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Cantar la justa
El regreso de Suárez, la banda que creó en los 90, es la excusa para charlar sobre el presente. El valor de la palabra en tiempos de cambios. ▶ MANUEL PALACIOS
“Todo el tiempo estoy pensando cosas en relación a lo que pasa”, dice Rosario Bléfari en un momento de la entrevista. El calor del mediodía porteño es abrasador, por eso el bar elegido para el encuentro funciona como un oasis en el corazón del barrio Parque Chacabuco: “A veces la vida personal va por un carril: vos estás viviendo momentos de alegrías y no necesariamente eso coincide con el panorama más general. Para mí, éste es un momento lindo porque Suárez se vuelve a juntar para tocar una única vez en Buenos Aires”.
Música, actriz y escritora, Rosario formó la banda Suárez junto con Gonzalo Córdoba, Marcelo Zanelli, Fabio Suárez y Diego Fooser a principios de los años 90, y fue durante toda esa década una de las bandas más interesantes de lo que por entonces se llamó rock alternativo. Editaron cuatro discos de estudio antes de separarse en el año 2001. Un año más tarde comienza su etapa solista, con la cual lleva publicados hasta la fecha seis álbumes. Es autora de dos poemarios y actualmente dicta talleres sobre composición de canciones a la vez que pone su voz al frente de su último proyecto musical: la banda Sué Mon Mont.
A días de haberse concretado la primera presentación en vivo de Suárez en casi 15 años, la charla que mantuvimos giró en torno de algunas de esas cosas que Rosario está (re)pensando: la experiencia de ser una banda de rock autogestionada en los 90, cómo evocar el propio pasado sin caer en la nostalgia y algunas ideas-claves para sobrevivir a “la intemperie del libre mercado”. Reflexiones que ella define como “ideas en tránsito”.
Pasado pesado
Contexto: la historia del retorno de Suárez se inició con un documental sobre la banda, Entre dos luces, que su realizador Fernando Blanco presentó en la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. “Justo había digitalizado material de video que guardaba de aquella época, con la idea de hacer yo misma el docu, cuando él me llamó. No sabía bien cómo hacerlo, pero ya le había comentado la idea a otros integrantes de la banda”.
¿Si no fuera por la película no se hubieran juntado?
Incluso con la película hecha la idea no era tocar. No sólo no pensaba en reunir a Suárez sino que de alguna manera la idea del documental cumplía una función de recuperación del registro. Una revalorización, incluso propia. Pero cuando se estrena en el Festival de Mar del Plata nos preguntan si queremos tocar. Y lo hicimos: con solo dos semanas para ensayar. Y nos sentimos muy bien. Ninguno quería nostalgia. Lo que nos pasó fue al contrario: no es que vos te vas al pasado, sino que traés esas canciones al presente. Quien le tiene miedo a la nostalgia siente que va a ser chupado hacia atrás. Por lo menos yo tengo esa sensación, como si te olvidaras del momento presente. Pero en realidad muchas veces ejercitar la memoria y el recuerdo es eso. El hecho de que otras personas hayan estado escuchando esas canciones las mantuvo presentes. Entonces es más fácil. Las canciones están ahí.
Acordes sobre esta época
¿Qué pensás, desde tu propio hacer como música y autora, de este momento político?
Creo que durante la gestión anterior se hicieron cosas valiosas como la creación del Instituto Nacional de la Música (INAMU). Aunque al principio de Suárez nunca contamos con el apoyo del Estado. Cuando editamos nuestros primeros discos eso no era siquiera una posibilidad. No porque tuviéramos una postura anarquista individualista, que también me parece válida, sino porque siempre tuvimos la iniciativa; lo independiente era en relación a los sellos, ante los que había que “aplicar” para firmar algún tipo de contrato. Pero la independencia es también una forma de estar a la intemperie total. ¿Está bien entonces defenderla de manera intransigente como la única manera de hacer las cosas? Lo estoy pensando… Porque también deja a la intemperie del libre mercado muchas expresiones culturales que nos perdemos de conocer, y se empobrece el panorama general. Es injusto estar solo en esa situación porque no todos tienen las mismas oportunidades. Entonces es ahí donde es importante el papel del Estado en lo cultural. Con los espacios, para difundir, tocar, para brindar la información acerca de derechos y maneras de producción, y también los subsidios, ayudas económicas para las primeras ediciones o ediciones especiales. Lo independiente y las políticas culturales deberían articularse. Por otro lado, si todo fuera estatizado, se perdería esa iniciativa que te permite crear tus propios y nuevos recorridos. ¿No te dejan tocar? Organizá recitales en la casa de tu vieja. Cuando recién se empieza o cuando las circunstancias se ponen adversas se pueden encontrar alternativas, pero lo ideal es no estar solos, sino contar con las políticas culturales generando el ámbito propicio para ser independiente.
¿Cómo hacemos para no estar a la intemperie del libre mercado?
Siendo solidarios, aunque es una palabra muy vapuleada. Por ejemplo, se habla de que en los 90 surge la escena del rock independiente. Eso tuvo mucho que ver con la aparición de una determinada tecnología. Se pudo empezar a grabar en una PC y mandar a fabricar tus propios CD. El espíritu autogestionado es un estilo de guerrilla, siempre buscando la forma de sentirte cómodo con vos mismo y, al mismo tiempo, haciendo las cosas que querés hacer. Más allá de lo que se venga, se ha ganado una experiencia que no se detiene. En relación a los 90, el presente es mucho más generoso. Hay menos superficialidad en un montón de cosas. Hoy hay familias de bandas. Se organizan para armar fechas, editan sus discos de forma cooperativa. Cuando empezamos con Suárez eso no existía. En mi caso, ya estoy más grande, pero veo eso en los más jóvenes que están empezando. Los que se han manejado de manera independiente saben cómo hacerle frente a la cosa.
Recuperar la palabra
¿Qué otras cosas podemos hacer, además de ser solidarios entre nosotros?
No sé si yo puedo hacer mucho, pero desde donde puedo colaborar es desde el lenguaje. El lenguaje para hablar de lo político. No el análisis del discurso político de tal o cual ideología, sino la elaboración del propio discurso político. Ciertas terminologías que usás para expresar lo que pensás en relación a la sociedad, al Estado, a los derechos, la educación o la cultura. Hay un diccionario que debería caducar. Buscar la manera de que ese lenguaje se renueve de verdad. Revisemos qué pensamos de las cosas y cómo lo decimos. ¿Qué pensamos de la educación, del arte, de la cultura, de la salud? ¿Cómo lo decimos para que otro lo entienda? Porque además son las primeras palabras que reciben palazos cuando hay este tipo de cambio político. Popular es otra palabra que hay que revisar. Libertad, independencia, colonia, etc… No puede ser todo usurpado por los discursos. La política usa palabras y con las palabras construimos nuestro pensamiento. Por eso quienes no somos políticos de carrera, pero somos seres con ideas políticas debemos actualizar los sentidos, defenderlos, recuperarlos, revisar continuamente el lenguaje y hacer uso de él. Las palabras son de quienes las usamos. A partir de eso podemos reclamar, pedir, agradecer, conversar o cantar.
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