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Otra vida

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Vida Morant dirige un bachillerato fundado como espacio de inclusión. Avances y enigmas de las políticas públicas.

Porta tanta vida que ese sustantivo común es a la vez el sustantivo propio que la nombra. Vida Morant es como un rayo de sol: no hay nada suyo que no sea intenso. Es luminosa, (trans)porta energía, y si te toca, te quema.

No queda otra, entonces, que arder por la llama de esta activista trans, directora académica del bachillerato Mocha Celis, el Bachi Trans, la primera escuela pública orientada –no excluyentemente– para el público trans, que en cuatro años ya tuvo su primera promoción de egresadxs.

(Si las palabras definen mundos, el diccionario me obliga a descartar los términos que las dividen en masculinas y femeninas, y usar una x genérica para definir la diversidad del mundo trans).

¿Qué privilegios?

Vida con mayúscula es como la vida en minúscula: inclasificable. Ningún rótulo la abarca. Dirige el bachillerato trans, es actriz, docente, directora teatral y dramaturga. Además, es directora general de la compañía teatral Escénika Arte y Diversidad, que creó porque nadie la llamaba para actuar y, si lo hacían, era para interpretar a una trava marginal.

Estudió la Licenciatura en Actuación en el ex Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA), hoy Universidad de las Artes, y Psicología en la UBA. Una de las etiquetas de las que pretende huir es la que ubica a lxs referentes trans como “privilegiadxs”. “Fuimos muy pocxs lxs que logramos estudiar y me costaría identificar cuál fue el privilegio. Yo no tenía plata para los apuntes, por ejemplo, y me pasaba horas en la biblioteca transcribiendo los textos. La educación para mí fue una obsesión difícil de sostener, andando con un bolsito de acá para allá porque a los 18 años me tuve que ir de mi casa y empecé a boyar: nada distinto, ni más o menos sufriente que cualquier otra vida. Pero si hubo un privilegio, fue el de la resistencia, y lo pagué con el cuerpo, orgullosamente”, dice.

Aunque ama  el estudio y se reconoce como una “ratita de biblioteca”, su formación definitiva la logró luchando con sus compañerxs del movimiento trans.

Ahí aprendió dos cosas: militar los sueños colectivos y construirlos como realidad día a día, con constancia. Una especie de  lección expresada no con palabras, sino con presencia: hacer y estar.

El discurso sufriente

El Bachillerato Mocha Celis, abierto en 2012, homenajea con su nombre a una travesti que no sabía leer ni escribir y trabajaba en Flores, Buenos Aires. Mocha fue amenazada por la policía y meses después apareció muerta: tres tiros en la espalda.

En 2011 Vida había comenzado su gesta, primero como un deseo y luego como un proyecto socioeducativo, para responder a la demanda histórica trans respecto a la educación. “El fundamento fue que se constituyera como un espacio inclusivo, no sólo para las identidades trans. Las travas siempre luchamos para ocupar lugares como ciudadanas de primera, así que no queríamos plantear un espacio de gueto ni de aislamiento”, afirma.

El Bachi abrió con 25 estudiantes. Hoy son 140 personas con diversas identidades –no sólo trans–. “Es el reflejo de eso que queríamos alcanzar”. El año pasado la primera camada de egresadxs se recibió con el título de “Bachiller perito auxiliar en desarrollo de las comunidades”, orientado a  la organización de trabajo autogestionado y a lograr mejores condiciones laborales. “Lo recuerdo y me emociona como si estuviera pasando ahora. No es que no lo puedo creer: lo creo y celebro, porque cada título es un acto reparador para todxs nosotrxs”.

Las palabras de Vida se escuchan húmedas, cortadas por la emoción. Producen un arcoiris de sensaciones, como cada vez que un rayo de sol es rociado por gotas de lluvia. La combinación permite identificar la dimensión de la reparación que relata.

Cada egreso es una victoria conjugada en plural: un pudimos, podemos, podremos. Y en la mayoría de los casos, el sol que sale después de la tormenta. Datos de ese temporal: se estima que el 85% de las trans no terminó la secundaria; más del 70% ejerce la prostitución; y la expectativa de vida no supera los 35 años.

El hilo que une estas biografías suele ser la exclusión y la discriminación del mundo binario hombre/mujer.

El acceso al estudio es, entonces, una posibilidad para modificar cientos de realidades. “Esto lo logramos porque llevamos 30 años de movimiento colectivo. Yo estoy aquí también por la lucha de Nadia Echazú, Pía Baudracco, Lohana Berkins y tantas otras, y por las generaciones nuevas. Es un sueño. Cuando me dicen ‘Señorita Vida’, me resignifica la inocencia y los sueños de cuando tenía 4 años. ¿Cómo la vida me trajo hasta acá? Es re lindo”.

Con las lágrimas en la frontera, sigue pensando: “La educación es el resorte que permite abrir otras puertas y correrse del discurso de la víctima. Gran parte de la construcción del conocimiento son las experiencias que aporta cada estudiante. Esta práctica sociopedagógica propone dejarse atravesar por esas historias, y que no seamos reproductoras del discurso sufriente, sino habilitar también la posibilidad de la escucha, que permite enriquecerse y construir con otrx”.

La ley del deseo

Identifica Vida un motor para esa construcción: el deseo. “Es la puesta en marcha de la esperanza, no como una cosa poética, sino activar lo que se desea y construirlo a partir, y no a pesar, del propio devenir”.

El Mocha Celis reivindica las fuentes de conocimiento que acercan quienes estudian: “Las referencias teóricas quedan inconclusas si no se le añade la propia experiencia. Por eso lxs estudiantes producen sus propios materiales bibliográficos”. La trama se construye entre todxs.

Peluquería y maquillaje

La identidad travesti es política, dice Vida: “Pone en revisión las construcciones sobre masculinidad, femineidad, y las maneras de poder ser”. Desde el Mocha Celis salieron a interpelar al imaginario de mujer incluso en la concentración #NiUnaMenos frente al Congreso.

“Con mucho respeto y humildad, pero no con menos intensidad y fortaleza, interpelamos la propuesta y nuestra consigna fue: ‘Matar a una travesti o una identidad trans también es femicidio”. Plantearon que hablar de Ni una menos para referirse sólo a las violencias de un varón biológico hacia una mujer biológica también es violento, porque deja afuera a otras identidades. “Somos históricas víctimas de la violencia pero no lo queremos hablar desde el lugar de víctimas”.

Sobre las leyes de identidad de género: “Son de avanzada, fueron escuchadas por esta gestión de Estado y lo reconocemos, pero la conquista es nuestra porque hace 30 años que venimos poniendo el cuerpo y muchxs lo perdieron en esa lucha”.

Propone toda una agenda de futuro: “Ahora hay que arborizar la ley, que no sea sólo para el DNI, sino para incluirnos en el trabajo, no morir por estar fuera del sistema de salud, tener vivienda digna. O sea: políticas públicas que no sean de tutelaje. Por ejemplo, en el ámbito del trabajo hubo avances, pero no hay inclusión real. Las políticas, por bien intencionadas que sean, pueden ser estigmatizantes cuando ofrecen posibilidades sólo para gastronomía, peluquería o maquillaje. Pero los sueños no tienen límites. Soñamos con ser médicas, actrices, neurocirujanas, docentes o directoras de escuelas. Así que hay que revisar todo ese engranaje”, dice convencida, convincente, apoyando cada palabra en hechos, y contagiando Vida.

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