Nota
Hasta Santiago, siempre
Crónica y reportaje fotográfico de un velorio interrumpido por la noticia de otra muerte, y de un entierro íntimo en 25 de Mayo. Las anécdotas sobre cómo era Santiago Maldonado, y las reflexiones cómo leer su vida.
Ella llegó con sus borcegos, mitad de cabeza rapada, mitad de pelo púrpura, campera negra y la estampa del Lechu en su espalda desde La Matanza, luego de haber estado durante todo el día anterior frente a la Morgue Judicial del Cuerpo Médico Forense, en la Ciudad de Buenos Aires, a la espera de algún dato que le aclare qué le pasó a su amigo. Son las 15:30 de un sábado con un sol que quema y ella acaba de llegar y está sentada en uno de los bancos de cemento de las plazoletas de 25 de Mayo -esas en las que el rostro del Brujo se repite en cada uno de los árboles en una perfecta línea de fuga- junto a un joven que acaba de conocer y que muestra dos tatuajes que su amigo, Santiago Maldonado, le dejó en el cuerpo.

Foto: Nicolás Freda
Hablan de su hip hop, de su freestyle, de sus lecturas, de sus comidas, de sus charlas, de sus plantas medicinales, de su bicicleta, de sus viajes, de sus ojos, de su sonrisa, mientras faltan treinta minutos para que la ceremonia de despedida comience en la Cochería Serrano, calle 6 esquina 29.
-Es feo ver que están todos y él no -dice ella, que prefiere no decir su nombre para que los medios comerciales no puedan usar lo que diga como una declaración propia, sin su autorización-. No me gustan los velorios ni los entierros, pero necesito cerrar algo. Por eso vine. Si te olvidás, algo se pierde.

Foto: Nicolás Freda para lavaca.org
La esquina
Es sábado y muchos negocios están cerrados. Las calles, desiertas. Un grupo de chicos en bici juegan en una de las plazas y ubican dónde está la calle 6 esquina 29. Todos están conmovidos por lo que está por suceder. Se lo ve en sus caras. Y lo dicen, aunque no lo conocieron. “Es terrible lo que le pasó, muy zarpado”, dice uno, 13 años.
La esquina de la calle 6 y 29 es una esquina de pueblo y son los propios vecinos quienes la transforman en algo más. Un grupo dibuja sobre la calle un corazón con afiches con el rostro de Santiago y una sola palabra: «Justicia». Otro grupo pega esas mismas hojas en las paredes y los vidrios negros de la cochería. También en carteles donde antes había otra consigna: «Aparición con vida». Sobre un vallado ubican con amor telas de colores y otras dos palabras que, como un dibujo suyo, se tatúan en la piel:
- «No me olviden».
Son las 16 y las puertas aún no abrieron. Comienzan a llegar vecinos, familiares y amigos de otras provincias y ciudades, latitudes que Santiago sembró en cada uno de sus viajes como las semillas que siempre llevaba a cualquier lugar y hoy crecieron con la fuerza de una raíz que exige y pide y grita memoria, verdad y justicia.
Y, también, despedirlo en paz. Eso que hoy, con la noticia repentina de la muerte de Rafael Nahuel en Bariloche, no va a suceder.
Lo real y lo virtual
La calle 29 está cortada en sus esquinas por un cordón que atraviesa de esquina a esquina. Hay algunos efectivos policiales. Alguien pregunta a qué se debe tanta presencia policial, como el retén que está a la entrada del pueblo. Un empleado municipal explica: “El municipio suspendió todas las actividades del fin de semana y pidió 300 efectivos por el velorio. Tuvieron que venir de partidos vecinos porque Veinticinco no cuenta con esos policías”, Desde temprano algunos medios alertaban del “amplio operativo de seguridad”, temiendo manifestantes.
Nada ocurrió: los vecinos y amigos que llegan se fusionan en un abrazo, en una lágrima, en una sonrisa.
En un mismo y múltiple recuerdo.
En lo real contra lo virtual.

El corazón de carteles pegado por amigos y vecinos de 25 de Mayo.
Foto: Nicolás Frade para lavaca.org
Como Eduardo Cisneros -55 años, auxiliar de una escuela- que llega en bicicleta y no es familiar ni amigo. “Vine a apoyar a la familia. Y a pedir que se investigue bien lo que pasó. No puede ser tanto tiempo un desaparecido. No puede ser”.
Como Paola Gomez, sola, sentada sobre el cordón.
-Nos conocíamos del barrio. Solía venir a casa, tomábamos mate. Me tatuó: tengo una mariposa y un tribal. Era una persona llena de vida, que no tenía maldad. Dibujante, bohemio. Una vez fuimos a la laguna del pueblo y armaba dibujos mirando las estrellas. Santiago te llenaba de vida.
El abrazo
Las puertas se abren pocos minutos después de la llegada de Sergio Maldonado. Lo aplauden. Alguien grita: “Fuerza”. Lo abrazan. Él sonríe y agradece.
De a poco, jóvenes y señoras y señores y niños -también algunos periodistas- se encolumnan detrás de la puerta de la casa de sepelios, resguardada para proteger la tranquilidad de la familia por trabajadores con pecheras azules del gremio telefónico y, también, por integrantes de la organización social Flores Solidario con pecheras blancas. Cuidan que nadie ingrese con celulares en mano y, muchos menos, cámaras fotográficas. Fue el único pedido de la familia para estos días: respeto.Adentro, hay silencio. Los abrazos se escuchan. Algunos pocos susurros, lágrimas que se apartan de los ojos. A medida que la fila de personas que quieren despedir a Santiago Maldonado avanza, una imagen congela la respiración: allí, al lado del féretro, parada, está Stella, su mamá, con un prendedor con la cara de su hijo menor.
Stella no abandonará ese lugar durante todo el día ni tampoco el siguiente, tocando el ataúd que también lleva una foto de Santiago en un portarretrato. A cada persona que pasa, dice lo mismo:
-Gracias.
Del submarino a Benetton
Afuera, en la calle, un grupo de vecinas recuerda al Santiago niño, el que salía de la escuela e iba a sus casas a jugar, el que tocaba la guitarra en las plazas y en las calles, el que hacía murales, el que no quería pisar hormigas para no matarlas, el que se fue del pueblo “porque no era para él”, el que siempre volvía porque extrañaba a su mamá, a su abuela, a sus amigos. El Santiago que iba a volver en agosto.Con ellas está Fanny, 13 años.
-En mi colegio me peleo porque dicen que el submarino vale más que la vida de una persona. No digo que no sea gravísimo, pero yo les digo que al submarino no lo desapareció el Estado. Voy a una escuela privada y no podemos hablar de él. Está prohibido, incluso hay un número al que podés llamar si la maestra habla del tema. El otro día estábamos hablando de las ovejas que producían lana y la maestra nombró los campos de Benetton. Y dijo: “Antes de que me digan algo, yo no sé nada de Santiago Maldonado y tampoco quiero saber nada”.
-¿Y vos qué pensás?
-Me indigna, porque no piensan en ellos, que también les puede pasar lo mismo. Siempre digo lo mismo: no se puede defender lo indefendible.
La noticia
Poco después de las cinco de la tarde llega la noticia que romperá la intimidad familiar. “Hay un muerto”, dice alguien. Un mensaje de WhatsApp que llega y un dato que se confirmaría con nombre y apellido durante el correr de las horas: Rafael Nahuel, 22 años, asesinado por balas de plomo en una represión del Grupo Albatros de la Prefectura en la comunidad Lafken Winkul Mapu, en Villa Mascardi, en Bariloche. Otras dos personas fueron heridas.
Algunos periodistas se hacen eco de comentarios espontáneos para transformar en declaraciones lo que no fueron más que expresiones conmovidas de dolor y bronca. Esa misma sensación seguirá hasta las diez de la noche, cuando la cochería cierre sus puertas.

Foto: Nicolás Freda para lavaca.org
El fuego
La ceremonia se reanuda a partir de las 8 de la mañana.Es domingo. Llegan otras personas del pueblo que no habían estado el día anterior. Llegan organismos de derechos humanos. Llega Rubén López, el hijo de Jorge Julio López, desaparecido en 2006. Llega la Madre de Plaza de Mayo Línea Fundadora, Nora Cortiñas, que pregunta si ya hubo comunicado por el joven asesinado en Bariloche.
Vuelven los amigos de Santiago y, también, los recuerdos.
Un grupo de chicas esperan resguardadas del sol bajo un tinglado de un comercio. Vinieron de Mendoza. No quieren dar sus nombres porque están enojadas con la prensa comercial por la utilización que hicieron de su conmoción ante el asesinato de Rafael Nahuel. Y, como respuesta instantánea, buscan recuperar a Santiago con una sonrisa y alegría. “Lo conocí en Neuquén, pero nos hicimos amigos en Mendoza”, cuenta una de ellas. “Fue a fines de marzo de 2015. Estaba con su bici. Estuvimos viajando por Chile, coincidimos cuando ocurrió un derrame de un barco y no dejaban a nadie salir”.Cuenta que una vez en Mendoza salieron a vender pan relleno. Ella estaba cansada de las ventas y él se ofreció para ayudarla: “Paró a una señora de la nada y la miró con esos ojos enormes que tenía. Se re asustó”. Se ríen.
“Era un alma muy libre -dice otra de ellas-. Quería vivir sus experiencias y seguir creciendo. Transmitía una fuerza para vivir la vida que era consecuente con lo que él hacía. Y buscaba eso también para su vida personal. Era contagioso, una persona muy luminosa. ¿Viste que hay personas que te dan buena energía y otras no? Bueno, el loco irradiaba a mansalva. Era un fuego, uno muy grande, como ese cuento de Galeano del mar de fueguitos. Él era eso: un fuego enorme”.¿Cómo sigue todo ahora?
Una de ellas dice: “Hay muchas cosas en la humanidad en las que erramos, y me incluyo porque no me considero perfecta. Me parece que hay que hacer un cambio social muy grande. Si no, no va a quedar nada bueno. Hay mucha oscuridad, mucha maldad. Y tampoco te podés quedar de brazos cruzados. Me cuesta creer que hay gente que espera que pasen estas cosas para sacarse un ratito la venda de los ojos y, después, seguir mirando la tele como si fuera la única verdad del mundo”.
Su amiga concluye: “Yo estoy en una etapa en la que necesito despedirme de él para cerrar algo. Eso no significa que dejemos de luchar, con muchas más ganas: es lo que nos mueve dentro de toda esta mierda e injusticia, así como también lo movía al Brujo. Después veré de enfrentar toda la porquería de información. Ahora necesito despedirme de él y saber que va a poder estar, aunque sea, en la tierra”.
La despedida
Son las 11 y el coche fúnebre estaciona frente a la casa de sepelios. Se forma un cordón. Llegan otras Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, y las aplauden.
Hay abrazos y un silencio sólo desatado con cuidado por nuevos aplausos cuando la familia lleva el ataúd al auto. Son los últimos minutos de despedida.
Los conductores se organizan para llevar a quienes están sin vehículo. Así, todos se suben a autos y camionetas que construyen una emotiva caravana de más de 15 automóviles hasta llegar al Cementerio Parque Paraíso.
Algunos se toman de la mano. Otros rezan.
Un padre del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres concluye su oración:
-A Santiago Maldonado le decimos: «Hasta la victoria siempre».Hay aplausos, más abrazos. Muchos rompen en llanto. Cada uno de ellos tiene la certeza de que es el cierre de una etapa y el comienzo de otra que, a su vez, necesita esta ceremonia íntima.
Luego de la oración, la familia toma el camino serpentino hacia la inhumación. Muchas personas los siguen. Algunos se quedan en el rellano y fuera del cementerio, respetando el pedido de la familia: sólo familiares e íntimos.
Así, bajo un sol que quema, desde algún lugar llegó en este mediodía del 26 de noviembre, casi cuatro meses después de que Santiago fuera visto por última vez con vida en una represión en un operativo ilegal de Gendarmería Nacional, un grito que signa esta nueva etapa, que ya comenzó:
-¿Santiago Maldonado?
-¡Presente!
-¡Ahora!
-¡Y siempre!

Foto: Nicolás Freda para lavaca.org
Nota
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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
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