Nota
El desafío de los medios sociales de comunicación
La promulgación de la Ley de Servicios Audiovisuales puede significar la apertura de una nueva etapa en la comunicación en Argentina, para la cual lavaca viene planteando hipótesis y propuestas desde 2001, plasmadas, por ejemplo en 2006, con la edición del libro El fin del periodismo y otras buenas noticias (Los nuevos medios sociales de comunicación – Una hipótesis y una guía). Planteamos aquí algunas ideas que contiene ese trabajo, como un aporte en un momento en que el concepto de Medios Sociales de Comunicación pasa a tener una importancia tal vez crucial para el futuro. La ética, la estética, las formas de organización, los recursos, y el debate de “lo alternativo”, como temas que atraviesan la construcción de nuevas relaciones sociales, y nuevas redes de comunicación.
Lo alternativo
(Del prólogo de El fin del periodismo y otras buenas noticias (Los nuevos medios sociales de comunicación – Una hipótesis y una guía. Editora lavaca.)
La resistencia global parió nuevas formas de comunicación que, en general, aceptaron la denominación de “medios alternativos” o “contrainformativos”.
Sin duda, en cada localidad estas nuevas formas han tenido un proceso diferente, de acuerdo a las posibilidades que hayan encontrado para desarrollarse y la creatividad que le hayan podido inyectar los movimientos sociales que les dieron sentido.
Nuestra mirada puede, entonces, reducirse a la experiencia local. Y el riesgo de generalizar las conclusiones corre por cuenta de quien lee.
No es nuestra pretensión sumar prejuicios, sino reflexionar sobre problemas que nos incluyen y para los cuales no hemos podido encontrar todavía respuestas eficientes.
Aceptemos como punto de partida la definición del término según la Real Academia de la Lengua Española:
Alternativo: En actividades de cualquier género, especialmente culturales, aquello que se contrapone a los modelos oficiales comúnmente aceptados. Por ejemplo, “medicina alternativa”.
Siguiendo esta lógica, al modelo oficial, entonces, debería contraponerse una forma de comunicación que sea otra. Es decir, diferente en cuanto menos, los ejes sobre el cual se asienta ese modelo.
Sabemos que la organización interna de un medio comercial de comunicación es militar. No es tan solo jerárquica, sino disciplinaria. Las identidades que consagra determinan con precisión quien manda y quien obedece. También quién está dentro (redactor, cronista) y quien afuera (colaborador, columnista) y hasta quién habla en nombre del medio y quién lo hace con su propia firma, como una manera de señalar niveles visibles de responsabilidades.
Por lo general, los llamados medios alternativos se han organizado en forma de colectivo, sin jerarquías y, en algunos casos, sin diferenciaciones acerca de los límites entre productores y lectores.
No es tan claro, en cambio, que no hayan establecido niveles de control de la producción, aún cuando sean más laxos. En algunos casos, esa diferenciación está dada por la pertenencia o no al grupo fundador o al más productivo. En otros, porque un grupo ejerce la edición, determinando qué se publica y qué no, e incluso cómo. Es decir, hegemoniza los límites del estilo, estableciendo aquello que está bien y aquello que está mal. Categorías que, por lo general, son inmutables porque están moldeadas a partir de una pre-determinada visión de la realidad. Un signo evidente de esta lógica puede medirse en los porcentajes de información que contienen y distribuyen estos medios. O, para decirlo a través de categorías más tradicionales, cuántas columnas de opinión y cuántas crónicas y reportajes publican.
Hace falta decirlo claramente, porque no siempre es evidente: a mayor cercanía a un artefacto ideológico tradicional, mayor es la cantidad de opinión. Y así como los partidos de la izquierda tradicional se acercaron a las asambleas barriales para interferirlas, cooptarlas y desgastarlas, así se lanzaron sobre los medios alternativos para poblarlos con sus propagandas.
La producción es, por lo general, hija de una lógica organizativa. No solo por la necesaria elección de las temáticas, sino fundamentalmente por cómo son narradas.
Detengámonos un momento en este problema.
“No hay lucha sin palabra”, proclaman enfáticas las integrantes del movimiento feminista Mujeres Creando, de Bolivia. Y no la hay porque “no hay lucha sin voz propia y solo esa voz es voz subversiva. Lo demás es ruido y rutina ruidosa, lo demás es hablar si, pero no alcanzar a decir nada”.
Son ellas las que han sabido meter con desafiante puntería el dedo en la llaga del periodismo alternativo: quién habla.
Está claro, por ejemplo, que en el documental Grissinopoli hablan sus trabajadores. No hay una sola palabra que refiera a la jerga de la izquierda partidaria, pero así habla claramente de explotación, exclusión, lucha social, represión, revolución y dignidad. La voz de los protagonistas convierten estos términos en piedras que arrojan al sistema, incluyendo sus modos de clasificar sus sueños y esperanzas. También habla, por supuesto, Darío Doria, su realizador. Nos dice qué lugar ha elegido para narrar esta historia, cuánto tiempo acompañó la batalla librada por estos trabajadores (la filmación duró ocho meses, desde la toma hasta la expropiación de la fábrica) y hasta desde dónde plantó su punto de vista: el documental se inicia con una de las obreras recorriendo la sede de la calle Púan de la Universidad de Buenos Aires con una alcancía. Está juntando dinero para poner en marcha la primera producción autogestiva de esa fábrica de grisines. Lo necesitan para comprar harina. Los alumnos la escuchan sin oír, la miran sin ver. Y cuando la cámara se acerca a los apuntes que sostienen en sus pupitres de universidad pública puede leerse de qué se trata la clase: “Las revoluciones como cambios del concepto de mundo”.
Está claro, también, quién habla cuando se lee lo producido por la experiencia y la inteligencia de los propios movimientos sociales, sin necesidad de intermediarios supuestamente expertos.
Veamos un ejemplo de ese aire fresco. Así definen las Mujeres Creando la palabra política:
Es la capacidad, el sueño y el empeño de transformar la sociedad. Es una tarea vital y vitalizante y que la asumimos como interminable y por lo tanto gozosa. Es una tarea y un modo de vivir que vale las penas, las alegrías y los placeres que nos cuesta. Para poder asumirla así lo primero que tuvimos que subvertir es la concepción de la lucha como un sacrificio, como un acto heroico de inmolación, tuvimos que subvertir la concepción de la lucha como un finalismo que tiene una meta estática grande y monstruosa por la que hay que morir, la lucha es para nosotras algo por lo que vale la pena vivir, es tan seductora que podemos desvelarnos o hambrear, pero que jamás nos impone olvidar los cumpleaños de la amiga, ni dejar de festejar la vida en todas las formas posibles y en todos los momentos posibles incluidos bautizos, abortos y divorcios”.
El colectivo Radio Bronka, de Barcelona, plantea el problema de la llamada contrainformación de la siguiente manera:
“No podemos seguir pensando en la contrainformación como lo hacíamos en los años setenta. No podemos centrar los esfuerzos de nuestros fancines, libelos, radios -y mucho menos la utilización de Internet- con las premisas que se manejaban entonces. No son suficientes y en ocasiones se convierten hasta en un complemento necesario para la legitimación de las redes de información -o de la red de «comunicación»- oficiales”.
No es casual la mención a los setenta, punto central de la cultura contrainformativa de la cual se nutren muchos de los medios sociales de comunicación que rescataron de ese arcón viejas herramientas para enfrentar nuevas batallas. En la Argentina, en especial, esto significa muchas cosas positivas y algunas negativas. Las positivas, fundamentalmente, están relacionadas con recuperar un diálogo interrumpido nada menos que por una brutal dictadura. El arquetipo de Rodolfo Walsh resume el espíritu del cual se aferraron, dos generaciones después, quienes salieron a contar esas verdades que los medios comerciales de comunicación acallaban.
Pregunta imposible:
¿Pero de qué arquetipo estamos hablando?
El Rodolfo Walsh escritor es magnífico y escaso. Como literato dejó pocas y perfectas obras de un estilo impecable. El irlandés de las pampas que asoma en el Walsh escritor es austero e implacable en el uso del lenguaje, al que somete hasta ponerlo al servicio de la historia que narra.
El Rodolfo Walsh periodista es obsesivo y disciplinado. Como investigador construyó piezas clásicas con la solidez del dato que coloca con precisión de artesano. Es imposible leer hoy estos relatos sin asombrarse por lo que no está dicho, pero implícito: el tiempo que le ha dedicado.
Por último, el Rodolfo Walsh militante fue capaz de vivir y morir por una causa que creyó justa y necesaria.
Son estos tres Walsh los que hacen uno.
Y convergen, como trágica confirmación, en esa Carta abierta de un escritor a la Junta militar que le costó la vida.
Hemos progresado.
Difundir la verdad ya no cuesta ni sangre ni lágrimas.
Pero sigue implicando sudor para eludir el facilismo de reemplazar con consignas y adjetivos la información.
Y aquí es donde está hoy el problema.
La contrainformación es hija de otro mundo. Aquel donde la verdad podía oponerse a la mentira por la fuerza de la voluntad militante. Así estaba construida esa utopía y allí nacía su fuerza.
Sin embargo, hoy, “ya no se trata del problema de la verdad o la falsedad, sólo disponemos de los datos de que disponemos y son los mismos para todos”, resume Radio Bronka. Lo cual significa admitir que el voluntarismo no alcanza para acceder a información que está guardada bajo siete llaves y clasificada asimétricamente.
La tarea actual parecería simplificarse. Se trata de elegir aquellas zonas de la realidad no iluminadas u oscurecidas a sabiendas, de acuerdo a lo que el poder necesita tanto atacar como defender.
La pregunta es ¿iluminarlas para qué?
¿Para que las vea ese sujeto que llamamos opinión pública?
En algunos casos, tal vez con eso alcance y conforme.
Pero, sobre todo y fundamentalmente, para que puedan exponerse tal cual son y reconocerse entre sí y multiplicarse en su rica diversidad y generar diálogos que surgirán si se estimulan los debates sobre los ejes que esos propios movimientos dictan porque su realidad los impone. Aún al costo de iluminar peleas que surgen por la batalla cotidiana por evitar las desfiguraciones, cooptaciones e indiscriminaciones, la comunicación estratégica no puede pensarse hoy de “abajo hacia arriba”, ni de la periferia hacia el centro, ni de la “sociedad civil” hacia las instituciones intermediarias, ni siquiera “contra” algo sobre el cual hay que hacer fuerza para derribar, porque el sólo hecho de hacerlo lo fortalece y restaura. La comunicación debe crear vínculos que fortalezcan las identidades que luchan por dejar de ser lo que otros quieren que sean.
Hay cierta tensión disciplinadora que está presente en el deber ser de los medios alternativos o contrafinformativos que no nace de sus preocupaciones, sino de sus limitaciones.
El colectivo brasileño La revolución no será televisada lo explicita así: “El problema no es el patrón, sino el padrón”. El padrón es lo que Bauman llama diseño. Es decir, la cartografía mental que domina el ideal, la maqueta que está instalada en el imaginario individual y colectivo.
La jaula.
Una vez más Bauman recurre a las metafóricas ciudades de Calvino para recrear las trampas que tiende este mundo desquiciado. La ciudad metáfora en este caso se llama Aglaura, donde cada habitante está convencido que vive en un lugar poblado de virtudes y defectos que ya no existen. No hay nada cierto en lo que los habitantes dicen de Aglaura, pero de tanto repetirlo han terminado forjando una ciudad sólida y compacta que solo tiene consistencia en sus cabezas.
“El resultado es este: la ciudad de la que se habla tiene mucho de lo que se necesita para existir, mientras que la ciudad que existe en su lugar existe menos”.
Las habitantes de Aglaura han fijado en sus cabezas un diseño de ciudad que es más vivible, consolador y comprensible que la propia realidad y defienden esa ilusoria Aglaura que ya no existe construyéndola todos los días con el único material capaz de consolidar y resguardar esa ilusión: las palabras. Por eso Calvino exhala:
“Aglaura aprisiona las palabras y te obliga a repetir en lugar de decir”.
En el caso concreto de un medio de comunicación la construcción de Aglaura incluye en su diseño mental una serie de elementos concretos que le dan verosimilitud al ensueño: eso que llamamos genéricamente redacción, noticia, columna de opinión, secciones y, sobre todo, las palabras con que construimos una visión de la realidad, sea esta mejor, peor o diferente de la que construyen los medios comerciales de comunicación.
El problema, entonces, no radica esencialmente en la forma de organización de la producción de un nuevo medio de comunicación (“el problema no es el patrón”) sino de crear otro modelo y luego organizarlo de la forma más conveniente a sus fines, objetivos y prácticas.
Desde ese punto de vista, la oportunidad es fabulosa: es el momento de hacer todo, pero absolutamente todo, de nuevo.
La pregunta es ¿por qué conformarse con crear una alternativa si se puede soñar con crear un espacio propio y original?
La pregunta es ¿por qué dedicar energía a contrarrestar los efectos de la emisión monopólica si se pueden crear muchas otras sintonías?
En la palabra alternativa está escondida cierta limitación que suena a repetición.
En la palabra contrainformación está determinado el campo de batalla al cual dirigimos nuestros esfuerzos.
Es el diseño de un molde que es más chico que lo que quiere contener y menos ambicioso que aquello que se necesita alcanzar.
Es como si redujéramos nuestra oportunidad de creación actual a un menú único de opciones. No se trata ya de optar por seguir o romper con determinadas reglas, ya que no hay un solo grupo de reglas que deban obedecerse o romperse. La cuestión más bien consiste en comprender la complejidad del modelo actual de poder, que contempla diferentes grupos de reglas y diferentes autoridades que las predican. Y rebelarse a todas y cada una de ellas.
Si aceptamos que el capitalismo es, fundamentalmente, un sistema de creación de identidades, el diseño de una nueva identidad es una tarea, pero también un problema que acompaña permanentemente su proceso de construcción. Necesita de una reflexión crítica constante, una lucha implacable para no ser tragado y vomitado.
Fue el suizo Max Frisch quien definió la identidad como “el rechazo de lo que los otros quieren que seas”.
La pregunta, entonces, es ¿qué queremos ser?
Nuestra hipótesis es que la categorización de “medios alternativos” así como la llamada “contrainformación” es ajena o extranjera, dicho esto no en el sentido territorial, sino de una reflexión que no es propia de quienes han creado estas nuevas herramientas. Por falta de tiempo, por comodidad intelectual e incluso por moda –algo que, finalmente, otorga cierta pertenencia-, las nuevas formas de comunicación terminaron por conformarse con categorías forjadas en otros ámbitos y otros tiempos. Hijas de la exclusión, terminan así incluidas en un universo teórico disciplinador, que desdibuja su potencial rebeldía y las arrodilla ante una etiqueta que delimita los escalones del poder, como en el categórico ejemplo de la Real Academia cuando menciona a la “medicina alternativa”.
“Hoy hay identidades que estereotipan, pero muchas más que humillan y estigmatizan”, nos advierte Bauman.
Rechazar aquello que los otros quieren que seamos es la primera tarea de una nueva forma de comunicación. Elegir libre y creativamente desde qué lugar hablar, sobre qué y con quiénes es lo que define el por qué. Y no aquí no hay posibilidad de viceversa.
“El hogar natural de la identidad es un campo de batalla”, sigue Bauman y con eso nos señala que no existe posibilidad de instalarse cómodamente en ninguna categoría hasta obtener un horizonte diferente que no se ciña a la lógica de inclusión/exclusión sino a otra, propia, distinta, nueva.
Y si bien nada nuevo se puede describir con viejas palabras, no es necesario inventar otras para anunciarlas. Alcanza con eludir los lugares comunes, los adjetivos gastados, las consignas vacías y así, desnudos y livianos, elegir las propias hasta hacerlas nuestras.
¿Cómo hacerlo?
Bauman nos dice que “El problema no es qué se necesita para `llegar allí`, para llegar al punto que se quiere alcanzar, sino cuáles son los puntos que se pueden alcanzar dados los recursos que ya tenemos en nuestro haber y cuáles merecen que uno se esfuerce para conseguirlos”. Pero nos advierte:
“Para poder atreverse a correr riesgos, para tener el valor que requiere elegir, se necesita esa triple confianza: en uno mismo, en los demás y en la sociedad”.
Comencemos entonces por darnos confianza.
En su tratado sobre la eficacia, Francois Jullien analiza las diferentes concepciones que han plantado el diseño en nuestras cabezas acerca de lo que esa palabra significa. Contrapone para ello dos culturas: la occidental y la china. Y las analiza en el terreno de las estrategias, esencialmente en las del arte de la guerra. Una analogía muy útil si damos por cierto que crear una identidad es el resultado de quién gana esa batalla entre el destino que el poder quiere imponernos y forjar el propio.
La cultura china parte de una concepción: “se vence a un enemigo ya derrotado”. El combate es un resultado, pone de manifiesto una situación que ya está implícita. Corona un proceso, no lo inicia: lo consagra. Es interesante que Jullien destaque que esta estrategia está basada “en una empresa de información sistemática” capaz de evaluar, estimar, medir, sopesar y especular cuándo conviene entrar en combate abierto. “La guerra deja entonces de ofrecer nada extraño o inseguro. Se ve reducida a la lógica de un proceso que, al evolucionar a partir de la simple interacción de los polos (opuestos y complementarios: los dos adversarios) se vuelve perfectamente coherente”. Semejante concepción es posible porque el punto de partida de toda esta cultura es una idea clave: la transformación. Aquello que es progresivo, acumulativo, persuasivo, imparable. También caracterizado por un uso del tiempo que desmiente la inmediatez. Un tiempo largo.
La eficacia es hija de la duración.
Y solo dura aquello que tiene capacidad de crear.
Porque crea, dura.
Cuando Bauman y Fidler nos hablan de la “mediamorfosis” para describir el proceso de permanente transformación que han sufrido los medios de transporte de la información, están identificando el ADN que llevó a los medios comerciales de comunicación a transformarse en un factor de construcción de poder. Siguiendo esta lógica que describe su fenomenal capacidad de creación es posible pensar que el enemigo ya está mortalmente vencido porque el propio corpus de la comunicación mutó, guiado por su fenomenal instinto de supervivencia. Si el emisor se cree a salvo de semejante mutación es porque aún no comprendió que el cambio comenzó por el otro extremo del circuito, fatalmente ligado a él: las audiencias.
Con las nuevas tecnologías a su favor, cualquiera puede probarse el traje y actuar el tiempo que quiera, necesite o disponga de productor de comunicación. Esa capacidad será permanente o transitoria, de acuerdo a la necesidad o el deseo.
Es una opción, de las tantas disponibles.
Pero aún cuando regrese a su sillón de consumidor de información, ya no es el mismo. Tiene elementos para evaluar el producto que se le ofrece desde una perspectiva distinta.
Así las cosas, cualquier proyecto de comunicación por más disparatado que parezca no implica ya ninguna posibilidad de derrota, siempre y cuando esté dispuesto a pensar críticamente todos los componentes de su fórmula.
Está condenado a cambiarlas.
Y de sus posibilidades de formular tantos cambios como sean necesarios dependerá ser parte de lo que aún no terminó de nacer o de aquello que se resiste a morir.
El hacer implica recursos.
Y si bien se experimenta con lo que se tiene, el punto de partida del que no tiene nada es reconocer que con algo carga. Y ese es su principal problema: deshacerse del peso mental del mito de Aglaura.
En los numerosos seminarios que hemos organizado con profesionales y estudiantes avanzados de comunicación comenzamos por plantearle al grupo una pregunta: ¿qué se necesita para hacer un medio de comunicación? En todos estos años, hemos tenido un invariable menú de respuestas, que inventariaban necesidades imposibles: redactores, diseñadores, fotógrafos, oficinas, computadoras, teléfonos, personas cumpliendo diferentes y estereotipados roles y hasta algunos delirios de confort. Hasta que una oportunidad, la lista fue completamente diferente. Fue en diciembre de 2005 y en un grupo de treinta jóvenes menores de 20 años, pertenecientes a organizaciones sociales de todo el país, con variadas experiencias en comunicación comunitaria. Cada uno fue sumando en voz alta un recurso, hasta quedar conformada la siguiente lista, que copiamos a continuación por riguroso orden de aparición:
1. Ganas.
2. Tiempo.
3. Voluntarios.
4. Contenidos: textos, imágenes, opiniones, audios.
5. Compromiso.
6. Responsabilidad.
7. Continuidad.
8. Experiencia en trabajo en red.
9. Respeto.
10. Participación.
Con esta sencilla lista escribieron el obituario del periodista profesional y anunciaron el parto de un nuevo estilo de producción de la información. Son los habitantes de una nueva ciudad, que nunca conocieron ni Aglaura ni su mito. Están a salvo de su maleficio, y desde esa ignorancia crearon herramientas nuevas, con materiales viejos que encontraron en el gran basural de productos desechados por los expertos.
Eso es lo que llamamos aquí “medio social de comunicación” y es hijo de un nuevo fenómeno social que está transformando los cimientos de un sistema, en perfecta sincronía con los nuevos tiempos.
¿De qué sistema estamos hablando?
El sistema de comunicación que permitió la consagración del capitalismo mediático tiene un diseño definido: un circuito clásico que parte del emisor, coloca en el medio al medio y en el final de la cadena, al receptor. La teoría de Mc Luham intentó señalar qué transformación se había producido en eso que llamó “la aldea cósmica o global”. Amplió los conceptos comprendidos en el diseño del circuito y alertó cómo el medio se estaba convirtiendo en un centro con suficiente poder para modificar el curso y funcionamiento de las relaciones humanas. Esta teoría que coloca el eje en la tecnología (hija de su época y -por qué no- fiel representante de las concepciones que centran la disputa en el control de los medios de producción) es la que certeramente describió el problema en el cual estábamos atrapados.
¿De qué cambio, entonces, estamos hablando?
En principio, del que nos enseña que todo problema tiene más de una solución.
Si el circuito de la comunicación, tal como estaba planteado, es un elemento clave para la consagración de un poder vertical, autoritario y concentrado, una manera radical de confrontarlo es crear otro diseño, que contemple y sea capaz de albergar otra concepción de poder.
Ese nuevo diseño es el que coloca en su centro al sujeto social y a su alrededor, como los rayos de un sol omnipresente, todas las herramientas de comunicación que es capaz de crear para compartir su mensaje. Estas herramientas se convierten así en opciones y no en condiciones de la comunicación.
El sujeto social se transforma, según nuestra hipótesis, en un medio de comunicación.
El resto son formas que adquiere para transmitir su mensaje.
Este sujeto social tiene, además, características diferentes a las tradicionalmente atribuidas a un medio de comunicación. Puede ser colectivo o individual, puede ser permanente o transitorio, puede ser emisor o receptor, puede ser local o global (y todas estas cosas al mismo tiempo); es decir que puede optar por constituirse como quiera y por el tiempo que quiera, porque la motivación que le da origen no es la construcción y sostén de un medio, sino de un mensaje.
John Holloway lo define como “la fuga del trabajo hacia al hacer” y sus implicancias en el territorio de la producción de la comunicación implican, cuanto menos, un regreso a las formas artesanales de creación, de permanente experimentación y de apropiación de toda esa experiencia a una escala tal que las distancias entre protagonista, productor y consumidor de las noticias son idénticas al ancho del abrazo humano.
Al hablar de un regreso a las formas artesanales de producción estamos mencionando algo fundacional: el principal insumo de estas nuevas formas de producción de la comunicación es el tiempo.
Un tiempo propio, con valor pero sin precio.
No hay forma de cotizar en moneda corriente el tiempo invertido en cada producto realizado bajo estas nuevas formas de producción. Y no estamos hablando aquí de aquello que podría llamarse “comunicador militante”, sino de algo nuevo, que plantea por lo tanto nuevos interrogantes.
Estas nuevas formas de comunicación re-diseñan el circuito tradicional y colocan su centro en un sujeto social que utiliza diferentes herramientas para comunicarse, entre sí y con los demás.
Están forjadas en una ecuación que separa los ingredientes de la receta que las viejas formas de producción mezclaron con la única finalidad de cocinar otra cosa: confusión en lugar de información.
Volvamos entonces a ponerlas en su lugar:
El medio es el medio.
El mensaje es el mensaje.
Y el que emite -convertido profesional, vocacional, permanente o transitoriamente en comunicador- debe tener “ganas”, “tiempo” y “compromiso” en dosis suficientes, según enumera la lista que devuelve a la responsabilidad individual la construcción de una herramienta comunitaria.
El nosotros así se transforma en una suma de yo.
Es plural y diverso y desafía no solo a aquello que llamamos “pensamiento único”, sino a su clon más noble: esa antigua utopía de unidad.
La reinterpreta.
Los nuevos medios sociales de comunicación demuestran, en sus prácticas, que la unidad es un falso punto de partida.
En un mundo desfigurado por las desigualdades, negarlas es un síntoma de ceguera.
Nacen por eso con una dificultad que queda demostrada en la incapacidad para tejer redes que conecten estos sistemas que crecen autónomos, pero también en solitario, multiplicando al infinito esfuerzos que podrían compartirse para potenciar sus resultados.
“La capacidad de convivir con las diferencias, por no hablar de disfrutar de ellas y aprovecharlas, no se adquiere fácilmente y por cierto no viene sola. Esa capacidad es un arte que, como todas las artes, requiere esfuerzo y ejercicio”, nos advierte Bauman.
Sin embargo, reconocer esas diferencias es quizá el paso que nos permite transformarlas en diversidad.
Y ya aprendimos esa lección: la diversidad hace la fuerza.
Es en ese sentido que nuestra hipótesis se completa y adquiere sentido con la guía que la acompaña. Un intento por demostrar la variedad de experiencias de comunicación que, sin importar su forma, tamaño o intensidad, han realizado un aporte esencial para crear este nuevo diseño.
El otro elemento que pone en jaque esta apropiación del tiempo por la que bregan los nuevos sujetos de comunicación social es la concepción misma de noticiabilidad. Es noticia el hombre que muerde al perro, nos repitieron hasta el hartazgo para simplificar esa concepción de excepcionalidad y acontecimiento extraordinario que debía tener un hecho para ser considerado producto de consumo masivo. Los medios sociales de comunicación han cambiado radicalmente esta premisa hasta el punto de muchas veces negarla.
No es noticia que se inaugure una fábrica gestionada en forma cooperativa por sus trabajadores, sino que todos los días 200 fábricas operen bajo las órdenes de todos.
Todos los días, cada hora y en medio de este sistema que los desafía, niega y deforma permanentemente.
No es noticia que un grupo numeroso de desocupados corte una ruta para exigir subsidios al Estado, sino que esos desocupados destinen ese dinero para comprar insumos que pongan en funcionamiento sus proyectos productivos. De esa manera se puede “ver” claramente, entre otras cosas, qué es lo que en realidad enfrenta a las diferentes organizaciones: la forma en que reparten internamente esos recursos, las extorsiones que reciben, o si es el compromiso o la necesidad lo que une a cada miembro con el movimiento, entre otras cuestiones importantes.
Para tornar visible una realidad cada vez más compleja no alcanza con verla. Es necesario sostener la mirada tanto como sea necesario.
La solidez de la información de un medio de comunicación social está relacionada con el tiempo dedicado a acompañar el proceso de generación de nuevas formas de relaciones sociales.
Mujeres Creando tiene una casa en La Paz que es hostal, café, videoteca, almacén de productos orgánicos y centro de debates y conspiraciones. Edita una publicación mensual –Mujer Pública– y tiene una página web www.mujerescreando.com Sus escritos fueron compilados en el libro La virgen de los deseos, editado por Tinta Limón, el sello del Colectivo Situaciones.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
Nota
Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.


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