Nota
Envenenando la cancha: Febres murió por ingesta de cianuro
El prefecto Héctor Febres murió envenenado por cianuro cuatro días antes de escuchar su condena. Los querellantes señalan que se trata de un mensaje claro: que nadie hable para garantizar el pacto de impunidad. Responsabilizan a la justicia por permitir que los represores de la dictadura detenidos estén bajo la responsabilidad de sus propios camaradas y vinculan el hecho con la desaparición de Jorge Julio López, el principal testigo de la causa Etchecolatz, de quien nada se sabe desde hace 15 meses.
El prefectura Héctor Febres, el primer represor de la ESMA en ser juzgado, murió envenenado con cianuro cuatro días antes de escuchar su condena. Así lo demostraron los estudios toxicológicos realizados en sus vísceras. Inmediatamente después de realizadas las contrapruebas que constataran el diagnóstico, la jueza Sandra Arroyo Salgado detuvo al jefe de la zona Delta de la Prefectura Naval, Rubén Iglesias, y a los dos prefectos que lo custodiaban También ordenó el arresto de la mujer y los dos hijos de Selva –como llamaban al represor por “tener la ferocidad de todos los animales juntos”-, quienes habían cenado con él la noche anterior en su celda VIP de dos ambientes, con balcón y DVD en la sede que su fuerza tiene en el Tigre.
“Más allá de las responsabilidades personales hay que apuntar a la responsabilidad institucional, porque la Prefectura Naval dispuso la muerte de Febres o la consintió. Aquí el mensaje parece claro: nadie va a romper el pacto de silencio”, sentencia Rodolfo Yanzón, abogado querellante en la causa que se le seguía El Gordo Daniel o Selva por la privación ilegítima de la libertad y la aplicación de tormentos a cuatro personas. Además, Febres estaba procesado por otros 300 casos.
“Hace más de tres años que pedimos que estos señores pasen a cárceles comunes. El argumento que dio la justicia cuando denegó nuestra exigencia eran razones de seguridad. Ahí tienen la seguridad”, se enoja Yanzón que no puede dejar de vincular la desaparición de Jorge Julio López -el principal testigo de la causa que terminó con la condena perpetua a Miguel Etchecolatz-, de quien no se sabe nada desde hace casi 15 meses. “Son distintos métodos pero con el mismo objetivo –señala-: quieren sembrar el pánico y que no se prosiga con los juicios”. Yanzón y el resto de los organismos defensores de los derechos humanos había cuestionado muy severamente la forma de realizarse esta juicio, reducido a un solo represor y a un puñado de caso. Argumentaban que implicaba un grado de exposición permanente para los testigos y, también, que facilitaba las dilaciones y las intimidaciones.
“Es imposible que una persona a disposición de la Justicia y detenida sea envenenada –remarca el abogado-. Aún en el caso de que se trate de un suicidio, nadie puede entrar cianuro a un lugar de detención. Está clara la responsabilidad del Estado en general, de la Prefectura en particular y de la Justicia. Resulta imperioso que los jueces dispongan el traslado de todos los procesados por los juicios por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura a cárceles comunes. El gobierno debe tomar cartas en el asunto: el ministro de Justicia tiene que decidir que no puede haber ningún detenido de las fuerzas armadas a disposición de sus camaradas.”
Graciela Daleo, sobreviviente de la ESMA y una de las ex desaparecidas que atestiguó contra Febres, también subraya la gravedad de que la Justicia haya desoído el planteo de los organismos defensores de los derechos humanos. “Cuando le pedimos al Tribunal Oral que aloje a Febres en una cárcel común, nos dijeron que esa era una disposición del Juez Sergio Torres, que a su vez no encontraba motivos para que fuera trasladado a una cárcel común”.
Para Daleo no es casual el veneno utilizado para acabar con la vida de Febres. “Deja una señal muy clara que no se puede disimular: ´Ustedes, los militantes populares, utilizaron el cianuro en los 70 para evitar hablar mientras los torturábamos o que los matáramos, nosotros lo usamos ahora para que no nos maten civilmente, con los juicios´. Esa es mi especulación, porque todavía falta información. Pero aún siendo un suicidio, alguien dejó entrar el cianuro a la base de Prefectura del Delta, donde estaba detenido. La responsabilidad sigue siendo de la fuerza, que es la misma que acaba de reprimir a los trabajadores del casino y la que participó en el operativo del Puente Pueyrredón cuando mataron a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki”.
La sobreviviente de la ESMA comparte la sensación de impotencia que tienen muchos de los testigos por haber hecho un gran esfuerzo declarando judicialmente sin que pueda plasmarse en una condena: la causa contra Febres quedó técnicamente extinguida y el imputado fue sobreseído, dado que la justicia argentina no puede juzgar a nadie post-mortem. Las querellas habían solicitado al Tribunal, invocando el derecho a saber la verdad, que aunque los jueces no formulen condena den a conocer los hechos que consideraban probados. Sin embargo el Tribunal Oral 5, presidido por Guillermo Gordo, denegó el pedido.
“Las fuerzas armadas siguen utilizando la muerte en su propio beneficio. La utilizaron cuando desaparecieron a miles militantes populares durante la dictadura y ahora ellos decidieron que tenía que morir uno de ellos para garantizar impunidad”, sentencia Daleo.
Los resultados de la autopsia conocidos ayer indicaron que el prefecto murió a causa de un paro cardíaco provocado por una ingesta “de una importante cantidad de cianuro por vía bucal”. Aunque no determinó si se trató de un suicidio o un homicidio, toda la investigación apunta a esta última hipótesis.
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Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.


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