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Hitler en Bagdag

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Por Robert Fisk. Hace unos días las fuerzas estadounidenses en Bagdad llevaron 17 toneladas de escombros y polvo a la zona militar secreta del aeropuerto de Bagdad para ser enviadas por vía aérea a Estados Unidos. Ningún periodista informó sobre esta macabra operación, aunque supiera de ella. Los escombros provenían del lugar donde la fuerza aérea invasora cometió una atrocidad, al finalizar el bombardeo de Irak.

Los estadunidenses creían que Saddam Hussein se escondía en el suburbio Mansour y, por tanto, a pesar de saber que era una zona atestada de civiles -la operación no estaría «exenta de riesgos», dijo después uno de los voceros de los invasores, y eso fue lo más cerca que llegó de reconocer que constituyó una grave violación de las convenciones de Ginebra- arrojaron bombas «devastadoras de fortalezas» sobre las casas. Mataron 26 civiles, entre ellos muchos niños.

Pero, ¿dónde estaba Saddam? Un indicio de lo desesperados que están los estadunidenses es que, pasados dos meses de que ocuparon Bagdad, se pusieron a remover los escombros de Mansour. Allá en Estados Unidos pondrán a los científicos a rastrear indicios del DNA de Hussein en esa tierra.

No estoy seguro de que estos precedentes permitan a otros cometer crímenes de guerra en el futuro, o de si la repetición de un hecho permite a otros justificar precedentes pasados. Pero, ¿acaso lo ocurrido en Mansour no le recuerda al lector la pequeña operación de Ariel Sharon en Gaza, hace unos meses, cuando ordenó a un piloto israelí arrojar una bomba masiva sobre un populoso barrio de Gaza, la cual demolió un edificio, mató a un oficial de Hamas y -por esa extraña y hermosa simetría que tienen tales atrocidades- mató a 16 civiles palestinos, entre ellos muchos niños?

En su momento condenamos el asesinato de inocentes cometido por Sharon, que para él fue «un gran éxito». ¿Cómo podríamos hacer lo mismo ahora cuando callamos sobre nuestros propios crímenes en Mansour?

¿Queremos criticar a los soldados israelíes por matar brutalmente a balazos a quienes les lanzan piedras en Cisjordania y Gaza? Bueno, pues mejor pensémoslo bien ahora que los estadounidenses hacen lo mismo. Cuando soldados mataron a 16 manifestantes iraquíes en Fallujah, poco después del llamado «fin» de la guerra en Irak, desencadenaron una intifada en ese país. Ahora la matanza de inocentes por fuerzas estadounidenses es cosa de todos los días, y sus «investigaciones oficiales» de los incidentes son tan de tercera categoría (y tan predecibles sus resultados) como la versión israelí.

¿Alguien pretende exigir que se ponga fin a la tortura de prisioneros palestinos en el notorio centro de interrogatorios Complejo Ruso, en el centro de Jerusalén? Ya no tiene mucho caso. Con la muerte de tres prisioneros por golpes o torturas a manos de interrogadores estadounidenses en la prisión de Bagram, en Afganistán, y el escándalo de Guantánamo con sus prisioneros atados, drogados y encapuchados, sus tribunales de pacotilla y sus probables cámaras de muerte podemos olvidarnos de las golpizas israelíes.

Con cuánta vehemencia expresamos nuestra repulsa cuando la indisciplinada soldadesca israelí saqueó y cometió toda clase de atropellos en los hogares palestinos de Ramallah, el año pasado -y oficiales israelíes reconocieron ante mí que tal cosa ocurrió-, pero ya no podemos quejarnos. Porque ahora sabemos que la indisciplinada soldadesca estadounidense (de la tercera di-visión de infantería, para ser exactos) se entregó al pillaje durante los días posteriores a la captura del aeropuerto de Bagdad, robando alcohol, perfumes, cigarrillos y joyas de las tiendas exentas de impuestos, y dejando en el cascarón cinco aviones Boeing de Iraqi Airways (tres 727, un 737 y un Jumbo). Loor a la revista Time -quién lo hubiera dicho- por dar a conocer este hecho. Pero, por favor, no más críticas a los venales soldados israelíes.

Los europeos manifestaron a coro su indignación por el asesinato israelí de palestinos «prófugos», repulsiva práctica que a Tel Aviv y a la BBC les gusta llamar «eliminación selectiva». Pero ahora que Estados Unidos alardea abiertamente de la misma táctica vil -atacando autos en Yemen, convoyes en Irak, aldeas en Afganistán (¿y a quién, por cierto, mataron en su reciente ataque a un convoy, cerca de la frontera con Siria?)-, debemos guardar silencio.

El año pasado los israelíes elaboraron un «informe» a partir de documentos capturados a los palestinos para «probar» que Arafat dirigía actos «terroristas» contra Israel. Los documentos, mal traducidos y alterados, no probaban nada por el estilo. Pero después del mendaz «informe» de Tony Blair anterior a la guerra de Irak, ¿quiénes somos nosotros para criticar a Israel por sus mentiras?

¿Y cómo podríamos volver a protestar por la flagrante violación israelí de la resolución 242 de Naciones Unidas y por su ocupación del territorio palestino, cuando Estados Unidos ocupa todo el antiguo territorio de Irak después de invadir ilegalmente el país, matando miles de sus civiles, apoderándose de sus campos petroleros y sin siquiera haber podido capturar al criminal dictador que sometió brutalmente a su pueblo (para no hablar de las armas de destrucción masiva que no existen)?

Sí, los precedentes son algo peligroso. Pensemos en el suceso emblemático más importante que ha ocurrido en la vida de muchos de nuestros lectores. Una construcción colosal, símbolo del poderío de una nación, fue destruida por «terroristas». De inmediato, el presidente de esa nación firmó un decreto para «proteger al pueblo y al Estado», que estatuía detenciones en masa y el derecho a imponer «restricciones a la libertad personal… y violaciones a la privacidad de las comunicaciones telefónicas (…) y postales y órdenes para catear casas (…)» Luego el gobierno dijo tener «pruebas» de que los «terroristas» cometerían ataques en el territorio del país, dirigidos a destruir «edificios gubernamentales, museos (…) e instalaciones esenciales», que se cometerían actos terroristas contra las personas, contra la propiedad privada y contra la vida y la integridad física de «pobladores pacíficos (…)» Esta legislación permitió al gobernante electo de esa nación embarcarse en una serie de crueles ocupaciones, y al terminar la segunda de ellas anunció que llegaban «no como tiranos, sino como libertadores».

El edificio público destruido por los «terroristas» era el Reichstag, la «legislación de emergencia» que abolió las garantías individuales fue firmada por Hindenburg, la «prueba» de la conjura terrorista fue proporcionada por el gobierno prusiano. El gobernante electo que afirmó estar «liberando» a Austria fue Adolfo Hitler.

Un monstruoso paralelismo, por supuesto: repulsivo, extraño, fuera de toda proporción histórica. Bueno, esperemos que así sea.

Sábado 12 de julio de 2003

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

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Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.

Por María del Carmen Varela.

La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia. 

La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.

Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.

La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional.  A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.

Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.

Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro. 

MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA

Viernes 30 de mayo, 20.30 hs

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

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Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.

Por María del Carmen Varela

La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.

La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro
Gabriela Pastor en escena. Detrás, Juan Zuberman interpreta a un ciego que toca la guitarra.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario.  Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.

El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.

Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.

Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.

La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.

Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA

Domingos 18 y 25 de mayo, 20  hs

Más info y entradas en @perlaguarani

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