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Una de amor

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Ser suegros de una chica trans. La historia de Néstor y Anahí. Él, ex preso político que no podía creer ni soportar que su hijo estuviera con una trans. Ella, docente. Y ese hijo único que les enseñó a crecer.

Una de amor

Néstor y Anahí se enamoraron, se casaron y tuvieron un hijo al que bautizaron Oliverio, en honor al poeta. Su vida es así de maravillosa en los 48 años que ya llevan juntos, pero no tan sencilla: Néstor estuvo preso durante la dictadura -no era militante, pero sí periodista en una radio de Zárate- y Anahí, con su sueldo de maestra, tuvo entonces que mantener el equilibrio de la familia, con ayuda de sus suegros, a cuya casa se mudó.

Ahora mismo estamos hablando en el patio de esa casa en la que hoy vive Oliverio con su mujer, Carla. “No es casual que en el momento más tenso lo que se usó para presionarme fue el argumento de quién era esta casa, que es un símbolo de refugio para mis padres y de la infancia, para mi”, dice Oliverio para definir cómo las personas, en los peores momentos, tironean de la vida y de las cosas.

La novia

Papá Néstor reclama ser la estrella de esta historia porque, argumenta, “fui el que peor se portó”. Fue también el primero en darse cuenta, cuando vio en Facebook las fotos de Oliverio con Carla, su nueva pareja, una chica trans. Se lo comentó a su mujer y Anahí decidió invitar a su hijo a tomar un café en el mismo bar en el que ahora estamos conversando: “Le pregunté, me confirmó y le respondí: ´Si vos sos feliz, ¿qué importa?´. Él quería hablar con el padre, presentarnos a Carla, pero le pedí esperar porque Néstor estaba muy enojado”.

Corrije Néstor: “No estaba enojado, sino lleno de odio. Sufría, primero porque mi hijo estaba con una transexual, después porque no me lo había contado, y finalmente, porque me parecía una barbaridad. Pero lo peor vino después, cuando dejé de amargarme y pasé a no sentir nada. Nada. No sentía nada por mi hijo: no lo amaba, no lo odiaba”. Fue entonces cuando decidió que si ese extraño estaba viviendo en la casa familiar debía, como corresponde, pagar un alquiler.

Y Oliverio lo pagó.

De película

Estamos en el bar más coqueto de la coqueta Campana, la ciudad que cruje al ritmo de Techint, literalmente: a lo lejos se escucha el replique de los tubos de acero que se fabrican en la planta de los dueños del pueblo, los Rocca. Néstor, en tanto,  contará cómo comenzó a resquebrarje ese corazón que se había convertido en piedra.

Dos cosas oxidaron su coraza de acero. La primera fue una enfermedad que lo obligó a operarse. Anahí aclara. “Le pegó donde tenía que pegarle: en los genitales. Un  tumor, por suerte benigno”.

La segunda podrá considerarse más trivial, aunque resultó más afectiva. Dirá Néstor: “Yo, que soy un amante del buen cine, encontré en una película super comercial y hasta berreta la conciencia que me faltaba”. La película es un clásico: ¿Sabes quién viene  a cenar?, dirigida por Stanley Kramer. Pero los datos que importan de ese filem son otros: es de 1967, está protagonizada por el actor Sidney Poiter y representa un ícono de la cultura norteamericana. ¿El argumento? La hija rubia y blanca presenta a sus padres en esa cena a su novio negro. Así descubrió Néstor el peor pecado que un progresista puede cometer: era racista. “Hay una escena de la película en la que el padre está afeitándose en el espejo del baño y por detrás se asoma la mujer. Ella le dice algo, que fue lo mismo que me dijo Anahí a mi: ‘Nunca pensé que iba a tener que decir esto, pero si me obligás a elegir, elijo estar al lado de Carla’. Y ahí entendí”.

Perder para ganar

Con una claridad de película, también, Néstor dirá que lo que comprendió entonces es que había perdido un mundo. “Estaba perdiendo todo lo que había construido con tanto esfuerzo, con tanto sacrificio y con tanto amor. Oliverio era un hijo criado con muchos cuidados, tiempo, cariño y dedicación. ¿Cómo podía hacer esto? ¿Cómo podía hacerme esto? Mi mujer, mis amigos me aconsejaban que fuera a conversar con un psicoanalista, pero yo no quería. Realmente creo que cosas así hay que afrontarlas solo. Que no podés ir a un psicoanalista para que te diga: ´usted tiene que querer a su hijo´. Eso algo tan personal que tenés que resolverlo vos con vos mismo. Y así, solo, me di cuenta que efectivamente había perdido mi mundo, porque ese mundo ya no era parte de mi vida”.

¿Qué representaba ese mundo que Néstor perdió? “En primer lugar, me di cuenta de que había dejado de actuar como padre y había comenzado a comportarme como funcionario de la sociedad. Muchas veces decimos que la sociedad te baja línea. Pero ¿cómo te la baja? Bueno: así. Yo estaba haciendo cumplir los famosos mandatos sociales. Y los hacía cumplir porque los creía ciertos, verdaderos. Mi error era tomar un mandato social como una ley natural. Yo, que me creía progresista, democrático y canchero, me había comprado todos los chistes de Sofovich, toda la grosería de la tevé, todo el arsenal de prejuicios brutales que la sociedad dispara contra las personas trans y contra esa idea de que ‘la trava’ era todo eso que quería defender, al costo que fuera, aquello que consideraba ‘mejor’. Pero ocurre que mi hijo no entraba en esas cosas que yo consideraba “mejores”. Y eso me daba una rabia bárbara. ¿Y qué era lo que me daba tanta rabia? Que su vida no fuera como yo quería que fuera. De todo esto me fui dando cuenta de una manera caótica, dolorosa, con marchas y contra marchas”.

Y aun faltaba lo mejor: todavía ni Anahí ni Néstor habían conocido a Carla.

Una de amor

El encuentro

Néstor se atrevió a verla cuando Anahí se fue de viaje. Aprovechó esa ausencia para invitar a Oliverio y a su novia a cenar a su casa. “Hasta ese momento siempre creí que tenía mucha comunicación con mi hijo, que incluso podía decir cosas que yo no compartía y no me molestaba, realmente. Pero recién esa noche me di cuenta que nunca me había propuesto pensar algo desde su punto de vista. Y lo entendí recién esa noche, con toda claridad, cuando vi a Carla y no me gustó”.

Anahí confiesa que a ella tampoco. “Recién cuando comenzamos a relacionarnos y me contó su vida y fui descubriendo su valentía, su forma de resolver problemas, su forma de avanzar y mejorar, el esfuerzo… ahí encontré a la persona que mi hijo amaba”.

Néstor  dirá que tiene ahora una sensación extraña: “Me doy cuenta cómo la sociedad enmascara. La gente nos mira a nosotros como si fuéramos una excepción, como si nos hubiese pasado algo extraordinario, con esa mirada que expresa ‘ése perro no es mío y esas pulgas son tuyas’. Pero la excepcionalidad es la anécdota, es decir, que nuestro hijo se haya enamorado de una transexual, pero no la reacción ante eso. Lo que es común en este conflicto es el comportamiento que yo tuve frente al tema. ¿Cuál fue? Anularme, negarme, avergonzarme de mi hijo, y también hacerle sentir vergüenza a mi hijo. Mi comportamiento fue: Yo, yo, yo. Y esto no es una excepcionalidad, lo que hice frente a una transexual es lo mismo que hace cualquier padre cuando rechaza a la novia del hijo porque no le gusta ¿a quién? A él”.

Colorín, colorado

Le pregunto a Néstor qué consejo le daría a una persona que está pasando hoy por esa situación y me responde sin dudar: “No soy de dar consejos al oído. Sé que fui un idiota, un gil, que me aferré a un mundo que creía que era mejor y que, en realidad, no valía mi pena porque ese mundo era una construcción equivocada. Un mundo de película. Y hoy entiendo que el mundo necesita otra película. Una película ‘apta para todo público’. Suponer hoy, en pleno siglo 21, que una persona trans no tiene derecho a vivir y ser feliz, a amar y ser amada, es retrotraernos a las épocas anteriores a las películas mudas, cuando se consideraba como inferiores a nuestros hermanos, los aborígenes y a nuestras  compañeras, las mujeres. Entonces, ¿qué le diría a una persona que quiere impedir que un hijo o una hija se enamore de una trans? Que se quede  tranquilo. La censura no funciona con esta película. Tranquilo, que no pasa nada: la vida es más fuerte”.

Oliverio y Carla se casaron con fiesta que incluyó vals con los suegros y aplausos de las amigas y amigos de Campana que lograron derretir el acero.

A ellas, a ellas, a todos, esa maravillosa noche Carla nos dijo durante la ceremonia: “El amor no juzga, se celebra”.

Y colorín, colorado, todas, todos, gritaron: ¡Sí, quiero!

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