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La mensajera
Heather Marsh fue editora jefe de Wikileaks Central en pleno ataque del Cablegate. Ahora organizó una red global de difusión. Mineras canadienses, pedófilos y torturadores, en la mira. Acá se puede leer y descargar su libro “Enlazando el caos”, en formato pdf
Es periodista, escritora y programadora, pero ninguna de estas etiquetas alcanza para definirla. Para honrarla, en otros tiempos bastaría presentarla como hacker, pero en los últimos años esta palabra ha sido tan criminalizada que, por eso mismo, ella está en Buenos Aires en modalidad off line. Esto es: sin celular ni computadora. Pocas personas en el mundo de hoy entienden por qué esos aparatitos se han convertido en radares del Gran Hermano y conocer esa parte tan oscura de la realidad global ha convertido a Heather Marsh en una guerrera de la era virtual: la tecnología es para ella una herramienta para pelear, pero para defenderse, hay que andar por la calle y desenchufada.
Esta mujer menuda que usa sandalias de cuero, jeans y remera holgada se cargó el peso de mantener online el sitio de Wikileaks Central en pleno ataque de cables desclasificados. Fue su editora jefe, administradora y titular del dominio desde 2010 hasta 2012, período en el que combatió contra todo el ejército que intentó desacreditar la información que ese sitie revelaba, atacándolo con censuras legales y de las otras y con ataques cibernéticos y de los otros. La experiencia le dejó tantas heridas como medallas.
Dirá Heather hoy, sentada frente a mí gracias a un encuentro que se concertó como una cita a ciegas: “Wikileaks fue una creación colectiva con un objetivo claro: ser el megáfono que amplificara las resistencias locales para convertirlas en batallas globales. Eso fue lo que nos motivó a hacer todo lo posible para tener el mayor impacto posible”.
El primer premio por ese esfuerzo lo obtuvieron con la difusión del video que mostró al mundo la cara oculta de la invasión a Irak. El video demostraba cómo
soldados norteamericanos dispararon impunemente al reportero Namir noor-Eldeen, de la agencia de noticias Reuters,
a su ayudante y, luego, a nueve testigos más. Pocos meses después cosecharon el segundo triunfo: en julio de 2010 hicieron público 92.000 documentos sobre la Guerra de Afganistán. Un mes después filtraron 391.831 documentos del Pentágono que revelaron los alcances de la invasión a Irak: el uso sistemático de torturas, el saldo de 109.032 muertos y un promedio diario de 31 civiles asesinados, entre otros datos que se regaron por la web.
Para entonces habían logrado armar una red global para traducir toda la información a 16 idiomas, tener presencia en 100 países con más de 700 nodos globales y ser fuente de información de tradicionales diarios comerciales, como el inglés
The Guardian, el norteamericano The New York Times, el alemán Der Spiegel o el español El País, entre muchos otros.
“De alguna manera estábamos todos sentados frente a la pantalla esperando
a Manning”, dirá Heather sonriendo. Bradley Manning era el soldado y analista de inteligencia del ejército de Estados
Unidos que dio origen al llamado Cablegate: la colección de 251.287 de cables intercambiados entre el Departamento de Estado norteamericano y sus embajadas,
la mayor filtración de documentos secretos de la historia.
Para la Historia quedará también el epílogo que le dio Manning a este capítulo de la batalla contra la oscuridad: el día que el ejército de Estados Unidos lo condenó a 35 años prisión, Manning comunicó a la prensa que a partir de ese momento debía ser nombrada como Chelsea Elizabeth, su nueva identidad sexual y su nueva gran lección de libertad.
“Creamos Wikileaks para tener el mayor impacto global posible y lo logramos. Para 2012 ya lo teníamos a través de toda la
red global que habíamos logrado armar
a partir de Wikileaks. La organización
no era en sí misma ni tan importante
ni tan necesaria y por eso renuncié”, dirá Heather con otra sonrisa que atenúa el
impacto de la persecución de la que
fueron víctimas y, en particular, el dejo amargo que le deja que todo lo cosechado sea hoy asimilado a la batalla de un solo hombre.
Quizá esta experiencia es la que motiva su consejo: cuidado con el narcicismo.
Analizado desde hoy, ¿Wikileaks es un éxito o un fracaso?
No es un fracaso, al menos para mí. En 2010, si una Chelsea Manning quería
difundir información al mundo la única plataforma que tenía para hacerlo era
Wikileaks. Hoy, en cambio, podemos decir: nunca más vamos a necesitar esa plataforma ni ninguna otra de ese tipo.
¿Por qué?
Porque Wikileaks era una plataforma centralizada. Y hoy tenemos una comunidad global dispuesta a difundir información. Dije que con Wikileaks queríamos construir un megáfono, bueno: hoy no necesitamos megáfonos porque ya todos tenemos nuestras propias voces. El desafío ahora es otro: globalizar esas voces.
Frentes de batalla
Las batallas de Heather no comienzan ni terminan con Wikileaks, aunque están hilvanadas por un mismo hilo. Fue, por ejemplo, la primera en dar la noticia del inicio del Ocuppy Wall Street y la única en informar la verdad sobre Omar Khadr, un joven ciudadano canadiense de 15 años, capturado en Afganistán, preso y torturado en Guantánamo, donde estuvo prisionero durante 9 años, acusado sin pruebas de apoyar al terrorismo. También investigó incansablemente a una organización inglesa de abusadores de niñas y niños, la Paedophile Information Exchange (PIE), creada en los años 70 para proclamar la despenalización del sexo entre adultos y menores. Heather afirma que desde que se logró que esa organización, con fuertes vínculos con la elite del poder, se disuelva gracias a la presión social, los pedrastras se refugiaron en Internet. Incluso en 2006 organizaron un llamado global al Día de Orgullo Pedófilo, a celebrarse el primer sábado después del solsticio de verano, que en nuestro hemisferio correspondería al 21 de diciembre. “El principal triunfo de esta organización es que nosotros llamemos pedófilos a los violadores de niñas y niños”, advierte Heather, en gran parte responsable de
la información que divulga Wikipedia cuando tipeamos, por ejemplo, “organizaciones pedófilas”.
Mineras y resistencias
Otra de sus incansables campañas es contra las mineras canadienses responsables de graves violaciones en países del Sur. Explica Heather: “El
sistema legal de Canadá está creado para proteger a estas corporaciones mineras, por eso el 75% de las empresas mineras que operan en el planeta tienen esa nacionalidad. Son las que están destruyendo hoy el mundo y si queremos detenerlas
no alcanza con la resistencia local: hay
que organizarse globalmente. A la propaganda corporativa le gusta que pensemos en términos de Estados nacionales. Eso es lo que le conviene. Le conviene también
que cada protesta sobre sus prácticas
ilegales, violatorias y depredadoras sean nacionales”.
¿Por qué?
Porque nos impiden así ver la verdad. Y la verdad es que hoy nos gobiernan las corporaciones y que el Estado mismo es una corporación. La geopolítica global nos plantea el desafío de ver de otra forma el mundo que nos rodea. No nos sirve más pensar a China como China o a Estados Unidos como Estados Unidos. Tampoco nos sirve plantear las batallas en términos de opciones de izquierda o derecha. Nuestra realidad está ordenada hoy de otra manera: no hay izquierda ni derecha, de la misma manera que no hay occidente ni oriente. Solo hay arriba y abajo. Arriba, las corporaciones. Y abajo, nosotros. Porque en China, los chinos son iguales que nosotros: pobres. Pero el Estado chino es poderoso, como lo es el de Estados Unidos o el de Canadá. Ese es el orden que creó el gobierno de las corporaciones. Y eso es nuestro problema, pero también nuestra potencia: si nos pensamos juntos, los de abajo somos más, no solo en número, sino en fuerza, creatividad, potencia.
Dirá entonces que pensar cualquier
lucha desde la perspectiva local es peligroso porque es reaccionario. “Cualquier
persona que solo mire su problema, sin tener en cuenta cómo ese problema afecta a los demás, es reaccionaria. Pongo un ejemplo concreto para que se entienda: la gente que está protestando hoy en las
calles de Ferguson, en Estados Unidos, contra la violencia policial es reaccionaria sino utiliza esa energía social para denunciar toda la violencia que ejerce Estados Unidos sobre los pueblos del mundo”.
El desafío actual, señala Heather, es entender que acá abajo no es solo el barrio, la provincia o la nación que nos tocó en suerte sino el planeta que tenemos que habitar juntos, hermanados y solidarios.
Dirá Heather: Gaza, Fergunson o Esquel deben pensarse juntos, unidos, pero
también hermanados con cualquier otro punto desde el cual sea posible organizar una respuesta. “Es imposible pedirle hoy a la población de Gaza que haga algo más de
lo que ya está haciendo, pero es posible exigirle a cualquier población del planeta que sume fuerza a la resistencia para que Gaza tenga paz”.
La batalla final
En su libro Enlazando el caos, Heather escribió: “Necesitamos tener fe los unos en los otros dentro del caos”. ¿Cómo lograrlo?
Dirá Heather que para plantear en términos globales las batallas de los de abajo, el principal problema es uno y muy
concreto: la propaganda. “Estamos gobernados por la propaganda. Estamos dominados por la coerción que ejerce sobre nosotros la información que emite el marketing corporativo”. Ese marketing, explica en su libro, es el que dicta una idea de orden que no es real, porque para
que ese orden exista en la realidad, lo
que se necesita es militarizarla: eso es exactamente lo que garantiza el poder
corporativo.
Dirá finalmente Heather: “Nuestra tarea es destruir ese relato”.
Sonríe una vez más, quizá para atenuar el tono imperativo, urgente, de ese mandato.
Se despide señalando aquello que para ella es una misión y una esperanza: en un mundo donde todas las comunicaciones virtuales están monitoreadas por las agencias de inteligencia, ha elegido compartir con nosotros cara a cara, sonrisa a sonrisa, sus experiencias, sus conclusiones y su mensaje.
La pregunta final será, entonces, práctica:
¿Alguna fórmula que recomiendes para llevar adelante y con éxito semejante tarea?
La única que conozco: trabajar sin dormir durante varios años.
Entendido.
No tengo idea en qué punto del planeta estará Heather a esta hora de la madrugada.
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