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Cuento chino

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Crónicas del más acá. Por Carlos Melone.

A fuerza de ser honesto, cosa totalmente falseable en mi caso, no esperaba ni mamado la convocatoria. Y ocurrió. 

Y estaba sobrio.

El mail me decía claramente día y hora en que iban a vacunarme y me saludaba por mis dos nombres (sin apellido) tomándose una confianza que yo no le había dado. Esto de la estatalidad confianzuda y los gobiernos tuteándome me molesta.

Aunque, siguiendo con la falsa honestidad, de un tiempo a esta parte me molesta todo. Todo.

Me tocaba la vacuna del Imperialismo Inglés en su versión India lo que llenaba regiones de mi cuerpo de preguntas político-coloniales que no vienen al caso. 

La AstraZeneca/Oxford versión Covishield. La AstraZeneca venía ligando cachetazos por todos lados: que explotabas al tomar el mate; que devenías en lechuga; que te agarraba un “patatús” diría mi mamá, o “la escomúnica” diría mi abuela.

Llamativos reparos cuando el poderoso Pfizer (primer laboratorio del mundo) no tiene ninguno y  cuando los europeos están enojados con AZ porque no les mandan las dosis prometidas. Pero de sospechas, paranoicos y salames estamos hasta la superficie así que no ahondaré.

Como era voluntario de una de las versiones de la vacuna china, tenía que resolver el asunto. ¿Me vacunaba o no?

Me comuniqué con los doctores del vacunatorio donde me habían atendido. Me dijeron que los chinos retobados no levantaban el doble ciego por lo que no había manera de saber si me habían inyectado un virus atenuado, lavandina o un chip maoísta.

Hablé por twitter con la Fundación Huésped y mandé un mail al laboratorio Elea, patrocinantes del tema. Todos se hacen los distraídos y, sin decirlo, le echan la culpa a los chinos que, ya se sabe, te miran como miran los chinos, hablan como hablan los chinos y deciden como deciden los chinos.

Evalué tomar represalias con el supermercado chino cerca de mi casa. El milagro migratorio hace que todos tengamos un chino al alcance de la mano.

Finalmente, los doctores (que tampoco tenían ni idea de qué iban a resolver los chinos) me dijeron “vacunate”.

El puesto sanitario al que fui convocado estaba ubicado en el estadio del Club Atlético Los Andes en la Samarcanda del Sur del Conurbano, Lomas de Zamora. 

Los Andes es mi primer amor futbolístico, lo que me daba un modesto plus de alegría. Sí, el fútbol genera estas cosas. 

Exordio para el ateísmo futbolero: el club que alguna vez fue orgullo y ejemplo social en el Conurbano Sur hoy es una institución cooptada por una simpática pyme del delito y el crimen llamada barrabrava (que tiene sucursales en las barras de Boca y de River, porque nunca hay que poner los huevos en una sola canasta) que por supuesto lo arruinó todo.

E insisten.

Era una hermosa tarde de sol cuando fui. Dos personas registraban en una planilla a los que llegábamos con el turno. No había cola ni aglomeraciones y todo el mundo, muy amable. Había que esperar unos minutos en la vereda y luego, tomados los datos, se pasaba.

En esa espera donde unos 3 ó 4 estábamos haciendo fila, apareció un pelado, habló con la persona que administraba los ingresos y se mandó sin más adentro. Lo de pelado no es peladofobia. Responde a propósitos descriptivos, aclaro antes de que me inicien una demanda.

Antes de que yo abriera la boca, una señorita que estaba detrás de mí estalló en una magnífica oleada de furia, no contra el pelado que ya se había sumergido en las entrañas del estadio, sino contra el amigo del pelado que lo había hecho pasar.

Bueno, contra el pelado también.

Esto de la gauchada es un mal nacional.

Omitiré detalles. “Ustedes son todos unos hijos de mil putas”, fue el párrafo introductorio, seguido por un desarrollo acerca del ser nacional, los vivos de siempre y una abundante cantidad de adjetivaciones que, por ser a veces ligeramente inconexas, nunca dejaron de ser interesantes.

Cuando una persona es invadida por la furia, pocas veces articula sentido, dirección y discurso. Se manda nomás. Y cuando esa persona es mujer, es portadora de una rabia de miles de años. 

Yo, por las dudas, me callo.

El “ustedes” de la introducción dejó en clave de interrogación cartesiana a quiénes se refería. El colectivo siempre es misterioso.

El administrador de ingresos, a esta altura “el amigo del pelado”, estaba blindado con titanio: escuchó todos los comentarios de la furiosa señorita, no dijo una palabra, no hizo un gesto y pasados unos minutos, empezó a hacernos pasar.

Para mí era un cirujano. Ese grado de blindaje solo lo tienen los cortadores de achuras humanas.

Cerca de una de las tribunas hicimos nuevamente una breve cola hasta que nos fueron llamando desde unos gazebos donde nos pedían algunos datos más.

Me atendió una piba que parecía de 12 años (tenía 18). Scout. Voluntaria. Una dulzura. Yo llevaba bajo el brazo Moby Dick, cuya lectura resolví reiniciar a ver si me gusta tanto como lo hizo en su momento, hace muchos años. Hasta ahora, no.

La cuestión es que a ella le llamó la atención el libro. Un libro es un objeto cada vez más llamativo. La pequeña declaró desconocimiento del bueno de Melville e interés por la lectura.

Entré en paroxismo. Estuvimos 10 minutos intercambiando pareceres y le armé una lista de textos y autores posibles según los temas que le interesaban. Maestro ciruela insoportable.

Ella estaba re emocionada, y yo también.

Hasta que vino la enfermera del sector de vacunación y se acabó el romance. Estaba retrasando el proceso de inoculación que era por grupos de 10 personas. No diría que me retó pero tampoco desbordó amor por mí. 

Cuando me senté vi al pelado que se había colado. Estaba en una punta del grupo de sillas, adecuadamente distantes, que nos habían preparado. 

Pensé en putearlo un poco pero mi indolencia es invencible. Resolví que no y volví a la relación de Ismael con Queequeg.

Una voz masculina tonante me sacó del inicio de mi lectura. La voz le recordó al pelado su condición de colado. Ni idea quién era. Estábamos bajo una tribuna por lo que el eco era potente. No lo hizo agresivamente sino en un tono ambiguo que remaba entre “pelado pícaro” y “sos una reverenda mierda”.

Hay gente con talento para todo. 

El susodicho colado guardó un prudente silencio mientras todas las miradas se posaban sobre él. Calladito, no se movió de donde estaba.

Otro blindado. El mundo está lleno de cirujanos.

Una morocha amorosa, vestida de astronauta, nos explicó todo lo relativo a la vacuna, efectos colaterales, muerte súbita, transformaciones licántropicas en noches de luna llena, amor repentino por la reina de Inglaterra, etc. Respondió a preguntas que no se soportaban de mamertas con paciencia y claridad.

¿Nadie leyó nada en este año que pasó?

El estoicismo no ha muerto. La ignorancia tampoco. Y la pelotudez, menos.

Finalmente nos vacunaron. Estuvimos un ratito en la parte exterior de la tribuna esperando a ver si nos moríamos mientras otros voluntarios nos acompañaban observándonos como si fuésemos pingüinos en Mundo Marino.

Nadie se murió y, un poco decepcionados por la falta de acción, nos fuimos.

Otro día en Suiza.

Con pelados incluidos.

Y Los Andes en tercera división.

Un mundo imperfecto.

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Andalgalá no se vende

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Desaparecide: ¿dónde está Tehuel de la Torre?

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