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Ser qom. La nueva generación
El día que un balazo policial asesinó a Roberto López estaban en la ruta. Así comprendieron cuál es la batalla actual de la comunidad que reclama sus tierras para poder sostener su vida. Por eso acampan en Capital.
Jorgelina y Rolando son hermanos e hinchas de Boca. Tienen 18 y 22 años y hace cinco les cambió la vida. “Empecé a entender el conflicto cuando tenía 13 -dice ella-. Fue cuando estuvimos cortando la Ruta Nacional N° 86 reclamando que nos devuelvan nuestra tierra. En ese momento hubo la represión. Desalojaron la ruta a los tiros, con palazos. Yo estaba ahí”.
Ese día murió de un balazo policial el qom Roberto López. Esa muerte cambió la vida de estos jóvenes, la de toda la comunidad y también la de gran parte de nuestra sociedad, que comenzó a ver las luchas actuales del pueblo Qom. Quizá por eso lo primero que Jorgelina menciona es esa identidad que se convirtió en bandera de lucha: “Estoy feliz de ser qom, me siento orgullosa de ser qom. La lucha que estamos llevando no es nada fácil. Vivir en una comunidad es muy distinto que estar acá en la ciudad. En la comunidad tenemos nuestras propias costumbres. Sí. Hablamos nuestro propio idioma, que todavía lo seguimos manteniendo”.
Mantener el idioma qom es una de las tareas de esta nueva generación qom, que aprendió el español en el colegio y la lengua de sus ancestros en la comunidad. Los mayores, en cambio, se comunican solo en su lengua. Son estos jóvenes los que han tenido que oficiar de traductores y maestros para que sus mayores pudieran expresar públicamente sus reclamos. No sólo se hicieron cargo de conectarlos con el castellano, sino con las nuevas tecnologías que le permitieron darle visibilidad y voz propia a sus batallas. El esfuerzo incluye que la comunidad no perciba estas herramientas modernas como una amenaza a las costumbres originarias. Por eso los jóvenes nos recuerdan en la charla la importancia de su lenguaje como refugio. Y es sagrado.
Tierra y vida
La vida de la comunidad La Primavera cambió no sólo por la muerte de uno de sus referentes, sino por todo lo que encarnó esa vida: aquel día habían cortado la ruta para denunciar el arrebato de las tierras más fértiles, que incluía una laguna, fuente de agua y pesca. Las costumbres se torcieron sin esa agua, en tierras secas y calurosas. Los jóvenes se vieron obligados a improvisar un futuro. “Algunos dejaron de estudiar y salieron a buscar un trabajo, porque en la comunidad ya no había nada”, cuenta Jorgelina. Eso significó abandonar la tierra comunitaria para amontonarse en las más pobres periferias urbanas. ¿Qué tipo de trabajo consiguen? “Oficios. Carpintería, albañilería”. También menciona planes sociales. Rolando agrega: “Allá en la comunidad cuando habia asambleas los jóvenes nunca participaban. Ahora recién se están dando cuenta de todo lo que pasa”.
Jorgelina y Rolando están atentos a todo lo que pasa. Hace dos años fueron los primeros que aprendieron cómo manejar los comandos de la consola de la radio que montó la comunidad y se dedicaron a sostenerla. Hoy ya no lo hacen: han delegado ese trabajo a otros jóvenes que ellos mismos formaron.
Ahora Jorgelina y Rolando participan activamente en las reuniones y asambleas y se imaginan, en el futuro, llevando la voz pública de su tierra a donde sea necesario.
Ahora, también son de los que están durmiendo desde hace 7 meses -completos- en la Avenida 9 de Julio. Son de los pocos que se han mantenido firmes y desde el principio en el acampe. Sus hermanos mayores, Eduardo y Abelardo, volvieron a Formosa por reclamo de sus hijos, es decir los sobrinos de estos jóvenes que son parte de una emblemática familia qom: la que formaron Amanda y Félix Díaz.
Félix Díaz tampoco duerme ya en la Avenida 9 de Julio por recomendación médica. Sí está Amanda, preocupada porque Jorgelina y Rolando ya no van a la escuela. Dice Jorgelina: “Desde que arranqué esta lucha, en la escuela que yo iba hubo problemas. Los maestros sabían lo que hacía mi viejo, que defendía los territorios, y no les gustaba lo que él hacía. Le criticaban. Y algunos de mis compañeros me decían cosas… pavadas”. También recuerda con tristeza la pérdida de algunas amigas. “Se alejaron un poco porque los papás son punteros políticos del gobierno. Igual, cuando nos cruzamos está todo bien: nos saludamos. Pero como que nos alejamos por los otros. Y a mí me duele”.
Rolando cuenta que antes de involucrarse en la lucha de su comunidad su boletín estaba poblado con ochos y nueves. “En 2012, en cambio, cuando recibí el boletín tenía todas las materias desaprobadas”. Decidió que no tenía sentido seguir porque entendió que no se trataba de estudiar más, sino de no ser nunca más descalificado. Rolando prefiere aprender en otros lados.
Dice Jorgelina:
Mamá Amanda: “Me gusta cómo ella es fuerte. Muy. Y de gran corazón. Lucha y habla por todos, pero es independiente.”
Papá Félix: “Me enseñó muchas cosas. A ser buena persona. A querer a las personas. A los enemigos, más. A no hablar mal del otro a sus espaldas. A valorar la vida y la tierra”.
Gustos y disgustos
Jorgelina y Rolando escuchan mucha música. En general, la radio le gana a la televisión y esa es una costumbre extendida en toda la comunidad qom. Él prefiere la cumbia y el rap, “por los mensajes que tienen”, y ella elige dos géneros dispares: el folklore y el heavy metal. Metallica o Iron Maiden, y de acá, Rata Blanca o La Renga, son algunos de sus favoritos. Jorgelina, además, es fanática de las películas de terror.
Lo que no le gusta: “La política no me gusta. Porque las cosas que hacen los políticos no están bien. Allá en Formosa hay mucha política partidaria y nunca me ha gustado. Porque en la comunidad nuestra hay punteros políticos del gobierno. Cada vez que hay elecciones van a las casas y, a veces, reparten comida para ganarse el voto o compran los DNI de la gente. Y eso a mí no me gusta”.
Jorgelina coincide en que lo que ellos están haciendo también es política. “Otra política”, dice. Define así por qué vino a acampar a Buenos Aires: “Lo que mi gente está reclamando es algo muy importante para mí, que es la tierra, el territorio que nos quieren sacar, porque ahí está la vida”.
Jorgelina y Rolando cuentan que, al viajar a la Capital, nunca pensaron cuánto iban a quedarse y que tampoco ahora piensan cuándo se van a ir. Lo que haga falta, dirán, para cumplir el objetivo: ser oídos. ¿Cuándo? “En algún momento será”.
Tierra & Paz
Si bien creen que seguirán luchando toda su vida, esperan que no sea en la ciudad.
La ciudad no les gusta a Rolando y Jorgelina, pero son de los que más se adaptaron al entorno citadino: tienen amigos porteños, ambos sacaron la tarjeta SUBE, conocen un par de líneas de colectivo y salen a caminar por los barrios más cercanos. Si bien a Jorgelina le robaron el celular en el acampe y Rolando perdió el suyo, ahora tienen nuevos desde los que acceden a chats y redes sociales. “Yo uso más el Facebook que el Watsap. Hay gente que manda mensajes preguntando por el acampe y yo les cuento. Saco fotos, publico las cosas que pasan, informo”, dice Jorgelina.
Dice Rolando: “Estar en el acampe es muy difícil. Es difícil estar en medio de dos avenidas. Es difícil dormir, conversar con el ruido los autos”. Jorgelina confiesa “Hay veces que me quiero ir y recuerdo por qué vine acá. Vine acá a acompañar a mis hermanos”. Cuenta que tres veces se despertó sin entender dónde estaba. Que soñó con el monte formoseño. “Con mi gente, el silencio, el canto de los pájaros”. En la Avenida 9 de Julio, en cambio, la aturden las bocinas y, a veces, los insultos que recibe como cachetadas.
¿Qué es lo que más extrañan? “La paz”, responden estos jóvenes qom que hablan sin apuro, seleccionando cada palabra, mirando siempre a los ojos, sin quejarse. “Extraño comer en la mesa de nuestra casa mientras charlamos con toda mi familia”, dice Rolando, mientras revuelve un puchero que cenarán esta noche en medio de la avenida.
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