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Cultivar el futuro
La Facultad de Agronomía de La Plata fue sede de un congreso latinoamericano que mostró propuestas y resultados.
En uno de los bellos jardines de la Facultad de Agronomía de La Plata, Clara teclea en su Apple el informe que leerá en la asamblea de balance del 5° Congreso Latinoamericano de Agroecología, como presidenta de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología. Mientras se la espera, más de 30 productores de todo el país – algunos organizados en cooperativas- ofrecen comidas y bebidas agroecológicas a precios desinflacionados. La escena es una postal de lo que representa este encuentro, que hablará de un presente en el que asoma un futuro posible.
“La agroecología plantea un matrimonio entre la ciencia occidental y un saber que no va a las universidades, lo que llamamos la etnociencia, que es el que tienen los campesinos”, cuenta Clara sobre este cruce de voces y experiencias que representa el Congreso, según un formato que lleva la Sociedad Científica Latinoamericana cada año a un país distinto. Éste aterrizó en Argentina y fue piloteado por la cátedra de Agroecología de la Facultad de Agronomía, comandada por el ingeniero Santiago Sarandón. Hubo 2 mil inscriptos, más de cien trabajos presentados y decenas de experiencias, un volumen que según sus organizadores habla de un interés creciente por estos temas. Los anteriores se celebraron en Colombia (700 inscriptos), Brasil (4 mil) y Perú (700).
Clara Nicholls, una de las organizadoras, señala por qué Argentina fue esta vez anfitriona: “Es un modelo de dos cosas: del avance de la soja y del uso de transgénicos; y también es una referente de trabajos científicos de muy buena calidad que muestran que es posible tener una producción sana, sin agrotóxicos, con un nivel de conocimiento muy alto. El país es una sede estratégica para mostrar en América Latina cómo la agroecología es una alternativa, aunque a veces está invisibilizado por el monstruo de la agricultura industrial”.
Así, este Congreso se complementa con el ocurrido en Rosario hace tres meses, en el que referentes de distintos países hicieron un diagnóstico de cómo el modelo del monocultivo transgénico afecta la salud y el medioambiente. “Es importante hacer esta crítica, saber cuál es la problemática, conocer cuáles son los efectos en la salud y en el ecosistema, pero también ser propositivos y mostrar que hay alternativas”, plantea Clara. Si el Congreso de Ciencia Digna trazó un diagnóstico sombrío, el Congreso de Agroecología pone una luz de esperanza.
Sin patas
Además de los trabajos científicos, en el Congreso tuvieron lugar distintas experiencias latinoamericanas que muestran que el trabajo agroecológico no es una cuestión de futuro, como fue el caso de la granja Naturaleza Viva de Santa Fe, a través de Remo Vénica. Dice Clara: “Es muy importante que entendamos que la agroecología no es una propuesta puramente técnica. Da los elementos metodológicos para diseñar los sistemas con la ciencia y con este conocimiento campesino, pero tambien tiene un componente social y político para que se pueda plantear una transformación del modelo agroindustrial corporativo”.
¿Por qué no es sutentable este modelo?
Porque degrada la base de los recursos naturales. Para los que manejan el capital de este país puede ser importante la soja, pero no es socialmente justa. Hay que pensar la sustentabilidad como una silla de cuatro patas. Una pata es el objetivo social (que sea socialmente justo), la otra un objetivo económico (que sea viable), un objetivo ambiental (que no degrade los recursos naturales) y un objetivo cultural (que sea culturalmente aceptado). La soja no tiene ni una pata.
¿Se puede plantear la agroecología a grandes escalas y en este contexto geopolítico?
La agroecología nace en América Latina respondiendo a los vacíos que deja el Estado, y también como reacción de esos agricultores que no fueron “beneficiados” por la transgenia. Siempre ha habido un mito: la agroecología es para el agricultor pobre, pequeño, que no produce para el mercado, es para su auto subsistencia. Nosotros apoyamos a los pequeños productores, pero no quiere decir que los principios agroecológicos no puedan ser aplicados a los agricultores inmersos en el mercado, inclusive en la exportación.
La feria o Carrefour
¿Cuánto puede aportar la agroecología a la soberanía alimentaria?
Lo primero: si queremos reducir el problema del hambre, tenemos que producir donde están los pobres. Mirá que paradoja: lo que comemos todos los días proviene entre un 50% al 70% de los pequeños agricultores. No viene de la soja ni del maíz que exportamos. Y esos pequeños agricultores, por lo menos en América Latina, controlan el 20% de la tierra. ¿Te puedes imaginar si controlaran el 50% de la tierra? Los gobiernos deben darse cuenta –y ya está pasando- del rol que puede jugar en nuestra soberanía, no solo alimentaria, apostar por los pequeños productores.
¿Es necesario replantear la propiedad de la tierra para practicar esto a gran escala?
Dentro de un marco de desarrollo rural sustentable, uno de los requisitos es el acceso a la tierra. La soberanía alimentaria no es solamente producir alimentos; tiene implícito un contexto político y social muy fuerte. Se dice que se alcanza la soberanía alimentaria cuando se tiene tierras; hay una demanada de tierra, una demanda de recursos, de semilla, agua, información, conocimiento, empoderación, mercados…
¿Qué fortalezas tienen los campesinos frente al modelo industrial corporativo?
Los campesinos han conservado 2 millones de variedades de semillas. Gracias a ellos que han conservados esas variedades tenemos una dieta diversa en América Latina. La transgenia, con lo genético, alcanzó 7 mil variedades con mucho dinero invertido. Las semillas eran de los agricultores y ellos humildemente lo compartían con la humanidad, las corporaciones las patentaban y ahora les cobran. Los han traicionado; es una guerra declarada. Por eso los movimientos sociales han tomado una posición, se han politizado, han entendido la geopolítica de las semillas. Y ya no las regalan tan fácilmente. Las semillas son patrimonio de los pueblos y al servicio de la humanidad, pero ellos deciden con qué humanidad la van a compartir: aquellos que tengan nuestra misma visión, y no con los que quieren generar ganancia a costa nuestra.
¿Cómo lograr que el Estado se ponga del lado de los campesinos y no del mercado?
El único país latinoamericano que tiene un plan nacional de agroecología y agricultura orgánica es Brasil. Y no es porque un iluminado político decidió hacer esto: es porque los movimientos sociales empujaron, porque ellos ya tomaron la agroecología como bandera de desarrollo. Pero para lograr esto necesitan del apoyo del Estado, que los universitarios entiendan y también los consumidores.
¿Cómo despertar a los consumidores?
Las investigaciones científicas que alertan sobre el efecto del modo de producción de los alimentos en la salud son una clave. Si los consumidores se dan cuenta de que los campesinos que aplican la agroecología están produciendo alimentos sanos y que su salud depende de eso, cualquiera va a apostar por ir a la feria en vez de ir Carrefour. La agroecología no es un herramientita más: es la única alternativa. En América Latina se ve como un faro: hemos avanzado muchísimo, hace 30 años hablar de agroecología nos fue muy difícil. Hoy en día la agroecología se ha posicionado. Necesitamos poner esto en debate y en agenda, porque yo estoy segura que si la gente conoce esto lo va a apoyar drásticamente.
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