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MUbis: Un cuerpo que transpira
El fútbol, un espectáculo cuya percepción está marcada por su forma de transmisión televisiva- siempre los partidos se filmaron igual- es modificado en este film por la alteración del registro. El resultado es quizás una de las obras cinematográficas más particulares de este comienzo de siglo.
Zidane, un retrato del siglo XXI (2006):
https://www.youtube.com/watch?v=lqBdIRTNI3I
Retrato: representación icónica de una persona donde predomina la expresión del rostro.
Siglo XXI: período temporal que comenzó 2000 años después del nacimiento de Cristo. Una de sus mayores características es el desarrollo de las tecnologías informáticas, la consagración del espectáculo como intermediario entre la experiencia del cuerpo y el mundo material, la proliferación de imágenes y pantallas y su consecuente influencia en la percepción de lo real.
Año 2005: último partido de Zinedine Zidane como jugador profesional. Real Madrid frente a Villareal. Los directores Douglas Gordon y Philippe Parreno registran ese partido histórico pero con una premisa particular: filmar solamente a Zidane en tiempo real (la película dura lo que dura el partido). 17 cámaras de 35 mm, lentes especiales con objetivos de larga distancia, 150 técnicos de primer nivel, formados en Hollywood.
El resultado es quizás una de las piezas audiovisuales más particulares de este comienzo de siglo.
Las cámaras se detienen sobre Zidane y lo vemos como nunca antes lo habíamos visto. El efecto es dramático, sino angustiante.
Lo vemos largos minutos sin tocar la pelota.
Vemos su mirada ensombrecida por las luces del estadio, concentrada en el juego con una profundidad desgarradora.
Un partido de fútbol se convierte en un drama existencial, en una experiencia visual única.
La clave está en la potencia que le otorga la película a ese elemento formal que diferencia al cine de la televisión: el fuera de campo. Si la TV crea una imagen totalitaria es porque niega el fuera de campo. La enunciación se limita a lo que se ve dentro del encuadre: todo está ahí. El cine, en cambio, produce una “erotización de los bordes del cuadro”: lo que está dentro del encuadre es solo una parcialidad y aquello que está afuera cobra presencia al ser evocado como complemento tácito de la imagen. Es el lugar de la incertidumbre, de la duda, del misterio; es quizás el último resguardo del cine frente a la tiranía de la imagen-televisión ( y sus derivados): la potencia de lo que no se ve. Lo no visible se vuelve imaginable.
Al centrarse en el cuerpo de Zidane, el partido queda completamente en fuera de campo y el efecto de extrañeza es notable: Zidane puede estar en un partido de fútbol o en una guerra. De pronto vemos a Riquelme, Sorín, Forlan, Beckham, que solo aparecen cuando pasan cerca de Zidane. Hay un gol del Villarreal, pero solo lo sabemos por el rostro de Zidane lamentándose.
La reconstitución del tiempo real del partido hace sensible el efecto de la duración sobre el cuerpo: Zidane se va cansando, el rostro se va modificando, degradando. La duración devela esa obviedad que el espectáculo niega: Zidane es un cuerpo que transpira. Zidane es un ser humano.
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MUbis: Gente común
Edificio Master de Eduardo Coutinho (2002)
https://www.youtube.com/watch?v=brNloSiD_w8ç
Un edificio en Copacabana, Rio de Janeiro. 276 apartamentos. 500 inquilinos. 12 pisos con 23 unidades cada uno. El director Eduardo Coutinho junto a un pequeño equipo de rodaje filmaron durante una semana a los habitantes de ese lugar.
Como un laberinto de cemento, los pasillos y segmentaciones del edificio hacen confluir las más diversas historias de vida. El pasado aflora a través de los testimonios a cámara y el presente como la ineludible materialidad del espacio: la arquitectura, el diseño urbano y su influencia las relaciones humanas.
La película solamente tiene entrevistas. Recurso menospreciado si los hay- talking heads (cabezas que hablan)- por su supuesta carencia de destreza cinematográfica y su uso degradado y efectista en la televisión.
Pero la entrevista audiovisual tiene una importancia histórica. La fabricación de equipos portátiles en la década del 50– por lo tanto, la posibilidad de salir a filmar a la calle – y la sincronización con el sonido directo permitieron el surgimiento de nuevas estéticas y formas de registro por fuera de la artificialidad de los estudios (de esa posibilidad se nutrieron la nouvelle vague o el neorrealismo italiano, sin ir más lejos).
Hay una película que puede considerarse fundacional del “cinema verité”, algo así como un quiebre en la historia del documental: en Crónica de un verano (1961), Jean Rouch y Edgar Morin salieron a la calle a entrevistar personas comunes. La pregunta principal: ¿Se puede filmar a la gente con naturalidad- es decir, de manera ” puramente documental”- o la presencia de la cámara ya modifica ese comportamiento ? Con una lista de preguntas relacionadas a ese problema de representación audiovisual, los directores entrevistaron a transeúntes, escritores, estudiantes y obreros. La posibilidad de ver (y escuchar) personas anónimas reflexionando sobre su época hoy parece algo común, pero en ese momento era una expresión concreta de la democratización de la palabra, que hasta entonces había sido monopolio de “la voz de Dios” (la locución objetiva y omnipresente) en el documental y del Star system en la ficción.
El uso la entrevista en Coutinho parece ser una declaración de principios, que luego ahondará en sus siguientes películas con mayor complejidad. “La facultad de aprovechar mis recursos disminuye cuando su número aumenta”, decía Robert Bresson en sus Notas sobre el cinematógrafo, máxima que el director brasilero -fallecido en 2014– parece tomar al pie de la letra. Pocos directores logran el nivel de potencia dramática y emotividad que emanan las entrevistas de Coutinho.
No parece ser fruto de una fórmula sino de una intuición sensible: Coutinho no pregunta por temas específicos, no hay unidades temáticas ni cuestionarios que se repiten. Le interesan las personas por el solo hecho de ser personas, por sus vidas, por su forma de mirar o no a la cámara, por la manera en que el recuerdo se vuelve relato oral.
Mujeres que cuentan abortos, vendedores ambulantes que cantan canciones, obreros que recuerdan sus viajes, una prostituta de solo 20 años que confiesa que cuando está con un cliente “miente los orgasmos” y al final de la entrevista, ante la pregunta de si mintió frente a cámara, responde: “No mentí, pero no tiene importancia: a veces miento para decir la verdad”.
Si “el orgasmo es el único momento en el que no se puede engañar a la vida” en esa reflexión de la joven brasilera se sintetiza uno de los puntos clave de la película y de la obra de Coutinho en general.
Documental o ficción, verdad o mentira, no parecen ser cuestiones contrapuestas cuando el relato cobra dimensión corporal, cuando narran las miradas y las voces sin otra pretensión que comunicar un recuerdo o una experiencia. Lo único verdadero es que hay un edificio de cemento en Copacabana que reúne a cientos de personas hacinadas entre sueños, inquietudes y temores. Que un director se sentó a escucharlos. Y que una cámara estuvo ahí para registrarlos. Nada más y nada menos.
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MUbis: ¿Qué culpa tiene el tomate?
La isla de las flores, de Jorge Furtado 1989/ 12 min
Cortometraje ligero y divertido que reconstruye el ciclo de producción de un tomate, desde que es cultivado hasta que se convierte en basura. Como una suerte parodia del documental didáctico institucional, esta pieza despliega una serie de recursos visuales en forma de collage, apropiándose de ese montaje excéntrico propio de la imagen publicitaria y apostando a la acumulación y sobreexplicación de la voz en off para ensamblar las piezas de la cadena productiva. De ese modo reconstruye el ciclo de producción y consumo, ese mismo que la publicidad elide para centrase únicamente en el producto como puro objeto de deseo (de problematizar ese estatuto se encargó, ya que hablamos de tomates, Warhol).
La gracia y ligereza están ahí por más que lo que narra el corto tiene que ver con una de las mayores miserias humanas. Un ejemplo de cómo esquivar esa encrucijada ética/estética que los cineastas colombianos Luis Ospina y Carlos Mayolo llamaronpornomiseria, donde la pobreza, por efecto del espectáculo, se vuelve mercancía.
El enemigo es, siempre, la solemnidad.
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MUbis: Gente sobrante
Los cuerpos dóciles (2015), de Diego Gachassín y Matías Scarvaci
Alfredo Garcia Kalb es abogado. Sus clientes suelen ser personas a las que por variaciones de la economía y limitaciones del lenguaje se los denomina “pibes chorros”. Jóvenes, pobres, sin estudios, la mayoría judicializados desde menores: culpables perfectos que alimentan una maquinaria judicial de la que, una vez adentro, parece imposible salir. “Pensalo bien: si vas a robar en provincia de Buenos Aires no caigas preso. Es preferible que te peguen un tiro”, dice García Kalb, que sabe de lo que habla porque estuvo tres años en prisión, experiencia que terminó por definir su vocación.
Siguiendo las reuniones con sus clientes, sus visitas a la cárcel y, principalmente, su defensa en un juicio oral a dos jóvenes que robaron una peluquería- momento central de la película, por la capacidad de registrar todos los componentes dramáticos en juego-, el documental se centra en la figura de García Kalb a través de un registro observacional de una pericia fotográfica impecable. La precisión de la cámara y la tensión narrativa es tal que uno se pregunta cuánto de ese registro corresponde a una planificación ficcional.
A la salida de una función en el Festival de Cine de Mar del Plata- donde la película ganó tres premios-, un señor destacó: “Muy bueno el actor principal”, a lo que todos respondieron con el desprecio de la obviedad: “Es un documental, no hay actores”. Pero el señor tenía razón: como abogado, Alfredo García Kalb es un gran actor. Y no es broma: es alguien que sabe lo que es construir un personaje, poner en escena el cuerpo y la oratoria, dirigirse a un público, seducir con la mirada. Ahí está la potencia de su personaje, la empatía irresistible que genera su gracia suburbana.
Los cuerpos dóciles no es una película de denuncia ni una tesis sobre la institución judicial, como bien podría indicar su título foucaultiano.
Es un documental sobre la ficción de la justicia, sobre la teatralidad de los procesos judiciales, sobre la puesta en escena de esa maquinaria de encierro. Con el panóptico a cielo abierto- en algoritmos, en cámaras de seguridad, etc- la cárcel ya no es una institución de disciplinamiento, sino un depósito de gente sobrante. Su función, si lo pensamos desde la imagen, es meramente visual: es el lugar donde terminan los cuerpos que nadie- salvo un abogado y con suerte algún familiar- quiere ver.
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