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Flores, cacharritos, hotel alojamiento, gingko, y una historia para el presente y el futuro: el cumple de Abuelas

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Nacieron como “Abuelas Argentinas que buscan a sus Nietitos Desaparecidos”. No fue un 22 de octubre, que de todos modos quedó como fecha emblemática para unas mujeres que han hecho historia  y sobre todo futuro. Rompieron la anti-premonición con la que les había respondido una jueza de menores en plena dictadura: “Sólo sobre mi cadáver van a obtener la tenencia de esos niños”.

Cumplen 45 años las Abuelas de Plaza de Mayo en esta fecha simbólica, y decidimos volver a publicar la nota realizada por la Agencia lavaca.org hace 20 años, cuando nuestra cooperativa estaba naciendo y casi nadie hacía periodismo en Internet. El trabajo refleja no solo la historia de Abuelas, sino también una curiosidad: ¿cómo se celebró el evento en 2002, con quiénes, cuando Abuelas cumplía 25 años? Presidía el país Eduardo Duhalde, estaban frescos los eventos de 2001 y días antes habían atentado contra la casa de Estela Carlotto. Se habían recuperado 73 nietos (hoy ya son 130). ¿Quiénes eran? Los eventos que lavaca acompañó, que pasaron por Plaza de Mayo, el Colón y la Iglesia de la Santa Cruz, con un regalo que fue un recuerdo sobre cómo la vida le puede ganar a la guerra.  

Y la historia: los falsos cumpleaños en bares emblemáticos, el misterioso señor Blanco, la jerga para hablar entre ellas sobre las desapariciones. El hotel alojamiento en Brasil, el recuerdo de figuras como Chicha Mariani y Licha De la Cuadra. El gesto de Azucena Villaflor en medio de un bosque de militares. Una nota que aquella vez titulamos La historia no oficial, la ruda y el gingko, para contar algo de una historia que desde siempre siembra futuro. (Por Sergio Ciancaglini).  

Las Abuelas de Plaza de Mayo cumplieron 25 años buscando a sus nietos y el día en que estaban celebrándolo con un encuentro ecuménico, uno de esos nietos mostró al público un papel enrollado: la confirmación judicial de la restitución de su identidad.
Se trata de Gabriel Matías Cevasco, que participó del encuentro en la Parroquia de Santa Cruz, de Buenos Aires, como nieto, y como pastor adventista. Estela Carlotto, presidenta de Abuelas, aplaudió emocionada. Nadie percibió dónde estaba la sutil guardia de civil que la custodia desde que el 20 de septiembre atentaron contra su casa de La Plata, a las tres de la madrugada, hecho que ella definió con pragmatismo: «quisieron matarme».
Sobre sus custodios policiales, Estela ha decidido tomarse las cosas con humor, y reconoce que le han caído bien: «Si me dan tiempo, los voy a sacar buenos».
Hubo muchos actos, exposiciones, lecturas y encuentros durante varios días, para un aniversario que siempre se celebra el 22 de octubre, aunque todos coinciden en que la fecha es simbólica y quedó instalada tras un embrollo de la memoria sobre cuál fue el momento exacto en el que esta entidad, candidata al Nobel de la Paz, comenzó a existir: en 1977 estas mujeres no pensaban en efemérides, sino en llorar a sus hijos, encontrar a sus nietos y eludir a la dictadura.
Es difícil saber si esta historia de 25 años pertenece al pasado.

Flores, cacharritos, hotel alojamiento, gingko, y una historia para el presente y el futuro: el cumple de Abuelas

En aquellos tiempos estas mujeres eran amas de casa, docentes, empleadas, en la mayoría de los casos muy poco interesadas en la política. Frente al televisor, preferían ser víctimas de una telenovela, antes que de un programa político.
Sus hijos e hijas, en cambio, miraban otro canal. Pertenecían a esa generación de fines de los 60 y comienzos de los 70, que en muchos países se apasionaba por la política y por la posibilidad de transformar el mundo.
Esos jóvenes se hicieron militantes políticos. Tras el golpe del 24 de marzo de 1976 a todos les cambió la programación de sus vidas. Las actuales abuelas le vieron la cara al terrorismo de Estado, al enterarse de que sus hijos o hijas a veces embarazadas, y hasta sus nietos, habían sido secuestrados por el régimen militar.
Desaparecidos.
Hay que pensar que en aquel momento la idea de la desaparición no existía, ni siquiera figuraba como delito. Estas mujeres, de a una, salieron de sus casas y se pusieron a buscar en comisarías, en hospitales, en cuarteles, en juzgados. Siempre recibieron respuestas negativas.
Pero la propia búsqueda hizo que empezaran a reconocerse entre ellas: el código de la angustia.
Al principio no había diferencias entre «madres» y «abuelas». La mayoría eran mujeres, porque podían dedicar a la búsqueda un tiempo que sus maridos no tenían y suponían, de paso, que los militares encontrarían engorroso enfrentar a unas señoras mayores, modales que fueron rápidamente desmentidos por la realidad.
Se formaron dos grupos, el de Madres y el de Abuelas, por una diferencia práctica: el de Abuelas se organizó a partir de la información concreta de que sus hijos habían sido asesinados. Los que faltaban eran sus nietos. En cambio las Madres seguían sin noticia alguna sobre sus hijos.
El grupo original de Abuelas fue de doce mujeres. Y la fecha que toman como nacimiento ocurrió al llevarle una carta de reclamo al secretario de Estado norteamericano Cyrus Vance, de visita en Buenos Aires. Firmaban así: «Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos».
La carta no la entregaron en Plaza de Mayo, sino en Plaza San Martín, donde Vance fue a poner flores al monumento del prócer. No fue María Isabel «Chicha» de Mariani la que le dio la carta al norteamericano, de confundida que estaba en ese bosque de militares, funcionarios y mujeres gritando, sino Azucena Villaflor, la fundadora de Madres de Plaza de Mayo. Y la fecha no fue el 22 de octubre. Siempre pensaron que había sido aproximadamente en esos días, y así comenzaron a celebrar sus aniversarios muchos años después, aunque luego descubrieron que la visita de Vance había sido el 21 de noviembre de 1977.
Como dicen hoy las abuelas, la fecha es lo de menos. ¿Pero qué hay detrás de esa historia?
Aquellas mujeres empezaron su lenta búsqueda comprendiendo que, para espantar el miedo, les hacía bien estar juntas. Varias llegaban a Buenos Aires desde La Plata. Descubrieron que hasta el hecho de almorzar se transformaba en un gasto denso, y llevaban manzanas en sus carteras, para comer sentadas en alguna plaza. Iban anotando a mano cada gestión, cada respuesta, en unos cuadernos escolares que llevaban en la cartera, con las manzanas. Ahí estaba el disco duro de Abuelas.
Allí anotaron, por ejemplo, esta respuesta de la doctora Delia Pons, del Tribunal de menores de Lomas de Zamora: “Estoy convencida de que sus hijos eran terroristas, y terrorista es sinónimo de asesino. A los asesinos yo no pienso devolverles los hijos porque no sería justo hacerlo. Sólo sobre mi cadáver van a obtener la tenencia de esos niños».
La dictadura equiparaba la palabra «terrorista» o «subversivo» a cualquier opositor al régimen. Los cálculos más serios (por ejemplo los del fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales, Emilio Mignone) indican que el diez por ciento de los desaparecidos participaron en las organizaciones armadas. El noventa por ciento no.

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Más allá de los cálculos, como ni a unos ni a otros se los juzgó, tampoco puede saberse en qué medida cualquiera de ellos fue efectivamente autor de algún delito.
En caso de serlo, el castigo no puede ser la tortura y la muerte clandestina (comerse al caníbal) actitud que constituye en sí misma un comprobado terrorismo, y de la peor especie: el terrorismo de Estado, que además secuestró, torturó y asesinó a monjas, empresarios, docentes, sindicalistas, políticos, familiares que buscaban (como Azucena Villaflor), y mató incluso a diplomáticos del propio régimen que planteaban sus disidencias.
Aun siguiendo la lógica de la doctora Pons, quedaría una pregunta en danza: ¿los bebés eran terroristas?
Las Abuelas seguían su búsqueda, chocando contra la perversión y la persecución. El denso silencio de los medios (más que silencio, apoyo específico y acrítico a los militares) sólo se quebró en abril de 1978, dos años después del golpe. El diario The Buenos Herald, de lengua inglesa, se atrevió a publicar una carta de lectores en la que se hacía referencia a la desaparición de bebés. Fue la primera vez que en un medio se mencionó el asunto. El 5 de agosto de ese año, el diario La Prensa aceptó publicar una solicitada de Madres y Abuelas. Era domingo. Día del niño.
Para reunirse sin llamar la atención, las abuelas simulaban cumpleaños en bares y confiterías, como Las Violetas (en Rivadavia y Medrano, de Buenos Aires). Aprendieron a simular sonrisas y cantaban el «feliz cumpleaños» mientras intercambiaban regalos (e información) mirando hacia los costados para ver si no las seguían.
Cuando hablaban por teléfono usaban claves. Con las palabras «flores» o «cacharritos» se referían a sus nietos. O decían: «El señor Blanco todavía no contestó la carta que le mandamos». El señor Blanco era el Papa.
Empezaban a aparecer pistas. Los bebés secuestrados habían sido dados en adopción a militares, policías o gente allegada a la dictadura. Rumores barriales, pequeños comentarios, historias de matrimonios estériles que de pronto aparecían con un bebé. El cine reflejó esto en la única película argentina que ganó un Oscar, La Historia Oficial.
Los cuadernos de las Abuelas iban llenándose de datos. Había que comprar nuevos. El desgarro por la muerte de sus hijos se convertía en un proyecto desmesurado en plena dictadura: recuperar flores y cacharritos.
También comenzó a crecer el anecdotario de estas mujeres que hacían lo suyo con una mezcla de obstinación e inocencia asombrosas.
En 1979 dos de las Abuelas (Chicha Mariani y Alicia «Licha» De la Cuadra) viajaron a San Pablo, Brasil, para reunirse con la organización Clamor (Comité de Defensa de los Derechos Humanos en el Cono Sur), liderado por el cardenal paulista, Don Paulo Evaristo Arns.


Llegaron al aeropuerto, tomaron un taxi. La genética de los choferes paulistas tal vez merezca un estudio aparte: lo cierto es que ellas le pedían que las llevara a un hotel. No se hicieron entender lo suficiente, este señor tampoco hizo el esfuerzo. Atravesó autopistas a 100 kilómetros por hora (iba tranquilo) hasta que las dejó ante un edificio. Bajaron con sus bolsos. Era un hotel levemente oscuro. El conserje las miró extrañado, les cobró por anticipado, y aceptó guiarlas a la habitación.
Las paredes lucían falso terciopelo, las luces eran rojas, el espejo estaba en el techo, y la cama era redonda: «¿Dónde vinimos Licha?» preguntó la señora de Mariani, que jamás había visto un hotel tan extraño. Licha no sabía qué contestar, pero ya era de noche y decidieron dormir allí, tras desconectar la música funcional con baladas románticas.
Al día siguiente se reunieron con los miembros de Clamor, que al ver la tarjeta del hotel se pusieron tan rojos como las luces de la habitación, y corrieron a trasladarlas.
Seguían sumando datos, informes. Lograron conectarse con sobrevivientes de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada) que confirmaban los casos de bebés paridos en ese centro de torturas, desde el que salían los «vuelos de la muerte» con secuestrados (a veces eran las propias madres que habían parido) que eran dopados y arrojados mar adentro para hacer desaparecer definitivamente sus cuerpos. Los bebés eran entregados, se les falsificaba la identidad, se les borraba la historia.
Las abuelas seguían buscando.

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Chicha Mariani, una de las fundadoras de Abuelas, y su segunda presidenta, reflejada en la revista MU, rodeada por los juguetes que iba comprando para su nieta Clara Anahí mientras la buscaba. Chicha falleció en 2018.


En 1980 los primeros niños localizados por Abuelas, Tatiana Ruarte Britos y Laura Malena Jotar Britos, se reencontraron con su abuela María Laura, en el juzgado de menores de San Martín.

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Foto de Abuelas de 1988. De izquierda a derecha: las nietas recuperadas María Eugenia Gatica Caracoche, Carla Rutila Artés y Paula Logares.


Desde entonces la historia se siguió escribiendo sin pausa. Ya hay 73 restituidos. Primero eran bebés. Luego fueron niños. Luego adolescentes. Hoy ya son adultos que siguen apareciendo.
Gabriel, el pastor que acaba de recuperar su identidad jurídica en un papel enrollado, hace apenas dos años pudo saber quién era en realidad. Casos como el suyo continúan en trámite. Y las Abuelas ya tienen «biznietos», los hijos de sus nietos reencontrados.
Y han fabricado más futuro: la sangre de todas ellas, incluso muchas de las que han fallecido, está en el banco de datos genéticos. Muchas biografías, muchas vidas, todavía están por recuperarse.

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Alicia “Licha” De la Cuadra, otra de las fundadoras y primera presidenta de Abuelas. Falleció en 2008.


Las abuelas iban a la Plaza de Mayo, a España, a Francia o a los Estados Unidos, con los mismos tapados que usan hoy, que son candidatas al Nobel de la Paz. Con esos tapados se abrigaron el lunes 21 de octubre, noche fría en la Plaza de Mayo. Allí se hizo un show de espaldas a la Casa de Gobierno, vallada desde hace mucho para evitar la cercanía con los ciudadanos.
Hubo un conjunto de percusión, Rataplán, formado por chicos que tienen la edad de los nietos. Apareció Piero, con sus canciones de protesta de los años 70, que los imperceptibles custodios de Estela soportaron con estoicismo. Hubo varios cantantes más.
No fue un espectáculo inolvidable. Pero al día siguiente, el martes, las abuelas se engalanaron para ir al Teatro Colón.
Maximiliano Guerra les hizo un homenaje tan talentoso, divertido y conmovedor, que resulta inexplicable que no se haya transmitido por televisión. O al revés: la no televisación explica el grado de mediocridad de la televisión.
Guerra se presentó con el Ballet del Mercosur. En la platea se veían los pañuelos blancos de las Madres de Plaza de Mayo. El jefe de gobierno porteño Aníbal Ibarra, del cual depende el teatro, tuvo la inteligencia de permanecer en un segundo plano.
Se percibía mucho silencio en el teatro, hecho de emoción genuina. Sobre el escenario se desplegaban coreografías y ritos: chicos con ropas de colores bailando unos malambos lentos, o unos tangos lejanos, hubo una canción de cuna para despertar, un baile alegre.
La segunda parte tuvo un cuadro muy divertido, una especie de parodia donde el bailarín y la bailarina se burlan uno del otro, y tratan de ganarse el aplauso del público. Les Luthiers en versión ballet.
El cierre fue la versión de Charly García del himno argentino, bailado con coreografía de Oscar Araiz. Guerra corrió el escenario con una bandera argentina, que había empezado siendo un pañuelo sobre la cabeza de una mujer. La ovación fue infinita.
Entonces, lenta y tímidamente, las abuelas comenzaron a ingresar al escenario. Con pasitos cortos, algunas con sus bastones. Coquetas y sonriendo como si estuvieran haciendo una travesura. Es inalcanzable explicar la emoción que había en ese teatro.
Faltaba más: detrás de ellas, aparecieron los nietos restituidos.
Serían unos 30 de los 73 que han encontrado hasta ahora.
Le dieron un micrófono a Estela, que debía ser una de las pocas personas en ese lugar capaz de pronunciar dos palabras seguidas.
Dijo: «¿Cuál es nuestro premio? Ellos, nuestros nietos, que están aquí». Y dijo: «Ahora pueden dedicarse a lo bueno, lo sano, lo positivo».

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Estela Carlotto durante la restitución de la nieta 127. Es la actual presidenta de Abuelas.


También señaló la bandera argentina con la que había bailado Maximiliano Guerra y dijo muy suavemente: «A la patria hay que honrarla». Por una vez, esas palabras no sonaron huecas. El teatro estaba de pie, casi desmintiendo la versión según la cual en la Argentina no pasa nada, no hay valores, o no hay esperanza.
Lo único innecesario del espectáculo fue el título: «Con gloria morir». Es posible que la Argentina ya esté saturada de ese tipo de propuestas, y escasa de proyectos para la vida, como el de las Abuelas.
O acaso no haya que tomarse muy en serio a un Himno Nacional más pomposo que poético, que propone esa solución tres veces cada vez que hay que cantarlo.
Ya se sabe que las Abuelas simbolizan la dignidad, los derechos humanos, la identidad, la memoria. Conviene imaginar por un momento cómo sería una persona sin dignidad, sin derechos, sin identidad, sin memoria: un zombi, un fantasma, un loco.
A una sociedad le puede pasar lo mismo. La Argentina sabe ser muy zombi, fantasmal y loca. Desde ese punto de vista, estas señoras que dicen que no son viejas, sino que tienen mucha juventud acumulada, son un modelo de salud mental.
Además, ellas buscan a los únicos desaparecidos que están vivos. Y al revés, saben que esos chicos, ya adultos, pueden buscarlas a ellas.
Pero representan también actitudes y formas de ser de las que casi no se habla y de las que tal vez haya mucho que aprender en términos políticos, sociales y personales.
Por ejemplo: no son quejosas. Les sobran motivos, y sin embargo nunca se las escucha protestar.
Seguramente lloran, pero no lloriquean. No andan con aires de víctimas. Simplemente, ante un problema, actúan. Hacen cosas. Toman decisiones.
Hablan poco y hacen mucho. O sea, al revés que lo habitual en ese conjunto que se ha dado en llamar «dirigencia argentina».
No tienen miedo, en un país donde a veces da miedo hasta salir a la calle. No es que sean temerarias. Descubrieron que el miedo paraliza, y que para vencerlo hay que moverse.
Hace 25 años que no dejan de moverse.
Le pregunté a Estela si tiene miedo luego del atentado a su casa. Arqueó las cejas: todo dicho. Y siguió organizando reuniones, actividades, proyectos.
Las abuelas tienen un genio fuerte. Han sabido plantársele a represores, a líderes mundiales, a obispos y embajadores demasiado silenciosos, a jueces siniestros.
Eso no se hace sin carácter. Pero ese carácter, al mismo tiempo, es alegre. La casa de las Abuelas suele ser un hervidero de movimiento, voces, risas.
Políticamente, son como las bailarinas del Mercosur: ágiles, delicadas y precisas, pero a la vez contundentes y sustentadas en un gigantesco esfuerzo.
Transmiten serenidad, pero son de una eficiencia tremenda. Gracias a su búsqueda Videla, Massera y muchos otros no han podido gozar de una ancianidad impune, ni siquiera con los indultos menemistas.
Las Abuelas están llenas de ideas, pero no dan sermones.
Miran a los ojos cuando hablan.
Nunca quisieron hacer justicia por mano propia, cosa que no sé quién les hubiera podido reprochar.
Jamás insinuaron una palabra de violencia.
Mientas los partidos políticos y los gobernantes no hacen otra cosa que el ridículo, estas señoras resuelven problemas mucho más complejos y hacen verdadera política.
Con esto no debe pensarse, ni por asomo, que ellas tengan que hacer política partidista. Los partidos en su forma actual son el cementerio de cualquier organización civil que valga la pena.
Al revés: los partidos -y yo diría que incluso muchas empresas- tendrían que ir a tomar clases de cómo se conducen estas mujeres, y cómo se las ingenian, como diría Estela, para hacer cosas que sean buenas, útiles, sanas y positivas.
El ataque a la casa de Estela ocurrió durante la madrugada del 20 de septiembre. Cuenta: «Yo me había despertado y estaba en la cama, a oscuras. Pensé en ir a mirar televisión. Hace mucho que tengo el sueño interrumpido. De golpe escuché una explosión. Me levanté, me puse un deshabillé y salí, pensando que a algún vecino le había explotado una garrafa. Al abrir la puerta, vi que los vecinos venían hacia mi casa. La garrafa era mía».
La «garrafa» fueron los balazos con los que perforaron el ventanal de su casa. Estela declaró que eran balas como la que mataron a su hija. Le pregunto cómo sabe tanto de balística: «No sé nada. Pero eran cartuchos como los que encontramos en el cuerpo de Laura cuando pudimos exhumarla».
Aquellas balas, y estas balas. Estela es una de las tantas que sigue buscando, en un país donde la edad de las balas puede prestarse a confusión.
El jueves 24 de octubre hubo un acto ecuménico en la Parroquia de Santa Cruz. El rabino Daniel Goldman leyó unos salmos. El pastor Aldo Echegoyen cantó junto al otro pastor, el nieto restituido. Varios sacerdotes, sin sotana, hicieron su homenaje. A las que están vivas, y a las que fallecieron.
El fraile Antonio Puijgané, quien fuera miembro del Movimiento Todos por la Patria, intentó explicar muy celestialmente que las abuelas verdaderamente vivas son las que están muertas. Y que los vivos se van a morir. «Estela se va a morir» aclaró señalando a la presidente de Abuelas, que no cometió gesto alguno. Al margen de otras de sus facetas, la frase del señor Puijgané confirma que jamás hay que subestimar a la estupidez humana.
Hubo un regalo para las Abuelas, de parte de los integrantes de la parroquia. Unas hojas enmarcadas del árbol ginkgo biloba. Es un árbol japonés, que tiene millones de años sobre la tierra. Se cuenta que tras la bomba de Hiroshima, pese a la destrucción pudo encontrarse un brote de este árbol, que desde siempre parece ser un símbolo de vida. En Santa Cruz hay un retoño, que parece saludable.
A Estela Carlotto también le habían regalado una plantita de ruda, según la creencia de que tal especie espanta la envidia y la maldad. Ella la hizo plantar en el jardín de su casa atacada a balazos. Tal vez las Abuelas, con el ginkgo biloba y un poco de ruda, sean las que logren explicarle a la Argentina una jardinería que funcione para la vida, y no para los zombis y los fantasmas.

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Memoria, verdad, justicia y Norita

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Partidaria de los besos y los abrazos, reivindica la sonrisa como principal bandera de lucha. Cumplió 94 años este 22 de marzo y hace siempre que puede la ronda de Madres de Plaza de Mayo, hoy ya en silla de ruedas. Vida, obra y endorfinas de una mujer que ha acompañado a fábricas recuperadas, pueblos originarios, comunidades afectadas por el extractivismo, jóvenes y mujeres en situaciones de violencia, todo como una continuidad en la defensa de los derechos humanos. El clítoris, el cannabis y las autodefiniciones. Esperando el 24 de marzo, compartimos esta nota y retrato, publicada originalmente en la revista MU 138 (2019, todavía tiempos macristas). El movimiento, la calle, y lo que ella piensa (y hace) frente a la historia y los futuros posibles.

Texto: Sergio Ciancaglini

Nora revisa su cartera en la que lleva el pañuelo blanco, el verde, crema de cannabis medicinal, una lata de sardinas y la agenda en la que anota sus hiperactividades cotidianas, entre otros secretos. Está también su DNI: 0.019.538. Ríe: “Fui de las primeras en la cola para sacarlo. El otro día, por un trámite, los empleados de un banco me dijeron que la máquina no podía interpretar un número tan bajo”.
Estamos en la sede de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora. Envolvemos las masitas que no alcanzamos a engullir y que se incorporan a la cartera de Nora para llevárselas a una amiga. Luego guarda un par de carpetas, limpia la mesa de papelitos y me pide que cierre las persianas y puertas del balcón que da sobre Piedras al 100, Buenos Aires. Ya tiene el llavero en la mano esta señora que no puede ser interpretada por las máquinas. Chequea que esté todo ordenado. Empieza a apagar las luces que iluminan salones, oficinas y paredes atiborradas de recuerdos de las Madres, homenajes, reconocimientos, diplomas y tres imágenes: Azucena De Vincenti, Mary Bianco y Esther Careaga: sus apellidos de casadas pero sobre todo, el de sus hijos e hijas. Fueron las madres secuestradas en diciembre de 1977 en un operativo organizado por la ESMA, que culminó con 12 desapariciones incluyendo a dos religiosas francesas.

Memoria, verdad, justicia y Norita

El saludo de Nora en una de las marchas actuales, con la foto de su hijo, la bandera de los 30.000 detenidos-desaparecidos, y el acompañamiento de una nueva generación.


Nora se pone el ponchito de barracán, agarra la cartera, el bastón, y cumple con el rito según el cual el último –la última- apaga la luz. Y cierra la puerta con llave.
La escena podría parecer un tanto melancólica, pero es al revés.
Al cerrar esa puerta, da media vuelta y abre un mundo.
Nora se transforma en Norita, que en lugar de ser un diminutivo resulta un aumentativo, una clave, un código de acción.
Sale Nora de Madres y entra Norita a la calle, las plazas, las ciudades, los pueblos, las rutas, las fábricas, la naturaleza, los conflictos.
Entra a sus verdaderos lugares de acción: lo público, los espacios donde ocurren las cosas, o donde las cosas se manifiestan escapando de los encierros y del silencio.
Lo mismo sucede cada vez que sale de su casa en Castelar, llena de muñecas, libros, plantas y recuerdos, se toma un micro hasta la estación (evita los taxis y es ajena a las aplicaciones uberísticas), luego el tren Sarmiento, luego el subte A o lo que haya que abordar para ir a donde quiere ir.
Su estrategia consiste en intentar estar donde haya injusticias, violencias, crímenes, abusos, discriminaciones, psicopatías estatales o privadas y otras desventuras nacionales que son del orden de lo clásico: nunca pasan de moda.
Logra materializar ese acompañamiento con una eficiencia casi incomprensible. Ana María Careaga (desaparecida a los 16 años estando embarazada e hija de aquella madre secuestrada en la iglesia) cuenta que una vez le dijeron al sacerdote pasionista Carlos Sarracini que Nora parece Dios, porque está en todas partes. El cura no se mosqueó con la comparación y subió la apuesta: “Sí, pero a Nora se la ve”.
“Cuando dicen esas cosas me estremecen –corcovea Nora–, me da un poco de vergüenza. Siento que son como abrazos para darme fuerza, pero no me generan soberbia ni nada. Lo que digo es sencillo. Si no es para pelear contra la injusticia, los organismos de derechos humanos, ¿para qué estamos?”.

Memoria, verdad, justicia y Norita

Sobre la magia y el clítoris

Plaza de Mayo, jueves, 15.30.
Las Madres están partidas desde 1986, pero allí están. Girando siempre en sentido inverso al de las agujas del reloj, como para recuperar el tiempo perdido por tanta muerte, cada uno de los dos grupos (Asociación y Línea Fundadora) en el extremo opuesto de ese círculo alrededor de la Pirámide de Mayo que culmina con una estatua que representa a la Libertad. La libertad está inmóvil, mientras la memoria, la verdad y la justicia rondan alrededor.
Bajo una placa descansan las cenizas de Azucena Villaflor de De Vincenti, quien junto a las otras dos madres desaparecidas fue arrojada viva por los militares desde un avión al mar. La marea luego devolvió los cuerpos a la costa de Santa Teresita en enero de 1978.
En Línea Fundadora la única madre que ronda hoy -y sin bastón- es Nora, acompañada por unas 80 personas. El grupo crece de golpe porque se agregan como un borbotón unos 40 guardapolvos blancos de chicas y chicos de una primaria de Lugano que la rodean y marchan junto a ella con la bandera en la que se lee “30.000 detenidos desaparecidos. ¡Presentes!”.
Llora y ríe Norita porque al ver a los chicos se le agitaron la emoción y la alegría, lloran también las maestras y varios que disimulan. Los chicos la miran asombrados. Tres vueltas más tarde, ella se acerca a un micrófono con parlante. Este jueves habla de:
La impunidad estatal y judicial alrededor del atentado a la AMIA.
El proyecto de “servicio cívico voluntario” de Gendarmería para niños (editorializa diciendo: “Qué bestias”).
Recuerda junto a Beverly Keene, de Diálogo 2000, que la solitaria Madre de Ledesma (Jujuy) Olga Arédez, denunció en 2001 la creación de una policía infantil (niños uniformados que eran instruidos con armas de juguete). Y que en 2012 el gobierno de Cristina Kirchner ordenó cerrar 74 cuerpos de Gendarmes Infantiles en 17 provincias, que reunían a más de 6.879 niños.
De paso mencionan que Olga –que reclamó toda la vida por las desapariciones ocurridas durante el apagón en Libertador General San Martín- murió en 2005 por la contaminación de bagazo producida por Ingenio Ledesma. “Para abaratar costos no ponían los filtros en las chimeneas, y eso la intoxicó”, explica Nora.

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Denuncia cómo le prohibieron a su compañera de Madres LF, Vera Jarach, quien además es sobreviviente del Holocausto, dar una charla en el Colegio Nacional de San Isidro (“a lo mejor prefieren que vayan los de Gendarmería a dar clases de derechos humanos”).
Habla sobre una de sus obsesiones, el Hospital Posadas y la situación de sus trabajadores y pacientes (“el Estado achica y achica, es lo único que hace: hay que ir a acompañarlos”).
Informa que trabajadores de la textil Sport Tech, que estuvieron en la ronda y ocuparon durante dos años la fábrica quebrada en defensa de sus puestos de trabajo fueron autorizados como cooperativa, por el juez Horacio Robledo, a hacerse cargo de la empresa.
Presenta a gremialistas de Fabricaciones Militares (“no les tengan miedo, nada que ver con los milicos, son divinos”) movilizados contra los despidos y el achicamiento.
Recibe a Sergio Martínez, uno de los fundadores de El Algarrobo, asamblea de Andalgalá que con su movilización logró frenar la instalación del proyecto megaminero a cielo abierto Agua Rica. Sergio cuenta: “Hace poco cumplimos 500 marchas, cada sábado, reivindicando los derechos humanos, territoriales, a la salud y a la vida”.
Anticipa Norita el lanzamiento de una campaña para denunciar la deuda externa (y eterna) “porque hay gente que se queja en la verdulería, pero no entiende que lo que le pasa es consecuencia de que se están llevando los dólares y las riquezas, y cada dólar se paga con hambre en nuestro país”.

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Repudia por enésima vez la ilegal detención de Milagro Sala desde enero de 2016 (“no le encuentran nada y la someten a tortura psicológica las 24 horas del día”).
El tono de Nora es tan serio como lo sugieren los temas de los que está hablando; dice que el gobierno es “negacionista, inmoral y ladrón”, y oscila entre esas definiciones y el relato de lo que está sintiendo. “Hoy no hay buenas noticias para dar”, le dice a la gente que la escucha. “La buena noticia fueron esos chiquitos que vinieron de Lugano”.
Agrega: “No nos volvamos locos. Cada día me acuesto pensando ¿qué mal van a hacernos mañana? Es como que con cada acción, con cada decisión, quieren humillar. No lo logran, porque nos tienen que resbalar las cosas que dicen y hacen”.
La mujer y la gente se miran. “Siento que esta Plaza es mágica. Me siento feliz aquí. Me da pudor decirlo, con tantos desastres que pasan, pero es lo que siento viendo que tantas personas vienen, se encuentran, se abrazan, se reconocen”.
En ese momento repite tres veces: “30.000 detenidos desaparecidos y desaparecidas” y todos contestan “¡Presente!”. Y luego: “Ahora y siempre”. Nora, separando bien las sílabas, pronuncia tres veces la siguiente palabra: “Ven-ce-re-mos”.
Caminando hacia su bar favorito sobre Avenida de Mayo, para tomar un café que es parte del ritual de los jueves, quiere decirme algo sobre la magia, pero la detiene un grupo de chicas para saludarla y un joven, uniendo las palmas de las manos, pronuncia: “Gracias por existir”. Dice ella que jamás la cuestionaron ni la increparon por la calle. “Una sola vez, en una marcha por Cromañón, había un tipo muy borracho que me dijo de todo. Pero me había confundido con Estela de Carlotto. Que nos confundiera ya te muestra lo borracho que estaba”.
Otro grupo la reconoce, la saluda y le pide fotos. En los últimos tiempos cuando está en confianza Nora propone sonreír a la cámara diciendo “clítoris” en lugar de “whisky”.
Sigue la caminata y ella no pierde el hilo de lo que quería contar: “La magia no nace porque sí. La tenés que crear con tu espíritu. El espíritu de ver el lado bueno de la vida. Si no hacés magia con lo que te pasa, es imposible sentir que lo que hacés está bien, que te genera alegría. Sentir que no estás entre los mafiosos”.

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Comerse un pasaje

La primera vez de las Madres en Plaza de Mayo fue el sábado 30 de abril de 1977. El 15 había desaparecido Gustavo Cortiñas, el hijo mayor de Nora, secuestrado en la estación Castelar cuando iba a tomar el tren a las 8.45 rumbo a su trabajo en la Comisión de Valores. Militaba en la Juventud Peronista. Flaco, sonriente, bigote setentista, pelo largo.
En la casa de Nora hay una foto en la que se lo ve mirando a los chicos de la Villa 31, en la que militó con el padre Carlos Mugica. “Tiene un gesto que me parece dolorido y comprometido con lo que está viendo. Pero fijate los chiquitos, son iguales a los que ves hoy en las villas”. Se queda pensando: “Nuestros hijos luchaban por la justicia social. Pero hoy la brecha entre ricos y pobres es todavía mayor que cuando se tomó esta foto”.
Para esa mujer que había tenido que amoldarse al rol de ama de casa y profesora de alta costura, la desaparición del hijo representó el fin de muchas cosas. “Fue dejar la casa y salir a buscarlo. Y fue para todas igual. Mujeres comunes que no éramos de la academia, ni de los grupos de pensamiento. Pero hoy entiendo que ahí ya fuimos feministas. Ahí empezamos a romper”.
Aquel sábado inicial había pocos paseantes en Plaza de Mayo. Y 14 mujeres. Azucena propuso entonces ir los viernes. Nora, mientras tanto, buscaba en comisarías, en juzgados, hasta que empezó a ver a otras mujeres haciendo lo mismo, marcadas por la misma desesperación, que le contaron de las reuniones en la Plaza. Nora se sumó a la tercera. “Una madre muy católica y muy supersticiosa dijo que el viernes era mala suerte, día de brujas. Otra dijo que los lunes era día de lavar y limpiar. Quedó el jueves”. Acordaron las 15.30, salida de los bancos, el mayor tránsito de público en la zona. Las Madres nacieron para no ser parte de otros organismos ni partidos políticos. No tenían oficina: la crearon en la Plaza, sin techo ni puertas ni ventanas, para verse, intercambiar información, y hacerse ver. La policía dijo “circulen”, y jamás dejaron de hacerlo. En octubre de ese 1977 nacerían los pañuelos blancos, como modo de reconocerse entre la multitud durante una marcha a Luján: en realidad eran los pañales de tela (no existían los descartables) que guardaban para sus nietos, convertidos en un símbolo histórico de los derechos humanos.
Relata Nora que los varones y esposos no intervenían porque el horario era de trabajo. “Pasaba otra cosa. Al ver a los milicos algunos padres decían ‘yo le dije a mi hijo que no se metiera’ y cosas así. Entonces eso no servía. Las madres no hacíamos esas cosas”. Confrontaban. El lugar común indica que el dolor enceguece, pero Nora es de las que piensan distinto: “El dolor nos hizo ver. Nos fortaleció, y nos ayudó a ser claras”.
Empezó a entender algunas charlas que había tenido con su hijo: “Una vez me dijo: ‘¿Sabés que te pasa, mamá? Te falta calle’. Aprendí, ahora me pasé de calle” reconoce. “Más que en los libros, la concientización está en la calle. Esto significa moverse siempre. Y no pensar dos veces”.
Recuerda que fue varias veces presa con las Madres. “Una vez, los policías pararon un micro, bajaron a toda la gente y nos llevaron. En la comisaría teníamos dos variantes: pagar 30 centavos, o pasar 5 días de cárcel por escándalo en la vía pública. Había madres que decían “métanme presa, así me llevan con mi hijo”. Pero los tipos querían que pagásemos. Cuando me tocó, le di 60 centavos. ‘No señora, le dije 30’ me dijo, y le contesté: cóbrese lo de la semana que viene”.
Otra de esas detenciones ocurrió un día antes de un viaje que Nora debía hacer a Brasil con la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chicha Mariani. “Esa vez nos llevaban en patrulleros. Abrí la puerta y me quise tirar, pero el policía me agarró. Si no, me mataba; era la desesperación por escaparme. De golpe me di cuenta de que tenía el pasaje a Brasil. Yo creía que era algo clandestino, que si descubrían eso no sé qué iba a pasar y entonces lo agarré, lo fui rompiendo en pedacitos, y me lo comí”. El viaje finalmente se hizo, en plena digestión del pasaje, con Nora y Chicha intentando denunciar lo que se vivía y se moría en el país.
Moverse, salir, romper, confrontar, escandalizar, chocaba con la noción de familia tradicional y hogareña, y con su marido Carlos. “Los viajes, las marchas, las búsquedas. Y él tenía una cosa de celos. Hubo algunas veces que pensamos separarnos. Murió en 1994. Creo que no hubiera soportado todo lo que hago ahora. Pero bueno: la desaparición de Gustavo había sido un cambio total. Me largué a hacer lo que tenía que hacer. Y eso fue no volver atrás nunca más”.

Del Mundial al cannabis

Nora recuerda que usaban la parte del Café Tortoni que da a Rivadavia, durante el Mundial 78, para encontrarse con jugadores (“creo que eran holandeses, no recuerdo los nombres”) y periodistas extranjeros. O lo que vivió su querida Mirta Baravalle: “El marido estaba muy mal con la desaparición de la hija (Ana) y no podía creer que parecía que no pasaba nada mientras en el país había desaparecidos. El día de la final que ganó Argentina, después del partido se puso peor y se murió de un infarto mientras todo el mundo seguía festejando”.
Las Madres son un símbolo de muchas cosas, empezando por la valentía. Resulta casi de ficción imaginarlas plantadas en la Plaza frente a la Casa Rosada tomada por Videla & afines, infiltradas por Astiz y la ESMA, ignoradas y silenciadas, o en el mejor de los casos tratadas como “madres locas” por los diarios que se atrevían a mencionarlas. Nora agregó algo a su currículum disruptivo: en 1978 fue hasta la Mansión Seré, centro clandestino de detención y torturas, simulando ser una interesada en comprar el lugar para instalar un hogar de ancianos.
“No era que buscaba a mi hijo ahí, pero sabía que había gente. Entré al predio y hablaba en voz alta. No sé qué quería: hacer ruido. Que si había alguien supiera que había gente afuera. Un milico dijo ‘despachen a la señora’ pero yo seguía diciendo que me mandaban de la Municipalidad o cualquier cosa, y vi una canilla con manguera al lado de una ventanita que se ve que daba a un sótano, donde estaban los desaparecidos. Cuando se recuperó como Centro de Memoria, contaron que me habían escuchado, sin saber quién era”.
El alegre caos que es cada conversación con Nora, ahora en su casa, cambia de rumbo porque va a preparar café. Desde que cumplió 82 años le divierte decir que es mínima, vital y móvil.
Mínima: nunca escondió la edad, pero se niega a revelar cuánto mide. “Ni a mis nietos se los digo”. En el jardín hay una pequeña piscina de dos metros de largo y uno de profundidad. Nora guiña un ojo: “Me meto con salvavidas”.
Vital: parece inagotable, aunque no lo es. Sufrió hace dos años un ínfimo ACV. “Hablé dos horas después de eso en un acto, y parada. Ni yo lo puedo creer. Pero es un compromiso con nuestros hijos y nuestras hijas. No es un sacrificio para nada. Cada día es estar donde hay una injusticia”.
Móvil: sus idas y vueltas a Castelar en micros, trenes y subtes son una especie de gesta cotidiana en la cual la casi nonagenaria dama va a veces arrastrada por la multitud. “El otro día bajaba del tren. En el medio del gentío un chico que iba a subir me vio, tenía un chocolate, me dijo ‘gracias por todo lo que hacés’, me lo dio y subió. Me quedé en el andén con el chocolate llorando de emoción. Ni sé el nombre. Solo sé que era un chico del oeste”.
Hace dos años un golpe en el empeine le repercutió en un fuerte dolor de rodilla, y los médicos le dijeron algo fantasmal: tenía que dejar de marchar. Problema de meniscos. “Te imaginás, yo lo que tengo son menisquitos”. Por eso fue al debate en el Senado sobre el aborto seguro legal y gratuito en silla de ruedas. La actual vicepresidenta Gabriela Michetti la saludó educadamente al verla, y más tarde ordenó que le prohibieran el ingreso al recinto, por lo que Nora vio el debate por televisión en el despacho de Pino Solanas.
“El año pasado me regalaron la crema de cannabis y me la empecé a poner en la pierna. De a poquito, te diría que en un mes o dos, dejó de dolerme totalmente, y pude volver a caminar con bastón primero, y cada vez mejor”. Del pronóstico de inmovilidad Nora pasó a abandonar la silla de ruedas, el bastón parece cada vez más un adorno, y no deja de estar en todas partes. “Ahora en vez de bombones me regalan cannabis”. En el jardín, además de la santa rita, las azaleas y los potus, crecen dos robustas plantas de marihuana.

Feminismo, grieta y hambre

Tiene docenas de muñecas que le han regalado, varias son Noritas con pañuelo blanco y hay una con pañuelo verde. Muestra una remera con una frase que ha hecho célebre: “Ser feminista es una cosa bárbara”. El lema forma parte del Norita Fútbol Club (Las Noritas) equipo femenino que participa en la Liga Nosotras Jugamos. En la delantera de Las Noritas juega su nieta Lucía. “Y yo pedí que me den la 10”, explica la abuela, que además está asombrada porque ha sido llamada a dar una charla por la Asociación del Fútbol Argentino (AFA).
¿Qué es lo peor que vivió, además de la desaparición de Gustavo? “La desaparición de las tres madres. Veías que los militares no se saciaban ni con los miles que se habían llevado”.
¿Lo mejor? “La resistencia de la gente, de los pueblos. Si no fuera por la resistencia pacífica y prudente que tiene este pueblo ya estaríamos con las patas de los norteamericanos acá adentro. Hay espacios que parecen pequeños pero que van frenando, sin saberlo, los avances de la derecha”.
Reconoce que fue un dolor también la separación de Madres, en 1986. “Algunas nunca dejamos de sentir que no tendría que haber ocurrido. Pero había mucha diferencia sobre las metodologías y nosotras, en Línea Fundadora, queríamos ser horizontales e independientes”. No quiere hablar demasiado sobre las diferencias en la propia Línea Fundadora. “Lo que reivindico es esa independencia, la mirada crítica. En el anterior gobierno creían que la crítica era mala leche, y eso no es cierto. Yo reconozco que lo que se hizo con el tema de derechos humanos fue histórico. No pensábamos que íbamos a ver a los genocidas juzgados. Pero eso no quiere decir que una se calle cuando hay cosas como el apoyo al modelo extractivo, o poner a (César) Milani al frente del Ejército”, explica, críticas que hizo extensivas a la Ley Antiterrorista, el pago de deuda externa, la tragedia de Once, el INDEC, el Proyecto X, y toda área atacada por políticas oficiales, el modelo científico con Lino Barañao al frente, el modelo sojero, la minería a cielo abierto, la violencia institucional, la discriminación a los pueblos originarios, entre muchos etcéteras que hicieron que no fuera ella de las participantes en los actos emitidos por cadena nacional. “Nuestra función es otra desde siempre: es ser independientes de los partidos y del Estado”.
Cuenta que su nieto Damián, el hijo de Gustavo, fue siempre partidario de la gestión kirchnerista. “Pero yo decidí que no voy a perder amigos, familiares ni ideales por la política partidista. Entonces hablábamos de cualquier otra cosa. Pero desde que está este gobierno sí que volvimos a hablar de política”, dice riéndose.
Sobre lo electoral: “Estoy mirando. No decidí qué hacer”. Una pista: en una de las últimas elecciones Nora fue con un marcador. Tomó una boleta y escribió: 30.000 detenidos desaparecidos. No al extractivismo. No a la persecución a las comunidades indígenas. No a la deuda externa impagable, inmoral y odiosa. “Lo puse en el sobre y voté. Me lo habrán anulado. No importa, saben que estuve ahí”, cuenta. “Y digo sí a la justicia, a la verdad, a la memoria, a la resistencia, a los juicios hasta que se condene al último genocida y a la recuperación de la identidad de todos los jóvenes que fueron niños apropiados por el terrorismo de Estado”.
En el área de derechos humanos cree que la gran cuenta pendiente es que se conozcan los archivos militares. “Es una burla que no los entreguen. Registraban todo, hay pruebas, y eso permitiría saber qué ocurrió con cada persona desaparecida. Pero es una decisión política que ningún gobierno quiso tomar”.
¿Cuál es su principal preocupación hoy? “El hambre. Estamos cada vez peor. Más hambre, pobreza, desocupación. Es una época de destrucción. Pero no tenemos que dejar que nos llegue el odio. Hay que resistir, pero no tenemos que perder la sonrisa, que nos hace fuertes: es lo mejor que podemos tener”.
Está perpleja Norita porque su biznieta Camila, 9 años, le dijo que los besos y los abrazos contagian gérmenes. “Pero el abrazo y las caricias estimulan las endorfinas que son lo que dan ganas de vivir. Cuando alguien está enfermo, lo acariciás, le das la mano y eso es terapéutico por las endorfinas. Así que en eso sí que tengo partido: soy partidaria de los besos y los abrazos”.

La ley

Las Madres son cada vez menos. “El año pasado murieron cuatro. Las sentimos mucho”. ¿Cómo imaginar las cosas cuando ya no queden Madres? “Yo no me imagino nada. Nunca digo que esto va a ser así o asá Lo que creo es que siempre hubo etapas con determinadas personas que vivieron y luego murieron. Es la ley de la historia, y de la vida. Ojalá nunca más tenga que haber Madres porque hay genocidios y represiones. Pero en nuestro caso, de algún modo estaremos en la Plaza. Y entonces habrá que ver qué es lo que nace” dice sin miedo y sin nostalgia, haciendo bailar esa sonrisa alimentada en la calle con abrazos y resistencia, besos y valentía, magia y endorfinas.

Memoria, verdad, justicia y Norita
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La Ronda, en la mirada de Nora Lezano

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Sexta entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo. Esta cobertura, realizada por Nora Lezano, corresponde al ritual del jueves 14 de marzo.

La Ronda es una iniciativa autogestiva coordinada por la editora Claudia Acuña y la fotógrafa Alejandra López. Todas las semanas, unx fotografx registra el ritual que se sostiene hace más de 40 años.

Todo el material colaborativo será entregado a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos.

“Nunca había estado en una Ronda.

Le pedí a una amiga que me acompañara. Sentí que se jugaba por un lado algo emotivo inmenso y por el otro el miedo a lo incontrolable. Jamás hago fotos en la calle justamente porque adentro de un estudio puedo controlar todo. Antes de salir para la Plaza dejé en mi casa un llanto espeso. El día estaba nublado. Ese llanto tenía la exigencia de haberme comprometido a resolver algo desde un lugar del que no estoy acostumbrada pero también el nerviosismo de saber que iba a vivir una experiencia de la que iba a salir profundamente atravesada”.

“Y así fue que me hice parte de esa ceremonia, fluyendo en círculos con mi cámara, acompañando esa fuerza indestructible del sostener. Donde nada importaba más que SER esa RONDA”.

Sobre Nora Lezano

Fotógrafa y artista visual.

Comienza a desarrollar su trabajo en la década de los 90. Sus retratos de músicos constituyen una parte representativa de su obra.

De 1992 a 2008 trabajó como fotógrafa institucional del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En los años 2000 y 2001 la Secretaría de Cultura y Comunicación de la Nación le encargó las coberturas de los ciclos “Argentina en vivo 1 y 2”, el “Festival Internacional de Jazz”,  la “1era. Semana Argentina en Madrid”, “La historia en su lugar” y “Música clásica en los caminos del vino”.

Trabajó como fotógrafa, directora, iluminadora y videasta para proyectos performáticos, de artes visuales y cinematográficos.

Publicó en forma independiente el libro Sin sueño se duerme también y Communitas (Planeta) -en coautoría con E. García Wehbi-.

FAN, la retrospectiva de sus años en el rock, se presentó desde el 2015 a la actualidad, en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, el Museo de Arte Contemporáneo de Rosario, el Museo de Arte Contemporáneo de Mar del Plata, el Museo Boggio de Chivilcoy, la Biblioteca del Congreso Nacional, la Casa de la Cultura de Entre Ríos; el Centro Cultural San José, de Olavarría,  el Museo de Bellas Artes de La Plata, el Espacio Contemporáneo de Arte Eliana Molinelli de Mendoza, la Planta Alta de la Estación Belgrano, en Santa Fe y en la Universidad Nacional de Quilmes.

Junto a las fotógrafas Andy Cherniavsky e Hilda Lizarazu, en el Palais de Glace, presentó la muestra LOS ÁNGELES DE CHARLY, una celebración a la obra de Charly García.

INVENTARIO, que incluyó una serie de objetos, fotografías y material fílmico y sonoro del archivo personal de la artista, además de una performance, se presentó en la Bienal de Performance 2019.

Desde 1996 sus fotos ilustran el suplemento RADAR del diario Página/12 y desde el año 2015 realiza las fotos de los calendarios de la Fundación Viva la Vida por el Bienestar Animal.

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Nota

La Ronda, en la mirada de Martina Perosa

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Quinta entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, que se propone transmitir el valor de la constancia, de los pies en el espacio público, de la gota a gota que horada la piedra, la no violencia contra la violencia, su valor social, su peso histórico, sus 40 años de coreográfico diseño: media hora, todos los jueves. Esta cobertura realizada fue por la fotógrafa y artista visual Martina Perosa.

Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

La Ronda, en la mirada de Martina Perosa

“Desde hace tiempo me interesa la relación entre fotografía y movimiento. Hay un trabajo que me parece muy interesante, que me inspiró en esta búsqueda, que es la serie fotográfica de Muybridge en el que logra documentar el rápido trote de un caballo en el aire. Mediante esta serie intentaba demostrar, frente a la teoría opuesta de algunos periodistas deportivos, en el que hay un momento de la carrera en el que los cuatro cascos del equino están en el aire. Esas series en movimiento abrieron una nueva discusión en la historia de la fotografía, que incluso dieron comienzo al cine”.

La Ronda, en la mirada de Martina Perosa

“Siempre me interesaron estos cruces interdisciplinarios entre las diferentes ramas artísticas como el cine, la fotografía y la danza. Pensando la ronda de plaza de mayo, me punzaba mucho la idea de coreografía. Una repetición constante todos los jueves, durante cuarenta años, por media hora. Una serialidad. Una duración y tiempo concreta. En un espacio determinado. Unos cuerpos, y una relación entre ellos, con una calidad de movimiento que a lo largo de los años fue mutando según el contexto: explosivo, suave, sutil. Y una música que hilvana el movimiento, los sonidos de la calle y el grito popular”.

La Ronda, en la mirada de Martina Perosa

Sobre Martina Perosa

Artista visual, nacida en la ciudad de Buenos aires. Su formación se centró en distintas disciplinas artísticas, que hoy confluyen en su obra. Estudió cine, indagó en el teatro, la performance y danza contemporánea y luego se especializó en talleres de fotografía y  clínicas de obra. Esta multiplicidad de intereses le permitió construir una mirada interdisciplinaria sobre la fotografía con un principal interés en el movimiento, y en la potencia de la imagen para construir ficción y contar historias. En 2019 editó su primer fotolibro “Shinsekai”, finalista del Premio Publicación Latinoamericano en el FELIFA 2021 y en diciembre 2023 editó su segundo fotolibro Proyecto Dallas.

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