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Eric Sadin: «Nuestra época está marcada por la ingobernabilidad permanente»

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Con un aspecto similar al de una estrella musical, el filósofo francés Éric Sadin (París, 1972) se ha propuesto una tarea ciclópea: desentrañar esos episodios que, aunque desconcertantes, hoy gobiernan nuestras vidas. ¿Por qué triunfan burdas teorías de la conspiración mientras las sociedades occidentales se fragmentan en trozos cada vez más pequeños? A esta clase de preguntas trata de responder en ‘El individuo tirano‘ (Caja Negra), una obra que muestra una nueva aproximación crítica a la tecnología, recogiendo el testigo de libros anteriores, como ‘La silicolonización del mundo‘. La respuesta, según él, es multidimensional: no parte tan solo de la precariedad o la polarización política sino que nace, en gran medida, de un ‘ethos’ individualista que gobierna el mundo desde hace varias décadas.

Por Pelayo de las Heras para etich.es. Traducción por Sandra Gallego Salvá

A pesar del optimismo generalizado tras la caída del Muro de Berlín, en El individuo tirano sostienes que fue entonces cuando cristalizó de forma definitiva la ruptura de la confianza entre los individuos, el cuerpo social y las instituciones. ¿Cómo nos ha hecho evolucionar la tecnología?

En dos décadas hemos experimentado una transformación absoluta de nuestra percepción de las tecnologías digitales. Partiendo del entusiasmo inicial, las conciencias están hoy marcadas por la desilusión. Pero entre estos dos momentos hubo un término medio, durante el que se jugó lo esencial: el hecho de que a principios de la década de 2010, sistemas dotados de capacidades tanto interpretativas como sugestivas comenzaran a enmarcar nuestras vidas con fines comerciales, presentándonos a diario productos supuestamente adecuados para cada uno de nosotros –siempre con el propósito de hiperoptimizar ciertos sectores de la sociedad. Pensemos en el mundo de la logística, en el que los fabricantes reciben señales que les indican qué hacer: Este fue el punto de partida, a medida que avanzaban mis libros, de mi exploración sobre la naturaleza y el alcance de los efectos inducidos. Sin embargo, no lo veíamos claramente y seguimos sin verlo. Ha llegado el momento ya no de elaborar una única crítica del tecnoliberalismo, sino de invertir el foco de alguna manera, de captar los efectos inducidos en nuestras psiques de un uso más asiduo de las tecnologías digitales.

En tu obra, tal como indica el título, hablas del «individuo tirano», haciendo hincapié en un individualismo extremo carente casi de toda colectividad. Pero ¿a qué te refieres concretamente con ese concepto?

Vivimos un momento de extrema saturación en el orden político y económico que reaviva la intención de no estar de brazos cruzados. Esto lleva vigente casi medio siglo. Desde entonces, la mayoría ha estado dividida entre dos estados opuestos: por un lado, la constatación de no pertenecer más a uno mismo y enfrentarse a situaciones cada vez más precarias; por el otro, el hecho de usar tecnologías para facilitarnos la existencia, el acceso inmediato a la información, la formulación de opiniones y esa sensación de ganar aún más poder. Es una tensión explosiva, pues contribuye a imaginarnos como sujetos autárquicos replegados sobre nuestros instrumentos –que supuestamente nos ofrecen mayor control–, liberando así la expresión continua de nuestro resentimiento. Esta sería la era del individuo-tirano: una condición civilizatoria sin precedentes que contempla la abolición progresiva de una base común para dar paso a un enjambre de seres que se consideran tan engañados que no consiguen darle crédito a su propia percepción de las cosas.

Habla del smartphone como una herramienta esencial al contribuir con las posibilidades que ofrece para situar la individuo como primera y última instancia de un poder legítimo, creando una sensación de falso control de la realidad. En este sentido, incluso la ‘i’ del iPhone es simbólica.

Durante las Treinta Gloriosas, la industria desarrolló productos que apoyaron el proceso de individualización ,como el automóvil, el camping o el magnetoscopio. Técnicas que daban la sensación de vivir la vida que uno quiere. A finales de los 90 aparecieron simultáneamente dos dispositivos que iban a dar una nueva dimensión a este movimiento: internet y el móvil. Nos permitían mayor movilidad y ampliaban el acceso a la información, generando la ilusión de sentirnos más activos (en el sentido de actuar, de realizar). Porque la utopía de la emancipación a través de las redes es una fábula. ¿Quién iba a creer que a través de simples intercambios en foros en línea nos libraríamos de nuestras alienaciones? Por otro lado, se creó muy pronto un mito: el de una mayor autonomía y valor de nuestro capital humano. Esa ‘i’ que mencionas fue celebrada en todas partes, consolidando el individuo autorrealizado: la gente se apropiaba de las lógicas neoliberales pero bajo una forma aparentemente cool y el smartphone amplificó el fenómeno. El círculo está cerrado: el tecnoliberalismo ha engendrado un autoliberalismo de uno mismo.

¿El falso empoderamiento es la razón de centrarse especialmente en las redes sociales?

Las redes encarnan los dispositivos que habrían generalizado normalizado una relación inflada con la realidad y los demás. Despegaron a finales de los años 2000, en un momento en que la mayoría vivía con la sensación de inutilidad e invisibilidad social. Entonces, una plataforma permitía exponerse ante los demás mientras recibía un baño de agrado simbolizado por un pulgar erecto. Durante la crisis del 2008, que respaldó una desconfianza hacia las instituciones económicas y políticas, Twitter dio voz al resentimiento con fórmulas escuetas que favorecían la afirmación categórica y que condujeron rápidamente a una brutalización de los intercambios. En un momento en que la industria digital estaba ocupada mercantilizando la totalidad de nuestras vidas, proporcionó una interfaz destinada a crearse un aura simbólica. En cuanto a Instagram, esta red ha llevado a una estilización pública de la existencia con el fin de monetizar el poder de recomendación.

«¿Quién iba a creer que a través de simples intercambios en foros en línea nos libraríamos de nuestras alienaciones?»

Rechazas una de las tesis principales acerca del actual capitalismo, como es la del «capitalismo de la vigilancia» de Shoshana Zuboff. ¿Dónde nos encontramos entonces?

La vigilancia se caracteriza por la recopilación de información con fines de control disciplinario, algo que solo usan los Estados. A la industria numérica le importa un pepino espiarnos, lo que pretende es penetrar nuestro comportamiento –generalmente con nuestro consentimiento– con el único objetivo de marcar el rumbo de nuestra cotidianeidad. Se trata más concretamente de un capitalismo de la administración de nuestro bienestar en el que no dejamos de acurrucarnos. Ya no puede ser solo el momento de denunciar a los gigantes digitales que nos absuelven de nuestra parte de responsabilidad; es preciso entender que nuestros usos han generado formas de sordera entre los distintos componentes del cuerpo social, principalmente por la declaración ad nauseam de nuestras opiniones en las redes sociales. Estas prácticas no hacen más que consolidar nuestras propias creencias, suscitar tensiones interpersonales que proceden de una ilusión de implicación política ya que por lo general se dan al margen de cualquier compromiso concreto. Una disimetría tan grande entre el discurso y la acción representa un drama de nuestra época.

¿La sensación de poder ofrecida por los dispositivos tecnológicos, la sensación de haber sido engañados políticamente y la voluntad de no seguir siendo engañados es lo que crea la situación de «ingobernabilidad permanente» que defiende?

Desde principios del 2010, no han dejado de martillar con que estamos ante un aumento de los populismos Es una lectura que no me parece propia para analizar fenómenos inéditos, pues quien dice populismo supone aspiraciones comunes, promesas hechas por figuras fuertes a las que las masas dan su aprobación. Sin embargo, de lo que se trata hoy es de la llegada de una nueva condición de individuo contemporáneo hecho de sus heridas en un momento de la historia que, década tras década, habrá acarreado tantas experiencias fallidas. En esto, la ira actual surge menos de motivos ideológicos que de afectos subjetivos, que se expresan con el smartphone en mano. Este nuevo ethos baraja las cartas del pacto que obra entre gobernantes y gobernados para descubrir lo que llamo un estado de ingobernabilidad permanente.

¿Ha marcado la pandemia un antes y un después en nuestra concepción tecnológica?

De la noche a la mañana, el confinamiento impuso la necesidad de realizar muchas actividades corrientes en línea. Esto ha tenido tres efectos importantes: primero, una intensificación repentina del uso de protocolos digitales; en segundo lugar, la extensión de estos a muchas actividades, algunas de las cuales hasta ahora era inimaginable poder llevar a cabo de forma remota. Y finalmente el tercero: un fenómeno de naturalización, como si ahora fuera normal realizar actividades humanas sin una presencia carnal compartida. Hemos cruzado el umbral de una nueva condición, tanto individual como colectiva, marcada por una relación con los sistemas digitales cada vez más totalizadora.

«Lo alternativo ya no debería ser heroico»

Ahora, la crisis económica que vamos a vivir y que se traducirá especialmente en la necesidad de reducir costes, nos llevará al fortalecimiento de procesos como el teletrabajo. Por ejemplo, los empleados de Facebook que así lo deseen pueden teletrabajar de forma permanente. Por su parte, el Daily News se ha convertido en el primer diario sin redacción física. Dondequiera que la distancia pueda destronar al cara a cara, lo hará. Estamos asistiendo a un borrado progresivo del cuerpo y la presencia y veremos llegar  una nueva globalización, la de los servicios, donde la ubicación será cada vez menos relevante y el salariado se cuestionará a favor del trabajo por encargo. Será entonces necesario que todos estos cambios, así como el alcance de sus consecuencias, sean objeto de debates y acuerdos. De lo contrario, aparecerán inevitablemente nuevas formas de competencia desleal entre países del Norte y del Sur.

¿Hay un fracaso de ese ideal ilustrado que aspira a conjugar la autonomía con el interés general?

Exactamente. Lo que hoy hemos entendido es que el individualismo liberal es un mito que ha durado más de dos siglos. Al final de una larguísima secuencia, solo nos queda tomar nota del fracaso de este pacto político supuestamente virtuoso, porque nunca ha dejado de generar desigualdades y competencia feroz  mientras persigue en una carrera desenfrenada la búsqueda del progreso sin fin que nos ha llevado al borde del precipicio. Lo que también hay que señalar es que se ha vuelto a recolocar repetidamente sobre unas bases más equitativas para terminar produciendo, como es inevitable, el mismo resultado. En este sentido, deberíamos esforzarnos por definir de manera muy diferente los términos de esta noble aspiración inicial. Y esto exige constatar que el principio de delegación como modo exclusivo de gobernanza está agotado para, después, implementar una infinidad de prácticas capaces de hacernos más actores de nuestras vidas.

«Debemos defender el derecho a experimentar otros modos de existencia con fines más virtuosos y solidarios»

«La fase destructiva de las protestas nunca da lugar a una fase constructiva», se puede leer en El individuo tirano. ¿Estamos secuestrados por una especie de nihilismo universal? Y lo que es más, ¿se puede vislumbrar hoy algún mimbre constructivo de algún tipo?

Deberíamos trabajar hacia el establecimiento de una democracia radical, en palabras del filósofo John Dewey. Más que instituir una renta universal, sería sensato que los fondos públicos pudieran apoyar todo tipo de proyectos que traten de establecer formas de organización menos preocupadas por el lucro y que apunten a la mejor expresión de cada uno en el campo del cuidado, la educación, la artesanía, etc. Lo alternativo no debe ser un acto heroico, sino que debería ser alentado a todos los niveles. Debemos defender el derecho a experimentar otros modos de existencia más virtuosos y solidarios: es hora de frustrar las pasiones tristes que nos socavan, atizadas por la amarga sensación de sentir nuestra propia inutilidad, para sustituirlas por la lógica inversa. En otras palabras, la alegría de implicarse en los asuntos comunes y de sentirse plenamente involucrado en el desarrollo de nuestros destinos individuales y colectivos. De lo contrario, es probable que la furia del todos contra todos se convierta en el rasgo dominante de la época.

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Desde que se inició este año desde el Observatorio de Violencia Patriarcal Lucía Pérez registramos 100 femicidios, casi 1 por día. 

La víctimas fueron desde mujeres de 83 años, como Ana Angélica Gareri, en Córdoba, a una adolescente como Pamela Romero, de 16, en Chaco; y una bebé de 3 años en González Catán. 

En este 2025 ya registramos 85 tentativas de femicidio.

En el 2025 registramos en todo el país 77 marchas y movilizaciones que se organizaron para exigir justicia por crímenes femicidas. 

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En nuestro padrón de funcionarios denunciados por violencia de género, podés encontrar el registro clasificado por institución estatal y provincia. Hasta la fecha, tenemos contabilizados 161 funcionarios del Poder Ejecutivo, 120 del Poder Judicial, 72 del Poder Legislativo, 71 de las fuerzas de seguridad y 71 de la Iglesia Católica. 

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En el padrón que compila datos oficiales sobre denuncias de violencia de género, podés encontrar datos sobre cantidad de denuncias por localidad y la frecuencia con que la recibimos. Un ejemplo: este mes la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de la Nación informó que durante el primer trimestre de este año recibió un promedio de 11 denuncias por día de violencia contra las infancias.

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Otro: el Ministerio Público Fiscal de Salta informó que no alcanzan al 1% las denuncias por violencia de género que son falsas.

En nuestro padrón de desaparecidas ya registramos 49 denuncias.

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Lo que revela toda esta información sistematizada y actualizada es el resultado que hoy se hace notorio con una cifra: 100.

Más información en www.observatorioluciaperez.org

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5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

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Pasaron cinco años del femicidio de Cecilia Basaldúa en Capilla del Monte. Tres años de un juicio que absolvió a un imputado sin pruebas. Cuatro fiscales, cuatro policías presos y numerosas movilizaciones, desde Buenos hasta Córdoba, para exigir la verdad, ese compromiso que aún es la certeza que falta.

Fotos y crónica de María Eugenia Morengo para cdmnoticias.com.ar

25 de abril. Cruz del Eje. El GPS calcula unos 2 kilómetros. La entrada a la ciudad está envuelta de un aire viscoso. Una avenida se extiende en silencio y después de atravesarla, la llegada a los Tribunales se convierte en un ritual: una reminiscencia de lo que fue, una promesa de lo que debe ser. El pedido por Verdad y Justicia, es una demanda que crece. Cada letra se ubica en el mismo lugar que ocuparon tres años atrás. Las escaleras de la justicia cruzdelejeña son de un cemento gastado. Raspan, duelen.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

¿Qué pasó en Capilla del Monte? El papá y la mamá de Cecilia, Daniel Basaldúa y Susana Reyes, están cargados de bolsas, llenas de carteles con el rostro de su hija, multiplicado. Son como una red que se estira a lo largo de esos 868 kilómetros que conectan a Buenos Aires con el noroeste de Córdoba. El camino recurrente que transitan para llegar a la verdad..

Sin previo aviso, adentro del edificio de Tribunales Daniel y Susana se anuncian. Quieren ver al todavía fiscal Nelson Lingua, quien aún está a cargo de la investigación de la causa, antes de que asuma como nueva fiscal, Sabrina Ardiles. Afuera todavía se respira la niebla. La espera alerta a los policías. Quieren saber si van a venir más personas.

      – Lo hacemos para cuidarlos –dice la mujer de uniforme.

Piden datos, intentan tomar nota de lo que es una rutina inventada.

–La policía a nosotros no nos cuida –reacciona Susana y en un intercambio sin sentido, se alejan.

Silvia Rivero es la prosecretaria de la fiscalía, se acerca afuera y los llama. El fiscal se hizo un lugar en la agenda del día viernes. Adentro, el reflejo del piso de tribunales es como un espejo que se extiende, entre mocasines, tacos, alpargatas y zapatillas.

La preocupación de la familia es evidente. El recibimiento del fiscal es cordial. Se explica ante los recientes cambios que pronostican para el mes de mayo a Sabrina Ardiles, como la persona que estará sentada en el mismo sillón inmenso de cuerina, desde donde ahora, les habla Lingua. La dra. Rivero, también explica, y confirma que nunca se dejó de investigar. La necesidad de la confianza es una tregua durante esa hora de reunión, los tecnicismos se suspenden y las palabras se abren en una cronología de datos, guardados en la memoria indeleble de Daniel Basaldúa.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

La medida del tiempo de la causa, son las fojas de expedientes que se acumulan. La inspección judicial realizada en el mes de agosto del año 2024, por los posibles lugares donde Cecilia pudo haber estado en Capilla del Monte antes de su muerte, dejó en evidencia la dudosa hipótesis de la anterior fiscal de Instrucción de Cosquín, Paula Kelm, quien había asegurado que Cecilia había llegado por sus propios medios al lugar donde apareció sin vida. Mientras que en el transcurso de estos años, cada vez son más los policías que estuvieron en la búsqueda e investigación, presos por violencia de género:

Adrián Luquez, ex sub comisario, detenido por amenazas con armas de fuego a su pareja. Hoy en libertad, se fue a vivir a San Luis. Ariel Zárate, ex sub comisario de la Brigada de Investigaciones de la Departamental Punilla Norte –preso por violencia de género.  Diego Concha, ex director de Defensa Civil, encargado de la búsqueda –condenado a prisión perpetua por el crimen de Luana Ludueña y por la causa de violencia de género hacia su ex mujer, y Diego Bracamonte, ex comisario departamental, a cargo del operativo de la búsqueda –preso por violencia de género.

El tiempo de la justicia es una curva enredada, en apariencia, inofensiva. El tiempo de la justicia es el de las burocracias que definen su forma de proceder. El tiempo, es de una lentitud que lastima. Las letras se vuelven a guardar.

Son las cuatro de la tarde y el sol avanza en la siesta de Capilla del Monte. En la plaza San Martín, alrededor del Jardín de la Memoria, se arman los gacebos, se pone un aguayo, se llena de flores. Rojas, amarillas, lilas, celestes, el monte aún está florecido. Contrayerba, lavanda, romero, palo amarillo, incayuyo, ruda, los sahúmos se arman. Una compañera comienza a preparar el fuego.

Más lejos, sobre la calle Pueyrredón, en la puerta de la Secretaría de Turismo, la concentración crece. Llegan de todas las direcciones. Con tambores y repiques, con banderas y ofrendas. Una combi estaciona, descienden vecinos y vecinas que subieron en Córdoba y en distintas partes del Valle de Punilla.

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La batucada suena, es un comienzo en cuenta regresiva. La marcha avanza a contramano. Hay una indignación que toma el ritmo de los tambores, trepa en el repique y todo se hace canción. La calle techada de Capilla del Monte es un anfiteatro de barricadas. Los sonidos viajan a través de la mejor acústica para el reclamo: ¡Vecino, vecina, no sea indiferente nos matan a Cecilia en la cara de la gente. Cecilia presente!

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“Este es un día especial y este lugar es especial porque tiene mucho que ver con lo que le pasó a Cecilia”, comienza Daniel en la puerta de la comisaría de Capilla del Monte, “hay muchos policías involucrados en el caso. Ya lo hemos denunciado muchas veces, pero parece que no alcanza”, dice mirando a los uniformados que permanecen parados como  granaderos.

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Daniel les recuerda que durante el año pasado, la policía de Capilla debió haber realizado  notificaciones a tres personas para declarar en los Tribunales de Cruz del Eje, pero no lo hicieron. Las testimoniales pudieron efectivizarse, porque intervinieron los abogados de la querella, Daniela Pavón y Gerardo Battistón. En ese mismo reclamo, la abogada Pavón  se acerca y también hace pública la falta de atención institucional que hay para las víctimas de violencia de género en la localidad.

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Susana, Daniel y Daniela Pavón

La familia de Ezequiel Castro, asesinado por la policía de Córdoba, se adelante y los abraza. Alguien grita que ahí mismo, en la comisaría, apareció ahorcado Jorgito Reyna, hace 12 años, atado con la manga de su campera a la reja de una ventana, pocos centímetros más alta que él. Que su causa, también sigue impune y que los golpes que tenía no fueron suficientes para demostrar  que lo habían torturado. Que a pesar de no bajar los brazos, las familias sienten que el duelo es un proceso tan profundo, como inacabado.

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Susana y Daniel permanecen frente a una multitud, observan hacia adelante y hacia atrás. Saben que la comisaría es señalar lo que siempre llega al mismo lugar: complicidad. “A las chicas les pedimos que no tengan miedo, que denuncien -acentúa Susana- que no se dejen asustar con los policías ni con nadie, nadie tiene derecho a venir a violentarnos”.

 El espacio público es un canal clave para recordar que los asesinos de Cecilia están libres, “y que muchos andan dando vueltas por acá”, dice Daniel y remarca que no dejarán de venir a Capilla del Monte, hasta que los responsables del femicidio de su hija, estén presos.

La llegada a la plaza San Martín es un círculo de candombe que la nombra. Hace cinco años que se insiste en las mismas palabras, como un tajo que se abre en el cemento, una cicatriz que se agranda en medio de la incertidumbre: ¿Qué pasó con Cecilia?

Tal es el encubrimiento que las responsabilidades se hacen obvias.

La ronda se acerca al altar. Es un asedio a la justicia que falta. Desde el micrófono se invita a dejar una ofrenda en memoria de Cecilia, a conjurar entre todas y todos ese momento, esa memoria. En el  centro de una plaza que se anochece, resuena una voz grabada -desde algún punto del Abya Yala- Lolita Chávez, lideresa maya de los pueblos K’iche de Guatemala, habla entre los yuyos que comienzan a perfumar lo que no se puede detener. Cada rama seca que se enciende se hace una intención, un pájaro que se dispara, restos del día que se van:

 “Hoy 25 de abril levantamos nuestra fuerza sagrada, y nuestro poder popular feminista. Reconociendo la memoria, la historia, el vientre en la sangre, de Cecilia Basaldúa. Ese femicidio no debe quedar en la impunidad (…). Con la fuerza de nuestras ancestras, con los fuegos sagrados que encendemos, levantamos nuestra expresión de indignación  y lo comunicamos a los cuatro puntos cardinales. Para que nunca más haya este tipo de violencias contra nuestras vidas”.

Las copleras y la poesía toman el escenario. Las y los músicos hacen de Cecilia esa canción y en el centro del caldero caliente, el humo abre el cielo: hay una memoria que se desprende y una vida que cambió de idioma.

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En medio del algarrobo que sostiene los carteles de Memoria, Verdad y Justicia, una placa de cerámica con el rostro de Cecilia, también observa. El día queda atrás y en el fondo de la noche, las palabras todavía están en suspenso, son un silencio que pronto dirá.


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