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El coronavirus en la favela más grande de Brasil: «Da lo mismo lo que diga Bolsonaro»
Magda Gomes es militante social de la Rocinha, la favela más grande de Brasil, donde ya hay al menos 33 casos confirmados y dos muertos por Covid-19. Dice que el Estado aún ni apareció para evitar un contagio masivo. En su reemplazo asoman desde la organización comunitaria y social hasta la asistencia de las iglesias evangélicas y los toques de queda dictados por el narcotráfico. Entre el hacinamiento, los problemas de acceso al agua y el trabajo informal, los favelados se exponen a un peligro sanitario que va mucho más allá del negacionismo presidencial.

Por Facundo F. Barrio (@ff_barrio). Desde Río de Janeiro
La Rocinha viene de palo en palo. Intervención militar en 2018, temporal con aludes en 2019, coronavirus en 2020. En la favela más grande de Brasil, donde viven unas 100 mil personas, el Covid-19 está circulando. Cuando se escribió esta nota ya había dos muertos y 33 positivos, una cifra relativa casi tres veces más alta que la de Brasil, y eso que al país en general tampoco le va demasiado bien: la negación del presidente Jair Bolsonaro ante la pandemia crea la sensación firme de un desastre por venir. Para los favelados, sin embargo, el problema es mucho más grande que lo que diga Bolsonaro.
El problema, dice Magda Gomes (27), militante social y vecina de la Rocinha y estudiante de ingeniería, es que el Estado apenas existe en la favela. Lo dice parada sobre el cordón de la vereda, en la puerta del centro municipal ciudadano Rinaldo de Lamare, que está justo frente a la Rocinha, al otro lado del puente peatonal: una pasarela construida por Niemeyer donde ahora cuelga un cartel largo que dice Fique dentro de casa. Estamos en la Zona Sur de Río de Janeiro, a unas pocas cuadras de los barrios más ricos de la ciudad, y en la calle hay bastante movimiento: en esta ciudad, por ahora, la cuarentena es voluntaria.

Gomes acaba de bajar de la favela para una reunión que tendrá aquí dentro de un rato. Su colectivo Rocinha Resiste está organizando un operativo de reparto de alimentos e insumos básicos de higiene para la próxima semana. La organización comunitaria y social aparece como una de las contracaras de la flaqueza estatal. Aunque también asoman otros jugadores. Gomes, que primero aclara que ella es macumbeira, reconoce, por ejemplo, el “papel fundamental” que juegan las iglesias evangélicas en la distribución de ayuda en medio de la crisis sanitaria. Y responde con extrema cautela cuando se le pregunta por otro actor protagonista del que se habló mucho en las últimas semanas: desde que estalló la pandemia, en las favelas hay “toques de queda” dictados por el narcotráfico para reducir la circulación de personas en ciertos horarios.
De todo eso habla Gomes con lavaca, mientras atiende llamados y mensajes sobre el operativo de ayuda para los vecinos que está preparando. “Nos estamos movilizando, pero nosotros no podemos reemplazar al Estado”, insiste, y enumera problemas estructurales, históricos, tan ajenos para cualquiera que no los haya sufrido: hacinamiento, falta de agua, hambre.

—¿Qué medidas específicas de prevención tomó el Estado hasta ahora en la Rocinha?
—Cero. Puso a circular un auto con un altoparlante que grita: “Lávense bien las manos”. ¡Pero mucha gente no tiene agua en la favela!
—Y el acohol en gel es carísimo.
—El alcohol en gel es una alucinación de la clase media. ¿Qué hago con un poco de alcohol en gel si ni siquiera tengo agua en mi casa?
—¿Cómo es el problema con el agua?
—El agua de toda la Rocinha se distribuye a través de bombas centrales. Cuando la empresa distribuidora no les hace mantenimiento, hay zonas que se quedan sin agua por varios días. Y cuanto más alto en la favela, peor. Se podría pensar en planes de racionamiento, pero el Estado viene y nos dice: “Lávense las manos cada cinco minutos”. ¿Quién tiene agua cada cinco minutos? Y el problema del agua no es de ahora, eh.
—¿Ahora tiene más visibilidad mediática?
—Sí, pero son problemas estructurales históricos: el agua, las cloacas, el hacinamiento. Y no son de la Rocinha, sino de los sectores periféricos de toda América Latina. La necropolítica sirve para entender cómo los más pobres nos vamos a joder. Si pensamos la realidad de los favelados desde la necropolítica, ya sabemos que nunca vamos a ser los primeros en acceder a un respirador. Mi tía, mi prima, que viven allá en lo alto del morro, tendrían que hacer mucho ruido para conseguir algo así. Cuando pasa eso, no es sólo el peligro de una muerte física: hay una sensación de muerte continua, de que no sabés a qué hora te va golpear la puerta de tu casa.

—¿La gente de la favela se está quedando en sus casas?
—No tiene cómo hacerlo. Hace un rato vino un pibe a decirme que necesita trabajar, que tiene que pagar las cuentas. Le dije: “Es un tema de salud prioritario. Está la Organización Mundial de la Salud diciendo que hay que parar todo y quedarse en casa. Si te quieren cobrar las cuentas, responsabilizá al banco”. Pero aunque yo tenga ese discurso necesario con los demás, sé que en realidad las cosas no funcionan así. La gente necesita comer, pagar el alquiler, tener alguna expectativa de sobrevivir. Y más cuando vivís con cinco o seis personas en una casa de tres metros cuadrados… y tal vez estoy exagerando con ese tamaño.
—¿Quién lleva registro de los casos confirmados de Covid-19 en la favela?
—Nuestra sugerencia es no leer a los grandes medios de comunicación sino a los medios comunitarios de la propia favela, que son los únicos que ponen el cuerpo en la Unidad de Atención Rápida (UPA, por sus siglas en portugués), donde se reciben los casos sospechosos, y llevan el registro y los informes todos los días.
—¿Las cosas serían distintas si hubiera otro gobierno?
—Los problemas ya son estructurales. Ahora hay un contexto de pandemia que es una variable central. Y que desnuda el retardo del Estado para pensar y actuar en situaciones de emergencia.

—En muchos barrios de Río de Janeiro hay cacerolazos contra Bolsonaro por su negación ante la pandemia. ¿Acá también?
—¿Sabés por qué un cacerolazo no tendría sentido acá? Porque a nadie le importa lo que diga Bolsonaro, porque lo que diga Bolsonaro da lo mismo en la favela. Es otro contexto. En cambio sí tiene sentido, por ejemplo, un aplauso a los trabajadores de la salud, porque es de la gente para la gente, mirándonos a los ojos. Pero yo como favelada no me identifico con Bolsonaro en ningún aspecto, no me reconozco en él, ni siquiera para golpear cacerolas. Aunque claro que mi formación política es distinta, por ejemplo, a la de mi padrastro, que es evangélico de una iglesia neopentecostal. Y sabemos para quiénes es el discurso de “Dios por encima de todo” de Bolsonaro. Por eso también hay que entender que la favela no es una unidad.
—¿Qué papel están jugando las iglesias evangélicas de la favela ante la crisis sanitaria?
—Hay frentes de la comunidad a los que nosotros no llegamos. Las iglesias tienen llegada a un público específico y tienen un papel social fundamental en la distribución de asistencia. Tenemos diálogo con ellas. La respuesta a esta crisis tiene que ser un proceso democrático, que involucre a la mayor cantidad de sectores posible.
—¿Y las fuerzas de seguridad?
—Es difícil responder sobre eso… la cuestión de la seguridad en la favela está atravesada por un montón de cuestiones. Para mí “seguridad” es saber que en la favela puedo llegar a mi casa a las cuatro de la mañana y no me van a violar. Ahora, ¿quién es el garante de esa seguridad? Yo no sé… ¿me entendés?
—¿Es cierto que hay toques de queda dictados por el narcotráfico para reducir la circulación en las calles en ciertos horarios?
—Voy a responder con una metáfora porque acá todos nos conocemos con todos. El toque de queda es como… supongamos que yo vivo en una casa con mi abuelo, que es el que garantiza la seguridad como estructura, el que asegura que en mi casa nadie me va a robar ni violar; y vivo también con mi madre, que llegó mucho después, cuando había una estructura ya montada. ¿A quién voy a escuchar yo? ¿A quién le voy a hacer caso? ¿A quién le voy a temer?
—¿Y cómo se hace para entrar en acción frente a esa estructura ya montada?
—¿Cómo hace quién? ¿Mi madre?
—Sí, el Estado.
—El Estado está siendo muy perverso al tercerizar el trabajo de asistencia social en los colectivos comunitarios. Yo no tengo que decirle al Estado lo que tiene que hacer. Sus instituciones son las que deben formular una estrategia. Pero la política de salud es una cuestión de Estado, aunque ya vemos que los intereses son otros.


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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
Entradas por Alternativa Teatral

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.
Por María del Carmen Varela
La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.
La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario. Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.
El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.
Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.
Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.
La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.
Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA
Domingos 18 y 25 de mayo, 20 hs
Más info y entradas en @perlaguarani
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