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MUbis: el sonido del cuerpo
El etnógrafo, de Ulises Rosell (2012, Argentina)
El antropólogo inglés John Palmer llegó a Salta en 1974 para terminar su tesis doctoral para la universidad de Oxford. Conoció la comunidad wichi Lapacho Mocho (Hoktek t´oi) cerca de Tartagal y desde entonces vive allí. Lo aceptaron como parte de la comunidad, se casó con Tojueia, tuvo cinco hijos y se convirtió en una suerte de representante legal frente a los constantes atropellos y desmontes sobre sus tierras.
El etnógrafo encuentra en los pliegues del punto de vista un fundamento ético antes que antropológico: Palmer mira a la comunidad Lapacho Mocho, la cámara mira a Palmer, nosotros miramos las imágenes. En esa cadena de espectadores que distancia al observador del observado-de ese modo diluye parcialmente el lugar de poder del que mira -se produce sin embargo una cercanía sensorial, haciendo de los rostros y las voces los verdaderos protagonistas de la película. “Hay que convertir al sujeto de denuncia en sujeto de relato” dice Uilses Rosell, director de El etnógrafo.
El tono intimista no aleja al documental de las complejidades político-culturales que asechan a la comunidad. La historia de Qa´tu, preso por tener una hija con Teodora (ella es menor de edad, pero según las reglas de la comunidad la mujer puede tener hijos y vida sexual si así lo desea después de la primera menstruación, además de que es ella la que elige su cónyuge, no el hombre), pone en tensión la formas jurídicas del Estado y la moral occidental con las normas culturales wichis. El Estado se convierte así en una maquinaria de condena: en la escuela denuncian el embarazo, en el hospital lo confirman como violación, en la cárcel termina Qa´tu, que ni siquiera habla bien el castellano como para defenderse. Por otro lado, la quema de pastizales y la llegada de topadoras a sus tierras anuncia el asecho de las grandes multinacionales sobre esos territorios.
En medio de ese pequeño territorio que lidia con la opresión estatal y de las empresas extractivistas, están esas personas que hablan entre el inglés, el dialecto wichi y el castellano.
La cámara como dispositivo antropológico está ahí, a la distancia justa para evitar la fascinación por lo exótico y cualquier forma de paternalismo entre el cuerpo que mira y el cuerpo que es mirado. Pero hay un detalle: los wichis no miran a los ojos cuando hablan. Y técnicamente no hablan: susurran. La película documenta la presencia histórica de esa forma de la voz, la existencia de esas suaves modulaciones de tonos que hacen a la comunicación, sin gritos ni énfasis, y que mantienen la calma- los decibeles- y la entereza sea frente a un incendio intencionado, una injusticia o una cámara.
El ojo es fácil de domesticar. El etnógrafo es un documental sobre el sonido. Sobre el sonido del cuerpo.
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MUbis: Gente común
Edificio Master de Eduardo Coutinho (2002)
https://www.youtube.com/watch?v=brNloSiD_w8ç
Un edificio en Copacabana, Rio de Janeiro. 276 apartamentos. 500 inquilinos. 12 pisos con 23 unidades cada uno. El director Eduardo Coutinho junto a un pequeño equipo de rodaje filmaron durante una semana a los habitantes de ese lugar.
Como un laberinto de cemento, los pasillos y segmentaciones del edificio hacen confluir las más diversas historias de vida. El pasado aflora a través de los testimonios a cámara y el presente como la ineludible materialidad del espacio: la arquitectura, el diseño urbano y su influencia las relaciones humanas.
La película solamente tiene entrevistas. Recurso menospreciado si los hay- talking heads (cabezas que hablan)- por su supuesta carencia de destreza cinematográfica y su uso degradado y efectista en la televisión.
Pero la entrevista audiovisual tiene una importancia histórica. La fabricación de equipos portátiles en la década del 50– por lo tanto, la posibilidad de salir a filmar a la calle – y la sincronización con el sonido directo permitieron el surgimiento de nuevas estéticas y formas de registro por fuera de la artificialidad de los estudios (de esa posibilidad se nutrieron la nouvelle vague o el neorrealismo italiano, sin ir más lejos).
Hay una película que puede considerarse fundacional del “cinema verité”, algo así como un quiebre en la historia del documental: en Crónica de un verano (1961), Jean Rouch y Edgar Morin salieron a la calle a entrevistar personas comunes. La pregunta principal: ¿Se puede filmar a la gente con naturalidad- es decir, de manera ” puramente documental”- o la presencia de la cámara ya modifica ese comportamiento ? Con una lista de preguntas relacionadas a ese problema de representación audiovisual, los directores entrevistaron a transeúntes, escritores, estudiantes y obreros. La posibilidad de ver (y escuchar) personas anónimas reflexionando sobre su época hoy parece algo común, pero en ese momento era una expresión concreta de la democratización de la palabra, que hasta entonces había sido monopolio de “la voz de Dios” (la locución objetiva y omnipresente) en el documental y del Star system en la ficción.
El uso la entrevista en Coutinho parece ser una declaración de principios, que luego ahondará en sus siguientes películas con mayor complejidad. “La facultad de aprovechar mis recursos disminuye cuando su número aumenta”, decía Robert Bresson en sus Notas sobre el cinematógrafo, máxima que el director brasilero -fallecido en 2014– parece tomar al pie de la letra. Pocos directores logran el nivel de potencia dramática y emotividad que emanan las entrevistas de Coutinho.
No parece ser fruto de una fórmula sino de una intuición sensible: Coutinho no pregunta por temas específicos, no hay unidades temáticas ni cuestionarios que se repiten. Le interesan las personas por el solo hecho de ser personas, por sus vidas, por su forma de mirar o no a la cámara, por la manera en que el recuerdo se vuelve relato oral.
Mujeres que cuentan abortos, vendedores ambulantes que cantan canciones, obreros que recuerdan sus viajes, una prostituta de solo 20 años que confiesa que cuando está con un cliente “miente los orgasmos” y al final de la entrevista, ante la pregunta de si mintió frente a cámara, responde: “No mentí, pero no tiene importancia: a veces miento para decir la verdad”.
Si “el orgasmo es el único momento en el que no se puede engañar a la vida” en esa reflexión de la joven brasilera se sintetiza uno de los puntos clave de la película y de la obra de Coutinho en general.
Documental o ficción, verdad o mentira, no parecen ser cuestiones contrapuestas cuando el relato cobra dimensión corporal, cuando narran las miradas y las voces sin otra pretensión que comunicar un recuerdo o una experiencia. Lo único verdadero es que hay un edificio de cemento en Copacabana que reúne a cientos de personas hacinadas entre sueños, inquietudes y temores. Que un director se sentó a escucharlos. Y que una cámara estuvo ahí para registrarlos. Nada más y nada menos.
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MUbis: ¿Qué culpa tiene el tomate?
La isla de las flores, de Jorge Furtado 1989/ 12 min
Cortometraje ligero y divertido que reconstruye el ciclo de producción de un tomate, desde que es cultivado hasta que se convierte en basura. Como una suerte parodia del documental didáctico institucional, esta pieza despliega una serie de recursos visuales en forma de collage, apropiándose de ese montaje excéntrico propio de la imagen publicitaria y apostando a la acumulación y sobreexplicación de la voz en off para ensamblar las piezas de la cadena productiva. De ese modo reconstruye el ciclo de producción y consumo, ese mismo que la publicidad elide para centrase únicamente en el producto como puro objeto de deseo (de problematizar ese estatuto se encargó, ya que hablamos de tomates, Warhol).
La gracia y ligereza están ahí por más que lo que narra el corto tiene que ver con una de las mayores miserias humanas. Un ejemplo de cómo esquivar esa encrucijada ética/estética que los cineastas colombianos Luis Ospina y Carlos Mayolo llamaronpornomiseria, donde la pobreza, por efecto del espectáculo, se vuelve mercancía.
El enemigo es, siempre, la solemnidad.
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MUbis: Un cuerpo que transpira
El fútbol, un espectáculo cuya percepción está marcada por su forma de transmisión televisiva- siempre los partidos se filmaron igual- es modificado en este film por la alteración del registro. El resultado es quizás una de las obras cinematográficas más particulares de este comienzo de siglo.
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