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El vacunatorio más rápido de la historia

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Por Franco Ciancaglini

Querida Nona:

Te cuento que hoy estuve en el ex supermercado “Carrefour”, donde ahora está el Club y próximamente estará la cancha de San Lorenzo. Pensé mucho en mis amigos cuervos, Nona, pensé mucho en Carlitos. Y te escribo esta carta que habla de este lugar solo para recordar la que Osvaldo Soriano le envió a Eduardo Galeano contándole una historia imperdible: cuando se cruzó al Nene Sanfilippo, histórico jugador del Ciclón, en medio de las góndolas del Carrefour. Entre esas dos vidas de este predio  -entre la cancha y el almacén- se dirime esa graciosa carta de la que ésta otra, apenas, intenta recuperar algunos de sus sentidos, en estos tiempos tan poco graciosos.

La cuestión, Nona, es que en esa carta Soriano relata su paseo con Sanfilippo por las góndolas del supermercado, recorriendo los mismos puntos geográficos donde, varios años atrás, él había anotado el gol más rápido de la historia –eso al menos dice el crack fanfarrón-.

De pronto, mientras nos acercamos a las cajas, Sanfilippo abre los brazos y me dice: “Pensar que acá se la clavé de sobrepique a Roma, en aquel partido contra Boca”. Se cruza delante de una gorda que arrastra un carrito lleno de latas, bifes y verduras y dice: “Fue el gol más rápido de la historia”.

La sensación es parecida, Nona, te lo juro: aunque vine pocas veces a este Carrefour (siempre con vos), y nunca al viejo Gasómetro por un tema de edad, me parece increíble que hoy, acá, en este suelo, en este metro cuadrado que pagó algún hincha fanático, hoy haya un vacunatorio.

Es que, Nona, no puedo acostumbrarme a que nos prerguntemos si nos dimos la china o la rusa o la otra, y no nos consultemos qué sentimos al pisar un lugares donde antes se gritaban goles – prefiero decir eso a “se vendían electrodomésticos”-, se leían libros (como en La Rural, cuando hacen la Feria), se veía un recital (como el vacunatorio del Luna Park), se oraba (como en la Mezquita de Palermo), se albergaban atletas olímpicos (el Parque Roca en Lugano) o se disfrutaba –quien pudiera- de un ballet (un vacunatorio en el Teatro Colón).

Borges decía que cuando uno extraña un lugar, lo  que en verdad se extraña es la época que corresponde a ese lugar; no se extrañan los sitios, sino los tiempos. Debe ser así nomás…

Estas imágenes parecen de un estado de guerra; un estado de excepción que es más bien la norma. Y con esto no descubro nada, ya lo debés saber, porque allá donde te fuiste se fueron varios por culpa de esto. Si lo debés saber…

Solo te escribo, querida Nona, porque en estos momentos siento que entre allá y acá hay una nada de diferencia; momentos en los que manoteo alguna historia como la de Soriano para reírme de lo que me hace llorar o me da bronca.

Sí sé que, como hizo Soriano al escribirle una simple carta a un amigo, escribiéndote yo a vos, Nona, sin ninguna otra pretensión que recuperar una historia perdida –acaso este año y pico perdido- podemos reírnos de lo insólito, de lo increíble, de lo indescifrable, de lo inevitable. De la vida y de lo otro. Me imagino también que la sensación del Nene Sanfilippo, al ver a su cancha convertida en un supermercado, debió haber sido bastante parecida a lo otro; como fue la vuelta a Boedo una bocanada de vida para miles de hinchas, incluido el Nene.

Lo jodo a un amigo cuervo sobre si están seguros de que finalmente harán la cancha aquí, o porqué no dejan el vacunatorio, que está funcionando tan bien… Lo digo como el más malo de los chistes, y nadie se ríe, porque nadie quiere que haya que seguir vacunándonos por siempre, y todos queremos que esto se termine, y que vuelvan los hinchas, después de muchas otras cosas más, aunque antes que no tantas…

En este estado de guerra, Nona, igual la gente puede ir a los Carrefour, aunque no haya mucho para gastar; el fútbol sigue, sí, aunque a cualquier precio. Y no se sabe hasta qué punto es por el Covid o por los negocios de siempre. Pero no te voy a aburrir con eso… no hoy, que estábamos hablando de Sanfilippo y de Soriano.

Concentrado, como esperando un córner, me cuenta: “Le dije al cinco, que debutaba: ni bien empiece el partido, me mandás un pelotazo al área. No te calentés que no te voy a hacer quedar mal. Yo era mayor y el chico, Capdevilla se llamaba, se asustó, pensó: a ver si no cumplo”.

La crónica -que es en verdad una carta que nunca fue publicada por el gordo sino recuperada por el uruguayo- sigue así hasta el final:

Y ahí nomás Sanfilippo me señala la pila de frascos de mayonesa y grita: “¡Acá la puso!”. La gente nos mira, azorada. “La pelota me cayó atrás de los centrales, atropellé pero se me fue un poco hasta ahí, donde está el arroz, ¿ve?” –me señala el estante de abajo, y de golpe corre como un conejo a pesar del traje azul y los zapatos lustrados–: “La dejé picar y ¡plum!”. Tira el zurdazo. Todos nos damos vuelta para mirar hacia la caja, donde estaba el arco hace treinta y tantos años, y a todos nos parece que la pelota se mete arriba, justo donde están las pilas para radio y las hojitas de afeitar. Sanfilippo levanta los brazos para festejar. Los clientes y las cajeras se rompen las manos de tanto aplaudir. Casi me pongo a llorar. El Nene Sanfilippo había hecho de nuevo aquel gol de 1962, nada más que para que yo pudiera verlo.


Ninguna mala metáfora, Nona, merece hacerse entre la vacunación y esta gran – y triste a la vez: de eso se trata- historia. Aunque acá estamos, intentándolo. Intentando reírnos de algo que nos haga recordar los goles entre las góndolas, ahora las góndolas en el vacunatorio, algo que nos haga detenernos en las sensaciones que nos da estar en el lugar equivocado en un momento inoportuno, sin saber qué pensar, sabiendo que nada más que vos, Nona, y el gordo Soriano, pueden hacerme reír con alguna historia loca y perdida.

Hoy no hay goles ni bifes ni verduras; hoy hay cuatro postas de vacunación donde, según calcula la enfermera, se vacunan 5 mil personas por día. Más que una platea o una popular llena.

Y sí, la vacunación fue rapidísima, Sanfilippo diría que la más rápida de la historia. Espero que este vacunatorio pase también rápido a la historia. Y que vuelva el Gasómetro, y todo eso que cada uno quiera depositar dentro de las esperanzas que -nos enseñaron con la vuelta a Boedo los hinchas del Ciclón- guardan estas tierras: que lo imposible –o lo justo, lo verdadero, lo bello- a veces tarda un poco más.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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