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Con qué se come
El Espacio Multidisciplinario de Interacción Ambiental de la Universidad de La Plata está compuesto por egresados y estudiantes, dirigidos por el profesor Damían Marino, que llevan adelante otra forma de hacer investigación científica, en la cual la comunidad es el centro y no el objeto de estudio. Un ejemplo: qué encontraron en las frutas y verduras del Mercado Central.
La charla que sigue ocurrió inmediatamente después de que en el Congreso de Ciencia Digna hiciera su intervención Fabián Tomasi, peón rural gravemente enfermado por los agrotóxicos. Por eso hay tres jóvenes con los ojos llorosos, visiblemente afectados. Una es Agustina: “Antes de escucharlo, justo estábamos hablando cómo nos hacía ruido dar una entrevista… Era una situación extraña tener que andar difundiendo lo que hacemos, porque para nosotros es mínimo… Y entonces Fabián, que parecía saber qué nos estaba pasando, dijo: ‘Yo no escribo nada de lo que vengo a contarles, sino que les hablo desde el corazón’. Y me parece que tenemos que aprovechar esta instancia para también hablar desde nuestro corazón. Porque lo que nosotros hacemos es mínimo–creo que acá hablo por todos-, pero lo que nos motiva es enorme: la lucha por un ambiente digno, por una salud digna, por una vida digna. Y eso es lo que nosotros intentamos hacer desde una ciencia digna”.
Tomás, Cecilia, Santiago, Macarena, Agustina, María, Cecilia, Inti, Lucas, Camila, Lucrecia son jóvenes de la provincia de Buenos Aires y de distintos puntos del país. Tienen entre 20 y 25 años y conforman EMISA: Espacio Multidisciplinario de Interacción Socio Ambiental. Se trata de un equipo de 30 personas de la Universidad de La Plata comandado por el doctor Damián Marino, que se dedica a intervenir en los territorios para proveer herramientas científicas, y el nunca bien ponderado“oído”, a los problemas de las comunidades.
La mayoría son estudiantes de la licenciatura en Química y Tecnología Ambiental de la Universidad de La Plata, pero también hay médicos, químicos, ingenieros y una socióloga recibidos en otras universidades del país, que llegan a La Plata para cursar su doctorado.
El EMISA es parte del Programa Ambiental de extensión universitaria de la Facultad de Ciencias Exactas, también en coordinación con el Centro de Investigaciones del Medio Ambiente del Departamento de Química, del que Marino forma parte. Pero más allá de la burocracia, se trata de un grupo de investigadores que venían trabajando por distintos lados y se reunieron para potenciar un trabajo multidisciplinario y comprometido.
Plaguicidas exprimidos
El EMISA se divide en siete líneas de trabajo. “Todas tienen el mismo espíritu, las mismas metodologías y la inclusión de los saberes populares”, dice Agustina, una de las integrantes del proyecto. Por ejemplo, la línea Plaguicidas en alimentos investiga, por un lado, el residuo de plaguicidas presentes en frutas y verduras del Mercado Central platense, que son llevadas a 82 comedores escolares, a través del Banco Alimentario de La Plata. Por el otro, diseñan estrategias para bajar esa carga tóxica. Los resultados del informe los presentaron en el Congreso:
El equipo analizó las siguientes variedades: lechuga, acelga, zanahoria, morrón, naranja y mandarina.
Los muestreos se realizaron entre noviembre de 2014 y abril de 2015 y en total se hicieron 60 muestras.
El 80% dieron positivas para al menos 1 compuesto agrotóxico.
3 de cada 10 tenían al menos 3 compuestos.
El más encontrado fue el endosulfán, que se encuentra prohibido, y el clorpirifós, que es un fungicida.
En cítricos: se encontró un nivel de residuos del 41,7% de endosulfán, 50% de clorpirifós y 58,3 ce cipemetrina.
En hojas verdes, 30% de endolsufán y 50 de clorpirifós.
En los morrones: 44 de endosulfán y 22 de clorpirifós.
En las zanahorias: 66 de endosulfán y 50 de clorpirifós.
El profesor Damián Marino contextualiza qué quieren decir estos números y los nombres raros: “Si comemos estos productos cada fin de semana, tenemos 4 exposiciones por mes, a las que habría que sumarle alguna que otra ensalada entre semana. Si tenemos un mínimo de diez consumos mensuales de este tipo de productos -asumiendo que cada diez posesiones, 5 serían positivas en agroquímicos- estaríamos 54 veces por año consumiendo cítricos con plaguicidas, 50 veces lechuga con plaguicidas, 52 veces pimientos y 70 veces zanahorias. Si esta cuenta la hago acumulativa, el resultado es que más de la mitad del año estoy consumiendo productos con plaguicidas”.
La otra comparación que establece tiene que ver con los límites regulatorios, es decir hasta qué punto la legislación permite el residuo de plaguicidas: el 8% de las muestras superaron el Límite Máximo de Residuos (LMRs) permitido. Pero, aclara Marino, de una gran cantidad de compuestos ni siquiera encontraron un límite preciso. “Que no excedan el límite no quiere decir que no tengan plaguicidas. De nuevo, contextualicemos: una ensalada de lechuga, con unas tiras de morrón no significaría una exposición cero. Y ni se les ocurra hacer más una torta con cáscara de naranja, ni hablar de un lemoncello: es como exprimir los plaguicidas para que los tomemos”.
El profesor advierte: “Se habrán dado cuenta de que no hablé de glifosato, sino de sus amigos, a los que también hay que hacerlos visibles”.
Otra línea de trabajo de este equipo se da junto a escuelas rurales fumigadas, donde además de tomar muestras hacen talleres participativos “para poder instalar la temática y problematizar una situación que para ellos es cotidiana”, cuenta Santiago. Camila, desde la Sociología, agrega: “En general son hijos, sobrinos de fumigadores o trabajadores rurales. Es tan imbrincado socialmente el problema que es complicada la solución”.
La vida bajo la lupa
El profesor Damián Marino los escucha orgulloso. Los jóvenes cuentan con detalle las interacciones que están haciendo y las que planean hacer en otras líneas todavía en desarrollo. Más ejemplos: trabajos junto al MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del Estero), investigando la presencia de plaguicidas en sangre de bovinos, o el acceso a agua potable en la Isla Paulina, en la localidad de Berisso.
Tomás: “Es nuestra forma de aportar desde nuestro lugar como científicos. Funcionamos como intermediarios, como una herramienta para que la comunidad tenga el dato”.
Sofía: “Conlleva mucha responsabilidad. Uno no esta hablando de un dato, está hablando de personas, está hablando de la vida. Por eso también nos daba un poco de miedo la entrevista. No queremos vender humo: somos lo que somos y hacemos lo que podemos, con el tiempo que tenemos para hacer esto. Muchos le dedicamos mucho tiempo, pero igual sentimos que es poco lo que podemos hacer para lo grande que es este tema y lo complejo que es trabajarlo”.
Agustina: “Creo que estas instancias de encuentro y en las que se va al territorio son el motor para volver al laboratorio con más ganas”.
Según informan los pasillos, Damián insistió mucho para que la mayor cantidad de integrantes del EMISA puedan asistir a esta Semana de la Ciencia Digna, en la que pudo verse a los jóvenes en cada una de las charlas, desde las 8 de la mañana hasta las 18, de martes a viernes. ¿Por qué? Responde Damián: “Generalmente en los congresos científicos a los que uno está acostumbrado a enviar trabajos, sentís que permanentemente estás siendo evaluado: en qué te equivocaste, qué podrías haber hecho mejor, si ese resultado que estás mostrando tiene un nivel de incertidumbre. Un nivel de fineza que sólo sirve para sostener el ego. Cuando vos venís a este tipo de congresos, lo que venís a sentir y a poner en práctica es para qué sirve lo que hacés. Qué podés aprender del otro, cómo lo tuyo va a ser tomado por otro y, a su vez, cómo podés tomar un aprendizaje de otro grupo. No es común que haya espacios de este nivel de construcción”.
El afecto trabaja
La Facultad de Exactas de La Plata y la de Ciencias Médicas de Rosario están separadas por más de 300 kilómetros. En La Plata, a su vez, el área de investigación queda en otro edificio que el departamento de extensión universitaria. Y los laboratorios, en otro lado. ¿Cómo trazar puentes cuando todo tiende separarse? “Si bien están las instituciones, está la Universidad y uno intenta firmar los convenios dentro del marco institucional, pero el trabajo es entre personas. Acá, el trabajo es afecto. Si bien tenemos proyectos de investigación clásicos, tratamos de generar proyectos alternativos, porque la otra preocupación que tenemos es el financiamiento. Entonces siempre estamos buscando recursos para poder comprar insumos, viajar… Más de una vez la mayoría de los chicos ponen de su bolsillo. Esto también es un acto cooperativista”.
Al equipo de EMISA no le gusta hablar de “investigación”. Ya dijimos: es un equipo raro. Hay químicos, sociólogos, médicos, ingenieros que reúnen saberes no para hacer una investigación, sino para vivirla. “Venimos de una formación híper ortodoxa donde la investigación representa sentarse a escribir un objetivo, ponerse a trabajar, traducir lo que encontraste en una tabla de resultados y escribirlos en un paper para publicarlo en una revista internacional. Esto es otra cosa”.
Agustina: “A mí me marcó mucho la militancia estudiantil. Empecé a militar en un espacio que me abrió la cabeza con respecto al rol de la universidad pública y en función de eso me di cuenta de que la investigación, la extensión y la militancia es todo lo mismo. Me parece que ahora viene una oleada generacional que plantea temas de investigación contextualizada, con fines claros, que tienen que ver con necesidades populares”.
La interacción, como palabra, se separa de la idea de investigación clásica básicamente en relación a su objeto: no lo estudia desde adentro, sino que actúa en relación a él. Damián: “Inicialmente costó mucho entrar al territorio, porque es normal que la gente desconfíe de nosotros: han sido usados como objetos de estudio. Las universidades iban, generaban sus estudios y no aparecían nunca más, porque habían conseguido su objetivo. Nuestra lógica funciona distinto: estamos ahí dispuestos a escuchar lo que nos proponen, nos piden, nos sugieren. A veces ni tomamos muestras, simplemente hacemos una charla en una escuela. Y eso genera un círculo de confianza. Y significa una legitimación. Y te pone en un rol de responsabilidad muy delicada, porque uno está trabajando y generando informacion que significa, nada menos, la calidad de vida de la población”.
¿Cómo se pierde el miedo a salir del laboratorio? Responde Sofía: “Cuando ves que el resultado sirvió para algo”. Agustina: “Para mí es fundamental que quede claro que uno, como científico, no viene a legitimar la lucha de las comunidades. La lucha ya es legítima porque se están violando sus derechos”.
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