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¿Qué escuela?

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La inscripción online porteña atrasó un siglo el debate sobre la educación pública. La falta de vacantes o las aulas containers nos enseñaron algo importante. ¿Cuánto aprendimos los adultos de una ciudad sin escuelas?

¿Qué escuela?Alma, 4 años, rubia coqueta, niña del Bajo Flores, no va a la escuela. Hace 15 días que comenzaron las clases, pero no hay aulas, espacio, lugar o lo que sea que falte para que Alma pueda ir a la escuela. La escuela pública, se entiende. Estar sin vacante se convirtió para Alma en un extraño privilegio: a las 12 puede sentarse a mirar televisión. A Alma le gusta Violetta, canta una de sus canciones, no le quiere tirar de los pelos para la foto que ilustra la tapa de esta revista – bueno, un poquito sí-, pero deja la tevé y se queda prendida a Lucía, su mamá, mientras ella explica las angustias de un largo verano de trámites, idas, vueltas, broncas, impotencias y gritos: “No le pueden hacer esto a mi hija”. Alma escucha a su mamá y tiene el ceño fruncido, como guardando sus ideas en el silencio. Antes de entrar por primera vez a un aula ya está aprendiendo algo. Andá a saber qué.

Lección 1

La calle

Una nena tipo 6 años sostiene un cartel frente a la Legislatura: “Quiero mi vacante”. Su historia llegó a replicarse por 15 mil casos en la Ciudad que, por errores en el sistema de inscripción online, quedaron en lista de espera, incluso a pesar de tener prioridades: ingresantes que eran hermanos de alumnos que ya cursaban en una escuela, hijos de trabajadores del establecimiento. La pesadilla veraniega duró hasta el límite del comienzo de las clases, y para muchos se resolvió improvisadamente: otro nene, a cococho de su padre, sostiene un cartel que dice “No a las aulas containers”. El nene no sabe leer, pero ya entiende lo que dice el cartel. ¿Nosotros sabemos?

Lección 2

¿Qué es un container?

Estamos en el Lengüitas de Palermo. Sobre el fondo del amplio patio dos containers aguardan a ser reubicados: por decisión del rectorado, padres y docentes no se usarán como aulas, sino como depósitos. Son estructuras ideadas para carga, de esas que se ven en el puerto –ni más ni menos-, y que ya fueron usadas: llevan marcas de óxido y están levemente abolladas. La moda recicladora de la arquitectura aprovecha estas estructuras como módulos: por ejemplo, para casetas de seguridad.

Según una nota del suplemento arquitectónico de Clarín titulada Vivir en un contenedor, los beneficios de esta montura son sus costos y la rapidez de montaje. El gobierno de la Ciudad pagó por 41 de ellos 26.650.000 pesos, es decir un promedio de 640.000 pesos cada uno. En el caso de los colegios, un “aula container” estaría compuesta por tres de estas estructuras, una junto a la otra, totalizando una superficie de 7 metros de largo por 8 de ancho, donde entrarían 28 alumnos en el caso del Lengüitas, que deberían pasar ahí adentro 8 horas diarias, si van a doble turno.

“Cuando llegué ya estaban adentro”, relata el rector del Lengüitas, Horacio Badaracco. “Me enteré de que los habían puesto por una nota en Clarín”. Al volver de vacaciones, antes de entrar al edificio, Badaracco debió enfrentar a padres y representantes del centro de estudiantes, que habían leído la noticia. ¿Qué significaban estos dos containers metidos en secreto? La noticia en verdad era otra: habían sido anotados online 200 chicos más de lo previsto, de acuerdo a la infraestructura disponible. ¿Por qué? ¿Cómo? Los cuatro establecimientos que conforman Lenguas Vivas de la Ciudad de Buenos Aires, al enterarse de la inscripción online, elevaron una carta al Ministerio de Educación porteño reclamando expresamente no entrar en ese sistema. “Tenemos un artículo del reglamento escolar que da prioridad a hermanos y a hijos de trabajadores del establecimiento”, explica Badaracco. Es decir, el cupo de inscripción ya estaba completo. Sin embargo, nunca les respondieron. Empezado noviembre debieron comunicar a los padres que la inscripción este año iba a hacerse por computadora. “Se ocuparon las vacantes sin respetar la lista que les mandamos nosotros con las prioridades, entonces hubo chicos a los que ya les habían mandado el mail de que habían entrado”. Conclusión: “No se puede reducir algo humano a un algoritmo de sistemas”. Un añoro: “El viejo sistema era muy preciso; jamás hubo problemas sistemáticos”. Una aclaración: “No es que teníamos planeado que entraran más chicos, fue reactivo: una vez que se produjo esto empezamos a responder”, dice Badaracco. Entonces comenzó un tetris que obligó a reasignar espacios (la sala de música y la biblioteca infantil funcionarán como aulas, mientras que esos espacios fueron acomodados en otros rincones, literalmente) y a crear uno más: “Se está construyendo un salón de 7×7 sobre la galería que está entre el hall central y el patio, con aluminio, vidrio y chapa doblada”, nos dijo a una semana de iniciarse ciclo lectivo. “Estos movimientos provocan una alteración completa”.

Los padres del Lengüitas, que fueron mayoría en frente de la Legislatura el día que se debatía allí sobre la falta de vacantes, encarnan esa desesperación: “La sospecha que tenemos es que al construirse con planos improvisados pueden tener un montón de falencias a nivel seguridad”, alertan  Hernán y Diego. Badaracco confirma que la escuela “no dispone de planos oficiales” (las obras estvuieron a cargo de la arquitecta del Ministerio de Educación, Silvia Rey), pero asegura estar prestando toda su atención para que las aulas lleguen en condiciones. Conclusión: “El Lengüitas se salva por la estructura preexistente”.

Lección 3 

Se buscan superhéroes

María Teresa Elola, coordinadora general del mítico Instituto Bernasconi (construido en 1929), a la que todos llaman La Nona, aclara que ella habla “despojada de toda política, desde el lugar de una docente que se aboca a solucionar las demandas de la gente”. Con esa introducción (que repite para cerrar la entrevista) intenta explicar su rol de estos días: su teléfono suena cada 5 minutos y ella da directivas sobre obras, informes sobre reuniones con padres y ataja emergencias. Así está desde diciembre cuando la subsecretaria de Educación porteña le comunicó que “había que construir dos aulas nuevas para primaria y dos para jardín, para albergar a más chicos”. La Nona se quedó durante el verano “por decisión propia” y apuró las obras hasta en feriados: “Ha pasado en otros años, con otras gestiones”. Reconoce, sin embargo, que el volumen de alumnos sin aula esta vez es inédito: alrededor de 80 chicos más, 44 de inicial y el resto de primaria. “Se construyeron 2 aulas con material que vulgarmente llaman durlock” y otras dos para jardín, cuyas obras fueron luego paradas por la jueza Elena Liberatori, al entender que estaban en un pasillo inconveniente.

Las aulas nuevas destinadas a primaria parecen cumplir las condiciones de espacio y luminosidad; pero las paredes suenan huecas, como si fueran apenas un panel, y se nota que han sido improvisadas sobre un amplio pasillo: si antes medía 10 metros de ancho, ahora mide apenas 3. Están desnudas: “El mobiliario llega en estos días”, apunta la coordinadora. Aclara que ya concursaron los docentes a cargo de estos nuevos grados, mientras ordena el trabajo de las 4 personas que están pintando las paredes del aula con pintura ignífuga. ¿No es muy fuerte el olor? La coordinadora responde que las salas de jardín paradas por la jueza ahora serán ubicadas en lo que denomina “espacios ociosos”. ¿Cuáles? Los que antes del desastre se  destinaban a clases de educación física: “Pero el Instituto cuenta con dos patios para eso y, además, tiene un gimnasio”. Un dato que pone toda esta charla en su debido contexto: mañana comienzan las clases.

Lección 4

La escuela ganada

Un grupo de padres, docentes y organizaciones sociales dejaron en evidencia algo importante al tomar una escuela abandonada en Parque Patricios, una de las zonas más afectada por la falta de vacantes de la Ciudad. Denunciaron, además, la existencia de decenas de predios inutilizados, propiedad del gobierno porteño. La decisión de recuperar el edificio escolar, de la calle Manuel García 370, surgió de las asambleas que se mantuvieron durante el verano en el Distrito Escolar N° 5 de la zona sur, que al momento del inicio de clases todavía contaba con más de 1.000 chicos sin vacantes.

“En este lugar podrían estudiar 200 chicos”, grafica Mercedes, docente, mientras muestra las 8 aulas que tiene el edificio, los dos patios y los baños. Hay agua y hay luz; se nota que el lugar sufrió el abandono institucional: estuvos 4 años cerrado. “Arreglarlo costaría mucho menos que un container”, asegura Mercedes, quien durmió 8 días allí adentro, como todo el grupo de asambleístas, hasta lograr que el gobierno porteño se hiciera cargo de reciclar el lugar. “Se comprometieron a proceder a una expropiación, porque aparentemente es una propiedad privada”, explica el secretario adjunto del sindicato docente ADEMYS, Gabriel Lugo, a la salida de una reunión con Carlos Regazzoni, ministro de infraestructura porteño. “Ahora lo tiene que votar la Legislatura: es una cuestión de semanas o meses. Y recién después, empezaría el proceso de refacción para que eso vuelva a ser una escuela”.

Lección 5

Hola, soy Esteban Bullrich

Viernes 24 de enero, 13 horas. Suena el celular de Carolina Fernández. Del otro lado de la línea, Karina Quevedo se presenta como funcionaria del Ministerio de Educación. “Queremos informarle que su hijo tuvo una vacante asignada por error, y está en lista de espera”. La noticia convirtió en un infierno el verano de Carolina. Reuniones, asambleas, festivales, movilizaciones se sumaron a trámites y reclamos. Movió tanto cielo y tanta tierra que consiguió un número de celular del mismísimo ministro de Educación porteño, Esteban Bullrich. Carolina discó, escuchó la voz de Esteban que la invitaba a dejar un mensaje, lo hizo, y horas después, recibió un llamado. “Soy Esteban, ¿con quién hablo?”. Carolina se apuró a desenrollar la situación de su hijo. Bullrich respondió: “No puede ser, debe tratarse de un error” y prometió derivar su caso “a un hombre de mi oficina que va encontrarle una solución”. Carolina aclara que en seguida se dio cuenta del teatro de la charla: “No se puede solucionar un tema tan importante, que afecta a tantas familias, alumno por alumno”. Esa lógica, sin embargo, fue la que prevaleció durante todo el conflicto. Cuando las autoridades se reunieron con los representantes del gremio docente Ademys, por ejemplo, “sólo solucionaron la situación de las famlias que vinieron, pero no aceptaron ni mirar los casos sin vacantes de los empadronados que trajimos – más de 400-, con todos los datos. Gente que estaba a esa hora trabajando, ¿se entiende?”, pregunta Lugo. Y razona: “La idea es forzar una transferencia de alumnos de la escuela pública hacia el sector privado, sobre la base de la desmoralización y el desgaste. Y nunca aceptar la negociación grupal, sino apostar a la solución individual para no favorecer la organización del reclamo”.

El viernes 5 de marzo empezó el año lectivo, retrasado por las paritarias docentes. En ese momento la cantidad de alumnos sin vacantes llegaba a 1.000.

Miro entonces a nuestra rubia de tapa y aprendo algo.

Cuánto es mil Almas.

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