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No arruga

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Vanesa Orieta, la hermana de Luciano. ¿Qué aprendió en el largo y doloroso camino de buscar a su hermano desaparecido? Cómo construir voz propia, cuál es la nueva generación de derechos humanos y más.

No arruga

Vanesa llega pedaleando y esa imagen lo resume todo: en medio del enloquecido tránsito porteño su frágil figura en bicicleta, la remerita roja, la pollera multicolor, la cara al viento, la mirada al frente, dale que te dale. Hay que imaginarla pedaleando así desde que desapareció Luciano: 5 años y 8 meses pedaleando.

Dale que te dale.

Hasta que un día de tantos suena el celular y le dice uno de los abogados:

-Desconectá el teléfono y no salgas a ningún lado. Estamos yendo para tu casa desde el juzgado.

Eran las 2 de la tarde.

A las 6 la sentaron frente a un pelotón de periodistas, aturdida.

“No quería estar, pero tenía que estar”, resume. De ese zigzagueo la rescató el desmayo de su madre. “Nada sucede porque sí: le tuvo que pasar eso a mamá para que yo pudiera decir lo que dije en ese momento”, dirá Vanesa para explicar cómo recuperó aquel día el equilibrio.

La conferencia de prensa fue el viernes. Luego, decidió aislarse durante  todo el fin de semana. Cuando despertó el lunes se encontró con un nuevo desafío: se estaba instalando la versión de que la muerte de Luciano fue producto de un accidente de tránsito. Desde entonces está pedaleando en la enloquecida autopista mediática, dale que te dale. “Sabemos que en  algún momento  el teléfono mágico puede dar la orden de que no siga más el tema en los medios, pero creo que ya cumplimos el objetivo: la gente no va a creer nunca que esto fue un accidente”.

Voz propia

Vanesa tiene el poder de la palabra sensible y el tono exacto. Dirá que es resultado de todo lo que le pasó en estos años. “Tantas personas nos han faltado el respeto que me siento con una autoridad muy grande para decir la verdad de la familia y de todos los amigos con los que estamos en esta lucha”.

Insisto. ¿Cómo construyó esa autoridad? ¿Cómo encontró ese tono? ¿Cómo logró mantener esa sensibilidad? Vanesa pedalea porque la invito a pensar cómo transmitir su experiencia a otras Vanesas que buscan fortalecer su propia voz. Se esfuerza porque sabe que hay muchas, y que habrá muchas más.

“Tengo muchísimos defectos, pero una de mis pocas virtudes es que escucho mucho. Y soy una esponja. Lo que escucho lo retengo en mi cabeza. Me he relacionado en estos 5 años y 8 meses con familiares que tienen el mismo empuje o superior al mío, con referentes de organismos de derechos humanos que no han dejado de buscar a sus desaparecidos de la dictadura y a sus desaparecidos en democracia; compañeros de fierro, pero de esos de verdad, a los que llamás a las 3 de la mañana porque tenés un quilombo y vienen corriendo. Todo eso me ayudó a aprender primero, después a entender y, lo más importante, a confiar”.

¿A confiar en qué?

A mí me parece que, en un caso como este, lo primero que a vos te quitan es la posibilidad de confiar. Porque te investigan, porque te persiguen, porque te amenazan. Y relacionarme con gente tan valiosa me ayudó a empezar a confiar. Confiar no sólo en los demás, sino en que yo también podía aprender. Y lo pude hacer porque los que se relacionaron conmigo también depositaron en mí esa confianza: me dieron fuerzas cuando esto se ponía muy difícil y el monstruo al cual nos enfrentábamos nos demostraba que realmente era muy poderoso.

Y en esos momentos, ¿dónde encontraste tu fuerza?

Sería un poco hablar de cómo soy, y no me sale bien.

Probemos…

No me canso nunca.

¿Por qué?

(Piensa) Esto que pasó con mi hermano me atravesó la vida. Lo sentí como algo tremendamente injusto y me despertó la peor de las broncas, pero la canalicé bien. Quizá porque  tengo la capacidad de humanizarme ante una situación injusta y creo que se tienen que defender los derechos de una persona a como dé lugar, en cualquier circunstancia, y en cualquier situación. Eso sí es algo que no lo tienen todos. Después… puedo decir de mí que que no voy a cagar a nadie. Que no voy a aprovechar nunca una situación para favorecerme. Que no voy a competir con nadie. No está en mí ser así. Eso te da la posibilidad de absorber todo lo que necesitás para salir adelante.

¿Algo más?

(Piensa) Nunca tuve miedo de ir a una reunión con un funcionario político o judicial. Los títulos, los cargos, me importan tres carajos. Siempre sentí que necesito el mismo respeto que le brindo a los demás. Y en ese sentido me siento con la libertad de encarar a cualquiera.

¿Y cómo aprendiste a encararlos?

Yo no sabía nada: ni qué hacía un fiscal, ni quién era tal diputado, ni tal institución. Nada. Al principio me metía, encaraba… y después llegaba a mi casa y estudiaba quién era la persona con la que había estado. Después aprendí que tenía que hacerlo antes. Un ejemplo: nos tenemos que reunir con el PROCUVIN. Perfecto. ¿Qué carajo es el PROCUVIN? ¿Qué le tengo que exigir? A ver: soy una persona que tuvo la posibilidad de tener una familia laburante que hizo un gran esfuerzo para que pueda estudiar y así aprender y hacerme de herramientas que son fundamentales para enfrentar todo lo que tuvimos que enfrentar. Si vos no tenés herramientas para poder discutir con ciertos personajes… tenés una contra muy grande. Porque estas personas saben cómo direccionar tu denuncia hacia otro lado, en el caso de que estés frente a un juez o un fiscal, pero también cómo direccionar tus sentimientos, en el caso que estés frente a un funcionario o un político. En cualquiera de los dos casos la estrategia es la misma: deningrarte y faltarte el respeto para quebrarte.

Los desaparecidos están

De todas las muchas, variadas y siniestras dificultades que tiene que enfrentar la familia de un desaparecido, la más tremenda, señala Vanesa, es la idea de que hagas lo que hagas, nada va a cambiar. Es por eso que sintió alivio y hasta cierta sensación de triunfo cuando encontraron el cuerpo de Luciano. Lo explica: “Un desaparecido se mantiene desaparecido no sólo porque existen personas que materialmente ejecutan el hecho, sino porque existen otros actores que a lo largo de los años no brindan respuesta y eso los pone en un lugar de cómplices. Esta familia nunca estuvo quieta, desde el primer momento recurrió a los lugares indicados y pidió mediante las herramientas adecuadas que se brindara la información. Así se evidenció que esto se trataba de un ocultamiento de pruebas, producto de la complicidad del Estado en su conjunto. Pero cuando vos vas recorriendo ese camino y te sentás frente a todos los responsables y les hablás mirándolos a los ojos comprendés perfectamente el poder que tienen las mafias y mucho más”.

Ahí, señala Vanesa, es cuando entendés todo. ¿Qué? “Que una persona esté desaparecida tiene que ver con la falta de respuesta de esos poderes, el ocultamiento, las mafias, pero también entendés que nadie los va a buscar. Y ahí el rol de la familia es fundamental. Entendés que existe una olla que no se quiere destapar y que los mecanismos propios de la última dictadura militar no han quedado desarticulados. Eso es algo que esta causa demuestra a las claras. Pero también entendés que el esfuerzo que tenés que hacer para vencer eso es muy grande, que  el desgaste es enorme y que no todas las familias están en condiciones de seguir sufriendo ese camino tan largo, tan torturante. Por eso siento que es esperanzador que hayamos encontrado a Luciano. Es esperanzador para encontrar a todos los desaparecidos, para entender que en una democracia existen mecanismos para exigirle al Estado que los busque. Es esperanzador para transmitir que hay que buscarlos porque en algún lugar están. ¿Y cómo los encontramos?

Si algo aprendí en estos años por el contacto que tuve con las personas que fueron víctimas de la violencia policial, institucional, estatal, es que no hay una conciencia  clara de lo que nos pasa hoy y que no se puede mirar las violaciones a los derechos humanos de la dictadura de la misma manera que a la violaciones en democracia.

¿Por qué?

Porque hoy le toca a otro sector social. Hoy le toca a los pibes de los barrios, a familias que no tienen herramientas para movilizarse, para argumentar, para aguantar todo lo que significa hoy buscar a un desaparecido. Si vos querés trabajar en estas causas y no cambiás el chip, no vas a llegar a ningún destino.

¿Cuál es la diferencia?

No estás trabajando con intelectuales organizados y luchadores. Estás trabajando con familias como la nuestra, que estamos hechas mierda. Que no accedimos a derechos desde que nacimos, quizá. Aprendí también que tenía que explicarle eso a cada funcionario con el que me encontraba. Incluso, si estaba delante de un funcionario que había sufrido situaciones similares a la mía, lo que trataba de hacerle entender es esto: se siguen violando los derechos humanos en democracia. El aparato represivo del Estado sigue intacto, y el Estado es cómplice en su conjunto de cada caso de desaparición, de gatillo fácil y de violencia institucional. Les decía: “Ustedes son parte de este Estado. Ustedes tienen la obligación de aggiornar sus políticas y de entender que las víctimas hoy son personas que pertenecen a familias que están muy, muy hechas mierda. Gente que ya sufrió mucho, que cuando tiene un trabajo es un trabajo horrible y que cuando llega a sus casas no encuentra un panorama mucho mejor. Y tiene que enfrentarse todos los días con la policía, con las amenazas, con el miedo y con la violencia. Y todo eso lo tienen que poner en la balanza para comprender qué significa hoy ser familiar de una víctima de violencia institucional”.

¿Vanesa nos está hablando de una nueva generación de derechos humanos? ¿O de una nueva generación de víctimas?

En cualquier caso: nosotros, ¿qué tenemos que hacer?

Responde Vanesa con una advertencia: “Digo esto humildemente y con intención de aportar, pero estoy en plena etapa de transición y todavía necesito procesar mucho lo que pasó para poder asegurar algo”.

Luego, arriesga: “Son pocos los históricos organismos de derechos humanos que tienen conciencia de las violaciones en democracia. Pocos son lo que identifican claramente cuál es la victima que hoy sufre las desapariciones, las torturas, las golpizas, las detenciones arbitrarias. Entendiendo que a esos organismos no les podemos reprochar que no estén presentes, porque tenemos que valorar la lucha enorme que han llevado adelante. En definitiva, son nuestros maestros. Pero la necesidad es grande y urgente y el vacío está y hay que llenarlo. Es ahí cuando pienso que tenemos la obligación de generar nuevos organismos que sean capaces de comprender hacia dónde apunta hoy el odio de una sociedad que necesita calmar el sentimiento de inseguridad que se le genera; nuevos organismos que enfrenten con argumentos y acciones concretas las políticas represivas y que sean capaces de desarmar la mirada criminalizante de los sectores judiciales. Necesitamos generar nuevos actores comprometidos con los derechos humanos de nuestros jóvenes. Y necesitamos crear nuevas formas para esos nuevos organismos. Mi experiencia me hace pensar que es en los barrios y con los jóvenes que tenemos que pensar esto. Y que es algo que podemos hacer cualquiera de nosotros. Y que necesitamos hacerlo urgente. Y que esa tarea es triste, porque vamos a un lugar donde no hay nada, donde todo lo que veamos alrededor tiene que ver con vulneración de los derechos. Y que tenemos que estar capacitados para poder enfrentarnos a los poderes mafiosos, a la mezquindad política, a la desazón moral. Y pelearla. Nada más”.

Hacia ese horizonte nos invita a pedalear Vanesa. Dale que te dale.

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