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Mal formados

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María del Carmen Seveso, la médica chaqueña que investigó la relación entre las enfermedades que afectaban a las embarazadas, los bebés que nacían con malformaciones y los agrotóxicos. Los resultados son para ella las pruebas que acusan a los responsables de mirar para otro lado. Qué encontró y qué reclama.

Tiene de un lugar llamado Resistencia, con un pendrive repleto de fotos de bebés nacidos con malformaciones, órganos fuera de lugar, caras deformes, narices enormes, ojos imperceptibles,  pies torcidos.

“Más que fotos, son pruebas”, apunta con tono inquisidor hacia los responsables de seguir las puntas de este ovillo que hilvanaron médicos de distintos puntos del país, entre quienes ella se ha erigido como referente.

“¿Quién va a pagar por esto?”, pregunta señalando esas dolorosas fotografías.

La doctora María del Carmen Seveso mostrará estas pruebas en una de las conferencias del Congreso de Ciencia Digna, y luego se quedará charlando con la doctora Delia Aiassa, de la Universidad Nacional de Río Cuarto, especialista en investigar el daño genético que produce la exposición a agrotóxicos. Están planeando algo concreto: conectar las imágenes con la evidencia científica.

Esa foto que las mostraría a ellas coordinando sus trabajos -y que no estará nunca en ningún pendrive ni diario ni nada- es otra prueba: la de cómo se construye la ciencia digna en tiempos indignos.

Los síntomas

Seveso es médica especialista en Terapia Intensiva y en Terapéutica  Farmacológica, entre otras cosas, y siempre trabajó con adultos. Primero en el servicio de terapia intensiva del Hospital Perrando, en Resistencia.  Luego se radicó en Presidencia Roque Sáenz Peña (segunda ciudad más poblada del Chaco), donde dirigió el Servicio de Terapia del Hospital 4 de Junio, del cual actualmente es miembro del Comité de Bioética. Además, integra el Consejo de Bioética de la provincia del Chaco y forma parte de la Red de Salud Popular doctor Ramón Carrillo, una organización que desde hace años acompaña el reclamo de los pueblos fumigados.

Su caso es similar al de otros profesionales de la salud con las antenas paradas: una médica intensivista que empezó a notar cosas raras. “Insuficiencias renales, deformidades físicas, y después los cánceres – enumera-. Recibía personas que tenían enfermedades gravísimas: unos entraban en coma, otros con insuficiencia respiratoria, y  no tenían un diagnóstico, pero la enfermedad había evolucionado muy rápidamente. ¿Qué estaba pasando entonces? Había algo que aceleraba los procesos”.

Seveso comenzó una investigación digna de cualquier serie norteamericana, con las herramientas que tenía a mano: recurrió al sistema de datos del servicio de terapia intensiva del Hospital 4 de Junio (centro de salud pública  de referencia de la mitad de la población del interior del Chaco) para ver qué decían esos números. Cuenta:

“En la base de datos de pacientes internados se registraba un número importante de mujeres con patología del embarazo y puerperio”.

“Predominaban las que tenían complicaciones graves derivadas de la hipertensión inducida por el embarazo”.

“En el año 2007 aumentaron en tal magnitud que igualaron a la suma de los últimos 5 años anteriores. En ese año la siembra de soja transgénica fue la más importante y así también las fumigaciones”.

“Comenzamos a sospechar que había una relación, al igual que con otras enfermedades como cáncer en personas más jóvenes y con evolución tórpida, enfermedades neurológicas, respiratorias, etc.”

“En ese momento nos acercan la estadística de neonatos con malformaciones que provienen de la misma región y que triplicaban los datos de otros servicios de zonas no fumigadas”.

En la actualidad, dice, la multiplicación es mayor.

Según los parámetros de la normalidad,  el 10% de las mujeres embarazadas puede tener esta problemática. En el Hospital 4 de Junio, “de 10 que llegaban a Tocoginecología,  4 eran casos con hipertensión inducida por el embarazo ”. Es decir, el 40 por ciento.

Seveso cuenta que la hipertensión durante el embarazo es una enfermedad sistémica, que enferma a los vasos y afecta a todos los órganos, y que produce nacimientos de bebés en condiciones críticas: neonatos con bajo peso, puede haber desprendimiento de placentas, corre riesgo la vida de la madre y el niño.

Ir al campo

Hay que imaginarse a María del Carmen Seveso, metro cincuenta de estatura, andando  por los pueblos  del interior del Chaco, visitando los lugares de donde llegaban sus pacientes enfermos para atar los cabos sueltos: “Se sumaba a nuestra sospecha que en los pueblos, cuando hablábamos con el personal de salud -entre ellos médicos, agentes sanitarios- nos decían que el problema que tenían era que las embarazadas presentaban hipertensión”. Es decir, la tendencia que notaban en el hospital también la constató en los lugares que visitaba.

¿Cómo comprobar si esa tendencia estaba relacionada con los agrotóxicos? No contaban con laboratorios. “Justo en ese momento nos llega un informe de una investigación realizada en Colombia por el doctor  Jaime Altamar Ríos que mencionaba que los herbicidas que se utilizan actualmente provocan los mismos cambios endócrinos y hormonales que se describen en estos embarazos”.

Eureka.

Discapacidad transgénica

Luego llegaron las evidencias científicas. “Hasta entonces no había muchas investigaciones publicadas, pero luego se pudo acceder a publicaciones de todas partes del mundo y de nuestro país que informan sobre investigaciones que demuestran que todos estos productos biocidas son los responsables del cambio en el número de autismo, obesidad, problemas de aprendizaje”, dice Seveso.

Su conclusión es contundente: “Todo esto nos hace pensar que ya no tenemos que preguntarnos si estas enfermedades  son causadas por el envenenamiento del medio ambiente y la calidad de la alimentación, sino al revés: tendríamos que preguntarnos qué enfermedad no es causada por esto”.

Otro dato escalofriante: la doctora Seveso conecta la cantidad alarmante de escuelas para jóvenes discapacitados que hay en Chaco con esta exposición crónica a los biocidas, término que refiere al paquete de semillas transgénicas y agrotóxicos.

En la actualidad son cuarenta las escuelas públicas, distribuidas en distintas localidades, y en las ciudades más grandes hay muchas más instituciones privadas. “Donde yo vivo, con una población de 89.800 habitantes hay aproximadamente 7 escuelas privadas y concentran una matrícula de 700 niños con capacidades diferentes”, cuenta Seveso.

Y razona: “Si conectamos este dato al nuevo modelo de siembra, se entiende por qué hace 10 años la cifra de matriculados, en Sáenz Peña y en ese tipo de escuelas, era sólo de 100. Es decir, 7 veces menor”.

Concluye con otro dato clave: “Los niños provienen de zonas fumigadas, prácticamente sin excepción”.

El mapa del cáncer

Durante el 2011 la doctora Seveso formó parte de un equipo de investigación encabezado por Mirta Liliana Ramírez, geógrafa, encargado de relevar las condiciones epidemiológicas de los departamentos de Bermejo, Independencia y Tapenagá, de la provincia del Chaco. Los resultados son contundentes:

En la localidad de Napenay (1.960 habitantes) el 38,9% declaró haber tenido en los últimos 10 años algún familiar con cáncer.

En Avia Terai (5.446) el porcentaje era de 31,3%.

En La Leonesa ( 8.420), el 27,4% tuvo un familiar con cáncer .

En Campo Largo, el 29,8%.

En otros pueblos testigos que fueron encuestados y que son ganaderos -Charadai y Cotelai- las respuestas positivas bajaron: sólo el 5 y el 3 %.

El informe también resaltaba el “alto grado de inequidad” observado al analizar la exposición a los agrotóxicos: “Se observa una exposición desigual en los residentes de las zonas rurales y urbanas, en los diferentes estratos económicos de las zonas urbanas, entre los hombres y las mujeres, y los trabajadores del sector formal e informal; y en particular, los niños y los ancianos”.

Seveso lo traduce a la realidad chaqueña: “Hay mucha gente muy pobre. La mayoría no tiene agua potable y se abastecen de los pozos y de aljibes , que es agua contaminada con agrotóxicos. Bañan a los bebés con esa agua, y la toman, porque no tienen ni para comprar un bidón. Son los más vulnerables”, reitera.

Lo insostenible

El diagnóstico de la doctora Seveso culmina en un razonamiento elemental, básico a toda ciencia: “En un sistema sano todo está regulado. Es un tipo de sistema que, cuando hay una disrupción, funciona mal. Es como cuando vos alterás algo del sistema operativo de una computadora: se para, o se cuelga, o se te mete un virus. En síntesis: funciona mal. En un sistema de equilibrio perfecto, este tipo de alteraciones que representan los biotóxicos logran romperlo, porque son disruptivas. Los venenos estos, todos, son productos diseñados para matar la vida”.

¿En qué etapa estamos ahora?

Estamos en una etapa en que la difusión está: la gente sabe de qué estamos hablando. Los políticos también. Entonces, cuando haya necesariamente un cambio por lo insostenible de este discurso, ellos van a ser solidariamente responsables por su negligencia. Esto recién empieza. Van a  tener que pagar. Me duele mucho que los organismos de derechos humanos no asuman esto como una transgresión a esos derechos, en su máxima expresión: están dañando el territorio, la genética y el futuro. Y si no hacemos algo, va a ser cada vez peor. Porque en el futuro van a venir nuevas  bio tecnologías y nos va  a resultar muy difícil identificarlas.  Y hasta que eso ocurra ya habrán hecho aún más daño; tendremos que empezar a investigar de nuevo. ¿Viste esas películas de la devastación? Va a ser así algo así.

En medio de esta postal desoladora, ¿qué representa la ciencia digna?

No me considero científica. Yo soy de trinchera, trabajé con lo que muestran los pacientes y fui al lugar donde se enfermaban para entender qué pasaba. Creo que la ciencia digna es eso: tratar de explicar que pasó y que pasa con la sociedad en el momento en que te toca actuar.

¿Es posible que la ciencia hoy juegue ese rol?

Te tendría que definir primero a la otra ciencia: la ciencia adicta al poder, la ciencia hegemónica que siempre dijo lo que al poder le interesaba que diga, la ciencia al servicio de las corporaciones, siempre con la complicidad de los Estados. Las universidades públicas investigan hoy con fondos de Monsanto y de las farmacéuticas. ¿A quién le sirve eso? Creo que la ciencia digna es Andrés Carrasco, que investigó  y descubrió al monstruo: el glifosato. Lo dijo públicamente y murió peleando por eso. Y quizás sea un poco ese nuestro destino: pelear hasta morir, porque ya somos grandes.

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