Sigamos en contacto

Nota

El acto piquetero: panorama desde el puente

Publicada

el

Durante toda la noche y gran parte del día, el Puente Avellaneda fue escenario del recuerdo. Y de algunas cosas más. Mientras la organización piquetera se concentró en la denuncia de un plan criminal cuyo responsables políticos siguen impunes, el tradicional ímpetu de Hebe de Bonafini intentó encender polémicas. Mucha gente, mucho dolor, demasiadas palabras.

Bajo el Puente Pueyrredón de Avellaneda la imagen no era la de piqueteros, acampantes o manifestantes, sino la de sobrevivientes del futuro.

En ciertas películas -Terminator, Mátrix- aparecen tribus de humanos de alguna posguerra, empobrecidos, despojados de todo, perseguidos por la maquinaria de la muerte pero resistiendo: en ellos vive la esperanza.

A tales escenas habría que agregarle un frío húmedo y cruel, un viento antisocial, el aroma de gomas quemadas, una pobreza latinoamericana y un mural que muestra a dos jóvenes asesinados por la maquinaria de la muerte.

Se llaman Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.

En ese paisaje los hombres, las mujeres y los chicos de los Movimientos de Trabajadores Desocupados que acamparon bajo el puente pasaron la noche del 25 al 26 de junio comiendo alrededor de ollas. Abrigándose pegados los unos a los otros en cuclillas o sentados en cajones de frutas frente a hogueras de maderas, ramitas y papeles. Durmiendo rotativamente por cuestiones de seguridad, iluminados por las llamas y algunas híbridas luces de neón.

“Demasiado frío, y se rompieron muchos termos” cuenta Carlos, del MTD de Florencio Varela ya en la mañana de los preparativos para conmemorar un año de aquellos asesinatos. Los termos volaban por el viento y se les partía el alma de vidrio. “Volaron también las ollas, y las carpas se aplastaban contra el piso. Pero ya pasó” dice Carlos, que se levanta para observar a las columnas que van acercándose.

Algunas vienen por una de las ramas de la autopista que sobrevuela el campamento. Ahí pasan Barrios de Pie y el Polo Obrero.

Otras llegan desde la zona de Mitre y Pavón, donde hay un local cerrado con un mensaje que ahora suena extraño: “Menem 2003”. Son columnas de los MTD que decidieron no acampar sino dirigirse directamente al acto: vienen con menos frío, y los termos sanos. Algunos cantan: “El puente es nuestro, la puta que los parió”.

Entre los de arriba de la autopista, los de abajo y los que llegan, hay miradas cruzadas, un par de desganados aplausos, algunos que se saludan de lejos. Cada uno entiende el acto de un modo distinto, aunque parezca que todos participan de lo mismo.

Por los parlantes pasan la densa música del conjunto norteamericano System of a down. El escenario se armó en el medio del puente. Una frontera. Y un cambio, o un agregado: de las concentraciones en las plazas, a ocupar puentes, autopistas, redes de comunicación.

Por el carril que va hacia Avellaneda, pero a contramano, sube el MTD. El escenario está de espaldas a la Capital. Por la otra se movilizan el resto de las agrupaciones, más o menos incluidas en el Bloque Piquetero. Andan por allí el multifacético Raúl Castells con su Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados, la gente del Polo Obrero, y todos van pasando hasta rodear completamente el escenario. El panorama desde el puente -con el permiso del señor Miller- es que cada una de esas autopistas aéreas está totalmente cubierta de gente. Algunos calculan 30 mil personas. Muchos con gorros, gorras, cualquier cosa que sirva para cubrirse. Muchos con pañuelos y bufandas sobre el rostro, entre el frío y el hábito de las movilizaciones piqueteras.

Una de las banderas frente al escenario dice: “Maximiliano, el artista que no dejaron ser” y en un dibujo lo envían “al paraíso de los dibujantes valientes”. El MTD de Lanús canta: “Dale alegría a mi corazón, la sangre de los caídos es de Verón”.

Como había diferentes escenarios, desde el que ocupaba el Bloque Piquetero se leyó el documento que pide juicio y castigo a los culpables de la represión, y cuyo mayor valor parece residir en que toda esa retórica pudo firmarse de modo conjunto por todas las organizaciones que participaron allí.

Leído el documento, el foco pasó nuevamente al otro escenario, donde comenzaría el Juicio Popular, regido por las evidencias de que en la represión -como tantas otras veces- no hubo errores ni excesos, ni policías con los nervios alterados, sino la planificación de un aparato que actuó siguiendo órdenes. ¿Órdenes de quién?

Empezó a contestar esa pregunta Juan Cruz D’Affuncio, del MTD, que en una intervención fuerte y emotiva dijo que quería recordar a Santillán y a Kosteki vivos. Lo hizo mirando a las integrantes de la Asociación Madres de Plaza de Mayo sentadas en primera fila con Hebe de Bonafini en sitio preferencial. Juan Cruz dijo de Darío que era el primero en trabajar, en ser solidario, en luchar y en estudiar. “Valía oro”. De Maxi dijo: “Era un ángel al que le cortaron las alas”. “Eran dos jóvenes espléndidos -continuó- que tenían todo para dar, y los masacraron”.

Juan Cruz estableció tres niveles de responsabilidad.

  1. La mano de obra que se utiliza -dijo- para masacrar al pueblo que se levanta para luchar.
  2. El Estado y el Gobierno de Eduardo Duhalde. “Muchos periodistas dicen que estamos locos por acusar al gobierno. Que nos prueben que no tuvieron nada que ver. Tuvimos que escribir un libro con todas las pruebas que nunca pudimos presentar en los medios”. El libro es Darío y Maxi-Dignidad Piquetera, capaz de provocar brotes envidiosos en buena parte del denominado periodismo actual. Lo extraño del argumento de Juan Cruz es que los periodistas a los que alude parecen abogados de Duhalde. Y lo lamentable es que alguien deba perder el tiempo respondiendo a los balbuceos de ese supuesto periodismo.
  3. El tercer acusado, según D’Affuncio, es el imperialismo. “El enemigo número uno del género humano, los Estados Unidos, estado asesino y masacrador de pueblos. Y decimos que acusamos al imperialismo, aunque los periodistas y los políticos nos digan locos. El FMI presionaba al gobierno en aquellos días para que hubiera control social y seguridad financiera, seguridad para los banqueros”. D’Affuncio dijo que ese tipo de cosas fue empujando la situación, sin control alguno por parte de una dirigencia a la que calificó así: “Casta política cagona, verduga del pueblo, y cobarde”.

Luego habló el abogado de la Correpi (Coordinadora contra la represión policial), Claudio Pandolfi, quien contó que la fiscalía que lleva la acusación judicial ya ha reconocido la existencia de un plan, pero no la autoría intelectual del mismo. Según surge de la causa, varias comisiones policiales han ido a buscar al prófugo agente Leiva a su casa pero -consta en actas- se van después de tocar el timbre varias veces sin éxito. El doctor Pandolfi dudó del entusiasmo puesto en la búsqueda, cuya responsabilidad atribuyó al gobernador Felipe Solá y al ministro Juan Pablo Cafiero. Otro abogado, Sergio Sminowsky, cambió el tono de la intervención, diciendo que Santillán fue un modelo de Hombre Nuevo, según la propuesta de Ernesto Guevara, demostrando, al ir a proteger a Kosteki, la mezcla de dureza y ternura que el Che reclamaba para los revolucionarios. El público rubricó: “Maxi no se murió, que se muera Fanchiotti la puta madre que lo parió”.

Subió al escenario Mario Pérez, del MTD de Florencio Varela, que omitió la retórica: “La yuta son una manga de hijos de puta que mataron a dos muchachos que sólo querían dignidad y comida”. El público cantó “piqueteros, carajo”. Sebastián Conti, del MTD de Almirante Brown, relató cómo la policía parecía preparada para la represión, cómo se veían movimientos atípicos. Sintió un golpe en la espalda mientras corría porque los estaban cercando. Fue un balazo que le perforó el pulmón, pero está para contarlo. Remató su intervención diciendo: “Podemos sentir opresión y represión, pero tenemos dignidad, coraje y fuerza. La dignidad es piquetera, compañeros. La dignidad es nuestra”.

Esa idea de dignidad es tal vez la que marca los discursos de la rebeldía y la resistencia en esta época, y que la palabra sea reiterada con tanta vehemencia es una demostración de los grados de humillación a los que se ha sometido a millones de personas.

Habló también Marcial Balarino, del MTD de Quilmes, con una flauta colgada al cuello con la que había estado demostrando sus habilidades en las horas previas al acto. No fue excesivamente musical, aunque dijo cosas tremendas con voz serena y dulce. La descripción fue la de una cacería, de las “lanchas” policiales contra los manifestantes: “La sangre nos une para salir de este sistema hijo de puta que nos caga de hambre y nos mata”. “Queremos justicia de veras y que paguen con su sangre, porque son unos negros de mierda, como somos nosotros, pero nosotros por lo menos tenemos dignidad y huevos para salir a pelear”. A este señor le fracturaron la pierna de un balazo de plomo.

Algunos cantaron y saltaron: “Borom-bom-bom, el que no salta es un botón”.

Juan Carlos Rey, de Lanús, un hombre mayor de 60, habló de Santillán y de su sabiduría, de su solidaridad, y dijo que aquel 26 de junio se dispersaron. Santillán le dijo: “Viejo, buscá a las mujeres y llevátelas, yo voy a la estación que están reprimiendo”. Rey volvió a Lanús, y allí se enteró del asesinato. “Se me cayó el alma. Darío fue el que me dio coraje, con mis años, a seguir con la lucha”. Carlos Tapia, de Almirante Brown, contó que vio a los “cabezas de tortuga” -policías con casco- perisguiéndolos, y que vio también que a Darío “lo mataron como a un perro, por la espalda”. Hizo también su relato el fotógrafo Sergio Kovalewsky, cuyo material fue central para observar la secuencia del asesinato de Santillán. “Las fotos no cambian la historia. La historia la cambia el pueblo luchando en la calle. La dignidad está acá” dijo.

Orlando Vaqueiro, funcionario de la Municipalidad de Avellaneda, acompañó a Santillán en la camioneta que lo trasladó al hospital Fiorito. Darío estaba vivo. “Yo le hablaba, él me miraba, me parece que no confiaba. Le puse una almohada en la cabeza y ahí cambió. Me miró distinto. Empezó a desmayarse, y yo sentí como que pasaba un ángel. No escuché más nada. Creo que murió en paz, eso transmitía. Como el que está tranquilo de haber hecho lo que tenía que hacer”. Dijo también: “He visto muchas represiones, pero ésta fue la más injusta que vi en mi vida”.

Hablaron también integrantes de otros movimientos como el MTR (Alejandro Adrón), el FTC (Roberto Palavecino), el Teresa Vive (Mariano Benítez), siempre alrededor de lo que ocurrió aquel día, la correspondiente denuncia, y los reclamos encendidos. El señor Palavecino aprovechó para intercalar su convocatoria a una asamblea nacional de trabajadores ocupados y desocupados, tema que no despertó adhesiones.

Isabel Mazo, médica del Fiorito, hizo un aporte muy interesante al describir la complicidad de las autoridades del hospital con la policía al negar públicamente que hubiera heridos con balas de plomo, entre otras miserias como impedir la entrada al hospital a los familiares de las víctimas, y permitírsela a la policía para que arrestara a heridos.

Pilar Molina, de RedAcción, centró sus palabras en la complicidad de los medios masivos de comunicación, “que construyen la verdad de los que oprimen”. Carlos Rodríguez, de Página/12 dijo que los periodistas, cuando les ordenan ciertas notas o contenidos, tienen al menos la posibilidad de decir “no”.

Luego fue el turno de Pablo Solanas, de Lanús, que subió al escenario con el libro-investigación del MTD. Dijo: “Duhalde tiene responsabilidad directa en los asesinatos de Maxi, Darío y en la balacera que recibían los compañeros. ¿Es discurso de barricada, como nos decían los periodistas? Nos enorgullecemos de esas barricadas, las del 26 de junio, las del 20 de diciembre. Pero también les decimos que podemos ir más allá. Que además de hacer piquetes, además de construir organización en los barrios, podemos y sabemos entender la realidad, investigar y documentarla. El gobierno de Duhalde no fue ajeno a la planificación y la responsabilidad directa sobre la muerte de Darío y Maxi, y tenemos fundamentos”.

Detalló cómo el gobierno había preparado el terreno para la represión antes (con declaraciones de Duhalde sobre cómo estaba dispuesto a poner orden frente a los cortes de calles y rutas) y cómo había ideado incluso los pasos posteriores. Todo esto está insuperablemente detallado en el propio libro, ya que además se trata de una compleja trama de actitudes, revelaciones y complicidades. El ministro de Justicia Jorge Vanossi, por ejemplo, inició una causa contra las víctimas (los que recibieron los balazos, por ejemplo) por 17 delitos y por violación a la Ley de Defensa de la Democracia. Toda esa planificación, dijo Pablo, fracasó por la aparición de las fotos y por las nuevas movilizaciones. Pidió juicio y castigo a los responsables.

Subió después Hebe de Bonafini, quien encaró un discurso para la polémica. Algunas frases.

  • “Darío y Maxi están volando sobre nosotros para exigirnos lo mismo que hicieron ellos. No habrá revolución posible si los hombres y las mujeres no nos hacemos revolucionarios. El Che decía que la verdad ajustaba como un guante. Que a veces hay que abandonar todo, hasta la familia, para iniciar el camino de la revolución. Que hay que entregar la vida al servicio de otros, para que la vida tenga valor”.
  • “Nuestros hijos nos mostraron que no quieren una memoria de mierda, quieren que se imite lo que ellos hicieron. No hay revolución posible si los pueblos no aprendemos que tenemos derecho a la violencia. Y que se dejen de joder con que nos digan violentos. Ellos son los violentos, no sacan la comida, nos sacan el trabajo, nos sacan la educación, ellos nos matan los hijos de hambre, y después nos dicen violentos”.
  • “Si queremos una revolución, lo dijo muchas veces el presidente Chávez, y lo dijo Fidel, una revolución sin armas no es posible, es una cagada”.
    Debe decirse que con esta apelación la señora de Bonafini levantó aplausos (aunque quedó la sensación que fue más por el tono que por el contenido explícito de sus palabras). La oradora exigió al gobierno de Kirchner que desprocese a todos los procesados por manifestarse, que meta cuchillo hasta donde sea necesario y que “si tiene que llegar hasta Duhalde que lo haga”. Dijo también que Kirchner “no es igual a Duhalde, no es igual a Menem, pero que cumpla lo que prometió”. Una mujer le gritaba “son lo mismo, son la misma mierda”; la señora de Bonafini la observó, pero siguió con su discurso. Volvió a mezclar pasado y presente con sus ideas habituales:
  • “Nuestros hijos, a los que reivindicamos cada vez con más fuerza, nuestros queridos y amados guerrilleros, se levantaron en armas porque se hartaron de que los pisoteen, que los engañen, se hartaron de ver la muerte de tantos chicos. Y no nos da vergüenza decirlo, al contrario, el orgullo más grande de haber tenido hijos con semejantes pelotas para enfrentar al sistema y al imperialismo”.
  • “Hoy vemos en ustedes a nuestros hijos. Nuestros hijos nacieron en los piquetes, en los puentes, en las fábricas ocupadas en producción. Y nacen cada día como nace el hombre nuevo. El hombre nuevo no es una utopía. Nace cuando cada uno de nosotros deja de ser un hombre común y se planta en la calle para decirle basta a estos hijos de remil puta que nos quieren masacrar”.
  • “Vamos a vengar a nuestros hijos cuando el pueblo sea feliz, y el pueblo será feliz cuando la revolución esté en marcha”.

El discurso, levemente abrumador, fue seguido por el de Mariano Pacheco. Ahí se tenía que llegar a la conclusión del Juicio Popular, tramo un tanto teatral de la presentación, ya que Mariano pidió a los presentes que dijeran si los mencionados como responsables materiales o ideológicos de la represión son inocentes o culpables. Por supuesto, todo el mundo contestó “culpables”. Luego preguntó cuál es el castigo que corresponde, pero todo estaba coordinado para que desde distintos puntos se gritara “paredón”, y como aún así no se oía bien, Mariano pidió aclaraciones: “¿Escuché que dijeron paredón?”.

Sin embargo, varias pancartas del MTD lucían una consigna diferente: “La mejor venganza es la justicia”.

El acto terminó allí, y en ese momento en el otro escenario comenzó el del resto de las agrupaciones, instaladas en la misma autopista, pero del lado de Capital.

La bajada por el Puente Pueyrredón fue más bien silenciosa.

Un integrante del MTD comentó: “La señora (Bonafini) dijo un discurso un poco raro. No me llega. Me parece que es querer copiar cosas que ya demostraron ser un fracaso. Mataron a mucha gente. Nosotros no queremos que maten a nadie. Ni queremos matar a nadie. Y que mezcle esas cosas con nosotros, no me gusta. Pero ella tendrá su forma de pensar y nosotros tenemos la nuestra”.

Un integrante de una agrupación de derechos humanos -que participó justamente en toda aquella situación de los 70 que la señora de Bonafini rescató con su conocida retórica- comentó su radiografía del discurso: “Ella dice que los otros se armen, pero va a hablar con Kirchner. Propone lucha armada, pero crea una universidad popular. Además, no todos los desaparecidos eran guerrilleros, ni mucho menos. Lo puedo decir porque yo lo fui. Pero entender qué ocurrió en aquel momento no puede significar querer trasladarlo a esto. Justamente aquí los piqueteros están demostrando que hay otras formas de construcción, que cuando hay violencia es para defenderse, para reclamar por sus derechos, y porque no les queda otro camino. Pero esta gente no es estúpida, el discurso de Hebe es muy seductor, pero los del MTD son muy educados: escuchan, y después hacen lo que ellos quieren”.

Miguel, un joven que apenas pasó los 20 del MTD de Don Orione (Almirante Brown) estaba ya acomodando los bolsos, ollas y mochilas para emprender el regreso. Llevaban también canastos, floreros, velas y tejidos de los que producen, y que exhibieron estos días. “Estuvo bueno el acto, pero bajaron mucha línea política ¿no? Los movimientos de izquierda. Madres articula bien con nosotros. Pero en muchas cosas no coincidimos. Nosotros lo de la violencia lo agarramos con pinzas. Somos movimientos de trabajadores desocupados, no solo piqueteros. Hacemos otras cosas, organizamos el barrio, trabajamos. Eso no está mal”. Miguel casi pide disculpas, tras un discurso que pareció decir que las cosas que él considera valiosas, no lo son.

Un poco más allá estaba Nito Librado, también de Almirante Brown, responsable de la olla de 100 litros en la que preparó un guiso carrero que permitió que sus compañeros pasaran la noche de un modo más digno. “Se hace con carne, hueso, verdura, especias, arroz. Y otra olla con fideos”. Nito, como Carlos Escalada que está a su lado, tienen esa pobreza que incluye educación, seriedad y un tono amistoso que en los tiempos actuales tantas veces parece perdido y que en estas agrupaciones se encuentra a cada paso, a cada palabra.

Ambos pasaron la barrera de los 60. Carlos comenta que el regreso (al contrario que las otras organizaciones que llegaron al acto) no es en los clásicos micros escolares alquilados, sino que vuelven al pago en colectivos y trenes. Tiene 14 hijos, y a poco de conversar cuenta que su mujer lo echó de la casa: “Me dijo que no soy hombre si no pongo plata, y puso a mis hijos en mi contra. Toma muchas pastillas para los nervios. Me fui a vivir con un amigo”.

Nito, que era comerciante, dice: “Es el drama de las familias. La familia desintegrada”. Carlos es carpintero, perdió su trabajo hace tres años, y es especialista en tapizados, decoraciones, muebles de cocina, pulido de pisos, placards a medida, modulares, refacciones en general. “El problema es que no tengo dónde instalarme para iniciarme” dice. ¿En el barrio no hay lugar? le pregunto.

Nito lo mira de reojo: “¿Cómo no me dijiste? Yo tengo un localcito”. Carlos: “Yo te pago”. Nito: “¿50 pesos por mes?” Se dieron la mano y me la dieron a mí.

¿Por qué están en el MTD? Nito: “Compañerismo. Es muy feo andar solo”.

No sé si según el discurso del puente, Nito y Carlos, o Miguel, o tantos otros que anduvieron por allí, son hombres nuevos. Tal vez sean buenos hombres. Tomaron sus cosas y fueron con cientos de compañeros a las paradas de colectivo. La mayoría no pudo ver el recital de León Gieco y Víctor Heredia ante cientos de jóvenes piqueteros que seguían el ritmo moviendo sus cuerpos, junto a la estación clausurada donde mataron a Santillán y Kosteki.

El hit de la tarde fue “Todavía cantamos”.

Nota

La Ronda en la mirada de Alejandra López

Publicada

el

Octava entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa Alejandra López.

Toda la producción de La Ronda será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Por Alejandra López

Cuando Claudia Acuña me propuso que fotografiáramos la Ronda de las Madres con un grupo de colegas, acepté sin dudar con gran alegría por varias razones. Por una lado, la urgencia del registro ahora que se nos van poniendo viejitas, y por otro, la necesidad de emprender un proyecto colectivo.

La Ronda en la mirada de Alejandra López

He ido muchas veces a la Ronda. Una de mis primeras veces, yo fotógrafa debutante, lloré durante toda la cobertura y una de las Madres (no sé quién fue) me retó con ternura: “Sin llorar”, me dijo, y repitió: “Sin llorar”. 

La Ronda en la mirada de Alejandra López

Siempre hay algo de esa primera vez: la emoción, la admiración sin límites, y,  sobre todo, el asombro ante esa capacidad increíble de sostener el ritual de lucha durante 47 años.

La Ronda en la mirada de Alejandra López

Hice mis fotos el jueves 21 de marzo, en la Ronda número 2397.

Hoy más que nunca #memoriaverdadyjusticia.

Mi humilde homenaje a estas mujeres que, junto con Abuelas, son nuestro faro.

La Ronda en la mirada de Alejandra López
La Ronda en la mirada de Alejandra López
La Ronda en la mirada de Alejandra López
La Ronda en la mirada de Alejandra López

Sobre Alejandra López

Retratista.

Empezó a trabajar profesionalmente en 1990 haciendo fotografía teatral y en la revista El Porteño.

Durante 14 años fue fotógrafa de staff de la revista Viva del diario Clarín, donde fotografió a innumerables personajes del espectáculo y ha publicado en revistas como Elle, La Nación Revista, Brando, Harper’s Bazaar, Le Figaro Magazine, Bacanal.

Actualmente se dedica a la fotografía para gráficas de teatro y cine, colabora con la revista L’Officiel y es reconocida además por sus retratos de escritor, algunos ya icónicos, para editoriales de libros como Penguin Random House y Planeta.

Ha realizado numerosas muestras: Retratos (2001), La máscara (en el Festival Internacional de Teatro), Retratos de la Memoria, (imágenes de sobrevivientes del Holocausto) en el Museo Judío de Frankfurt, Calendario FOE 2009 y en junio del 2011, la exposición Algunos escritores, en la Fotogalería del Teatro San Martín. En 2021, realizó Ese día, una serie de retratos de víctimas sobrevivientes del atentado a la Amia. En 2023, Belleza Marrón, en el Centro Cultural Borges, (ensayo en colaboración con la agrupación Identidad Marrón).

Para ver más: en Instagram @alejandralopezfotografa

Seguir leyendo

Nota

La historia de las Madres de Plaza de Mayo: Érase una vez 14 mujeres…

Publicada

el

Se cumplen hoy 47 años de la primera aparición de las Madres en la Plaza de Mayo. La fecha llega en un momento en el que lavaca ha puesto en marcha un registro fotográfico colaborativo sobre las actuales rondas de Madres: una forma de homenaje, sabiendo que la memoria no es hablar del pasado, sino comprenderlo para actuar en el presente y el futuro.

Esta es una recorrida entonces, con un resumen del antes, el durante y el después de la instauración del terrorismo de Estado. Cuenta el nacimiento de la organización de estas mujeres que salieron a reclamar por la vida y, frente al horror y la desaparición de sus hijos e hijas, y lograron lo que parecía inconcebible: transformar el dolor en acción. ¿Cómo lo hicieron? Un recorrido por las últimas décadas, y algunas cuestiones prácticas sobre los tejidos, los territorios, las brujas y los alumbramientos. El video que muestra parte de la historia.

Por Sergio Ciancaglini

La historia de las Madres de Plaza de Mayo: Érase una vez 14 mujeres…
La historia de las Madres de Plaza de Mayo.

Había una vez un país con nombre de mujer, donde la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Y en ese país de nombre plateado, los sueños y la vida tuvieron que aprender cómo enfrentar a los verdugos.

La historia suele ser infinita, ¿cómo contarla?

Habría que hablar de un siglo XX Cambalache, que empezó con el país granero del mundo, con trabajo para pocos, democracia para pocos, dinero para menos, alguna ilusión de tiempos mejores, seguida de décadas infames. Surgió luego un gobierno que generó una expectativa de más justicia, y más democracia. La política empezaba a estar en las calles, en las plazas, en la cabeza y en el corazón de cada persona.

Ese gobierno fue tumbado en 1955 por los poderes económicos, políticos y militares de siempre. Poco antes los golpistas habían bombardeado con la aviación militar a transeúntes inocentes en plaza de Mayo. Más de 300 muertos. Que hubiera más igualdad de oportunidades, o mejor distribución de la riqueza, era una maldición que había que mutilar. Tierra extraña; aquí siempre hubo una envidia al revés. Los ricos envidiaron a los pobres, odiaron que los pobres pudiesen mejorar.

En 1956 aquella dictadura fue pionera: secuestró ilegalmente a decenas de personas acusándolas de planear una rebelión. Los militares ordenaron los fusilamientos en los basurales de José León Suárez. Fue la Operación Masacre, como la llamó Rodolfo Walsh en un libro inolvidable. Lo que nadie sabía, ni siquiera Walsh, es que la Operación Masacre apenas empezaba.

Poco después, en una pequeña isla del Caribe frente a las narices de los Estados Unidos, hubo una revolución que se proclamó socialista. Los militares argentinos temieron que esa revolución fuese contagiosa, y gatillaron sus armas junto a los de todo el continente.

Siguieron los tiempos de proscripción política, censura, gobiernos civiles derrocados, gobiernos militares que se iban tumbando entre ellos, mientras las fuerzas armadas actuaban como tropas de ocupación en su propio país, como trincheras contra la democracia, en nombre de la lucha contra el socialismo.

Frente a eso, crecía la resistencia de quienes que no se resignaban al silencio, la censura, ni al olvido. Resistían los mayores, con una especie de nostalgia por el pasado. Y resistían también los jóvenes, como añorando el futuro, pero un futuro que querían construir con sus propias manos.

El surgimiento de las Madres de Plaza de Mayo

Un argentino que había puesto la mente y el corazón para aquella revolución en la isla del Caribe, fue capturado y fusilado cuando quiso hacer algo parecido en Bolivia. Le decían Che. Los que lo mataron no sabían que lo estaban inmortalizando. El mundo se ponía violento. En todo el planeta oleadas de jóvenes salían a reclamar justicia, igualdad, rechazo a la guerra y la muerte, un mundo distinto.

En la Argentina las dictaduras seguían tropezando con las resistencias. Hubo un Cordobazo, un Rosariazo, la juventud se movilizaba pintando paredes y pintando proyectos. La democracia seguía presa. La violencia militar seguía libre. Nacieron las organizaciones guerrilleras, que quisieron agregarle armas a toda esa resistencia.

Tal vez esta historia haya que comenzarla, entonces, en 1972. El 22 de agosto en Trelew hubo una nueva versión de la Operación Masacre. Allí habían detenido a miembros de varias agrupaciones guerrilleras. Fueron acribillados a balazos, indefensos, con el falso pretexto de un intento fuga. Mataron a 16. Hubo tres que sobrevivieron por milagro, y contaron lo que había pasado. Tal vez en aquel momento, cuando el crimen fue evidente, los estrategas militares empezaron a diseñar la represión del futuro: matar sin evidencias.

Las movilizaciones protagonizadas fundamentalmente por la juventud, empezaban a ser gigantescas. La trinchera militar no soportó la correntada de tantos sueños, y en 1973 la vida pareció cambiar. Una multitud obligó a liberar a los presos políticos. La ilusión no duró demasiado.

Fue una danza alucinada.

Cámpora ganó las elecciones. Volvió Perón. En Ezeiza las patotas de la derecha peronista acribillaron a las columnas juveniles. Perón apoyó a esos grupos, contra la juventud. Cayó Cámpora. Asumió Lastiri que era el yerno de José López Rega. López Rega era ex policía, nazi militante, secretario privado de Perón, ministro de Bienestar Social, y astrólogo esotérico. Como si su brujería funcionara, concentró cada vez más poder. Lastiri llamó a nuevas elecciones que ganó Perón. Ocho meses después, murió Perón y asumió su esposa Isabel. La sociedad miraba aturdida, mientras el sistema de la muerte se instalaba alrededor de López Rega, que organizó a los matones policiales, militares y a las patotas de la derecha, para crear un monstruo al que llamaron Triple A. Alianza Anticomunista Argentina.

La Triple A era un escuadrón de la muerte, un grupo paramilitar con vía libre para salir a matar. Estudiantes, intelectuales, sacerdotes, artistas, sindicalistas, obreros: la sucesión de fusilamientos se hizo cotidiana, el terror empezó a ser la genética de cada día.
La lista es macabra. Cientos de víctimas. Por recordar algunos: Rodolfo Ortega Peña, diputado nacional y abogado de presos políticos. Carlos Mujica, sacerdote del Tercer Mundo, Silvio Frondizi, uno de los principales intelectuales que dio la izquierda argentina, Julio Troxler, que había sobrevivido a los fusilamientos de 1956. Atilio López, uno de los dirigentes del Cordobazo, que durante la breve etapa camporista fue vicegobernador de Córdoba.

Los bombardeos en Plaza de Mayo y la matanza en los basurales habían sido premoniciones.
Los fusilamientos de Trelew fueron una secuela.

La Triple A fue el perfeccionamiento del crimen mafioso.

El terrorismo de Estado y la desaparición forzada

Pero ahora imaginemos.

Imaginemos por un momento que hubiera miles de masacres como las de los basurales de José León Suárez. Imaginemos que hubiera de pronto miles de fusilamientos como los Trelew. Y miles de Triple A matando por las calles con absoluta impunidad.

Eso fue la dictadura militar, cuando los militares dieron el golpe de Estado para imponer la máquina de matar corregida y aumentada al infinito. Fue hace exactamente 30 años. Le pusieron un nombre que sería cómico, si no fuera tan patético. Proceso de Reorganización Nacional. El comunicado número uno que emitieron decía:

Se comunica a la población que, a partir de la fecha, el país se encuentra bajo el control operacional de la Junta de Comandantes Generales de las FF.AA. Se recomienda a todos los habitantes el estricto acatamiento a las disposiciones y directivas que emanen de autoridad militar, de seguridad o policial, así como extremar el cuidado en evitar acciones y actitudes individuales o de grupo que puedan exigir la intervención drástica del personal en operaciones.

Más que nunca, la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Pero esta vez, además, inventaron una especie de acto de magia superior a los de López Rega. La magia más perversa que alguien pueda imaginar.

No más bombardeos, ni basurales, ni fusilamientos en cárceles, ni homicidios mafiosos a la luz del día.

Los perseguidos, las víctimas, iban a desaparecer.

No iban a estar más: secuestrados y esfumados de la noche a la mañana.

Los militares creían que al no haber cuerpos, al no haber pruebas ni quedar en evidencia, nadie podría acusarlos de crimen alguno.

Eso es el terrorismo de Estado. Las Fuerzas Armadas se dedicaron a la muerte clandestina, mientras en público sus jefes iban a misa a ser bendecidos, a comulgar, y a la salida sonreían. En sus discursos hablaban de la ley, el orden, la paz y el progreso.

Empezó la cacería. Zonas liberadas, gritos en la noche, secuestros de gente indefensa, la absoluta desaparición de la justicia.

Hay bibliotecas enteras que podrían leerse para entender lo que pasó. Pero hay también una carta. Apenas un año después del golpe Rodolfo Walsh –otra vez- escribió en la clandestinidad su Carta abierta a la Junta Militar, donde explicó lo que nadie se atrevía a decir.

Hablaba de un lago cordobés convertido en cementerio lacustre. De personas arrojadas desde aviones militares al Río de la Plata, cuyos cadáveres afloraban en las costas uruguayas. Denunciaba un sistema de tortura absoluta, intemporal y metafísica, aplicada tanto con métodos medievales como el potro o el torno, como con la tecnología de la picana eléctrica, para machacar la sustancia humana. Hablaba de las guarniciones y comisarías convertidas en campos de concentración. De las mentes perturbadas de los militares que torturaban. Decía, apenas un año después del golpe y en medio de la censura y el terror: “Quince mil desaparecidos y desaparecidas, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror”.

Pero hay otro párrafo, que cada día se entiende mejor. Le decía a los militares:”Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada”.

Ahí estaba la clave para entender el crimen: la miseria planificada.

Walsh fechó esa carta el 24 de marzo de 1977, distribuyó varias copias, y un día después fue secuestrado por los militares.

Nunca más se supo de él.

Es otro desaparecido.

Érase una vez 14 mujeres: La historia de las Madres de Plaza de Mayo

En esa noche, hubo un parto.

En medio de la oscuridad, un alumbramiento.

Nació una historia.

Muchas madres y padres salieron a buscar a sus hijos. Salieron de sus casas, salieron del útero de su rutina habitual a enfrentar al aparato represivo más imponente de la historia del país. Llevaban impresas en la piel la desesperación y el amor, y de allí les nació el coraje. Recorrieron hospitales, caminaron juzgados, se atrevieron a ir a comisarías y cuarteles. Buscaron a las morgues. Nadie sabía nada. La ley del silencio. Cada día era la esperanza de una noticia. Cada noche era la frustración del silencio.

Los padres varones, de a poco, volvieron a sus trabajos.

La mayoría de las madres eran amas de casa: tenían intacto el tiempo y la sensación de que no había otra cosa que hacer que dedicar cada hora, cada minuto y cada segundo de vida a la búsqueda.

Estaban solas, moviéndose, preguntando inútilmente, aturdidas por tanto silencio. De a poco, empezaron a cruzarse por los mismos laberintos, a reconocerse y a descubrir que había otras que compartían esa especie de señal que cada una llevaba como un código secreto en la mirada: la desesperación y la incertidumbre.

Ese fue un primer triunfo contra el aislamiento. Comenzaron a encontrarse, reunirse, acompañarse. Estar juntas fue el modo de escaparle al terror de estar solas. Pero fue mucho más que eso.

Un día, esas mujeres se descubrieron a sí mismas en una iglesia militar, donde un cura psicópata les recomendaba santa paciencia y las confundía con rumores, insinuaciones y desinformaciones. Intuición femenina: les estaban mintiendo sistemáticamente, nadie hacía nada por salvar a sus hijos.

Una de esas mujeres dijo: Basta.

Y dijo: tenemos que ir a la Plaza de Mayo, tenemos que hacer ver y oír lo que nos pasa. Era una mujer con nombre de flor.

Y ese grupo de mujeres decidió que Azucena Villaflor tenía razón: su lugar sería la Plaza de Mayo.

La plaza sería el territorio de estas madres.

No tenían oficina, pero habían encontrado un lugar espacioso, aireado, iluminado y muy céntrico.

No tenían sillones mullidos, pero había bancos de plaza.

No había escritorios, pero tenían las faldas para apoyar allí las carpetas, expedientes, cuadernos o que hiciera falta.

No tenían alfombras, sólo baldosas y unas palomas revoloteando.

No tenían recepción, pero podían verse de lejos mientras iban llegando. No tenían teléfonos, pero se pasaban papelitos con mensajes, informes, o futuros puntos de encuentro.
Ocultaban esos mensajes en ovillos de lana, por si la policía o los militares se les cruzaban en el camino.

No querían que las descubrieran. Ya que tenían los ovillos, llevaban agujas y tejían en la plaza, mientras iban pasándose información, inventando qué hacer, cómo buscar, cómo evitar la impotencia de no hacer nada. Penélope tejía esperando el regreso de su marido. Ellas tejían juntas las acciones para buscar a sus hijos y denunciar lo que estaba pasando.

La primera vez fue el sábado 30 de abril de 1977. Eran sólo 14 en la Plaza de Mayo. Como no había casi nadie, decidieron volver el viernes siguiente. Después, una de las madres avisó, como atajándose de los malos augurios: “Viernes es día de brujas”. A la semana siguiente empezaron a encontrarse los jueves, el día que nunca más abandonarían, para escaparle a las brujas.

La policía empezó a desconfiar. Por el Estado de Sitio, se impedía cualquier reunión de tres personas o más, por ser potencialmente subversiva.

Para decir la verdad, en este caso tenían razón: buscar la vida era subversivo. Como pájaros de uniforme, los policías empezaron a revolotear alrededor esas mujeres que hablaban y tejían de los asientos de la plaza. Ordenaron: “Caminen, circulen, no se pueden quedar acá”. Ellas se pusieron a caminar y a circular alrededor del monumento a Belgrano, en sentido contrario a las agujas del reloj: como rebelándose contra cada minuto sin sus hijos.

Marchaban, cada jueves, en las narices del gobierno dictatorial más temible. La plaza ya era el territorio de las Madres.

Algunos periodistas extranjeros descubrieron esas raras vueltas y vueltas. Consultaron a los militares. Les contestaron que eran unas mujeres trastornadas, unas Madres Locas que andaban buscando a gente que no estaba en ningún lado. Gran parte de la sociedad prefería no darse por enterada. La censura bloqueaba orejas, cerebros y corazones. Las madres locas eran las únicas que parecían cuerdas, tejiendo y circulando al revés que las agujas del reloj.

En octubre de 1977 se sumaron a la peregrinación a Luján, que congregaba a un millón de jóvenes. El problema era cómo encontrarse y reconocerse en la multitud. Alguien propuso que todas se pusieran un pañuelo del mismo color. Lo del color era un problema, pero entonces una de las madres tuvo una ocurrencia: ¿Por qué no nos ponemos un pañal de nuestros hijos? No existían los pañales descartables y la mayoría de las madres todavía guardaba los de tela, tal vez pensando en los nietos.

Frente a la Basílica, reclamaron y rezaron por los desaparecidos y desaparecidas. Todos los que estuvieron pudieron verlas, identificadas con los pañales blancos en sus cabezas. Poco después hubo una marcha de los organismos de derechos humanos, que terminó con 300 personas detenidas, incluidos –por error- varios periodistas extranjeros. Gracias a tanta eficiencia, el mundo empezaba a enterarse de lo que ocurría. En la comisaría las Madres rezaban Padrenuestros y Avemarías. Los policías no se atrevían a incomodar a mujeres tan devotas. Entre rezo y rezo, haciendo cruces, miraban a los uniformados, les decían “asesinos”, y seguían rezando. Amén.

El hecho de reunirse, romper el aislamiento, buscar a sus hijos, se convirtió en sí mismo en un delito. Diciembre de 1977, un oficial de la marina que se hacía pasar por hermano de un desaparecido organizó el secuestro y desaparición de tres de las madres, dos monjas francesas y otros familiares y amigos. Así era el coraje militar.

Las madres estaban organizando la colecta para publicar una solicitada el 10 de diciembre, denunciando las desapariciones.

El 8 de diciembre secuestraron a Esther Careaga y a Mary Ponce de Bianco en la Iglesia de Santa Cruz, junto a ocho personas más, incluida la monja francesa Alice Domon. Esther era paraguaya. Ya había encontrado a su hija adolescente, a la que los militares habían liberado. Las otras madres le habían pedido que volviera a su casa, que ya no se arriesgara más. Esther no les hizo caso, decidió seguir junto a ellas hasta que encontraran a cada uno de sus hijos.

Dos días después, desapareció la mujer con nombre de flor. El terror de aquellos tiempos superó todo lo imaginable. Desaparecían quienes buscaban a los desaparecidos y desaparecidas. Pero los militares habían sido selectivos: secuestraron a quienes todas siempre consideraron “las tres mejores madres”. Sin Azucena, había que elegir: seguir, esconderse, o volverse a casa. Para las madres no hubo demasiadas dudas: ahora no solo debían buscar a sus hijos e hijas, sino también a sus amigas y compañeras. Lograron sobreponerse a la parálisis y al terror, para seguir su marcha.

Azucena había parido la idea de que las madres se organizaran para nunca más estar solas en su lucha. Y había dicho algo: “Todos los desaparecidos son nuestros hijos”. Así estaba socializó la maternidad, potenció a cada madre y le dio grandeza a cada minuto de resistencia.

Llegó el Mundial 1978. El fútbol tapando de gritos y sonrisas la realidad, mientras a pocas cuadras de la cancha de River seguían torturando gente en la ESMA. El mundial fue oxígeno para los militares: para seguir matando y seguir castigando cada vez a más gente con la miseria planificada. Las madres cambiaron sus lugares y horarios de reunión. No todos los jueves iban a la Plaza, para evitar que las detectaran. Cuando iban, la policía les largaba los perros. Cada una llevaba un diario enroscado para sacarse a los perros de encima, una de las pocas cosas útiles para las que servían los diarios de esa época.

Muchas veces detenían o demoraban a alguna de ellas en las comisarías. Se les ocurrió una idea: cuando una iba presa, se presentaban todas y pedían ir presas ellas también. Los policías veían llegar a decenas y decenas de mujeres que exigían ser encarceladas junto a su compañera. Una vez fueron tantas las que exigieron ser detenidas, que tuvieron que llevarlas en un colectivo de la línea 60.

Madres locas, dirían los policías, que no sabían bien qué hacer: muchas veces las soltaban para sacárselas de encima.

Cuando en la Plaza le pedían documentos a una, todas las demás se acercaban a la policía a entregar también los suyos. Cientos de documentos, cédulas y libretas cívicas, que la policía tenía que verificar. De paso, las madres se quedaban más tiempo en la plaza.

En 1979 llegó al país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. También el fútbol jugó en contra. El mundial juvenil tenía a todos pendientes de Maradona, y los militares aprovecharon para que relatores de fútbol y periodistas radiales llamaran a la gente a Plaza de Mayo, y que de paso repudiaran a quienes hacían cola para declarar ante la Comisión. Querían mostrar lo que llamaban “la verdadera imagen del país”. Decían: “los desaparecidos algo habrán hecho”, o “por algo será que se los llevaron”. Los hinchas, sin embargo, no molestaron a los que estaban esperando para hacer sus denuncias.

Ya era la época de la plata dulce, la fiesta de las multinacionales, el dólar barato, miles de argentinos gastando en el exterior lo que nunca habían sabido ganarse, gracias a la miseria planificada de millones.

Los diarios y las revistas no sólo censuraban la información para defender su negocio, sino que hacían campañas por los militares: “Los argentinos somos derechos y humanos”. Confirmado: nunca hay que subestimar la estupidez humana, la capacidad de negación, el tamaño de la crueldad.

En ese 1979 hubo otro parto, otro alumbramiento: las Madres decidieron crear la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Si todas estaban en peligro, esa era una forma de mantener la lucha viva. La casualidad, o el destino, determinaron que la asociación fuese creada en una fecha imposible de olvidar: 22 de agosto. Habían pasado siete años de la masacre de Trelew, aunque parecían siete siglos.

Los militares asesinos argentinos inventaron un conflicto contra los militares asesinos de Chile, que a todos les servía para ganar tiempo en el poder. En esos días fue muy próspero el negociado de la fabricación de ataúdes, hasta que el Papa intervino. Secuestros clandestinos y desapariciones en la noche, permitían mirar para otro lado. Guerra abierta entre gobiernos tan vecinos y tan beatos era demasiado. Hasta para el Vaticano. Amén.

Seguían encontrándose en plazas y bares. Para que no las descubrieran cambiaban el nombre. Si iban a ir a Las Violetas, decían Las Rosas. Ellas mismas llevaban en sus carteras las carpetas, las denuncias, los expedientes.

Recién en 1980, gracias a los apoyos internacionales, las Madres pudieron tener una oficina. Pero también ese año decidieron volver a su territorio, la Plaza de Mayo, para nunca más abandonarla.

Fueron un jueves, al jueves siguiente las estaba esperando un escuadrón entero, con las armas gatilladas. Ellas cambiaban el horario, circulaban por donde no las veían. Poco a poco envolvieron a la Pirámide de Mayo con sus marchas que nadie podía detener. Llevaban diarios enroscados. Pronto aprendieron de sus hijos, y llevaban también botellitas de agua y bicarbonato por si las esperaban con gases lacrimógenos. No necesitaban gases para llorar. Pero habían decidido transformar el llanto en acciones.

Los militares eran la rigidez y la violencia. Las madres eran la fluidez y la energía. Los militares y la policía eran la muerte. Los verdugos. Las madres eran la vida.

Se editó el primer boletín de Madres, se iba ganando apoyo afuera y adentro. Los militares llamaron a los viejos políticos a dialogar, como abriendo el paraguas frente a la crisis económica y a su propio desgaste. Pero las Madres estaban simbolizando dónde estaba la verdadera política, y quiénes eran sus nuevos protagonistas. En 1981 lo demostraron retomando la Plaza y haciendo la primera Marcha de la Resistencia. Solas, pocas, pero juntas, resistiendo 24 horas seguidas.

Vinieron épocas de ayunos, de tomas de iglesias y catedrales. Los jóvenes, sobre todo, se conmovían. Nació la consigna “aparición con vida”.

El 30 de abril de 1982, hubo manifestaciones de protesta en Buenos Aires contra la situación económica, la miseria planificada, con la policía reprimiendo a todos. Dos días después, se llenó la Plaza de Mayo para aplaudir a los militares que habían invadido Malvinas, creyendo que así se iban a reciclar en el poder en una especie de brindis perpetuo.

Las Madres dijeron que la guerra era otra mentira. Los militares que secuestraban cobardemente, torturaban clandestinamente y asesinaban tirando cuerpos al río, no podían convertirse de un día para otro en patriotas impecables y valerosos guerreros. Por decir eso, acusaron a las Madres de antinacionales. Ellas inventaron un cartel: “Las Malvinas son argentinas. Los desaparecidos también”. Muchos que acompañaban a las Madres las criticaron: había que estar del lado de la guerra, del lado de los militares. El tiempo mostró quién tenía razón sobre los guerreros, entre ellos el mismo que había delatado a Azucena, Esther y Mary.

La derrota de los militares resucitó la posibilidad de la democracia. Se abrió la multipartidaria, formada por cantidad de partidos y políticos muchos de los cuales, durante los tiempos más duros de la represión, habían sido expertos en el arte de callar.

En 1983 hubo elecciones, Alfonsín llegó a la presidencia, y las madres hicieron la marcha de las siluetas para que nadie olvidara a los ausentes. En los afiches decían que esos hijos e desaparecidas habían luchado por la justicia, la libertad y la dignidad.

El gobierno formó la CONADEP, la comisión nacional para la desaparición de personas. Las madres desconfiaron, no quisieron integrarla. Siempre prefirieron la calle, y no las comisiones. Crearon un periódico, la Asociación iba creciendo y seguía reclamando aparición con vida y castigo a los culpables.

En 1985 Alfonsín las citó, pero luego no las atendió porque tenía que ir al Colón, según la explicación oficial. Las Madres tomaron la Casa Rosada, y se quedaron ahí instaladas como forma de resistencia pacífica. Esas acciones mostraban la grieta entre los discursos sobre los derechos humanos que hacía el gobierno, y la realidad. Y mostraban cómo el protagonismo político se desplazaba de los políticos de museo, a los movimientos generados en la sociedad para enfrentar los problemas tomando las riendas de sus propias decisiones.

Se hizo el juicio a las Juntas, pero sólo hubo dos condenas a prisión perpetua. Las de Videla y Massera. Los otros jefes militares recibieron penas bajas, o fueron absueltos. Las Madres opinaron del siguiente modo: se levantaron y se fueron de la sala de audiencias.

Seguían las acciones, marchas, escraches a los militares en sus casas, viajes y campañas en todo el mundo, la lucha contra las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, La lucha contra las rebeliones de Semana Santa y de los carapintadas, La marcha de las manos, La marcha de los Pañuelos, cuando taparon la casa de gobierno de pañuelos blancos, los premios internacionales.

El apoyo a los conflictos, a las huelgas, a los reprimidos y a los perseguidos.

Empezaban a hacer propia una idea: el otro soy yo.

Las Madres, además de denunciar lo que había ocurrido con sus hijos, hicieron otra cosa: comenzaron a levantar las mismas ideas y sueños por las que esos jóvenes habían luchado.
Por eso sintieron que aún sin estar, sus hijos las estaban pariendo.
Aquellas amas de casa desgarradas por la desesperación, habían logrado transformar el dolor en acción y en pensamiento.

Todas estas luchas se multiplicaron al infinito cuando Menem llegó a la presidencia para perfeccionar, en democracia, la miseria planificada: privatizó el país, regaló el Estado, masificó el desempleo, protegió a toda clase de mafiosos, asesinos y corruptos, y además los puso a gobernar con él. De paso indultó a todos los militares que habían sido condenados.

Hubo más de lo mismo cuando subió De la Rúa, y las madres estuvieron allí, nuevamente en la plaza, el 19 y 20 diciembre, cuando ese gobierno intentó imponer el Estado de Sitio y se dedicó a reprimir a miles y miles de personas hartas de tanta decadencia y de tanta mentira. Nuevamente las plazas se llenaron de balas, y de jóvenes muertos.

La historia reciente es más conocida, las Madres y su universidad llena de jóvenes, de movimiento, de conferencias, de proyectos. Las Madres y su flamante radio, para que se escuche cada cosa que hay que decir. La intervención en cada lucha contra las mafias, contra la miseria, contra la muerte.

Y cada jueves, como siempre, las madres circulando, tejiendo solidaridad, construyendo este territorio de la Plaza para que sea el espacio de todos.

Había una vez un país con nombre de mujer, donde la muerte andaba suelta persiguiendo a los sueños, acorralando a la vida. Y en ese país de nombre plateado, los sueños y la vida tuvieron que aprender cómo enfrentar a los verdugos. Las madres están dejando esa herencia.

Cómo convertir al dolor, en acción.

La parálisis y el miedo, en lucha.

La desesperación, en coraje.

Las lágrimas, en acciones.

Para acorralar a la muerte, como el primer día:

tejiendo luchas,
haciendo circular los sueños,
y alumbrando la vida.

Seguir leyendo

Nota

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

Publicada

el

La familia de la joven asesinada en Capilla del Monte volvió a viajar de Buenos Aires a Córdoba para reclamar que se asigne urgentemente un fiscal en la causa y que se investigue su femicidio. Hace 4 años el cuerpo de Cecilia fue encontrado luego de estar 20 días desaparecido; su familia denuncia una trama local que involucra a la última persona que la vio con vida, el ex boxeador Mario Mainardi, jamás investigado, y la complicidad de la justicia de Cruz del Eje, representada por Paula Kelm, que buscó inculpar a un perejil. Gracias a la lucha familiar se logró anular esa línea de investigación, que culminó en un juicio nulo, pero desde entonces no se retomó la instrucción; y pese a que en diciembre se anunció que un nuevo fiscal tomaría la causa, eso no sucedió, y las dilaciones siguen. Crónica de una nueva reunión con promesas y sin hechos, cuando la impunidad se hace cada vez más grande y el reclamo, también: “Verdad y justicia para Cecilia Basaldúa”.

Por Bernardina Rosini

Daniel y Susana, padre y madre de Cecilia Basaldúa ya perdieron la cuenta de las veces que han viajado desde la ciudad de Buenos Aires a Córdoba con el único objetivo de lograr justicia por su hija. Han perdido esa cuenta pero no la cantidad de días que contabiliza la impunidad: 1460, es decir, cuatro años. 

En efecto, hace cuatro años (el 25 de abril de 2020) encontraron el cuerpo de Cecilia Gisela Basaldúa en un codo del Río Calabalumba en Capilla del Monte, luego de veinte días de estar desaparecida. Cuando Daniel y Susana llegaron ayer a los Tribunales en Córdoba Capital, se los ve invadidos por la bronca y el hartazgo. Son cuatro años sin Cecilia y a la par sostienen que las líneas de investigación han sido deliberadamente manipuladas y el material probatorio  de contundencia, ignorado

La última vez que estuvieron parados sobre esa vereda fue el pasado 7 de diciembre, tras reunirse con el Fiscal General Juan Manuel Delgado. Celebraban la noticia: “Tenemos fiscal, vinimos con 3.000 firmas de apoyo pidiendo fiscal y lo tenemos. Es el Nelson Lingua y comienza el 1° de febrero, después de la feria judicial”. Cinco meses después, otra vez viajan 700 kilómetros para golpear la puerta del Palacio de Justicia pues tal designación no sucedió y la causa acumula once meses sin fiscal a cargo de la instrucción.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas
Daniel Basaldúa y Susana Reyes, papá y mamá de Cecilia: viajaron desde Buenos Aires para mantener una reunión y reclamar justicia por su hija.

El baile del fiscal

Mientras los Basaldúa llegaban el 25 de abril nuevamente a Córdoba para pararse frente a Tribunales y exigir justicia, fueron notificados que la Fiscal General Adjunta Bettina Croppi los convocaría a una reunión. 

Antes de ingresar al edificio Daniel comparte la situación actual de la causa “Nos vienen diciendo que no designan fiscal porque falta una firma: me cuesta creerlo. No puedo hacer nada más que venir y reclamar. Hasta ahora la única justicia que logramos fue que no metan preso a un inocente”. 

Hoy le cuesta hablar; tiene un nudo en la garganta y el rostro de su hija estampado sobre el pecho. “Sólo espero que esta investigación vaya tras los verdaderos sospechosos, tras Mario Mainardi, última persona que vio a Cecilia con vida, quien tenía pertenencias de ella y las regaló; la policía y la fiscal Paula Kelm contaban con ésta y más información y nunca lo investigaron. No podemos creer que Mainardi, que dijo trabajar en Uber porque no podía acreditar ingresos, tenga más poder que Diego Concha, quien fue durante décadas Director de Defensa Civil de la provincia y sin embargo hoy está preso”. 

Daniel pasa lista de todos los uniformados que participaron del caso y que hoy se encuentran desplazados, procesados o presos por distintas causas: el común denominador es la violencia de género. 

Mientras las abogadas ingresan junto a los padres de Cecilia a la reunión, afuera les esperan periodistas, agrupaciones feministas, trabajadores de la Secretaría de Derechos Humanos y familiares víctimas de violencia institucional. Repiten el colgado de banderas, los carteles con rostros de otras víctimas, y los cantos que se recitan como mantras: “¡¡Queremos fiscal, queremos fiscal, queremos fiscal!!” y “¡¡Justicia, justicia, justicia!!”.

Al salir, Giselle Videla -una de las abogadas de la familia- comparte lo conversado en la reunión: “Para iniciar nos han pedido disculpas puesto que en noviembre nos dieron la seguridad que tendríamos fiscal apenas finalizada la feria judicial. Como hoy no hay fiscal, y están subrogando fiscales de otros territorios que toman la causa por un plazo corto de tiempo, el avance es mínimo. Nos informaron en relación a esta situación que la designación de Nelson Lingua espera la firma del gobernador, Martín Llaryora. Ahora bien, nos enteramos que será designado como Fiscal reemplazante, y no como Fiscal titular puesto que Lingua no ha rendido el concurso que lo habilita para ese cargo; debe rendirlo ahora y recién en julio- agosto podremos saber si será finalmente el fiscal titular de la causa”. 

Para que se entienda: desde que el tribunal absolviera a Lucas Bustos en julio del 2022 reconociendo su inocencia y su no vinculación al crimen, y ordenara una nueva instrucción para dar con los responsables del femicidio, la causa demoró meses en ser asignada a un fiscal. Luego recaería en el Dr Raymundo Barrera de Cruz del Eje, fiscal que, hábil con el calendario, entre feria judicial y licencias llegó a junio del 2023, mes en el que se jubiló. 

Por la presión de la familia Basaldúa, en diciembre el mismísimo Fiscal General anunció la designación del Lingua el 3 de febrero; eso no sucedió y no hay certeza de que Lingua resulte el fiscal que definitivamente dirigirá la instrucción, puesto que no cumple con los requisitos.

4 años sin Cecilia Basaldúa, sin fiscal y sin respuestas

Preguntas sin respuesta

Es mediodía y el cielo se refleja en las ventanas del edificio neoclásico de la calle Caseros; da la impresión que adentro estuviera vacío, que sólo es una fachada. “Hoy, 25 de abril se cumplen cuatro años de la aparición del cuerpo sin vida de Cecilia Gisela Basaldúa” lee Susana de la pantalla de su celular; ella también lleva una remera con el rostro sonriente de su hija. Sigue:

Cuatro años de impunidad y de violencia sistemática por parte del Poder Judicial a quienes pedimos y exigimos justicia por ella. La causa volvió a foja cero en el 2022 luego de pasar por un juicio vergonzoso.

El tiempo pasa y los asesinos de Cecilia siguen libres e impunes. No tenemos fiscal ni respuestas” y continúa “¿Cómo vamos a llegar a la verdad? ¿Qué fue lo que pasó con Cecilia? ¿Por qué tardó tanto en aparecer? ¿Dónde está Mario Mainardi? ¿Por qué la fiscal Paula Kelm ordenó tan rápidamente detener a un joven sin tener pruebas? Todas estas preguntas nos conducen una y otra vez a un círculo cerrado de impunidad entre funcionarios judiciales que se jactan en demostrar un abuso de poder constante”. 

La carta leída en la vereda, casi sobre la calle, concentra todas las preguntas que la investigación del femicidio debiera responder. 

Y la carta también cierra como se espera que cierre la investigación: “Verdad y Justicia para Cecilia Basaldúa”.

Seguir leyendo

LA NUEVA MU. Generación Nietes

La nueva Mu
Publicidad
Publicidad
Publicidad

Lo más leido