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La noticia que faltaba

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El verano dejó al descubierto en las dos orillas del Plata las consecuencias del cóctel de agroquímicos, pasteras y desmontes. Qué dicen los informes de Uruguay y Argentina y por qué hay que encender la alarma.

El agua potable llega turbia a las casas de Montevideo. Emergen algas verdes en las costas de Canelones. Dos personas mueren por los efectos tóxicos del mar en Punta del Este. Se encuentran altos niveles de fósforo en el Río Uruguay. Los ríos desbordan en Córdoba y después en Tucumán. Aparecen miles de peces muertos en la costa atlántica.

Una cronología acuática de este verano revela que la ecuación de altas temperaturas más niveles de equilirbio químico alterados (y las lluvias como factor X) tienen resultados peligrosos. Lo que está en juego es, nada menos, una de las mayores fuentes de agua dulce del mundo. La nuestra: la Cuenca del Plata.

¿Por qué?

Hasta ahora, funcionarios, activistas, periodistas, meteréologos y gente preocupada en general explican esta angustiosa situación producto de un enunciado mágico: es el “cambio climático”.

Como nadie ha podido encontrar a Dios aún, parece que la cosa termina ahí. Pero no: distintos informes oficiales e independientes, especialistas argentinos y uruguayos, investigadores de Peñarol y de Nacional, confirman que los efectos contaminantes de los agrotóxicos y las pasteras, entre otros, están comprometiendo las cuencas hídricas -fuentes de agua potable, energía y recreación- de nuestro país y de vecinos.

La pregunta incómoda, de nuevo, es: ¿Por qué?

Identikit de la enemiga

La explicación tiene una parte no muy compleja: el veneno que se echa a la tierra termina, más tarde o más temprano, en las fuentes de agua. “Es el uso de la tierra, la agricultura a escala intensiva que se viene practicando”, explica Claudia Piccini, investigadora uruguaya responsable de uno de los trabajos más serios sobre el tema: el Proyecto Algas. “Es la soja, son los fertilizantes, los agroquímicos y cómo la escorrentía los lleva hacia los cursos de agua. Si a eso le sumamos que las ciudades más grandes del litoral del Río Uruguay no tratan sus efluentes domésticos antes de volcarlos al río, más lo que viene de Argentina y los usos que se le da al río en las nacientes en Brasil, el Río de la Plata está lleno de nutrientes químicos”.

El monocultivo de soja ha parido así un monocultivo marítimo: las cianobacterias, unos organismos que se alimentan de los nutrientes que provienen de los agroquímicos -principalmente el fósforo- y que tienden a colonizar los ambientes acuáticos (dulces, pero también salados) gracias a su capacidad de adaptación y su alta tolerancia a condiciones extremas.

El propio Ministerio de Salud argentino reconoció, en un informe del 2011, que su desarrollo natural (son bacterias realmente muy antiguas) “se ha visto modificado por la acción humana, principalmente por el aporte desmedido de nutrientes de las descargas cloacales, el uso creciente de fertilizantes y el endicamiento de los ríos”.

El trabajo, titulado Cianobacterias como determinantes ambientales de la salud, confirma la emergencia de una serie de floraciones tóxicas en fuentes de agua “tales como el Río de la Plata, ríos Uruguay, Paraná y Limay, embalses de Salto Grande, Yacyretá, y de la provincia de Córdoba”.

Con la ayuda de un mapa, o la buena memoria, uno asocia rápidamente a estos lugares como hábitat de pasteras, represas, diques y buena parte del corredor sojero que conforman Buenos Aires–Santa Fe-Córdoba y el interior del Uruguay.

La noticia que faltaba

Bajo la lupa

El Proyecto Algas fue realizado en conjunto entre el Laboratorio Tecnológico de Uruguay y la Facultad de Ciencias, con una inversión de 175.158 dólares. Monitoreó durante dos años seis puntos de la costa uruguaya: el embalse de Salto Grande, Fray Bentos, Carmelo, Colonia, Montevideo y Punta del Este.

En todas las campañas de monitoreo, incluso en invierno, se detectaron en total 23 especies potencialmente tóxicas de cianobacterias.

La acumulación, precisa el estudio, fue más notoria frente a las costas de Salto (donde hay una represa hidroeléctrica), Carmelo (una pastera) y Fray Bentos (otra pastera), “con concentraciones de hasta 1.000 células potencialmente tóxicas por mililitro de agua”, una cifra considerada muy alta.

Muchas de estas ciudades uruguayascomparten sus afluentes con ciudades argentinas.

El Ministerio de Salud argentino concluye su informe indicando: “El control de las fuentes de abastecimiento de agua potable para detectar la presencia de las cianobacterias nocivas no es todavía una práctica común en Argentina”.

La revelación charrúa

¿Qué revelan estos estudios? “Ahora es mucho mayor que antes, pero es un proceso que vengo viendo de hace más de 20 años”, aporta Daniel Panario, científico director del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias del Uruguay, entre otros papiros.

Panario es una suerte de Andrés Carrasco uruguayo: hace años viene denunciando los efectos de los agrotóxicos en cuerpos de agua dulce y sufrió por eso el embate de la prensa y de colegas adictos al modelo. Lamentablemente el tiempo le dio la razón.

“Tenemos pila de investigadores que están trabajando en el tema de las algas tóxicas en la calidad del agua y la erosión de suelos, de la vinculación de los cultivos con los procesos en las cuencas, pero finalmente los resultados sólo terminan en una revista científica. Y alguno que tiene el cuero duro como yo puede salir a hablar, pero, en general, los investigadores dependen de proyectos con fondos públicos, y se cuidan. Lo encuentro mal, pero es un dato de la realidad”.

¿Cómo fue la secuencia?

Ya en 2005 el ingeniero Panario hablaba de las cianobacterias y alertaba que iban a ser un problema cada vez mayor por el calentamiento global, debido a que las altas temperaturas favorecen su reproducción.

En 2008 un informe de la Facultad de Ciencias encontró que la reserva de Santa Lucía, de donde proviene el 60% del agua que consumen los uruguayos, estaba directamente afectada por la actividad productiva de sus alrededores: agricultura, ganadería e industria. El informe precisaba que, en el caso de la agricultura, la presencia de nitrógeno y fósforo “tiene el efecto de aumentar la producción en la tierra, pero que también generan en el agua una mayor producción de algas y bacterias”.

En el 2011 una investigación oficial de la Dirección Nacional de Medioambiente, dependiente del Ministerio de Vivienda
y Ordenamiento Territorial, estimó que un 80% de la contaminación de la Cuenca de Santa Lucía se debía a fuentes agropecuarias, y sólo el 20% a efluentes industriales y urbanos.

Los niveles de fósforo total encontrados, aun los más bajos, superaron la concentración máxima indicada en la legislación como estándar de calidad, llegando a trepar casi a un 3.000% más de lo permitido.

“El deterioro de la calidad del agua no es un hecho aislado de la cuenca del Santa Lucía”, afirma otro estudio hecho por la bióloga Carla Kruk, en un trabajo llamado Análisis de la calidad de agua en Uruguay. En él se analizan los datos publicados sobre indicadores de eutrofización (es decir, los niveles de nutrientes en el agua) disponibles para descubrir que el 70% de los 151 ecosistemas analizados (lagos, lagunas, ríos y embalses) fueron calificados como eutróficos. El 94% de los 49 ríos de los que se tienen datos, también.

Toda esta bomba estalló en marzo del 2013: el agua que llegó a las casas de Montevideo no era insípida, inolora ni incolora como nos enseñaron en la primaria. Se armó el escándalo y, tras meses de estado público de la cuestión, se comprobó que esa agua – supuestamente potable- contenía cianobacterias. “Hasta ese momento yo era un idiota que estaba alertando sobre ese tema y nadie me daba bola”, repite Panario, sobre esto de tomarse en serio pronósticos no tan simpáticos.

El avispero revuelto del “agua con gusto feo” obligó a que el gobierno uruguayo elaborara un plan de gestión de las actividades de la cuenca del Santa Lucía. A fines de febrero de este 2015 prohibió “el laboreo de tierras y uso de agroquímicos” a 75 metros de las riberas de la cuenca, a 80 metros del Río San José y a 35, del arroyo Canelón Grande.

Los científicos alertan que las medidas tienen algunas trampas: más que metros, la exclusión debería hacerse en función de la zona que cada río inunda. Y una prohibición que no contempla el resto de los afluentes está renga: la medida no se aplica en ningún otro curso de agua del país.

Mientras tanto, el tema siguió escalando en importancia desde que – antes incluso de asumir- Tabaré Vázquez anunciara la creación de una Secretaría de Medio Ambiente, Cambio Climático y Agua. Aún no se conocen más detalles de cómo, dónde ni cuándo se va a poner en marcha.

Otra medida: al cierre de esta edición la Comisión Administradora del Río Uruguay (CARU) anunció la creación de su Departamento de Ambiente. Se trata un ente binacional que integra tanto la cancillería uruguaya como la argentina.

La cantidad de veneno

¿Qué lecciones nos deja el caso uruguayo? Por lo pronto, una cantidad de informes que han logrado describir el impacto del modelo agropecuario sobre las cuencas.

También dibujan cómo funciona el recorrido de la tierra al agua. El proceso tiene nombre: eutrofización. Es la llegada de nutrientes –principalmente fósforo y nitrógeno- por causa de lluvias o a través de las napas, a las cuencas de agua en una tasa mayor a la que el sistema hídrico puede aguantar. Los nitrogenados y fosforados funcionan como alimento de las cianobacterias, acelerando su reproducción y favoreciendo la concentración de las especies tóxicas. Estas floraciones empiezan a demandar oxígeno, provocando la muerte de otros seres vivos, y una vez se acumulan en cantidad (falta de oxígeno y falta de luz) mueren y liberan las toxinas contaminantes: microcistinas y saxitoxinas, principalmente.

“Esto impacta en la economía humana, disminuyendo el aprovechamiento de las fuentes de agua dulce para uso recreacional (baño, pesca, actividades deportivas) o como fuente para consumo humano (potabilización)”, dice el informe del Ministerio de Salud argentino. Según el tipo de toxina contenida –sigue- puede causar trastornos neurológicos, hepáticos, dérmicos o respiratorio, tanto por ingesta, inhalación como por contacto con el agua.

El fósforo, el nitrógeno y el potasio son los componentes principales de los agrotóxicos (fertilizantes y plaguicidas) utilizados para los cultivos.

Glifosato al agua

Una investigación realizada en el Laboratorio de Liminología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA encuentra la prueba: analiza el efecto del herbicida glifosato y algunos de sus formulados comerciales en agua dulce, en su interacción con otras comunidades microbianas “desde un punto de vista integrado y ecológico a escalas de comunidad y ecosistema”. El resultado: “Los sistemas tratados con herbicida registraron un incremento significativo del fósforo total. En el caso del Roundup, el aumento del fósforo se debió al aporte dado directamente por el glifosato”.

La investigación, de alto nivel técnico, es la tesis doctoral de María Solange Vera, bajo la tutoría de la doctora Haydeé Pizarro, ambas integrantes del Departamento de Ecología, Genética y Evolución de la UBA. Sus estudios asumen un compromiso crítico desde la Universidad. “Nuestros resultados demuestran que el glifosato y sus formulados alteran significativamente la estructura y funcionamiento de las otras comunidades microbianas y la calidad del agua en general, favoreciendo la eutroficación y la tendencia a que los cuerpos de agua dulce cambien de tipología, pasando de claros a turbios”, dice el texto. Y concluye: “El glifosato no es inocuo para el ambiente y por lo tanto los cuerpos de agua naturales se hallan en riesgo de ser afectados directamente por su toxicidad como por los efectos indirectos que genera en las comunidades biológicas. Si tenemos en cuenta la aplicación intensiva y recurrente de altas cantidades de formulados de glifosato, tanto en la República Argentina como en toda la región de América Latina, el ambiente corre peligro de ser afectado de forma drástica”.

El glifosato es, precisamente, el agrotóxico por lejos más utilizado en Argentina: más del 60% del mercado. Según las últimas estadísticas, medidas por la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes (CASAFE), durante la campaña 2012-2013 se utilizaron 317 millones de kg/litros de pesticidas, números que duplican lo utilizado en 2002.

La cuenca intoxicada

Las importaciones de agrotóxicos en Uruguay se multiplicaron por 4,9 entre el año 2000 y el 2011: de 3.783 a 18.584 toneladas de fitosanitarios. Estos incluyen insecticidas y fungicidas, pero el volumen mayor es de herbicidas. Entre ellos, el glifosato es el más usado: en el 2011 se importaron 12,3 millones de toneladas de glifosato para más de 1.300.000 millones de hectáreas sembradas con soja transgénica.

Por su parte, según datos del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Vegetal y de Semillas (Senave), Paraguay quintuplicó su importación de agrotóxicos del 2009 al 2013.

Y Brasil, el tercer país que compone la Cuenca del Plata, es el mayor consumidor de agrotóxicos del mundo: sólo en 2010-2011 la campaña demandó más de 900 millones de litros (800 mil toneladas), concentrando el 17% del mercado mundial.

La suma de todos estos litros de agroquímicos resultan un río mismo de contaminantes.

Las primeras víctimas

El caso de contaminación por aguas más extremo -al momento- produjo la muerte de dos personas de 84 y 90 años en las costas de Punta del Este durante este verano. De uno de los casos se desconocen las circunstancias, pero del otro sobran: era un argentino que veraneaba en la Playa Mansa y, según contó su hija al canal C5N, se infectó una herida del pie cuando caminaba por la playa. La contaminación hizo evolucionar la infección  tan rápidamente que fue fulminante en cuestión de días. También trascendió que hubo al menos otros tres casos que atendieron las clínicas del Este que lograron resistir la infección.

Paralelamente, en toda la costa metropolitana que va desde Montevideo hasta, al menos, la localidad de Jaureguiberry – donde todavía hay corrientes de río- a casi 100 kilómetros de la capital, emergieron durante el verano grandes poblaciones de cianobacterias. La reacción oficial llegó el 8 de enero, pero mientras tanto los bañeros de cada playa recomendaban no meterse al agua, sobre todo a los niños y a los más viejos. Ese día el Ministerio de Salud uruguayo emitió un comunicado divulgando directrices: “No ingresar al agua durante las 24 horas posteriores a lluvias ni en las áreas donde se localizan acumulaciones de cianobacterias”.

El 26 de enero fue cuando se anunció la muerte del hombre argentino de 90 años en el sanatorio Cantegril de Punta del Este. Los medios locales titularon “Un argentino murió en Punta del Este por una extraña bacteria”. El Ministerio de Salud estuvo esta vez rápido de reflejos: al día siguiente, la directora de Epidemiología llamó a una rueda de prensa y explicó que la bacteria responsable de las muertes se llamaba “Vibrio vulnificus”.

Enseguida, los medios comenzaron a manotear las pocas referencias sobre esta bacteria: que se encuentra en aguas saladas y en climas de calor, que normalmente no provoca enfermedades graves pero puede afectar a personas con factores de riesgo, y que en general los casos letales ocurren por la ingesta de moluscos contaminados. “Pero nadie te dice de dónde sale, ni por qué”, explica el ingeniero Panario. “Y los periodistas no preguntan, además. Es curiosísimo: yo escucho cada vez que alguien habla del tema, y los periodistas no preguntan: ¿De dónde sale esa bacteria? ¿Es un habitante natural de las aguas saladas? ¿O proviene de las cloacas y gracias a qué medios se mantiene ahí?”.

Del laboratorio clínico del hospital de Maldonado enviaron las cepas al laboratorio de Microbiología del Ministerio de Salud Pública. Desde ese órgano oficial, la directora Teresa Camou cuenta los hallazgos: “Aparecieron de dos tipos: cuatro casos con vibro vulnificus y dos con vibrio parahaemolyticus. Son de la misma familia, producen el mismo tipo de enfermedad, pero el vulnificus es aparentemente más agresivo. Revisamos y encontramos casos anteriores en los últimos diez años, la mayoría en los meses de verano”.

¿Por qué apareció en la zona del este?

Lo que se sabe es que esta bacteria no puede crecer en un ambiente que tenga cero sal. Su ambiente es el agua de mar, pero el agua que no sea demasiado salada es la que le gusta más, es en dónde puede reproducirse con más facilidad. Donde más prolifera es en donde hay estuarios, donde se mezcla agua dulce y agua salada. Sobrevive en agua de mar, pero las condiciones óptimas para multiplicarse es cuando la salinidad no es tan alta y la temperatura del agua aumenta.

¿Por qué apareció en este verano?

La temperatura del agua estaba particularmente alta para ser enero sobre todo; en general, está más fresca y recién sube en febrero, cuando aparecen las agua vivas.  Se manejó que cuando se sucedieron los casos la temperatura estaba entre 26 y 29 grados en el agua. Es muy alta. Suele estar alrededor de veinte.

¿Cómo se explica ese aumento?

Había unas inundaciones importantes en las cuencas del río Uruguay y del Paraná. Esos ríos traían mucha agua. Esa agua se mezcla y ahí es cuando baja la salinidad y aumenta la temperatura. El agua que viene de los ríos siempre es más caliente que la de mar. Es eso.

Sobre llovido, mojado

La pista que desliza esta serie de hallazgos apunta a entender, entre otras cosas, por qué aumenta(ro)n las cuencas del Uruguay y del Paraná.

Este año se constataron, en todo el país, lluvias extraordinarias. Sin embargo, las crecidas de los ríos de las cuencas son, para los especialistas, un problema cíclico. “Las inundaciones se agravan por las trasformaciones que viene teniendo toda la Cuenca del Plata”, dijo la ingeniera ambiental Elba Stancich, coordinadora del Área Aguas, a la revista NaN. “¿Cuáles? Por un lado, el cambio en el uso del suelo y los ecosistemas. Hace años, la Selva Atlántica ocupaba gran parte del sur de Brasil, Paraguay y Misiones, en Argentina. Hoy esa selva se ha reducido y ha desaparecido en gran parte: en el caso de Misiones, el 50% fue deforestado y este porcentaje aún es más elevado en los países vecinos”, informa la científica.

La deforestación es otro de los efectos del avance de la frontera sojera: según un informe de la propia Secretaría de Ambiente de la Nación, fechado en 2008, pero continuado con datos de otro estudio de la Dirección de Bosques del 2013, en el período 2004-2012 se talaron más de 2 millones y medio de hectáreas, lo que es igual a 124 veces la superficie de la Ciudad de Buenos Aires, a un ritmo de 36 canchas de fútbol por hora.

El ciclo nuevo de inundaciones, brevemente, es el siguiente: “Al desaparecer la vegetación, la lluvia cae directamente sobre el suelo pelado, provocando erosión y compactándolo, por lo que filtra menos. El agua que cae corre más rápido y arrastra sedimentos hacía las cuencas”.

Gualeguaychú tenía razón

Uruguay acaba de inaugurar su segunda pastera, además de la famosa UPM (ex Botnia) que funciona desde 2007 en Fray Bentos frente a la argentina Gualeguaychú. La nueva se ubica en la localidad de Punta Pereira, en el departamento de Colonia, sobre el Río Uruguay afluente del Río de la Plata.

A fines de 2013, el gobierno uruguayo anunció que aumentaría la producción de UPM y el gobierno argentino reaccionó: solicitó que se vuelva a abrir la mesa de diálogo y dio a conocer un informe realizado por la delegación argentina de la Comisión Administradora del Río Uruguay que revelaba las últimas mediciones hechas en la planta. Si bien los vecinos lo denunciaron desde el principio, ésa fue la primera confirmación oficial de que la ex Botnia contamina.

Los números:

La temperatura del efluente supera en un 60% la condición natural del río Uruguay: 32 grados promedio, mientras que la temperatura media del río es de 20 grados.

Se encontraron fenoles (sustancias tóxicas) en contenidos superiores a los permitidos en once oportunidades sobre un total de 27 ingresos a la planta.

En todos los muestreos se detectó que la pastera está contaminando el río con fósforo. Por ejemplo, para el período febrero de 2012- agosto de 2013, el valor promedio fue de 0,79 miligramos de fósforo por litro, con un máximo de 2,06 miligramos de fósforo por litro en octubre de 2012, mientras que el mínimo se registró en agosto de 2013 con un contenido de 0,338 miligramos de fósforo por litro. El máximo permitido es de 0,025 miligramos.

En cuatro oportunidades los análisis encontraron excesos de níquel y en cinco, de cromo. En este último caso, en una cantidad cuatro veces mayor a la permitida.

Se detectó endosulfán -fertilizante prohibido- en los efluentes de una de las piletas de pluviales de la planta de UPM (muestreos de noviembre de 2012, mayo, julio y agosto de 2013), y en el efluente industrial de la planta (muestreos de julio y agosto de 2013).

El panorama actual puede empeorar. La nueva planta del departamento de Colonia es más grande que UPM y una de las más importantes de la región. Se prevé que produzca 1.300.000 toneladas por año, frente a las 1.100.000 que produce hoy la de Fray Bentos.

Sobre alertas y silencios

Héctor Sejenovich es licenciado en Economía Política, integrante del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, fue hasta hace poco titular de la cátedra de Ciencias Sociales y Ambiente de la UBA y participó del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente, pero ante todo, fue el primero que vaticinó el impacto contaminante de la papelera Botnia, ratificado por la cancillería argentina a fines del 2013.

La historia es así: Sejenovich participó de la llamada Comisión de Alto Nivel Técnico encargada de diagnosticar los efectos que provocaría el funcionamiento de la pastera finlandesa. Su principal alarma se basó en la contaminación por dioxinas, que asoció directamente al aumento de probabilidades de contraer cáncer. Hoy sentado frente a un grabador confiesa que se quedó corto.

¿Se constataron las previsiones del informe?

Nosotros estimamos que con la ex Botnia se devaluaba el precio de la tierra debido al proceso de contaminación de las actividades productivas por motivo de la disminución del turismo, entre otras. Y lo que pasó en realidad es que vino el fenómeno de la soja muy fuerte y los campos se valorizaron, no se desvalorizaron. La idea es que no importó que estuviera el ambiente contaminado porque de todos modos iban a poner glifosato por todos lados.

¿Qué tipo de contaminaciones deja una y otra actividad?

Se tiene la contaminación a mediano plazo, que es la de las dioxinas, y viene la contaminación por glifosato y agroquímicos, en un plazo mucho más corto. Las dos cosas están metidas en el agua. Como hubo un avance tan enorme de la soja, muy superior a lo que pensábamos, entonces el efecto pernicioso de la soja es a distinto plazo, no se puede decir que fue superior al de Botnia. Porque el de Botnia vendrá después.

Silencio estatal

Sejenovich analiza estos temas no sólo desde una perspectiva ambiental, sino fundamentalmente económica. En su carrera se ha dedicado a formular teorías acerca de la sustentabilidad, básicamente asociando los daños y riesgos de las actividades productivas con una etapa de recomposición y reproducción de la naturaleza. “La plata que se gana explotando los recursos debería reinvertirse en el manejo para su recuperación. El problema es que no se calcula cuánto cuesta hacer eso, y las áreas gubernamentales de desarrollo productivo no trabajan integralmente con las que cuidan y regulan el medioambiente”.

Las respuestas a MU de los organismos oficiales le dan la razón: en el Ministerio de Salud dicen tener prohibido hablar con la prensa; en el de Planificación requirieron un procedimiento formal que no fue contestado a pesar de la insistencia; y la Secretaría de Ambiente, a pesar de la buena voluntad de los intermediarios, tampoco.

Un técnico del Estado argentino -que se atrevió a hablar, pero en off- confirma que, si bien se están haciendo estudios sobre la calidad del agua, “se da prioridad a otros temas, como radares meteorológicos, con más interés desde el punto de vista político”. Esto significa una reasignación de recursos, personal y desaceleración de medidas. “Un técnico hoy está limitado”.

Qué hacen: “Nosotros no podemos prohibir que se usen agroquímicos. No podemos prohibir nada. Lo que hacemos son investigaciones para emitir recomendaciones. Pero todo sucede muy lento”.

Cuenta que actualmente se está elaborando, entre el Ministerio de Salud y la Secretaría de Obras Públicas, un mapeo de toda Argentina indicando los lugares donde se hallan floraciones de cianobacterias. Un adelanto:

El Río Uruguay y el Río Paraná son los más afectados.

Los embalses, todos.

El clima cálido y templado favorece a las cianobacterias: en el norte y centro del país hay más. Pero se han registrado hasta en la Patagonia.

Los registros de afecciones en salud no abundan en este sentido, sino al contrario: “Todo lo que esté referido a la salud humana, vos te tenés que basarlo en pruebas científicas. No podes decir ´me dijeron que en tal lado´. Tiene que haber un trabajo científico basado en casos reales. Los casos reales, generalmente están documentados, pero por accidente: 10 personas se bañaron en tal lado, tuvieron gastroenteritis y se registró una floración. Pero no se hacen estudios a personas a ver si tienen toxinas: ahí tendrías un montón de datos”.

¿Está en riesgo la potabilización? Respuesta oficial off: “En Capital el sistema de potabilización es muy eficiente, eso me consta. La pregunta es cuánta contaminación aguanta. Ahora, en el interior… Si la extracción de agua es de napas subterráneas, no hay problema, pero si no…”.

El interrogante tiene una consecuencia concreta: “El agua afectada por cianobacterias no se puede tomar”.

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