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EITAR sin patrón: la olla, la lucha y el sueño de la autogestión.

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La metalúrgica Eitar de Bernal quebró luego de 60 años de producción y los dueños vaciaron la fábrica. Los 240 trabajadores resisten junto a sus hijos en la puerta del lugar, donde venden comida y realizan trueques. Historia de una empresa que hace pocos años era líder en producción nacional y que ahora busca una salida autogestiva. Se puede colaborar con lxs trabajadorxs acercándose a la calle 189 – 950, Bernal Oeste, Provincia de Buenos Aires.

Por Néstor Saracho

Va cayendo la tarde del último sábado de mayo de 2019 en Bernal. Las avenidas comienzan a convertirse en diagonales y las calles, en cortadas y pasajes de tierra. Desde el portón de la calle 189 se ven la parrilla, las mesas con ropa, las banderas y algunos trabajadores y trabajadoras de la metalúrgica EITAR. A su costado, un grupo de peques juega a la pelota y otro a los jueguitos en los celulares de sus madres y padres.
Liliana tiene 18 años de antigüedad como supervisora del sector grupo magnético; Patricia, 16 años de antigüedad como operaria. Entre ambas rearman la historia reciente: “El martes (21 de mayo) a las once, doce de la noche empezaron los mensajes: ´se están llevando cosas, están robando la empresa´. Esa misma noche empezó a venir gente a ver si era cierto, y sí: se habían llevado las CPU, matrices, planos”.
La historia detrás del autorobo es, como en toda recuperada, la historia de un vaciamiento a espaldas de los trabajadores. Patricia: “El día anterior, el gerente de producción le había pedido las llaves a los chicos. ¿Qué hicieron? Se llevaron todas las matrices, todos los planos y de las CPU toda la información contable que se guarda acá en las oficinas y los programas de operación de maquinarias”. Un compañero suma: “Los planos de las piezas y cómo preparar las máquinas lo tengo todo acá, en la cabeza. Lo que sí es necesario son las matrices. Son muy caras de mandarlas a hacer”.

Foto: Néstor Saracho.


¿Cómo se llegó a esto? Los trabajadores hablan de “malos manejos” y de “falta de inversión” ante una crisis que empezó con la apertura de las importaciones, pero que no había impactado aún sobre el ritmo de producción. Patricia: “Se venía trabajando bien, no entendemos por qué de un día para el otro pasó lo que pasó. Jamás se hizo la cantidad de termostatos que se hicieron, había trabajo.  Venían diciendo que había que esperar a que pase mayo porque después el trabajo se venía con todo. Hasta el último día se trabajó y se entregaron pedidos. El último martes estuvimos trabajando a reglamento para ver si pagaban, porque estaban apurados para preparar los pedidos. El jefe de producción me comunica: ‘Liliana, si la gente quiere irse, que se vayan, total el día no lo van a trabajar. Se le paga el día como una suspensión y que se vayan todos.’ Nosotros nos fuimos todos y nos suspendían hasta el lunes. Ese mismo martes a la noche se llevaron todas las matrices y archivos. Hasta último momento estuvimos con que se venía el laburo con todo”.
Hernán Sosa, operario del sector de quemadores y delegado desde 2009, repasa la historia personal, que es la de su trabajo en EITAR: “En 2003 terminé la secundaria y el 17 de febrero de 2004 empecé a trabajar en contrato por agencia. Estuve así por tres años y medio. Eso lo menciono porque empezaron a decir que hace diez años la empresa daba pérdida. Casualidad: hace diez años nos pudimos organizar sindicalmente. Hemos puesto delegados, luego los tuvieron los supervisores. Nosotros entendemos que la pérdida para ellos era la regularización de ciertos derechos que no se cumplían acá. Antes teníamos horas extras y premios en negro. La antigüedad por agencia también se fue reconociendo. Hemos tenido el caso de una chica que le reconocieron trece años de antigüedad por agencia. Los derechos que fuimos conquistando fueron las pérdidas para los dueños”.
Continúa: “El cambio de gobierno con la apertura de importaciones nos jugó totalmente en contra. Nosotros terminamos un 2015 siendo líderes del mercado, manteniendo el 92% de producción acá. En ese tiempo recién comenzaba a surgir Armengol en Burzaco. Lo que siempre destacó a EITAR es el tema de la calidad: nosotros siempre nos lo pusimos como objetivo. En los momentos que aumentaba la demanda, siempre tratamos de priorizar la calidad”.

Entre los clientes estaban marcas reconocidas como ORBIS, LONGVIE y DOMEC. Si bien llegaron a exportar, en los últimos tiempos la clientela es toda nacional. Una posible competencia, la empresa ARMENGOL en Burzaco, también le está pasando lo mismo: con la devaluación no podían traer material de afuera. Aclara Hernán: “Una cosa era competir con alguien interno y otra competir con el mundo. La apertura de las importaciones nos desbastó. Marcas grandes como ORBIS empezaron a comprar afuera. Arrancamos 2016 con setenta compañeros despedidos e iniciando un nuevo modelo económico y político. Se dejó un premio por presentismo. Las suspensiones comenzaron a tener una vía interna, no ministerial. El último año fue manejarse en el día a día”.
A fines de mayo, los dueños tuvieron una audiencia la Secretaría de Trabajo para ver si remontaban la situación. “Teníamos una esperanza de que ellos quisieran seguir. Pero no. Los trabajadores pusimos el hombro y más para sacar a EITAR adelante. No pagaron a la AFIP, vino el embargo y la quiebra, nos retuvieron los aportes. Nosotros dimos todo y ellos se fueron”.
‘Yo hasta acá llegué, dije. Luego pensé que tengo que seguir por los 17 años que llevo acá la mayoría que estamos acá´: ¿dónde vamos a conseguir trabajo? Hay gente que le falta poquito para jubilarse luego de treinta, cuarenta años de trabajar acá2, reflexiona Liliana.
La empresa, una vida
De un total de doscientas cuarenta personas, ciento cuarenta son mujeres. Dice Liliana: “La mayoría fueron mamás acá. No es un capricho seguir acá. Otras empresas dependen de nosotros.” ¿Cuál es la profundidad de la situación? “Nosotros en EITAR somos 240 personas, pero detrás hay otros proveedores. Nos llamó uno llorando, diciendo que el 90% de lo que produce, lo entrega para nosotros. Un delegado de ECOTERMO, nos llamó diciendo que ellos están mal, que tienen material para trabajar diez días y se le acaba.  Entre los proveedores hay unas 20 empresas. Calcule usted cuántos puestos de trabajo se ven afectados por la quiebra de EITAR. La autogestión en este caso ayudaría a evitar que se profundice cada vez más la crisis actual.”
Cuentan que saben trabajar y están dispuestos a seguir. “Ya no habrá un jefe o dos gremios, ya somos todos iguales.” Consultadas sobre otras experiencias de fábricas o empresas recuperadas, Liliana comenta: “No conozco ningún caso”. Patricia: “Vinieron a hablar trabajadores de otras fábricas. Nos dijeron que no es fácil, una muchacha era operaria, otro clarkista. Hay que tener paciencia y aprender mucho. Nosotros venimos, trabajamos y nos vamos. Los que vendían eran otros”.

Foto: Néstor Saracho.


Se viene la temporada de aprendizajes. Sobre la nueva forma de organización: “Ya no seríamos delegados pero continuamos activos como una especie de referentes con la transparencia para informar. Aunque en la asamblea parezcamos ingenuos, lo importante es la transparencia.” Y remata: “En estos tres años, quienes estuvimos padeciendo, sentíamos que se venía venir la quiebra o la crisis de la fábrica pero no en este mes, los gerentes y los de ventas te mostraban los pedidos que había. No lo esperábamos ahora.”
La quiebra tramita en el Juzgado en lo Civil y Comercial Nº 14, del departamento Judicial de Lomas de Zamora, a cargo del Dr. Osvaldo Sergio Lezcano. Él es quien deberá contemplar la idea de la autogestión obrera.
Hernán: “Estamos totalmente en desacuerdo con el modelo de país que estamos teniendo, siempre apoyamos un modelo industrial. Hoy lo escuchamos al presidente diciendo ‘El país se hace trabajando’, nosotros somos los primeros en entender esa frase. Viendo las realidades, quien no entiende es él. Lo toma como un chascarrillo, una frase hecha y para nosotros es piel.”
No queriendo tener una postura electoralista, en algunas fábricas recuperadas el cambio de gobierno fue apoyado por hasta el cincuenta por ciento de los trabajadores. “No  creo que hayamos llegado al 50 pero un 20 por ciento, seguro. Nos insistieron con la campaña del miedo y el miedo es lo que estamos viviendo hoy. Quienes reconocen que votaron el cambio se están arrepintiendo. La mayoría de los empresarios saben que se les viene la noche con la onda verde que les dieron. Este proyecto político y económico nos llevó a esto. El viernes recibimos una donación del Ministerio de siete mil quinientos kilos de mercadería.”
“No queremos un plan social, queremos trabajar”
Explica Liliana: “Acá hay gente con 40 años de antigüedad. Quienes menos antigüedad tienen están hace diez años. Tenemos que formar una cooperativa para trabajar, estamos capacitados para seguir. No queremos un plan social: queremos laburar. Produciendo barrales y válvulas de seguridad, para calefones, estufas y termotanques. Sí necesitamos que el Estado nos dé materia prima para empezar a trabajar, y eso es lo que nos va a hacer falta para empezar a producir”.

Foto: Néstor Saracho.


Patricia analiza: “No entiendo a este Estado. Te da aumentos todo el tiempo, la luz, el gas, la nafta, el boleto, la escuela. El sueldo siempre está en el mismo lugar. A estos (los empresarios) les permiten hacer lo que quieren, no les impiden nadie nada. Hoy dicen: ‘mañana quebramos, mañana echamos’. Somos juguetes porque se lo permiten, a partir de un Estado te deja sin trabajo, sin ingresos y te da aumentos… ¿Cómo hago cuando llegan las boletas de lo necesario? No te digo el cable, el teléfono o un celular: el gas, el agua y la luz. ¿Cómo duermo yo a la noche? Si tengo que comprar para comer y cuando llega la luz, tengo que pagar el aumento. Anteriormente cuando me lo aumentaste, mi sueldo siguió siempre igual. Aumentan 20% la luz y tu sueldo el 3%. Se lo comió tres veces ese aumento. Nunca podemos salir adelante. Para mí que hay algo que está mal: te sentís atado. No puedo creer que sigan cerrando fábricas y ellos quieren hacernos pensar que dejaron todo patas para arriba y nos hacen esto para solucionarlo. ¿Para sacarnos de dónde? Si cada vez me estás tirando más al fondo. ¿Cuándo voy a salir de esto? La cabeza nos explota de pensar. Las empresas siguen quebrando, prendés la tele y todos los días hay una empresa que cierra, que quiebra, que hizo reducción de personal, que no te quieren pagar tus años de indemnización: ‘te vas con lo que yo te doy, si no te gusta te vas con las manos vacías.’ A quien quiere trabajar, no lo dejan y quien tiene trabajo, tiene que trabajar por la mitad. A mi marido en diciembre le pasó lo mismo, está haciendo el mismo trabajo por la mitad del sueldo que tenía. De tener dos sueldos, ahora tengo medio sueldo.”
Sigue Liliana: “Aguantamos un montón de cosas. Que no nos paguen premios, aguinaldo, vacaciones y retroactivos. Seguíamos poniendo el lomo para seguir trabajando.”
Patricia: “Nos pesa en la cabeza las empresas que van a pasar esto, delegados de otras empresas que tienen trabajo para veinte días, ¿y después? Porque esto se va a hacer una cadena, unos van a tener trabajo veinte días, otros diez y esas familias van a padecer lo que nosotros estamos padeciendo. No somos 240 personas nada más, en diez, veinte o treinta días, empiezan a caer las otras empresas.”
“¡Esto tiene que empezar a funcionar cuanto antes!”, dice Liliana: “La AFIP embargó toda la plata que tenían para pagar los sueldos. El Estado tiene que hacer algo. Necesitamos un respiro para poder empezar con la cooperativa. Queremos que nos paguen lo que nos quedaron debiendo, mínimo, ya no pedimos la indemnización. Que el Estado tenga conciencia y nos dé un pequeño alivio. No estamos pidiendo una ayuda, es nuestra plata. Somos laburadores, estamos dispuestos a resignar cosas con tal de trabajar.” Y continúa: “Hemos dejado a nuestros chicos, no hemos ido a actos escolares, capaz que no es importante pero para los chicos es re importante. Siempre dijimos ‘nosotros tenemos que trabajar’, nos perdemos la crianza de nuestros hijos por dar todo acá.”
Los fines de semana vienen todos los chicos, la nieta de Liliana viene todos los días después del colegio. “No los podemos dejar solos. Los matrimonios vienen a la noche y al mediodía a comer acá.” Dice Liliana, quien hizo su casa. Su hija Débora que también trabaja allí tiene dos hijas: Sofía y Luna. Patricia crió a sus hijos Gabriel y Giselle.
Otro logro de la Macrisis, según Patricia: “Hoy estuvimos con las puertas abiertas, haciendo un trueque de ropa por comida. Se vende choripán, bondiola, pizza, tortilla, tortas fritas, pastelitos. Lo que se puede hacer, se vende. Se viene a comer acá. Hay muchos que viven acá cerca, entonces todo lo que vamos juntando es para bancar los boletos para que continúen viniendo quienes viven lejos. Hay más de 10 matrimonios que se conocieron acá, y nos dejaron en La Pampa y la vía. Los mensualizados trabajamos el mes completo y los quincenales tenían que cobrar la quincena. Ni esto pagaron. No tuvieron la dignidad de decir: ‘bueno, me mandé una cagada, nos vamos’… pero nos hubieran pagado el último mes. Nadie tiene un ahorrito, nos dejaron tirados y a la deriva”
El 25 de mayo hicieron un locro. “Los vecinos se portan de diez, apenas ponemos un cartel, vienen y compran. Cuando trabajábamos, habíamos conseguido que puedan entrar al comedor y vender.”
Va cayendo la noche en Bernal Oeste. Entre mates y reparto de bolsas de mercadería, es momento de la rotación. Algunxs compañerxs les toca descansar después de una larga jornada. Otrxs recién comienzan el turno.
Así reparten las energías para sostener la olla, la lucha y el sueño de la autogestión.

Foto: Néstor Saracho

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Sí, podemos: 20 años del No a la Mina de Esquel

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Esquel está cumpliendo 20 años del histórico plebiscito en el que por más del 81% de los sufragios la comunidad votó «No a la Mina» y rechazó así la instalación de la megaminería en la región. A qué le dijeron que «Sí», desde la nota histórica que se hizo desde MU en uno de los tantos viajes, el primero, a la madre de muchas batallas.

El 23 de marzo se cumplieron 20 años del rechazo a la megaminería en Esquel, símbolo de lucha contra los proyectos contaminantes, inconsultos, impuestos en silencio y con violencia, y símbolo también de la democracia participativa, la organización y una lucha que se contagió a otros lugares del país.

En estos días hubo recitales, charlas, caminatas, marcha el 23 de marzo, y este domingo culminará la celebración con un ascenso al cerro Calfu Mahuida, un modo de simbolizar ese contacto permanente de la comunidad de Esquel con la naturaleza.

La historia viva cuenta que un puñado de vecinas y vecinos, que fueron cada vez más, comenzaron a reunirse, a estudiar la situación, a ir a escuelas, clubes, barios, difundiendo capilarmente, en una movilización a la vez inmensa, lo que se estaba tramando para hundir a Esquel en la megaminería. El 4 de diciembre de 2002 fue la primera marcha que reunió a más de 6.000 personas. Nunca desde entonces se dejó de marchar el 4 de cada mes.

Esa creación de movilización involucró otro hecho histórico: se había formado la Asamblea No a la Mina, grupo apartidario, horizontal, democrático, diverso, expresión de las nuevas formas de organización social que emergían en el país tras la crisis de 2001.  

El mecanismo asambleario en el que participaba todo el que quisiera, llevó a presionar la situación hasta obtener la posibilidad de la que se celebraron ahora 20 años: el 23 de marzo de 2003 se realizó un plebiscito en el que la comunidad rechazó por más del 81% de los votos al proyecto que intentaban imponer la empresa Meridian Gold y el Estado. Esquel hizo nacer aquel No, pero además generó un contagio en diferentes lugares en que se manifestaban  conflictos ambientales en todo el país (Gualeguaychú, Famatina, Andalgalá, como emblemas de una actitud ciudadana no ha dejado de crecer hasta hoy frente a diferentes situaciones territoriales, de salud, y hasta de derechos humanos). Se ponía en foco al modelo extractivo.

Desde aquellos años Esquel ha pasado por situaciones de todo tipo que han sido reflejadas tanto en lavaca.org como en la revista MU:

  • la intención de dar vuelta la decisión de la población a través de campañas de acción psicológica y desinformación;
  • el espionaje a vecinas y vecinos que integraban la Asamblea, por parte de la AFI, como forma de amedrentamiento y control social;
  • las presiones políticas y hasta laborales que sufría toda persona involucrada con el proceso asambleario;
  • el contagio fundamental de la acción de Esquel a toda Chubut, que se pobló de asambleas en todo el territorio, incluyendo a las comunidades de pueblos originarios, siempre rechazando los proyectos y negociados minero-estatales;
  • las trampas legislativas detectadas cuando se obtuvo la foto del diputado Gustavo Muñiz (del Frente para la Victoria) chateando por celular con el gerente Gastón Berardi de Yamana Gold, la empresa que había asumido el proyecto para impedir y ningunear la Iniciativa Popular presentada por la ciudadanía para que se convirtiera en Ley;
  • las represiones a los manifestantes en Rawson, cuando la lucha debió concentrarse en la capital provincial; el acoso mediático a toda esta movida en defensa de la naturaleza por parte de buena parte del sistema mediático, dependiente de pautas publicitarias estatales y privadas.
  • Y, por nombrar algo de lo más relevante en los últimos tiempos, el Chubutazo, o “Chubutaguazo”, con que la provincia movilizada logró dar vuelta de un modo comovedor en 2020 un nuevo intento de legislación que bajo el disfraz de una “zonificación” provincial buscaba lo de siempre: ir por la minería. La ciudadanía logró tumbar esa intentona y reponer la ley que prohíbe los megaproyectos extractivos.
  • Otro detalle de estos tiempos: ya hay una tercera generación de integrantes de las asambleas participando plenamente, un sub-17 que demuestra el alcance de todo lo que se ha realizado, también desde el punto de vista inter-generacional.

Esquel fue el nacimiento de la resistencia de Chubut, que no significa solamente un rechazo al saqueo y la contaminación, un No, sino también múltiples Sí:

  • Sí: sí a la vida.
  • Sí a la reivindicación por la positiva de otras formas de producción que no impliquen la destrucción.
  • Sí a la necesidad de licencia social para cualquier proyecto, de cuidado de ambiente como forma de preservación de la vida y el trabajo.
  • Sí a nuevas formas de relación entre lo humano y la naturaleza. A nuevas relaciones también entre las personas para plasmar la idea de que el agua vale más que el oro, y de que el futuro es posible.

Como homenaje a todo eso aquí puede verse la primera de las notas publicadas en MU sobre la asamblea de Esquel: “La madre del No”, para conocer esa experiencia histórica hecha de resistencia, inteligencia, generosidad y, también, alegría.  

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24 de marzo de 2023: Que la memoria (los) ilumine

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Crónica de un nuevo 24 de marzo desde la voz de la gente, que habla de todo: de cuánto estaba el chori la marcha pasada a cuánto está hoy; de la pesificación de los fondos jubilatorios y de las elecciones por venir; de las dos marchas, y de la realidad. La necesidad de seguir enfrentando al fascismo, ¿cada vez más presente?, y la energía que da la calle. El recuerdo de Hebe, la presencia y las palabras de Nora Cortiñas, la partida sin condena de Carlos Blaquier. Lo pendiente: los juicios aún en curso, la falta de respuestas del Poder Judicial y de la política, les desparecides de hoy. La presencia de niñas y niños como herencia de una sana costumbre: memoria, verdad y justicia, ahora y siempre.

Y si de vos
me dijeran que no exististe,
les gritaría que me quedan,
tus ojos tristes,
tu caminar lento,
tu sonrisa apenas esbozada,
tu caricia leve,
y una espera,
una larga espera
de la que no volveremos
nunca,
o tal vez sí…

“Octubre 1976”, de Ana María Ponce, desaparecida.
24 de marzo de 2023: una de las intervenciones callejeras con el Nunca Más como bandera. Foto: Sol Tunni

Ahora es marzo de 2023.

24 de marzo de 2023.

Un pibe alto camina lento, con ojos tristes; el frente y el dorsal de su musculosa negra, cuenta: “Son 30.000 y uno es mi abuelo”. Al lado, su mamá, camina lento, con una sonrisa apenas esbozada. Su musculosa gris, cuenta: “Son 30.000 y uno es mi papá”. Caminan lento porque hay un océano de cabezas, pies y corazones que se dirigen desde el Congreso de la Nación hacia Plaza de Mayo, a reivindicar la Memoria, la Verdad y la Justicia, a 47 años de la noche más sombría.

El pibe alto se llama Thomas Aballay y sostiene un cartel que contiene la foto de su abuelo, cuya sonrisa es tan ancha que parece desbordarse de la imagen. Se lee: “Jorge Oscar Tanco, detenido desaparecido, 16/09/1976”. Dice: “Pertenezco a la agrupación de Nietos de desaparecidos, conmueve un montón estar acá. El Nunca Más no debe quedar en el aire, por eso hay que seguir luchando”. Lo escucha su mamá, Maika Tanco, la hija de Jorge. Plantea deudas de esta democracia en relación a los castigos por los crímenes de lesa humanidad: “Necesitamos hablar no sólo del pasado, sino del presente y del futuro. La cárcel para los genocidas debe ser definitiva; cárcel común, no que estén en sus casas. Además, los juicios están retrasados. En los últimos cuatro años no hubo adelantos significativos y eso quedó manifiesto en que el empresario Carlos Blaquier acaba de morir sin ser juzgado por su complicidad con la dictadura. 47 años después, no es justicia. Y él ni siquiera la tuvo; falleció como inocente, y no lo fue”.

Lo que plantea Maika, minutos después lo confirman en números desde Sobrevivientes, Familiares Compañerxs y Amigxs del Centro Clandestino de Detención «El Olimpo”, emplazado en el barrio porteño de Floresta: “Hoy, 8 de cada 10 condenados por delitos de lesa humanidad están en sus casas cumpliendo las penas que debieran completar en cárcel común”. Desde que se reabrieron los juicios, entre 2006 y 2022 hubo 283 sentencias dictadas, 1115 personas condenadas y 171 absueltas. Hay 15 juicios en curso y 75 causas aguardan fecha de debate. En relación a la falta de celeridad, se debe a la escasez de tribunales orales disponibles. Un ejemplo es el proceso judicial por las violaciones de derechos humanos en el Centro Clandestino “Puente 12”, en La Matanza. El debate, pactado para principios de 2022, recién comenzará el próximo 3 de abril “por cuestiones de agenda”.

Como el mundial

El olor a humo que emana de decenas de parrillas acompañan toda la marcha. Hay olor a chori, hay olor a un pueblo que, pese a ser una fecha que evoca la peor de las crueldades, se hermana, se abraza. Se trata de una fecha para encontrarse y reencontrarse, con unx mismo y con el resto. El barro que se multiplica con el paso de las horas en varios sectores de la Plaza de Mayo refleja la masividad de la cita ineludible. Hay mil banderas de organizaciones sociales, de partidos, de sindicatos; pasacalles, stencils, graffitis viejos y que acaban de nacer; bombos, cánticos, intervenciones artísticas; hay sueños compartidos: “La importancia de estar acá es mostrar que la derecha, los milicos, la policía, no tiene la cancha libre; desearía que fueran menos, pero no lo son, siguen teniendo mucho poder. Entonces, la única defensa que tenemos es la calle”, alza Cecilia, 69 años, de Florida Norte. Y profundiza: “Hay que apuntar a la igualdad social como eje; tenemos alimentos para millones de personas, pero la mitad de nuestra población infantil es pobre. Alguien se la está llevando y es contra ellos que debemos pelear”.

Antes de empezar a marchar, Norita Cortiñas, Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora, le dice a la lavaca que está “con mucha fuerza para seguir pidiendo Memoria, Verdad y Justicia”; le dice que “el país está cada día peor, porque este gobierno, gobierna para los ricos, y hay que resistir en la calle”; le dice que pasó su cumpleaños (93, el 22 de marzo) “muy feliz, llena de abrazos y de afecto, pero la felicidad nunca es completa y será así hasta encontrar a Gustavo (su hijo, desaparecido)”; dice que el compromiso “debe ser hasta morir” y antes de terminar la charla, en medio de un intenso calor, propone ir tomar una cerveza al final de la jornada.

Lucía Iérmoli tiene 35 años y está embarazada de seis meses. “Las conquistas hay que defenderlas acá, contra el poder concentrado que sigue creciendo. No estar un día como hoy marcaría una ausencia. Que reviente de gente esta plaza es un logro de todas, de todos. No sé cuántos lugares en el mundo tienen un día que reivindique la memoria”, dice, con voz tierna y con Vera en la panza, que también sigue creciendo. A su lado, su amiga Alejandra Spinetta, 59 años, agrega: “No se puede no estar acá; si uno falta, si no se compromete, es dejarle el lugar para que avance la derecha”.

A unos metros, Laura, de 66, está contenta. Muestra una vitalidad que está recuperando, a medida que avanzan las horas: “Es mi primera movilización después de la pandemia; estuve muy enferma, durante muchos años, pero hoy sentía que debía estar con mi pueblo y no me arrepiento: me llena de energía”.

Detrás, una imagen bellísima que retrata a Hebe de Bonafini, en el primer 24 sin su presencia física. Está con sus dos hijos, chiquitos, ambos desaparecidos. Una frase acompaña el cuadro, a 40 años de la recuperación de la democracia: “El día que me muera no me tienen que llorar. Hagan una fiesta en la calle, porque hice lo que quise y peleé con todo como quise”.

Retrato de Hebe de Bonafini: símbolo de lucha y de una época. Foto: Sol Tunni

El 24 de marzo de 1995 a las 6 de la mañana llegó al mundo Victoria Rossi. “Victoria por la frase del Che, de ‘hasta la victoria siempre’, por el concepto del triunfo del pueblo”, rememora Viqui, a metros de la Catedral vallada, en su cumpleaños 28. “A partir de que empecé a militar en el centro de estudiantes del secundario, sentí que los 24 de marzo ya no había lugar para festejos personales, sí para abrazos, sí para estar con mi gente, pero desde un lado más colectivo”. Su mamá y su papá, militantes de izquierda, venían a las marchas mucho antes de que se decretara feriado, allá por 2022: “Desde chiquita fui consciente del valor que tenía esta fecha y me acuerdo que en cuarto grado fue el último cumple que festejé en la escuela. Sin embargo, estar acá es lo más importante en este día; un año no vine y algo me faltó. Decidí que esa sensación no la quiero sentir más”. Y asocia: “Más allá de que esto no sea una celebración, vivo un 24 de marzo como lo más parecido a ganar un campeonato del mundo, porque hay un gran motivo para juntarse: hay orgas, partidos, familias, parejas, gente que va de la mano con quien quiere y eso tiene que ver con la búsqueda de la libertad por la que peleaban las y los desaparecidos”.

Ideas de ayer a hoy

Un hombre cuarentón camina de la mano de su hija. Ambos tienen puesta el mismo modelo de remera que exige “Juicio y castigo”. La diferencia es que una es talle X y la otra es talle S. Expresa Lucas: “Estamos acá por dos motivos: por responsabilidad social y porque mi papá es uno de los 30 mil”. ¿Qué utopías de su viejo hay que traer al presente? “Nunca dejar de hacer política seria y trabajar mucho en los barrios”. Se va a seguir marchando, siempre de la mano de su hija. En su espalda, de su mochila cuelga un pañuelo blanco que denuncia: “Pablo Córdoba, desaparecido”.

Ana Valverde escucha atentamente el documento leído por el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia. Tiene 72 años, milita hace 54 y lleva bien alto un cartel con la foto y el nombre de Patricia Gaitán, desaparecida por la última dictadura cívico militar eclesiástica. “La principal pelea de los 70 que hay que dar hoy es cómo lograr la unidad de las y los laburantes”. Dice que es jubilada y protesta porque “el gobierno nacional acaba de confiscar el fondo de garantía de sustentabilidad que estaba en dólares y que por un DNU lo pesificó. Esto no perjudica a quienes ahora somos jubilados, sino también a ustedes, los más jóvenes”.

–¿Vos aportás? –me pregunta.
–Sí.
–Bueno, te acaban de afanar.

Un pasacalle grita: “30.000 razones contra el FMI”; un cartel pegado con engrudo sigue la línea: “Basta de extorsiones del FMI”; desde arriba del escenario, en el documento que leen los organismos de derechos humanos, se agita: “El Poder económico es el gran ausente de este proceso, y su impunidad la seguimos pagando como pueblo, porque nos siguen sometiendo a la miseria, buscando un enriquecimiento sin límites y sin importar los costos”. Abajo, la inflación arrasa. Alberto es de Avellaneda y atiende una parrilla que instaló en la esquina de Avenida de Mayo y Carlos Pellegrini: “En la marcha pasada, el chori estaba 150 pesos, cobrándolo caro; hoy, yo lo tengo 700, como barato; en otros puestos está hasta 900”. A 50 metros, Viviana está sentada en un banquito. En el piso, sobre una lona, expone pañuelos blancos y azules, con la consigna “Nunca Más”. “El año pasado estaban 250 pesos, hoy 500”. Agrega: “Fue muy floja la venta, hoy se vendió mucho menos que en 2022”.

La primera actividad que arranca el 24, a media mañana, y la que cierra, a eso de las 20, se da en Plaza de los Dos Congresos. Es un festival por la memoria donde cantan bandas de heavy metal, que se organiza desde hace 16 años. Quien presenta a las bandas se llama Fernando Ricart, tiene 52 años, un pelo larguísimo y un padrino que estuvo detenido desaparecido: “Se lo llevaron por ser delegado, como si eso fuera un delito. Estuvo un mes y medio desaparecido, pero el daño que le hicieron fue para siempre. Se lo llevaron siendo uno, y me devolvieron a otra persona. Nunca se recuperó”. Andrés, 39 años, escucha la música pesada junto a su hijo de 6. Lleva una remera que se pregunta qué hicieron con Santiago Maldonado. Le pregunto qué ideas de la militancia de los 70 serían importantes que hoy sean prioridad: “Se perdió la perspectiva de un cambio revolucionario real; el peronismo tiene su eje en la Justicia, como si no fuera parte de este sistema que hay que cambiar de raíz; mientras que la izquierda partidaria sigue en la pelotudez, discutiendo en el Congreso sobre concepciones marxistas de hace tiempo, sin pensar en el cambio social actual”.

Rocío y Darío viajaron desde Tandil junto a su hijo Amadeo, de un año recién cumplido, para sentir en vivo y en directo la marcha que tantos años recorrieron cuando vivían en Buenos Aires. “La memoria se construye desde la cuna y las Madres y las Abuelas son la escuela”, recuerda ella. “La mejor manera de reivindicar a las y los desaparecidos es seguir su camino: el trabajo de base que se hacía en esos años”, recuerda él, que al igual que su bebé lleva puesta una remera de Diego Maradona. A su lado está Belén, una amiga de la pareja que por primera vez es parte de esta movilización: “En Tandil es diferente; hay un espacio fuerte y comprometido con los derechos humanos, pero es una ciudad mayormente oligarca; para mí es muy fuerte estar acá. Más que nunca debemos mantener viva la memoria y para eso hay que movernos”.

Memoria en este momento

Hay un graffiti recién pintado en la estación de subte Lima, de la línea A, que reza: “Memoria en este momento”.

Aparece también en paredes, en carteles y en diversos reclamos. Elizabeth tiene 70 años y lleva colgado un cartel que pide “Libertad a Assange, una verdad sin mordaza”. Lo relaciona con el 24 de marzo: “En el caso de Julian, se condena la libertad de expresión, no hay derecho a la información de la población y se expone cómo se persigue a la gente cuando se descubren los secretos de los gobiernos”. Detrás de ella, un stencil negro exhorta: “Abran los archivos secretos de la Dictadura”. Elizabeth tiene tres compañeros desaparecidos: Mónica Epstein, Hernán Abriata y Klaus Zleschank. “De ellos, además de recordarlos, hay que seguir su ejemplo: militar por una mejor redistribución de los ingresos”.

El recorrido desde la 9 de Julio hasta la Plaza de Mayo está acompañado por afiches de la organización La Poderosa con un encabezado: “40 años alimentando la democracia”. Se da en el marco de un proyecto de ley que impulsa el conglomerado de asambleas villeras para que se reconozca con un salario a las más de 70 mil cocineras comunitarias que trabajan en el país sin percibir un salario. ¿Qué implica el reconocimiento laboral? “Un salario ligado al Mínimo Vital y Móvil como base; acceso al aguinaldo, vacaciones, seguridad social, cobertura contra riesgos en el trabajo por enfermedades y maternidad, por invalidez y vida, retiro, acceso a la jubilación y guarderías”, expresan desde el movimiento.

Uno de esos afiches lo tiene a su lado Francisca, que vive en la calle y ahora está delante de un kiosco de diarios cerrado. Tiene una bandeja de arroz por la mitad y una voz que pide escucha: “Se la pasa muy difícil acá”. Y en un puñado de palabras, esgrime una deuda sustancial de la democracia: “Pensemos, ¿cuántos políticos en los últimos años hablaron de la situación de calle, de las villas? Eso dice mucho de cómo estamos”.

Detrás de su lente, la mirada de Oswald, colombiano de 41 años que hace 14 vive en Argentina, fotografía a un pueblo que recuerda sin parar. “Es imposible estar acá y no compararlo con mi país. Allá, pese a que no hubo una dictadura tan marcada, la serie de gobiernos de derecha y los paramilitares han desaparecido a más gente que en cualquier dictadura del cono sur”. Añade: “Por eso es tan importante valorar lo que se consiguió acá. En mi país, el miedo y la violencia aún imposibilita la unión de familiares de víctimas para reclamar en conjunto. En el último tiempo la juventud comienza a jugar un rol clave y para esto la Argentina es un ejemplo a seguir”.

Sobre Avenida de Mayo, un gazebo contiene a un grupo de “peruanos autoconvocadxs” que vocifera por la “dictadura que vive Perú”. Más de 60 caras se alternan con cintas de luto negro, en un antimemorial que estremece. Son las “víctimas del Estado Peruano”. Merly tiene 36 años, nació en Parcona Ica y hace 20 vive en Argentina. “Estamos acá porque también queremos decir Nunca Más. Las muertes tienen rostro y la mayoría son de pueblos originarios, del sur del país”.

Carolina, de 23, muestra su juventud caminando rápido, para no perderle pisada a sus amigos que van un poco más adelante. “Recordar a los desaparecidos de la dictadura es luchar por los desaparecidos de hoy. La derecha sigue avanzando y no lo podemos permitir”. A pocos metros de la Plaza de Mayo, donde desemboca la enorme movilización, Daniela, de 35, vende hamburguesas veganas. En el frente de su heladerita de telgopor está pegado un cartel con los colores de la diversidad, que se pregunta: ¿Dónde mierda está Tehuel? “No se puede aceptar tener desaparecides en democracia. El Estado define de quién se ocupa y de quién no, discriminando a las identidades trans. El racismo sigue, nunca se fue”.

¿Dónde está Tehuel?. Foto: Sol Tunni

Pablo está a pasos de la Pirámide de Mayo. Tiene 36 años, una militancia desde la juventud y un miedo que le recorre el cuerpo: “La democracia vuelve a estar en riesgo; las voces que la amenazan vuelven a tener más peso, que se traducen en persecución, en proscripción, en prohibición”. Suma: “Sufrimos salarios de miseria que sólo lo podremos dar vuelta con una transformación obrera y un pacto social que resguarde un piso que la derecha busca perforar. Para esto, hay que poner el cuerpo como en los 70, porque salvo en determinados momentos como el 2001 o la reforma jubilatoria del macrismo, no pudimos hacerlo en unidad”. A su lado, lo escucha Fidel, su hijo de 8 años.

–¿Por qué estás acá? –le pregunto a Fidel.

–Por la desaparición de los compañeros.

La tarde empieza a caer, la multitud a desconcentrarse y, mientras las paredes siguen pintando preguntas, también se escuchan versos que alimentan la memoria.

Se que algún día dejaré de pertenecer al mundo,
y nunca más podré escribir,
ni hacer el amor,
ni disfrazar la naturaleza con un poema,
ni viajar en los libros,
ni exponer mis ideas.
Por eso en este poema dejo, mar, cielo y luna
mariposas, besos y sirenas,
y me dejo a mí,
porque cuando muera seguiré viviendo en estos
versos.

“Poema para no morir”, de José Beláustegui, desaparecido.
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24 de marzo: Las sombras de la democracia

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En pocas horas, una marea humana llenará las calles desde el Congreso de la Nación hasta la Plaza de Mayo y sus alrededores. Lo hará marchando en silencio, lo hará cantando, lo hará gritando, saltando, bailando, reclamando. Recordando. Lo hará a plena luz del día. Pero en vísperas del 24 de marzo, el escenario nocturno arroja ya algunas pistas sobre las deudas de la democracia, las que no se ven de día. Imagenes y significados actuales de la memoria despierta.

Por Francisco Pandolfi

Es jueves 23 de marzo, 23.30 y la medianoche está al caer. Y con ella, el inicio de una jornada en la que se recuerda que hace 47 años irrumpió la más cruenta dictadura cívico militar eclesiástica.

La luna, finita, ya es casi imperceptible en una noche especialmente agradable, sin frío ni calor; con una brisa necesaria que hace recibir al otoño con los brazos bien abiertos. En esas calles que pronto serán caminantes abarrotados, ahora pasan otras cosas. Un montón de cosas.

Un pibe de veintipico duerme, literalmente, en una de las puertas del Congreso Nacional, sobre avenida Rivadavia, aferrado a un parlante que hace luces multicolores al ritmo en que suena una cumbia, a un volumen que nada tiene que envidiarle a un boliche top. En la puerta contigua de la casa legislativa, otro tipo duerme arriba de dos viejos colchones.

A la vuelta, la fachada principal sobre la avenida Entre Ríos luce ambientada en una tonalidad azulada. Es imponente la gigantografía compuesta por mucho más que dos palabras: Nunca Más. Detrás, dos logos que sacan una cuenta ineludible: 40 años, democracia siempre.

Me paro en la esquina y también resulta imponente ver cómo viene envalentonada una manada de ciclistas y motociclistas con caparazones rojos, amarillos y naranjas, según la empresa precarizadora de delivery, que pareciera estar disputando una carrera.

Empiezo a caminar por donde en un rato habrá cientos de miles de corazones. No hago treinta metros y ya en la puerta del café Nápoles otra persona duerme en la calle. Cruzo a la Plaza de los Dos Congresos y allí no hay calculadora que resista. Una persona sueña sobre un banco, otras cuatro en una ranchada hecha de cartones y frazadas; otro más allá, tirado sobre su carro; un poquito después, cuatro pibes ríen sobre un par de colchones. A metros, la plaza de juegos está llena de infancias felices, subidas a hamacas y tiradas desde toboganes, encerradas por un cerco de rejas grises.

Aparecen los primeros grupos vestidos con camisetas de Argentina que van llegando desde el estadio Monumental, donde anoche la Selección le ganó a Panamá en el primer partido post conquista en Qatar. Ven lo mismo que yo: una persiana baja de una óptica con un grafitti que dice “Abajo la dictadura de Perú”; una persiana baja de una panadería con un lema que dice “Vivas nos quiero”; una persiana baja de un banco con unas letras que dicen: “Ni olvido ni perdón”. Enfrente, un mural impactante de las Madres de Plaza de Mayo: “La memoria es la patria que soñamos; 30.000 presentes”.

Son las 12 de la noche y entonces ya es 24 de marzo. Ya está latiendo. Un pibe, de no más de 25 años, lleva en brazos a un bebé de no más de dos. Tiene hambre y le pide al kiosquero si no le regala algo. No tiene suerte. Sigue su camino, en búsqueda de algún otro kiosco. Antes, se topa con otros dos pibes durmiendo en una esquina; y después con una pareja que lleva dos carros de bebé, sin ningún bebé adentro. Allí van juntando descartes de otros humanos.

Van, –vamos–, mirando los carteles que están pegados en el trayecto a Plaza de Mayo y que en cuestión de minutos serán tapados por cientos de carteles de organizaciones sociales y partidos políticos referidos al Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia. Una cartulina rosa que pide más tizas y menos balas; otro que interpela: “Me dicen tortillera como si eso fuera una ofensa”; otro que exige “Justicia por Carmen y Liliana”; un dibujo en la acera que exhorta: “No me toques”; otro que recuerda: «Falta Tehuel».

Son las doce y media y otro pibe durmiendo en un banco de cemento que es incómodamente duro, hasta para sentarse. Lleva un pañuelo, que no es blanco: es negro y verde y le sirve para taparse la cara.

Llego a la Estación Lima del subte A. La escalera mecánica sigue funcionando aunque hace rato ya pasó el último subte y las puertas están cerradas. Una mujer está a unos pasos pero no se da cuenta: duerme, en el palier de un negocio. Enfrente, un enorme edificio de la Unión Industrial Argentina. A sus dos costados, dos personas acostadas sobre el piso.

En la 9 de Julio, dos pibes con visera intentan vender los últimos pañuelos descartables que les quedan, aprovechando el cambio de temperatura. En el piso, una ilustración pequeña que a partir del mediodía pasará desapercibida ante las miles de piernas. Lo que no pasa desapercibido es lo que dice: “Ni una menos”.

Hacia el norte, el obelisco; hacia el sur, Evita, iluminada de celeste y blanco. Tras cruzar la que se considera la avenida más ancha del mundo, otra persona tirada en la calle, con una manta de rombos negros y blancos, y con una mochila devenida en almohada. Bares abiertos con un derroche de luminaria encendida; bares cerrados con un derroche de luminaria encendida. Pasan otros tantos ciclistas deliverys confirmando que sí están disputando una carrera. Ni de casualidad leen el graffiti que exclama una deuda interna: “Libertad a las presas mapuche”.

Una pareja de cincuentones caminan en sentido contrario, lookeados como si fueran a bailar unos tangos. No parecen darle importancia a unas letras A4 recién pegadas, que forman una verdad innegable: “El precio del alquiler lo desreguló la dictadura”. Ni tampoco a las y los vecinos de la organización La Poderosa, que llegaron desde las villas 31 de Retiro; Fátima de Soldati; 21-24 de Barracas; 20 de Lugano; entre otros barrios empobrecidos, para hacer memoria desde temprano y comenzar a colgar banderas y pasacalles.

En la Plaza de Mayo y en las cuadras previas, ya abundan los carteles de las organizaciones y partidos que buscaron primerear, ganar un mejor lugar en los registros audiovisuales. Uno que prepondera dice: “Hebe vive en nuestras luchas y en nuestros corazones”. El otro: “Defender a Cristina es volver a Perón”. En un grupo de tres jóvenes que pasa por debajo, el varón le pregunta con ironía a sus dos amigas: “¿Eso es a favor o en contra de Cristina?”.

A doscientos metros de la Casa Rosada, otro hombre duerme en la calle, esta vez en la puerta de una feria artesanal. Y enfrente otro más, al descubierto. A la intemperie.

En la Plaza: el escenario armado. La Policía de la Ciudad armada. La catedral vallada.

A metros, un pibe, un poco pasado de alcohol, se le queda mirando a otro, que está sentado en uno de esos bancos hechos para que nadie se quiera sentar. Lo amenaza con que le va a robar, pero sigue: “Eh, ojo, no te regalés”, le suelta. El otro no le dice nada. Se calla. Detrás, una inscripción con aerosol: “Memoria, es NO al FMI”. Arriba, colgado entre dos árboles, un pasacalle cierra el círculo: “La democracia se defiende en las calles”.

Ahí nos vemos.

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