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El matrimonio entre la comunidad y el teatro
El casamiento de Anita y Mirko. Desde hace 14 años hay fiesta en Barracas con esta obra emblemática que se propone la fiesta como lugar de encuentro y creación colectiva. Comer, bailar, divertirse y más.
El barrio de Barracas, Ciudad de Buenos Aires, tiene el record de casamientos del país: desde hace 14 años allí se casan Anita y Mirko en una ceremonia que, semana tras semana, convoca a cientos de invitados. El fenómeno tiene nombre: El casamiento de Anita y Mirko fue la obra de teatro comunitario que parió el Circuito Cultural Barracas en el año 2000 como una excusa para generar un espacio de encuentro, intercambio y diversión que amortiguara la crisis neoliberal que, como la borra de un café, no había tocado el fondo, pero ya dejaba huellas. La fórmula que crearon los vecinos fue medicina para curar el agobio y la desesperación. Y captó una necesidad que flotaba en el aire: jugar y divertirse con otros, a tal punto que, desde entonces, cada función agota sus localidades. Sábado tras sábado, durante catorce temporadas: un panorama de la potencia del teatro comunitario. Y de la capacidad creativa de eso que los medios comerciales se empecinan en llamar “la gente común”.
Así, los vecinos forjaron una obra que reproduce un casamiento, en el que actúan más de cincuenta vecinos-actores y en el que público que asiste también es protagonista y participa de una fiesta en la que comparte la mesa con otros, baila, cena y se entretiene.
El resultado es gente que fue hasta cinco veces a ver la obra para ser parte de la celebración.
El resultado se ve al final y tiene un verbo acompañado de un sustantivo: salir transformado.
El resultado es un nuevo paradigma: la recuperación de la ceremonia teatral.
¡Vivan los novios!
Es sábado a la noche, hay un leve viento que más que eso es un aire plácido y compasivo, y en Iriarte y Vieytes hay una fila como las que hay en cualquier teatro para ver cualquier función. La diferencia es que este no es cualquier teatro, ni cualquier función: el público no será espectador, sino protagonista de un casamiento que unirá a dos familias dispares –italiana la de la novia: cálida y bochinchera; de origen ruso la del novio: fría y parca– que compartirá la noche en el salón de fiestas de las cuñadas, al que llaman La Taffié de tu Barrió.
El público es, entonces, parte de la fiesta: preparate.
Antes de entrar, familiares de la novia (integrantes del Circuito) se acercan a los invitados (el público) y le dicen cosas como éstas: “Ay, ¿ustedes son los primos de zona sur? ¿Llegaron bien?” o “Roberto, ¿cómo estás, tanto tiempo? Qué bueno que viniste”: acaba de comenzar el show.
Luego, como en todo casamiento, en la entrada hay una persona con una lista con los nombres y los números de mesas asignadas. Al rato, estás sentado en una mesa de ocho, seguramente con gente que no conocés, con los que al principio surgen diálogos de compromiso –como en toda fiesta–, pero después sentís que los conocés desde siempre. Mientras se espera la llegada de los novios, llega la comida y la bebida, por lo que queda garantizada una de las cuestiones que más valoramos de las fiestas de casamiento (confesémoslo). Llegan los novios, suena la música y no hay forma de que permanezcas sentado: arranca la joda, se arma trencito, selfies, rondas y pasos de baile (aparentemente) sincronizados. A esa altura ya no tenés idea quiénes son los actores y quién es parte del público porque ambos conforman un todo: otra de las potencias del teatro comunitario.
Todo el tiempo se te pierde de vista que estás dentro de un espectáculo teatral. Lo que sentís es que te invitaron a un casamiento al que no le falta ninguno de sus rituales: baile, video de los novios, vals, ramo, torta, shows musicales. Cada instancia tiene una magnífica interpretación de los vecinos que, por un rato, dejan de lado sus ocupaciones: el taxi, los quehaceres domésticos, el negocio, la escuela o el consultorio, para actuar, compartir, jugar e inventar una fiesta que confirma que la alegría y la celebración colectiva son un elemento de resistencia, construcción y transformación social.
Talento colectivo
Ricardo tiene un apellido que lo define: Talento. El suyo interpela la aparente capacidad individual del artista y, en contraposición, se construye en el hacer con otros, con la comunidad: ése es su recurso. Es uno de los fundadores del Circuito y su director general. Tiene el pelo blanco y un bigote ídem, ancho y movedizo, a lo David Viñas. Cuando habla, se le escapa una risa cómplice aunque esté diciendo una reflexión profunda. En ese detalle y en la predisposición empática que tiene con el otro se percibe su calidad humana: infinita. Ahora, está sentado junto a Corina Busquiazo, directora de la obra y todo entusiasmo, constancia y generosidad, tirando pistas para entender estos catorce intensos años de casamientos. “En este tiempo cambió el clima político y el social, pero sigue esa necesidad de jugar, aunque sea por dos horas, a que no tenemos paranoia el uno del otro. En el fondo, el Casamiento es una ficción: ficcionamos que nos conocemos, que nos podemos divertir juntos, que podemos compartir una mesa sin que nos conozcamos”.
Agrega: “Esto que nació como una necesidad en tiempos muy difíciles, está vigente hoy porque seguimos aislados y el sector medio más que ninguno: cuando le va bien, cree que es sólo por mérito suyo, no relaciona las circunstancias políticas y sociales; cuando le va mal, se suicida porque cree que le pasa a él sólo. Es el verdadero sector vulnerable, el que está más en riesgo con respecto a su eje cultural, su pensamiento político e ideológico: puede apoyar a los piqueteros o mandarlos a matar”.
Talento rescata, además, la ceremonia celebrativa propia del teatro comunitario: “El teatro es la última ceremonia humana que le queda al ser humano. Cuando la comunidad la toma, vuelve a darle encarnadura, sentido. Porque a veces el teatro se vuelve una ceremonia hueca, no de comunicación sino de exhibición: de habilidades, de construcciones artísticas. Una
de las cosas por la cual el teatro comunitario tiene tanta repercusión en el público es porque, al tomarlo la comunidad, vuelve a tener sentido esta ceremonia celebrativa: el vecino produce con otro vecino, que es el espectador: hay empatía y todos juntos estamos participando de un hecho colectivo”.
Él mismo se pregunta y se responde: ¿Por qué sigue viniendo el público a ver el Casamiento? Porque en su propio barrio están aislados de su comunidad, de su vecindario y este encuentro produce cambios: sorprende cómo entra la gente y cómo sale”.
¿Cómo entra y cómo sale?
Cuando entra, está como en cualquier cola de una obra de teatro porque a esta altura el público no es sólo gente del barrio. Viene con toda la expectativa del que va al teatro. Como ensayamos antes, dicen: “¿Cómo? ¿Había otra función antes?”. “No, estamos ensayando”, respondemos y nos dicen: “¿Y ahora se les ocurre ensayar?” Está esa tensión de exigencia, de “yo pagué mi entrada”. Después de dos horas es como que le damos vuelta la cabeza: salen de otra manera. Eso es un hecho que produce este espectáculo. A veces viene la gente de teatro y está esperando el mensaje, el texto elaborado. Y no. Justamente lo que produce el casamiento es todo lo contrario: el hecho en sí es lo que produce la transformación. Y eso desconcierta.
“En lo sencillo está lo profundo”, agrega Corina.
Redes sociales
En El Casamiento de Anita y Mirko no faltan: la tía solterona, un tío gay, algún flechazo ocasional entre integrantes de las dos familias, el cura, los reproches intra familiares y las caracterizaciones estereotipadas de rusos y tanos. Además hay música en vivo, comida que preparan los propios vecinos y mucho baile. La enumeración demuestra la producción colectiva que sustenta el espectáculo. La calidad artística es, también, una de las cualidades que permite que la obra tenga el mejor de los elogios: el boca en boca.
Dice Corina: “Es un espectáculo que mucha gente lo ve y dice: ‘Yo también podría estar del otro lado’. Abre una puerta para venir a participar”. “Que el vecino, cuya mayoría es de sectores medios, esté un sábado a la noche maquillándose, cambiándose con otros, que haya familias enteras, que exista un intercambio generacional, es un hecho revolucionario”, aporta Talento. Corina menciona, entonces, la mixtura de ocupaciones, sectores sociales, etarios e ideológicos que conforma el grupo. Agrega Ricardo: “En la obra no podés distinguir qué laburo hace cada uno. En el teatro comunitario eso es fantástico porque no se dan los roles de acuerdo al status social. Ahí también hay puentes que no existen en otro lado. ¿Dónde se van encontrar un físico, con un ingeniero en electricidad, con un taxista, con un maestro y con otro que vive en la villa? Estamos compartiendo una construcción colectiva y a la vez interrelacionándonos”.
Ambos, señalan: “Todos los personajes tienen tres o cuatro versiones. Ahí se rompe el ego: no hay dueños de los personajes. Al vecino le viene bárbaro, porque descansa y participa en el juego con el espectador, pero no siente el protagonismo de estar culturalizando a nadie”.
El público y la cartera
Después de catorce años viendo la reacción del público en el show, Ricardo y Corina están en condiciones de trazar un estudio sociológico sobre su comportamiento: les sobran elementos. Cuentan que la gente llama a la boletería y dice:
–Somos cuatro, ¿podemos tener una mesa para cuatro?
–No, las mesas son para ocho personas.
–Ay, ¿pero no podrán hacer una especial para cuatro?
–No: las mesas están dispuestas así.
“Es muy profundo el tema –afirma Talento– porque revela las dificultades para estar sentado un rato con alguien que no conocen. Te piden todo tipo de seguridades: qué se come, cómo venir, cómo llegar. Eso es profundamente cultural. ¿Por qué se exigen tantas garantías para venir a Barracas? Yo si voy a Palermo no llamo al lugar para ver cómo llego. Acá llaman y preguntan cómo llegar desde Capital, como si Barracas no lo fuera. Esa pregunta comenzó a surgir hace cinco años y es como que culturalmente se escindió a los barrios del sur del resto de la ciudad. A veces cuando termina el
Casamiento nos preguntan cómo volver a Capital y yo los cargo: les digo que salgan a la vereda”.
Las palabras de Ricardo Talento exponen otro de los significados del teatro comunitario: el cimbronazo que genera la posibilidad de trascender desde su lugar de origen, desde la periferia hacia el centro, aunque a esta altura del partido habría que redefinir, en términos culturales, cuál es la periferia y cuál el centro: qué es figura y qué es fondo.
Talento continúa con su análisis sociológico: “Esto de sentarse con un desconocido, que parece una tontería, es interesante porque después hay un tránsito en el que se terminan cambiando los teléfonos, se pasan los mails: no se conocían pero bailaron y comieron juntos. La ceremonia produjo un cambio, por lo menos rompió el concepto de paranoia. El espectáculo, en este juego, les da vuelta la cabeza. A los 20 minutos está el primer baile, yo observo mucho cómo salen a bailar y ya dejan la cartera colgada en la silla: algo cambió porque jamás alguien del sector medio dejaría la cartera e iría a bailar. Es que entró en el código y se dio cuenta de que está en otro lugar. En el fondo, con el espectáculo estamos diciendo: hay otra forma de relacionarse, de divertirnos, de conocernos, no le tengamos miedo a esa forma”, dice Ricardo, entusiasmado.
El germen
En todos estos años de recorrido, El casamiento de Anita y Mirko tuvo varias modificaciones en su dramaturgia, que se fue potenciando. Corina cuenta que, en un momento, las que servían las mesas eran vecinas-actrices que hacían de mozas, como hijas del dueño de un salón alquilado. “Era terrible porque el público creía que eran mozas de verdad y las maltrataban. Terminaban llorando porque un tipo les decía: ‘Esto no tiene sal’. Entonces cambiamos la estructura y ahora las que sirven las mesas son familiares de los novios. Entonces, si alguno se pone medio denso con que está frío o que quiere más sal, le dice: ‘Ay, pero escuchame, Alberto: tenés tantas vueltas. Si vos en tu casa nunca comiste con sal, ¿qué me decís?’”. Como ésa, el texto fue teniendo algunas adaptaciones, además de las particularidades que les da cada interpretación.
Antes de partir el espectáculo, el Circuito Cultural Barracas organizaba todos los meses un ciclo que llamaban Corto-Circuito en el que representaban distintos rituales: una feria, un club de barrio, un casamiento, una clase en una escuela: ése fue el germen que, luego, se transformó en El casamiento de Anita y Mirko.
La desmesura es evidente: un estreno teatral por mes para, posteriormente, parir un espectáculo que lleva catorce temporadas en cartel. “Un vecino decía: ‘Nos tiene que ir bien porque parece que siempre la fiesta está en otro lado. ¿Por qué nosotros no podemos generar y ser protagonistas de una fiesta?’”, razona Talento.
Otra vez, la risa cruza la frontera del bigote y contagia a quienes lo escuchan. Con el mismo impulso, añade una síntesis que resume los catorce años de éxito teatral y social:
“La fiesta es una forma de resistir y de construir desde la alegría y el encuentro”.
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