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Centro comunitario Los Pibes: la realidad detrás de un crimen

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«Imposible que no haya una ligazón política con el crimen», dicen en Los Pibes, de La Boca, el centro y comedor comunitario impulsado por Martín «El Oso» Cisneros. Los planes sociales, la comida para las familias, la invención de trabajo genuino, los emprendimientos, la autoconstrucción, la recuperación de los conventillos, y de los sueños: 250 familias moviéndose para darse una nueva realidad, a su modo, como telón de fondo de un homicidio.

Dos mujeres rallan pan sobre una mesa de madera. A su lado, otras diez baldean los pisos de cemento. Un poco más allá se ve un puñado de hombres pintando sillas escolares.

El silencio domina la escena.

Apenas lo rompen los martillazos de los que se esmeran en fabricar bancos y mesas con restos de cajones de bananas importadas. Todo transcurre en una vieja fábrica de motores náuticos, ahora reconvertida en la unidad productiva social Los Pibes de La Boca, el centro comunitario que había impulsado Martín «El Oso» Cisneros, el militante de la Federación de Trabajo y Vivienda asesinado a balazos el viernes 25 por la noche.

En el aire todavía se huele congoja. «Nos cuesta trabajar sin él», confiesa Victoria una de las que está moliendo pan tostado. Levanta la vista, hace un paneo con su brazo extendido, y agrega: «Esto era el sueño de él». La mujer se incorporó a la organización hace un año y cinco meses. Antes -ya no recuerda cuánto antes- trabajó como enfermera en el Sanatorio Güemes, también en Alpargatas y en un frigorífico cuyo nombre ya se borró de su memoria. «Durante mucho tiempo me anotaba en un montón de lugares para pedir un puesto, pero después no te llaman. Yo tengo 53 años, ¿quién me va a llamar?», cuenta, resignada. «A mi -asegura- me encantaría tener una obra social, jubilación y no tener que vivir con 150 pesos».

Victoria llegó al comedor Los Pibes por una amiga. «Esto es una cadena, una trae a otra y así sucesivamente», explica. La forma de integrarse al movimiento es paulatina. Primero se es «invitado»: se participa del trabajo y las marchas para conocer la filosofía de la organización. Cuando el interés persiste el invitado pasa a ser «criterio», es decir recibe una ración de comida, como si fuera un familiar más de quien lo acercó al comedor. Y si el compromiso va en aumento, puede convertirse en «cabeza de familia», haciéndose acreedor de un plan social cuando se abran los listados. «Es una especie de cuestión de mérito», explica Luciano Álvarez, miembro del área de prensa.

Con cinco hijos y cuatro nietos, Victoria ya es cabeza de familia. En Los Pibes eso significa que recibe uno de los 250 planes Jefas y Jefes de Hogar que distribuye la organización. Pero no sólo eso: también se lleva una ración semanal que alcanza para toda su familia. Incluye pan, fruta, vedura y carne que cocina en su casa. «La idea del Oso era que la gente conserve el almuerzo como un espacio de encuentro familiar. A los comedores solo van los chicos, por eso nadie come acá. La comida se retira. Además, no llevan los platos hechos, sino crudos, para que cada uno los prepare según sus costumbres y sus gustos», detalla Victoria que es miembro del equipo de Cocina.

Para recibir estos beneficios -como todos los asistentes a Los Pibes- debe cumplir con ciertas obligaciones: cuatro horas de trabajo diario y participar de las marchas junto a su familia cada vez que es convocada. «Una vez que estás anotada estás obligada a marchar para apoyar al comedor. Es como un trabajo más. Gracias a las marchas conseguimos mercaderías, planes, muchas cosas. Ahora vamos a luchar por El Oso», promete Victoria. «Mucha gente viene y se va», admite Álvarez y completa: «Algunos están acostumbrados a la dádiva. Nosotros queremos reconstruir la cultura del trabajo. Por eso hay que hacer alguna tarea rotativa, guardias en el comedor. Al principio, por ejemplo, había que ir al mercado de Avellaneda a buscar lo que tiraban los puesteros. Pero con el agravamiento de la crisis, iba tanta gente que ya no rendía. Esos nos obligó a dar la gran pelea por los planes sociales. Sabemos que no es solución, pero la gente tiene que comer hoy. En eso somos pragmáticos».

Como si fuera un globo que revienta, una garrafa de gas hace una miniexplosión e interrumpe la conversación. Victoria se asusta, después bromea: «Con lo que cuesta…» Nicolás Rusconi se acerca para ver qué pasó. Se presenta como albañil, electricista y pintor cuentapropista. «Mientras había laburo», aclara y agrega: «Cuando hubo necesidad, hace unos dos años, me metí a pedir ayuda en el comedor». El hombre, de piel curtida, es el coordinador general de las tareas del día. «Yo tengo cargo por presencia y por comportamiento», se enorgullece y explica su tarea: «Subo a hablar con los de la comisión y me dicen que tareas hay que mandar a hacer. Y yo me encargo de que se hagan. Si alguien no sabe hacerlas, acá se les enseña».

El comedor Los Pibes nació el 25 de mayo de 1996, en Sachetti, una fábrica textil que había sido abandonada por sus dueños cuando la importación se había apoderado del mercado interno. Allí habían ido a parar cinco de las cuarenta familias desalojadas de las antiguas bodegas Giol. Entre ellas, la de Martín «El Oso» Cisneros y la de Alberto Lito Borello, el coordinador general del comedor. «Empezamos garantizando la copa de leche los fines de semana y los feriados, porque los chicos solo comían en el colegio. Todo lo hacíamos con dos kilos de leche en polvo que le sobraba cada semana a un jardín maternal y con el chocolate que nos regalaban los bancarios. Después mangueábamos las facturas en las panaderías del barrio», subraya Álvarez.

A medida que el comedor fue creciendo, se fue mudando a distintas sedes que prestaban las organizaciones de la zona. Hasta que hace dos años, Los Pibes compró una casa en la calle Lamadrid con un crédito a 30 años. Paga 80 pesos mensuales, que se reúnen haciendo «vaquitas». Es una casona de dos plantas típica de La Boca, afuera con las veredas a sobrenivel para evitar inundaciones y adentro con un frío húmedo que cala los huesos. «Ibarra trucho», dice en una leyenda que ocupa todo el frente con letras catástrofe. «Fue una campaña muy fuerte que hicimos para denunciar que el jefe de Gobierno hacía promesas y no las cumplía. Le bajamos un poco el tono antes de las elecciones para que no dijeran que éramos de Macri», reconoce Álvarez, que hasta hace tres meses formaba parte de la Comisión Directiva. «Ahora que conseguí trabajo de diseñador no puedo estar tan comprometido», se excusa. Las comisiones son elegidas en asamblea -se realizan todos los lunes a las 18- y su mandato es revocado cuando se percibe que los representantes pierden legitimidad.

Cuando la Federación Tierra y Vivienda, comandada por Luis D´Elía, cortó durante 18 días seguidos la ruta 3 en La Matanza, durante el gobierno de Fernando de la Rúa, el comedor Los Pibes puso una carpa solidaria a la vera del camino. Allí comenzó a tejerse una relación que se formalizó poco después de la Primera Asamblea Nacional Piquetera. «Más que la ideología, nos hermanó la acción concreta. Nosotros habíamos cortado el Puente Avellaneda y eso había hecho temer al gobierno por la nacionalización del conflicto», opina Álvarez.

Durante mucho tiempo, Los Pibes le pidió al Gobierno de la Ciudad subsidios para microemprendimientos. Pero no los consiguió. Entonces, Cisneros -que coordinaba el área de empleo- propuso a sus compañeros hacer un aporte voluntario de 50 pesos, provenientes del plan. Con eso compraron un horno para pizza, una sobadora, una máquina gráfica y otra para trabajos de herrería y alquilaron esta vieja fábrica por 1.100 pesos mensuales. «El Oso no quería un comedor, quería trabajo. Sabemos que la economía a esta escala no es la solución, pero muestra una posibilidad de salida», sostiene Álvarez, convencido de que él mismo o cualquiera de sus compañeros podrían haber sido las víctimas.

«Imposible que no haya una ligazón política con el crimen», enfatiza y enumera las listas de hechos que se resiste a considerar casualidades: «Fue cuando se cumplían dos años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, una semana después de que la Federación Tierra y Vivienda lanzara junto a otros movimientos el frente de piqueteros oficialistas y el principal sospechoso de disparar era el hombre que hace unos meses había robado de la misma casa donde mataron a Cisneros una CPU y documentación con información del comedor.»

El comedor Los Pibes tiene tres grandes líneas de acción: política alimentaria, generación de trabajo y lucha por la vivienda. Una puerta entreabierta deja ver otro afiche gigantesco. «Hasta siempre presidente Oso. Cooperativa de Vivienda Los Pibes de La Boca». Cisneros impulsaba la autoconstrucción en un galpón de la zona. Pero además, cinco grupos de familias ya habían comprado viejos conventillos para obtener una vivienda. Ahora los están refaccionando. «Yo estaba en la cooperativa de vivienda con Martín», dice una morocha que atiende la panadería del comedor luciendo un impecable guardapolvo blanco. Vende facturas y dulces de elaboración propia, yerba Titrayjú del Movimiento Agrario Misionero y el pan producido por la panadería que Luis Bordón (el padre de Sebastián, el chico asesinado por la policía mendocina) levantó en Moreno con la indemnización recibida, para que trabajen chicos en riesgo. «Al principio no me gustaba mucho lo que pasaba acá. Decía: ‘Esta es gente que no tiene nada que hacer y corta las calles’. Pero cuando tuve la necesidad me acerqué. Vi que era distinto. No era pedir, sino venir a trabajar por comida. A diferencia de mis laburos anteriores puedo acomodar mis horarios para ir a buscar a mis hijos al colegio, comer con ellos. Acá hice un curso de panadería, otro para aprender a hacer galletitas. Me los consiguió el Oso en el Inti (Instituto Nacional de Tecnología Industrial). Estos días nos estaba tramitando otro de manipulación de alimentos. Él también nos hizo sacar la libreta sanitaria», recuerda, con cariño, la panadera.

En el primer piso, debajo de una densa nube de humo, se realizan dos nutridas reuniones. Una es de la comisión de administración, que está controlando presencias y horarios de los miembros del movimiento. En la otra, la comisión de Empleo -la que coordinaba Martín Cisineros- completa distintas planillas de planes sociales. «Son los que El Oso había conseguido con su última gestión», explica Daniel, que se presenta como un ex recolector de basura. «Ahora parece un perito mercantil», lo elogia Álvarez, por los conocimientos adquiridos. El arco de asistentes a Los Pibes es muy grande. Desde adolescentes que no terminaron el secundario hasta nostálgicos provenientes de una clase media empobrecida. Están quienes pasaron por la experiencia de la cárcel y también quienes trabajaron a destajo para quedarse con nada.

En total, son 250 familias que suman unas 1.500 personas cada vez que salen a la calle. «Las familias que vienen aquí no son las tradicionales: algunos vienen con los nietos, que tienen a su papá en cana o traen al sobrino porque sus padres se fueron a vivir al interior. Por ahí está el cuñado que está solo… «, detalla Álvarez.

La tercera planta del edificio es la única que está deshabitada.

Cisneros soñaba con verla convertida en un centro cultural de artes y exposiciones.

Todavía nadie se anima a decir quién intentará convertir ese sueño en realidad.

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Orgullo

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Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.

Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.

Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.

Eso es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.

Y no es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

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(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los  libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?

El podcast completo:

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después

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Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.

Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla

Fotos Juan Valeiro

El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.

Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.

Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.

Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.

La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”. 

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:

  1. “Que no te vendan gato por león”.
  2. “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”. 

Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:

Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.

Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.  

Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

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Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.

Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

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Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.

Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.

La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

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Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.

Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.

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