo desde adentro. Los concejales no hacen nada. Están muertos. Para mí tiene más sentido lo que hacemos nosotros. Trabajamos en el barrio, construimos una plaza, reclamamos por la contaminación de las cloacas y los aserraderos, les damos la copa de leche a los chicos, talleres, deportes y hasta hicimos la ermita de San Cayetano. Pero a los políticos no los quiero ni cerca”.
Antropólogos
Yahaveré recibió visitas de técnicos, abogados, biólogos y antropólogos enviados por el INAI. Spataro: “Tuvieron reuniones con cada familia, se comprobaron los elementos culturales, el idioma, la forma de construcción de las casas, la relación con los recursos naturales, se hizo un detallado registro de la historia oral y se comprobó que nunca hubo una ruptura de lo guaraní, al contrario: se ha mantenido ancestralmente”.
En Yahaveré una ronda de conversación arma esta frase colectiva frente a un paisaje que, según la crecida del Iberá, a veces parece un campo y otras una laguna infinita: “Nos cambió la autoestima. Tenemos que hacernos respetar más. Si estamos juntos, no nos van a ganar. No queremos buenos samaritanos, queremos que se cumplan nuestros derechos. Que nos dejen tranquilos”.
Dos canciones
La Constitución de Corrientes tiene un artículo, el 66, de lectura veloz:
“Se declara patrimonio estratégico, natural y cultural de la Provincia de Corrientes a los fines de su preservación, conservación y defensa: el ecosistema Iberá, sus esteros y su diversidad biológica. (…) Debe preservarse el derecho de los pobladores originarios, respetando sus formas de organización comunitaria e identidad cultural”.
Habrá que agregar ahora todas las normas nacionales e internacionales que defienden a ese pueblo originario formalmente reconocido.
La Constitución está traducida también al guaraní. Para que esas palabras se cumplan en la práctica y en cualquier idioma, a los pobladores les queda un programa de acción que se sintetiza en un bello chamamé que me hicieron conocer los pobladores, llamado Neike Chamigo (Fuerza mi amigo, de Julián Zini y Joaquín Sheridan). La historia dirá cómo conectan fuerza y amistad, como clave futura para Yahaveré y para el Iberá. Dice el final del chamamé:
“Por eso digo: para salvarse,
hay que juntarse y arremangarse.
Neike chamigo”.

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