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Entrevista a Horacio Tarcus, director del CEDINCI: «La izquierda argentina es irreformable»

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Con la paciencia de un franciscano y la obsesión propia de todo coleccionista, Horacio Tarcus se convirtió en el director del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierda (CEDINCI), la biblioteca más importante sobre socialismo, anarquismo y marxismo que existe en el país. Amante de la historieta, profesor de Teoría del Estado e historiador de profesión, Tarcus conoce a la izquierda vernácula como pocos. Eso le da autoridad para desmenuzarla y para polemizar con ella. O, mejor dicho, con lo último que queda de ella.

El neoliberalismo es cuestionado como nunca y, sin embargo, la izquierda hizo una pésima elección ¿por qué?

Me parece que es la gran pregunta, sobre todo si tomamos en cuenta que la izquierda parecía enarbolar los valores con los que aparentemente la sociedad se identificó desde diciembre del 2001, y en las elecciones prácticamente no existió. Los votos progresistas los capitalizaron Néstor Kirchner y Elisa Carrió, pero no la izquierda. Creo que es un asunto que tiene raíces históricas. Hay muchos episodios en la historia político-electoral argentina en los que la izquierda alcanza una presencia importante en la movilización social, en la acción cultural y gremial y, sin embargo, esa fuerza no se traduce en términos políticos, no alcanza peso electoral. Y si en algún momento logró meter diputados en el Congreso, no consiguió mantenerlos. Se volvieron absolutamente volátiles. Es evidente que la traducción no es automática.

¿Por qué no se logra esa traducción?

Pasan varias cosas. Si tomamos las últimas votaciones creo que por un lado influyó la propia coyuntura electoral pero, por el otro, lo determinante es cómo la izquierda construye política. Volvamos para atrás: en las elecciones del l999 llegaron a su pico máximo el ausentismo, el voto en blanco y el voto nulo… Lo que hasta entonces era una expresión de impotencia aislada, en el 99 se manifestó como protesta colectiva. Mucha gente que había militado en los partidos de izquierda se saturó de ese modelo de militancia y los dejó de votar. Y es este tipo de voto el que se traduce en el estallido de diciembre: un movimiento que parece. cobrar un perfil político con el «que se vayan todos». Frente a esto, el gobierno apuesta inteligentemente a establecer un cronograma electoral, que le pone tiempos, ritmos y modos a la política que son totalmente distintos al «que se vayan todos». En este contexto, la izquierda queda desconcertada entre seguir funcionando con la lógica de presentarse a alecciones y avalar un movimiento de impugnación del sistema representativo. En el caso de la izquierda Unida nunca hubo un apoyo profundo al «que se vayan todos», resignificaban la consigna en el sentido de que se vayan ellos, que se vaya la clase dominante… No se sentían incluidos como políticos dentro del sistema de representación. El caso más flagrante es el de Luis Zamora, que avala el «que se vayan todos», a la vez, arma su candidatura para la jefatura de gobierno.

¿Qué futuro tiene, entonces, la izquierda?

Creo que la izquierda argentina, tal como hoy la conocemos, con las organizaciones políticas y los líderes existentes, es irreformable; es una izquierda absoleta, no tiene posibilidad de recuperación. Hay que ser tajante: esta izquierda tiene un techo y no es solamente electoral. Vive en la cultura política -con una modalidad de organización, un imaginario, un lenguaje- que no tienen nada que ver con los códigos de una nueva militancia social en la Argentina. La izquierda nacional no puede decodificar la emergencia de lo nuevo y se limita a una aproximación, en parte oportunista y en parte instrumental, de lo que aparece. Su acto reflejo ante lo nuevo es desconfiar . Y al mismo tiempo decir: «Si esto es lo emergente estemos ahí, ganemos, controlemos, orientemos nosotros»

Es lo que hizo en las asambleas…

Y en el movimiento piquetero también. Cada grupo de izquierda sueña con tener un grupo piquetero propio. Y eso le hace un enorme mal no solo a la propia izquierda sino a todo el movimiento social. La izquierda traslada sus divisiones a los nuevos movimientos sociales; en lugar de favorecer la unidad, ayuda a fagocitarlos. Lo hizo ya en el campo de los derechos humanos, entre los estudiantes, con los piqueteros y con las asambleas, donde distintos grupos de izquierda llegaron al punto escadaloso de agarrarse a piñas en la Interbarrial de Parque Centenario. Esa es la versión grotesca y caricaturesca de lo que puede ser la izquierda. Yo creo que ni el fascista más cebado podría haber imaginado un escenario mejor para la derecha que esa situación. Lo que pasa es que el izquierdista es un animal político empecinado, que no aprende por experiencia, piensa que la próxima vez lo va a hacer mejor; carece de autocrítica porque es un pensamiento que no admite la autocrítica. Si pienso en los militantes, me enternecen y me entristecen, a la vez… Tipos que dedicaron su vida a proyectos fracasados, que no tenían ninguna viabilidad, que sacrificaron sus vocaciones, sus familias, sus deseos. El viejo modelo de militante disociaba vida privada de vida pública, vida cotidiana de militancia… De todas formas, insisto: este modelo de izquierda está condenado a desaparecer.

¿A qué se refiere exactamente con «este modelo de izquierda»?

Al modelo de organización que se remonta a los tiempos leninistas y a los viejos partidos comunistas, de donde salen todos los moldes y que está a contrapelo de la cultura y la sensibilidad políticas de la emergencia militante, de los jóvenes de hoy. Esa forma identitaria cerrada y doctrinaria de pensar, ese modo eclesial o de secta de vincularse, de captar al movimiento social y hasta de parasitarlo, esa concepción política totalmente instrumental. Aquel viejo modelo fue concebido por Lenin en condiciones de clandestinidad en la Rusia de fines del siglo XIX, principios del XX, con militantes que tienen que enfrentarse a un aparato absolutista poderoso. Esa forma política -que se demostró eficaz hasta cierto punto, por lo menos hasta la toma del poder- decía: «acá no se trata, como creen los socialistas utópicos, románticos, de crear vínculos, formas y valores que anticipen la sociedad futura, aquí se trata de crear una maquinaria eficaz para la toma del poder. Como la estructura del Estado es una estructura jerárquica, centralizada, ejecutiva, poderosa, hay que crear una maquinaria de guerra que esté en condiciones de enfrentarla, de destruirla y de reemplazarla». Por lo tanto se construye una lógica política especular a la maquinaria que se quiere enfrentar. El mérito de este planteo es su eficacia; el riesgo es que esté infisionado de las formas, las lógicas y los valores de lo que se quiere destruir. Creo que esta lógica permeó las políticas de las izquierdas en el siglo XX. Por lo menos hasta los años 60, cuando -con el Mayo francés, el movimiento situacionista- surge la idea de que las organizaciones sociales tienen que ser una anticipación de las formas y los valores de la sociedad futura. Lo nuevo del movimiento, del 2001 para acá, es -por el contrario- su carácter molecular, crítico de la representación, de las estructuras fijas, de la profesionalización de la política, y abierto a otras categorías y otras inflexiones del pensamiento. La izquierda tradicional no es capaz de dialogar con todo esto.

¿Los actuales movimientos sociales vuelven, de algún modo a ese socialismo utópico?

Creo que, en algún punto, la crisis de la izquierda tradicional tiene que ver con el colapso de los socialismos reales, que han llevado a una desvalorización de la utopía y de la anarquía. Me parece que hoy hay una circulación de ideas, prácticas, formas y valores utopistas y libertarios que circulan molecularmente en el movimiento social. En cierto modo, el marxismo de Holloway es un marxisms libertario. Se retomó, por ejejmplo, la vieja idea anarquista de organizarse por grupos de afinidad. Yo creo que del modo en que lo practicaban las viejos anarquistas no es viable hoy, y sin embargo hay un interés en el agrupamiento a través d e compartir opresiones comunes, experiencias comunes, resistencias y luchas comunes, más que acuerdos ideológicos doctrinarios estrictos.

¿La izquierda tradicional equivoca el enemigo?

De hecho sucede eso. En la medida en que la izquierda no está en condiciones de enfrentarse al enemigo real, juega el partido menor: a ver cuál es la organización que logra juntar más votos, o controlar a las asambleas, o reunir más planes trabajar.

¿Los nuevos movimientos sociales podrán terminar de nacer a pesar de esa capacidad de destrucción de la izquierda más tradicional?

Es un problema, indudablemente. La izqueirda tradiconal, lo que no controla trata de aplastarlo. En la medida en que lo emergente logre cobrar suficiente impulso va a arrastrar a lo que la izquierda tradicional tiene todavía de más interesante: miles de perosnas extrarodinarias, abnegas, militantes, que quisieran romper con ese cascarón pero no pueden. Es cierto, sin embargo, que hoy por hoy la izuqueirda tradicional funciona como un obstáculo

¿Quiénes encarnan la nueva izquierda?

Hoy tiene más que nada una existencia grupuscular, molecular. No sé qué forma va a adoptar: si la de un movimiento, la de un partido político más flexible… Ni sé cómo se va a llamar… Quizás no cuaje en un partido político, yo apuesto a que sí porque es lo que me gustaría, pero no tiene porqué suceder. Me parece que va a surgir de la unión de pibes jovencitos y viejos militantes reactivados a partir de diciembre, porque ambos están buscando algún tipo de articulación y de convergencia. Hay cantidad de gente que viene al Cedinci a preguntar qué puede leer sobre formas alternativas de organización social.

¿Y qué les ofrecen?

Hace falta producir una nueva literatura política que pase en limpio los viejos debates en función de estas necesidades. Una nueva literatura que de algún modo acompañe nuevas formas de agrupamiento, de organización y de gestión. Va a ser una articulación entre lo que se experimenta actualmente y lo que se procesa de la tradición. Pero lo más probable es que esto no cuaje en un sujeto claramente definido como podía ser el proletariado. Estamos ante sujetos múltiples y más difusos y por lo tanto ante formas de organización, de pensamiento y de reagrupamiento distintas, animadas por una especie de sensibilidad libertaria reactiva frente a formas fiscalizadas y jerárquicas de hacer política. De modo que no va a ser de la transformación de la vieja izquierda, de donde vaya a salir una nueva.

De hecho la nueva izquierda es una izquierda sin obreros…

Exacto. La izquierda tradicional trata de pensarlo en los viejos términos y dice que los piqueteros son una fracción de la clase obrera desocupada. Lo que pasa es que esto no es ya ni lo que Marx llamaba ejército industrial de reserva que era una variante de ajuste del capital, que expulsaba obreros temporariamente y cuando entraba en un período expansivo los volvía a absorber. Este es un fenómeno estructural. Ya nadie se puede proletarizar. Además la fábrica perdió la centralidad social y política que tuvo hasta los años 70. Es una herida narcisista de la que la izquierda no se recuperó. Por eso digo que la izquierda necesita un aggionarmiento de los viejos programas, hace falta renovar las categorías teóricas, renovar el marxismo y abrirlo a su encuentro con otros pensamientos, con otros paradigmas. No hay una izquierda partidaria que promueva esos debates. Es más de lo mismo.

¿Qué lograron construir ya esos sectores emergentes?

Es cierto que no han construido formas políticas que transunten en un resultado electoral. Pero tampoco creo que haya que apurar una plataforma político-electoral de los movimientos político-sociales emergentes. Creo que ese fue el gran error de Zamora: abortó así la posibilidad histórica de recuperar parte de la vieja izquierda articulándola con una nueva militancia y constituyendo un movimiento amplio y nuevo, ignorando -en principio- las elecciones. Por lo menos por los primeros años. Lo que hizo fue repetir lo que ya sabía hacer: ser candidato y armar una organización política en torno a él. Zamora tuvo en sus manos un capital político importante para construir algo nuevo, si se hubiera puesto al servicio de eso que circulara. Por ejemplo: hay que inventar una forma de gestión colectiva de los servicios públicos que todavía no existe. Un gran movimiento social detrás de la gestión pública que acompañe desde las cooperadoras de los colegios y los hospitales hasta el servicio de energía eléctrica y de gas… Y recién a partir de ese movimiento, imbuido en la gestión de la ciudad, armar candidaturas. Es movimiento tiene perspectiva y tiene interés, porque permite una construcción política articulada con un proceso social

¿ Hasta que punto se puede generar un cambio al margen del poder?

No es que estoy en contra de que un movimiento emergente de izquierda se presente a elecciones, lo que no puede ser es que la lógica constitutiva sea ésa. Creo que hay que transitar un largo proceso de gestación. Se trata de romper con el paradigma del asalto al poder, que es lo que se plantea Holloway. Si se construye fuerza social, poder social -o contrapoder social- esa fuerza se puede articular después políticamente a nivel de municipio o de provincia. Me imagino un movimiento que empiece desde abajo. Una proliferación de movimientos autónomos que tiene que intentar involucrarse en la gestión colectiva, sin diluirse dentro del Estado pero tampoco autonomizándose de modo absoluto, porque si no se perpetua una estructura de poder que termina por desgastar al propio movimiento. Se puede transformar y revolucionar el poder, pero no con la idea de asaltarlo

Un modelo más parecido al de la resistencia global que al de los partidos de izquierda

Sin dudas, absolutamente.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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