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Clima de cambio
Naomi Klein tuvo un hijo y parió un nuevo libro que comienza explicando cómo estos dos hechos están relacionados: el futuro depende de la muerte del capitalismo extractivo.
Muchas personas en las ciudades se cruzan en ascensores, pasillos, iglesias, shoppings y otros lugares inverosímiles, y emiten comentarios del siguiente tipo:
“No se aguanta el calor”,
“En invierno ya no hace frío”;
“Las lluvias son cada vez peores”,
“Tiempo loco”.
Hay además una insufrible proliferación de meteorólogos mediáticos que pronostican obviedades o errores, generando nubarrones amenazantes, incluso en las cabezas urbanas.
Para despejar ese cielo que representa el futuro, Naomi Klein, la autora de No Logo y La doctrina del shock -dos referencias inevitables para entender estos tiempos-, acaba de publicar un nuevo libro que revela que esas conversaciones y pronósticos inciertos no son simple meteorología, sino el reflejo de una de las tragedias actuales que no muchos comprenden/comprendemos en toda su magnitud: el cambio climático. El libro se llama This changes everything: Capitalism vs. the Climate. Todavía no se ha editado en castellano, donde el título sería, tal vez: Esto cambia todo: Capitalismo vs. Clima.
Si las anteriores investigaciones de la canadiense de 44 años fueron verdaderas radiografías de época sobre el crecimiento de la desigualdad y lo que definió como “capitalismo de desastre”, éste merecería un nuevo uso de la palabra ecografía, ya que combina la investigación y descripción de lo ecológico con el tema de la justicia social. Y a la vez, explica mucho de lo que se está gestando como resistencia frente a un sistema económico extractivo que revienta territorios, producciones, comunidades y personas, para optimizar las ganancias fastuosas de menos del 1% de los habitantes de este laberinto global. Detalla la relación entre crisis energética y desastre ecológico, y la idea que se desprende debería cambiar nuestras conversaciones: el tiempo no es loco: lo han enloquecido.
De Vogue a Rebelión
El tema de este libro es lo suficientemente amplio y transversal como para que haya merecido la atención y el elogio desde lugares tan diversos como Rebelión, The New York Times, el británico The Guardian, la revista de modas Vogue, o el programa televisivo Democracy Now!, entre cientos.
El más inesperado de esos medios, Vogue, plantea: “Klein analiza cómo las corporaciones y la ideología de libre mercado bloquean el intento de luchar contra el cambio climático. Critica a muchos de nuestros supuestos salvadores (grandes oenegés “verdes” que en realidad están unidas a las compañías petroleras) y termina dando ejemplos sobre cómo la gente está haciendo las cosas bien. Klein sostiene que la crisis climática puede convertirse en un catalizador de una enorme y positiva transformación social. Pero llegar a eso significa la reorganización de un capitalismo que vive de los combustibles fósiles, exige el crecimiento sin fin y concentra el poder económico en el 1% de la población mundial”.
Recuerda Vogue una frase del libro: “Para hacer frente a la crisis climática, será necesario un sistema económico completamente diferente”. El artículo no omite que una de las más famosas críticas del mundo del consumismo puede entender, a la vez, la alegría de las compras, como cualquier mortal. Naomi no es una fundamentalista. En Londres le preguntaron qué cosa sí le gusta del capitalismo y contestó: “Los zapatos”.
El portal Rebelión destaca en un artículo de Joan Martínez Alier que Naomi defiende “una ecología de los pobres y los indígenas”, frente al ecologismo de las grandes organizaciones verdes. Señala: “La tarea histórica y muy urgente de disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero” y describe el trabajo de Naomi como “serio y a la vez inspirador”. El libro abarca 570 páginas y 70 más de citas y bibliografía.
Los libros de Naomi Klein nunca han sido testimoniales –o no sólo eso- sino una de las mejores muestras de lo que es capaz el periodismo de investigación cuando se hace en serio. Naomi ha utilizado sus zapatos para recorrer cientos de experiencias de resistencia en distintos lugares del planeta contra las petroleras, la deforestación, la minería y el fracking, entre otras, para comprender cómo funciona el sistema, cómo está arruinando el presente e hipotecando el futuro.
Y qué podemos hacer al respecto.
Ideas
En el sitio web In these times (En estos tiempos) se publicó un análisis del libro con “5 lecciones cruciales para la izquierda”, a partir del trabajo de Naomi. Un esbozo:
No funcionan las curitas, o los parches: Klein sostiene que el problema del cambio climático no radica en las emisiones de carbono, sino en el capitalismo, y que sólo los movimientos sociales y comunitarios pueden salvarnos actualmente. Las propuestas empresarias y las políticas de “bonos verdes” (multas para seguir contaminando) sólo empeoraron la situación.
“La tierra no es nuestra prisionera, nuestra paciente, nuestra máquina o incluso nuestro monstruo. Es nuestromundo. La solución para el calentamiento global no es arreglar el mundo, es arreglarnos nosotros mismos”.
No se puede confiar en la financiación bien intencionada de las empresas para reducir la crisis: Klein cuestiona a grandes oenegés ambientalistas, y denuncia, por ejemplo, el caso de The Nature Conservancy que trabaja asociada a petroleras como Shell y Chevron y admite perforaciones petroleras en zonas protegidas, mientras dice luchar por la conservación de especies.
Propone campañas para desinvertir en empresas contaminantes. En artículos recientes rescata a universidades y fundaciones que abandonan sus inversiones en petroleras y mineras. El caso extremo: la fundación Rockefeller. Valerie Rockefeller Wayne explicó la decisión de desinvertir, justamente porque la riqueza familiar proviene del petróleo, “y por lo tanto siente una mayor responsabilidad moral de usar esa riqueza para frenar el cambio climático”, escribió Naomi, quien apuesta a un cambio cultural que abarque desde los pueblos originarios (first nations) hasta las comunidades y grupos conscientes de la crisis.
Enfrentar el cambio climático es una oportunidad para hacer frente a otros problemas sociales, económicos y políticos, porque lo que se está poniendo en cuestión es al propio modelo productivo y de control social que ha llevado a esta crisis.
Detalle: Naomi no habla desde un podio académico. Fue detenida en Washington durante un acto pacífico contra un oleoducto frente a la Casa Blanca, junto a cientos de manifestantes. Se enteró de su embarazo mientras participaba en las marchas de ocupación de Wall Street, y allí, reconoce, empezó una reflexión aún más profunda sobre qué cosas son las que vale la pena conservar, y las cosas por las que vale la pena vivir.
Guerra contra la vida
La emisión de gases contaminantes, empezando por el carbono, es producto, en un pantallazo, de la actividad industrial sin controles, el uso de combustibles contaminantes en vehículos de toda especie, los grandes emprendimientos extractivos, y la deforestación. Las corporaciones tienen un rol crucial en la situación, y los gobiernos que prometen más de lo que controlan. En los casos de los países desarrollados, sólo China y Estados Unidos generan el 45% mundial de emisiones contaminantes. Y los subdesarrollados añoran lo mismo, al pensar formas de crecimiento atadas al mismo paradigma productivo y calentador del planeta.
Se calcula que la temperatura terrestre ya aumentó 1,3 grados desde el comienzo de la revolución industrial y se va hacia los 2 grados a mitad de este siglo: a partir de ese nivel, se hace imposible establecer qué pasará. Incluso si el mundo seguirá siendo habitable para miles de millones de personas. Ya los datos meteorológicos indican 2014 es el año más caluroso registrado a nivel mundial. Son permanentes las noticias sobre inundaciones, sequías, incendios, derretimiento de glaciares y nieves que antes eran eternas, de los polos. Y la consecuencia social: sólo en 2013 hubo más de 22 millones de personas desplazadas de sus hogares en el mundo por la crisis climática, tres veces más que los desplazados por distintas guerras. Y 600.000 muertos. No hay muchas noticias en Argentina respecto de este tema crucial, ya que ex diarios como Clarín y La Nación han tomado la melancólica decisión de transformarse en portales de chimentos mal escritos, y los oficialistas hacen lo mismo, pero al revés.
Naomi Klein plantea este problema: “Al llegar a estos niveles de calentamiento global, los modelos de análisis empiezan a descomponerse, los científicos no saben qué esperar”.
En un reportaje con la periodista norteamericana Amy Goodman, para el programa Democracy Now!, Naomi planteó que discutir el cambio climático implica discutir también “las cosas que tenemos que cambiar, las inversiones en la esfera pública, en salud, en educación y en ciencias, lo cual crearía millones de empleos y permitirá abordar otro problema de los más complejos: la desigualdad de la riqueza. No podemos lidiar con el cambio climático sin luchar también contra la desigualdad en nuestros países, y entre nuestros países”.
El libro considera que el sistema económico está en guerra con el sistema planetario. “Más exactamente, la economía está en guerra con muchas formas de vida en la tiera, incluyendo la vida humana”.
La propuesta es rehacer la economía a partir de otro tipo de energías, limpias, descentralizadas, locales. En una charla con el periodista Liam Barrington Bush Naomi recuerda que Alemania ya llegó a un uso del 25% de energía renovable (sol, viento, mareas). “Pero sin embargo tiene más emisiones de carbono, porque el gobierno permite actuar cada vez más a las empresas contaminantes. Hay un doble juego: promover la energía limpia por un lado, pero subordinarse a los lobbies empresarios por el otro que exportan esa energía a otros lugares”.
Klein considera que las resistencias contra el modelo extractivo restauran la historia y la democracia. “Se puede además hablar de una transición energética, descentralizada, cooperativa, que en parte de Alemania está sucediendo. Es un modelo de Energía
Democrática, donde las comunidades generan su energía a través de asociaciones vecinales y cooperativas, y eso no implica sólo cambiar el combustible fósil por la llamada energía verde, sino que es también un cambio de poder: quién controla la fuente de esa energía, y hacia dónde van los recursos. Es un asunto de autodeterminación y control colectivo, y no ya de control de las corporaciones”.
Uno de los problemas que plantea es que los lobbies extractivistas “son tan ricos que tienen todo el dinero necesario para sobornar, y así han comprado a gran parte del sistema político”. Habla del hemisferio norte, cada lector pensará lo que prefiera sobre el hemisferio sur.
Pero con respecto a las resistencias, la escala que permite pensar transformaciones reales es la local: “Los ecologistas miraban al mundo como desde una nave espacial, pero no se puede amar a la totalidad del planeta. Creo que lo que impulsa a los más potentes movimientos de resistencia es el amor a algún lugar en particular. Allí quieren defender sus bienes, y gracias a la tecnología están vinculándose unos con otros. Lo emocionante es que si logramos que la energía sea producida por las propias comunidades, descentralizadamente, estaríamos hablando de una energía del 99% de las personas, contra ese 1% que sigue sometiendo al resto con los combustibles fósiles”.
Naomi argentina
Esta periodista canadiense no habla casi castellano, pero es lo suficientemente argentina como para haber vivido aquí dos años, más varias visitas, y como para que ese hijo que tuvo en 2012 con su pareja, el director de cine Avi Lewis, se llame Toma, homenaje a las fábricas recuperadas argentinas cuya historia Avi y Naomi retrataron en la película La Toma (The Take). “Ese proceso que vivimos en la Argentina fue una época feliz, y me marcó siempre desde el punto de vista profesional”.
Toma Lewis-Klein acompañó desde la panza buena parte de la investigación de su mamá, y hoy anda escuchando las andanzas de su padre que está en la etapa de posproducción de la película que dirigió sobre Esto cambia todo. Naomi dedica el libro a Toma, y varias páginas a hablar de ese embarazo que tanto le costó (venía de sufrir dos abortos espontáneos), y que le ayudó a reflexionar sobre el poder regenerador de la vida. Por eso, como dice Alier, Esto cambia todo no es un libro pesimista sino un trabajo para comprender el mundo de otro modo, y cambiarlo.
Naomi Klein plantea que “este es un momento en el cual se diluyen las barreras entre quién es un activista y quién es una persona normal. El sistema nos dice: ‘no se puede cambiar nada’, pero el trabajo hoy es mirarnos a los ojos y pensar: ‘podemos ser más que esto, podemos ser otra cosa’”.
Y dice también, la autora de un libro que apuesta a la vida y tal vez se publique en abril en castellano:
“Estoy cansada de perder. Pero esta vez podemos ganar”.
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