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Cochabamba, Bolivia, y los únicos privilegiados
Cómo se vive en Cochabamba el golpe de Estado, en esta crónica del periodista Sebastián Ochoa. Los puntos de bloqueos instalados por los “chetos” (jailones), con palos de golf en sus manos. El significado de la quema de wiphalas y el recuerdo del Carlos Mesa presidente en la capital de la legendaria Guerra del Gas. Apuntes para ampliar la mirada sobre la compleja actualidad política boliviana.
(por Sebastián Ochoa desde Cochabamba) Luego de 13 años con Evo Morales Presidente fue raro dormir anoche en un país acéfalo. Apenas empezó a clarear, los trinos de los pájaros fueron interrumpidos por las bombas de estruendo que alteran a perros, gatos y bebés. Es la convocatoria de los vecinos para asistir a sus puntos de bloqueo, adonde fueron a parar todos los desperdicios del galpón: inodoros sobregirados, motores fundidos, chasis de mesas, troncos podridos… Todo sirve para mantener cortadas las calles de la ciudad de Cochabamba, sobre todo en la zona norte, el barrio de los “jailones”, como se le llama a los chetos en este país.
Desde hace 20 días, los barrios jailones de la avenida América viven en estado de alerta felina. Cualquiera con pinta de “masista” (léase “indígena”) es hostigado. Se piden cédulas de identidad, se exigen Bs. 5 para el sánguche o se sugiere entonar santos y señas del tipo “Evo cabrón”. Este estado psicótico fue alcanzado por una sustancia que entra por los ojos y se llama Whatsapp. Desde la elección inaceptable del 20 de octubre pasado, empezaron a hablarse entre desconocidos en los cortes de calle. Hicieron infinidad de grupos en esta red social, aparentemente para bombardearse noche y día con mensajes de odio y noticias falsas, referidas a las barbaridades que harán los campesinos cuando arrasen con esta ciudad.
El problema es que ahora esos relatos empiezan a acercarse a la realidad. En el caos informativo de estos días, que refleja el caos mismo de un país, las noticias desesperadas se agolpan: que en El Alto están quemando comisarías, que los policías están respondiendo con balas, que están saqueando los mercados populares, que este país, tal como pedían los golpistas, ahora no tiene Gobierno.
Evo renunció, pero dejó envenenado al gobierno que asumirá este martes. Los golpistas se habían preparado para un enfrentamiento largo, muy sangriento, para sacar a Morales del poder. Que ayer Evo renunciara significó un golpe muy duro e inesperado para quienes necesitaban de muertos para legitimarse y lograr así que en el ámbito internacional no los señalen como los golpistas de cuarta que son. La frustración que sienten los golpistas al haber quedado en posición adelantada es evidente en sus rostros y en sus declaraciones.
Los cercados
La capital de Cochabamba, como ocurre con otras capitales provinciales de Bolivia, se llama “Cercado”. Es decir: no vivo en la capital de Cochabamba. En los papeles, vivo en el Cercado. Es un nombre que viene de la época colonial y que hace referencia a una cerca que dividía a los españoles de los “indios”. Ese cercado de miedo y odio hacia quienes viven más allá quedó impregnado en la memoria genética de esas familias que ahora están haciendo bloqueos en sus calles, con sus palos de golf en la mano, listos para darle un elegante swing en la cabeza a alguno de sus hermanos bolivianos provenientes de barrios periféricos. Son, también, las que cortan las calles con sus autos y camionetas modelo 2018.
“Tenemos información de que al aeropuerto de Chimoré llegaron aviones con cubanos y venezolanos que van a venir a enfrentarnos”, me dice un pibe de rulos que no tiene más de 18 años. Estudia en la Universidad Católica, posiblemente la más cara del país. Prefiere no decir su nombre. “¿De dónde eres? ¿De Argentina? Ustedes están apoyando al Evo”, dice y corta la comunicación. Mejor seguir circulando.
En las protestas contra Evo hay muchos jóvenes. Son chicas y chicos que tenían 5 ó 7 años cuando el ahora expresidente llegó al poder. Hoy, con 18 ó 20, no tienen otra experiencia de gobierno que la del MAS
El golpe económico
Si el empresariado, la policía y los militares obligan a renunciar al Presidente ¿Cómo se puede argumentar que no se trata de un Golpe de Estado? Aquí la sociedad civil implicada sigue sosteniendo que se trató de un “movimiento cívico pacífico”, pero pongan el nombre que le pongan es innegable que cometieron una ruptura violenta e irresponsable del orden constitucional. Y recién se dan cuenta ahora, cuando las papas se incendian y le siguen echando la culpa por los desmanes a Evo Morales, de quien ya se liberaron, como tanto querían.
Generalmente, uno asocia un Golpe de Estado con una crisis económica. Aquí no es así. Los últimos años, Bolivia vivió el mayor crecimiento económico en su historia. Es verdad que estos recursos provienen mayormente del comercio primario de petróleo, gas, minerales y soja transgénica. Sí. Pero esa chicana no funciona en este artículo, porque quienes acaban de tomar el poder en Bolivia, (el empresariado de derecha del oriente boliviano) son quienes más se beneficiaron con esas políticas.
Quien posiblemente termine siendo Presidente será Carlos Mesa, segundo en las últimas elecciones. Lo que no se cuenta mucho de él en los medios es que ya había asumido la presidencia en 2003, por un lapso, cuando era vicepresidente de Gonzalo Sánchez de Lozada, quien huyó a Miami luego de haber provocado la Guerra del Gas, cargando el peso de 67 muertes. Mesa ya avisó que la población va a tener que ajustarse por la fiesta de derroche masista de los últimos 13 años. Así y todo, se especula que más o menos el 40 por ciento de la población le dará su voto, tal como Ícaro va al Sol.
La caída de los símbolos
“En épocas de revolución nada tiene más fuerza que la caída de los símbolos”, decía Eric Hobsbawm en referencia a la toma de la Bastilla. La wiphala que ahora queman en las calles era la bandera del Qullasuyu, una de las cuatro regiones del imperio del Tawantinsuyu, el país Inca. Desde el siglo XVI estuvo prohibida. Quienes deseen pueden leer la bellísima novela boliviana Raza de Bronce, escrita por Alcides Arguedas y publicada en 1919. En uno de sus tramos, relata el casamiento de una pareja en una comunidad aymara, que era esclava en una estancia cercana al lago Titicaca. A manera de refrendar el matrimonio, las y los comunarios bailaban cantando “wiphala, wiphalita”. Solamente podían verbalizar el nombre de su bandera, porque tenerla en tela acarreaba la muerte. Ese “trapo”, con tanta historia de opresión encima, tomó el mismo estatus que la bandera roja, amarilla y verde, la bandera oficial de Bolivia, en la Constitución vigente, aprobada en 2009. Se sentía muy bien pasar frente a instituciones públicas y ver a las dos banderas flamear a la par. Desde ayer, esas wiphalas fueron bajadas. En muchos casos, fueron quemadas públicamente entre vítores, porque el Estado Plurinacional ya fue. Volvimos a la República de Bolivia, donde el idioma oficial es el castellano, donde la Pachamama fue “exorcizada” de las oficinas públicas y donde tenemos una sola bandera, lo cual representa la negación de la esencia indígena de un país.
Este Golpe de Estado no es contra Evo Morales. No importa con qué palabras se argumente si se merecía o no que lo saquen mediante una “movilización cívica pacífica”. Lo que están dejando afuera del Estado es el componente indígena del ser boliviano. Por eso tanta parafernalia con los crucifijos y las biblias. Por eso tanta sobreexposición de la bandera tricolor tradicional boliviana. No es por enaltecer el valor de estos estandartes de por sí, sino para contraponerlos a los símbolos indígenas que en estos días llegaron a asociar con el “Anticristo”. Tal es la estatura de la derecha que acaba de dar un Golpe en Bolivia.
La sucesión presidencial
Según lo que se prevé en esta tarde de lunes, mañana asumiría la presidencia del Estado Plurinacional Jeanine Áñez, senadora por el departamento de Beni, digna representante desde hace 15 años de la aristocracia ganadera amazónica. Entre lágrimas, biblias y crucifijos, atinó a decir a la prensa que Bolivia vuelve a tener una sola bandera, la tricolor. La senadora indicó que su mandato será por 90 días, hasta que se vuelvan a realizar elecciones, esta vez sin el MAS.
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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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