Nota
La aventura del cine: Laura Citarella y Laura Paredes

La directora y la actriz de Trenque Lauquen, la película del momento, revelan aspectos de la trama, de las fórmulas de su filmación, de lo que cuesta hacer cine hoy, y de la potencialidad de hacer algo que quede para siempre. Argentina 2023: nuestro cine sigue escribiendo su propia historia. Por María del Carmen Varela.
En un mundo donde un minucioso sistema de satélites permite señalar con precisión una posición en términos de latitud y longitud para saber dónde estamos y adónde queremos o debemos ir, Laura decide perderse. Probablemente, lo que desee no es tanto perderse como no ser encontrada. La tierra no se la traga, sino que besa sus pies y ella se entrega al camino. Porque Trenque Lauquen, la película dirigida por Laura Citarella, protagonizada por la actriz Laura Paredes y con guion de ambas es, entre otras tantas cosas, un homenaje a la aventura, una gran madeja de donde puede tirarse para devanar las hebras que formarán los entramados de nuevas historias. Cuatro horas y media divididas en dos partes y cada una en seis capítulos son el resultado de un proceso creativo que llevó más de una década, desde el momento en que germinó la idea hasta que sonó la claqueta y la ¡acción! se plasmó en los cuerpos de un elenco de ensueño. Además de Laura Paredes, forman parte de este film Elisa Carricajo, Verónica Linás, Rafael Spregelburd, Ezequiel Pierri, Juliana Muras, entre otrxs.
Las Lauras habían trabajado ya juntas en Ostende, película estrenada en 2012, también con dirección de Citarella y actuación de Paredes. Allí la protagonista pasa unos días en esa localidad balnearia gracias a un concurso radial y mientras espera la llegada de su novio, su aguda capacidad de observación la induce a ser espectadora de lo impensado. Entre Ostende y Trenque Lauquen se arma una saga.
En la primera aparecía una observadora que establecía hipótesis sobre lo que ocurría ante sus ojos y en la segunda, Laura —la actriz y el personaje comparten nombre— adquiere en cambio un rol activo; avanza, se involucra. “Se va entregando a las situaciones y, paradójicamente, no poner mucha voluntad le da carácter. Las cosas la empiezan a impregnar y ella sigue adelante como si nada de eso le generara mucho peso, como si bailara entre las tramas con mucha liviandad”. La ficción tenía el desafío de dibujar con el lápiz de la verosimilitud, ya que la realidad suele ser implacable: hablamos de mujeres que desaparecen.
Citarella refiere a la sensibilidad de esa chica que “tiene la pulsión de irse”. Dice: “Eso suele estar atravesado – según quien lo esté mirando – por la locura, por la idea de que si una mujer se va es ‘porque está loca’. La figura de una mujer en el medio del campo, yéndose, es una imagen muy enigmática: estaba bueno repensar esa figura. La idea de alguien que se va, se pierde y que esa pérdida es algo intencional, del mundo de la voluntad del personaje. La ficción parte de esa figura. El relato se construyó casi de atrás para adelante”.
Perderse es cada vez menos habitual, por más empeño que se le dedique, pero sí es posible empaparse de ese estado de fluidez, la sensación de un viaje permanente, allí donde el cuerpo se encuentre. Paredes y Citarella compartieron a la distancia, durante época de vacaciones, la lectura del libro de escritora estadounidense Rebecca Solnit Una guía sobre el arte de perderse, donde podemos seguir reflexionando sobre las mil y una posibilidades de apelar al juego y al instinto. Dice Solnit: “Perderse es estar completamente presente, y estar plenamente presente es ser capaz de encontrarse sumergido en la incertidumbre y el misterio. Y no es acabar perdido, sino perderse, lo cual implica que se trata de una elección conciente, una rendición voluntaria, un estado psíquico al que se accede a través de la geografía”.

Familias rodantes
Su novio Rafael y Ezequiel, su compañero de trabajo, la buscan por toda la ciudad. Eso nos quedará claro apenas comenzada la película; luego iremos recopilando más información. Uno verborrágico, algo petulante, el otro callado y de perfil bajo, ambos comparten un genuino interés por encontrarla. La tranquila atmósfera de Trenque Lauquen —donde la Laura de la ficción fue a ejercer su profesión de bióloga — propone un mapa en el que va marcando lugares significativos: la radio donde participaba de un programa con la columna “Mujeres que hicieron historia”; el bar de sillas tapizadas en el que se reunía con Ezequiel; la biblioteca de la que se llevaba prestados libros de biografías femeninas como Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada, escrito en 1923 por la política marxista y feminista rusa Aleksandra Kollontai.
Esa ciudad también representa mucho para Citarella, ya que ahí vive parte de su familia y es el ámbito donde pasaba los veranos cuando era una niña. “Es un lugar idílico para mí: la vacación, los amigos de verano, mi abuela, mis primos viviendo en la misma manzana. Conozco bien el lugar y cuando nos sentamos a escribir, era muy fácil decir qué construye el retrato de Trenque Lauquen”.
En el film actúa su tío Rolo, que interpreta a un conductor radial que no puede despegarse de las palabras y entrega tarde el programa. En la vida real, Rolo tiene un programa de radio allá y no se priva del placer de entrevistar a su sobrina cada vez que va de visita.
Además de intentar dilucidar qué pasó con Laura y el porqué de su partida, durante la primera parte de la película se cuela y cobra magnitud una irresistible historia amorosa. En un libro que le prestaron en la biblioteca Laura descubre una carta camuflada, y prestando atención a algunos detalles, logra encontrar más correspondencia de una pareja que pertenece al ámbito de los amores clasificados como prohibidos. ¿Está Laura recolectando material para su tesis? ¿Persigue algún fin concreto con esta entusiasta búsqueda? ¿Forma parte de una investigación que merezca algún premio? No, las horas dedicadas a esta tarea meticulosa no se relacionan con lo útil en términos mercantilistas. La curiosidad, el apasionamiento, la intriga son los condimentos que le dan sentido a ese fervor.
Desbordada, le cuenta a Ezequiel y encuentra un cómplice dispuesto a saborear con ella la fruta jugosa de ese amor de antología. La protagonista de esta historia dentro de la historia se llama Carmen Zuna y quien la encarna es Citarella. “Cuando Carmen empieza a crecer en el relato —cuenta Paredes— dijimos: ¡vos tenés que ser Carmen Zuna!”. Citarella: “Contábamos con los materiales. Era cuestión de completar algunas lagunas que se armaban en el relato pero esa mujer embarazada ya estaba filmada: tuvimos un viaje a Italia con Ezequiel, mi compañero y actor en Trenque Lauquen y Lucía, nuestra hija. Eso nos permitió sumar mucho más material a la secuencia”. Ese material está incluido dentro del romance de riesgo. La película registra también el crecimiento de Lucía, que aparece siendo muy pequeña y en otro tramo del relato, siendo una niña que juega con “Pepón”, el hijo de Paredes y el cineasta Mariano Llinás. “La película todo el tiempo se alimentaba de sus propios elementos, de su propio rodaje, de las personas que hacían la película. Por eso algunos hablan de un esquema de trabajo ‘familiar’, porque es un traslado de una vida doméstica al cine. Hay una escena de un pianista, que es mi hermano tocando Chopin. A veces tomás decisiones de producción o inventás escenas con las cosas que te rodean. De eso está lleno Trenque Lauquen”, explica Citarella.

¿Es larga una película?
En la primera parte Rafael y Ezequiel se preguntan qué pasó con Laura, la añoran, la buscan. La película vuelve sobre sus pasos y somos testigxs del arrebato que le provocan las cartas. En la segunda parte otra historia acapara la atención y se posa sobre el terreno de lo sobrenatural: una noticia conmociona a la ciudad, un ser en apariencia mitad humano mitad animal aparece en la laguna. De esta manera Laura se topa con dos científicas -interpretadas por Elisa Carricajo y Verónica Llinás- y se inmiscuye en esta nueva fábula de la criatura que come flores amarillas.
La aparición fantástica impacta, conmueve, nos ubica en otro plano, nos hace dudar de lo que asumimos como natural, como real, e interpela hasta nuestra propia esencia. ¿Cómo se vuelve de esa sensación?
Cuando las Lauras se juntaron en Trenque Lauquen a elaborar el guión intuyeron que la película iba a ser larga: “La cantidad de cosas que pasaban no se sostenían en una hora y media —cuenta Citarella— y no queríamos sacrificar nada. La disrupción del relato de los dos hombres buscando a Laura tenía que estar, la irrupción de lo fantástico tenía que estar, las cartas, el retrato del pueblo, los medios. Hubo un momento en que la película se transformó en una mole gigante, cargada, llena de cosas y veíamos que no estaba fácil. En ese momento hicimos una reestructuración. Decidimos que la película empezara con la figura de una mujer que se fue, atravesada por la mirada de dos hombres enamorados que la buscan”. Agrega con respecto a la duración: “No hay capricho, no hay intenciones deliberadas de hacer películas de cuatro horas. Los procesos manifiestan su necesidades. Es el tiempo que necesita este relato para ser narrado. Las películas son mucho más que lo que cualquiera de nosotras tenga para decir y ahí está la magia. Es un objeto que tiene conexión directa con el mundo, donde nosotras, que hicimos la película, desaparecemos, y pasa otra cosa”.

El vigor de filmar
Laura Paredes forma parte de la compañía teatral Piel de lava, integrada también por las actrices, dramaturgas y directoras Elisa Carricajo, Pilar Gamboa y Valeria Correa, quienes brillan actualmente en la obra Petróleo. Junto a Mariano Linás, Agustín Mendilaharzu y Alejo Moguillansky, Laura Citarella integra por su parte la productora audiovisual El Pampero Cine, que cuenta con 22 películas en su haber. Hacer cine independiente requiere, entre otros menesteres, de delirio y constancia. “Hay mucho vigor para hacer películas en Argentina —reconoce Citarella— ante cada dificultad, los directores, directoras, productores, saben como seguir sosteniendo ese espacio. El cine independiente tiene grandes herramientas para defenderse. Después está el cine mainstream. Y el gran problema, me parece, lo están viviendo los que trabajan en estructuras medianas. Está siendo muy difícil poder producir películas juntando fondos como antes, coproducciones y apoyos de acá y apoyos de allá. La fórmula se volvió: o la hacés con tus amigos como si fueras una banda de rock, en seis años mientras vivís la vida, con entrega, con amor, de manera más colectiva o alguien se adueña del proyecto con un único presupuesto – lo suficientemente alto como para adueñarse – y hacés la película con esa plata. Las estructuras medianas están en riesgo.
El INCAA ayudaba; ahora hay incertidumbre y lo que termina pasando es que muchos cineastas terminan haciendo telefilms, series u otros formatos para sobrevivir. Abandonan un poco el oficio. Incluso está siendo dificil conseguir gente para trabajar porque son las estructuras, no del cine, sino de otras ramas audiovisuales las que están pudiendo garantizar solidez económica”.
Presentada en el Malba y en la sala Lugones, Trenque Lauquen agota localidades a las pocas horas de ponerlas a la venta. Participó en los Festivales de Cine de Venecia y de Viena; fue exhibida en San Sebastián, Nueva York y en el Festival Internacional de Mar del Plata, donde resultó ganadora como Mejor Largometraje Latinoamericano; y próximamente lo será en Toulouse y Clap, Francia.
Trenque Lauquen llevó tiempo, esfuerzo e imaginación. Amor, familia y talento. Un acto de fe que propone rescatar algunos aderezos que escasean en estos tiempos: azar y misterio. Paredes rescata: “Correr los límites”. Citarella recomienda: “Preguntarnos cómo sería perderse y cómo el cine puede abordar esa pregunta”.
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Cómo como 9: Datos en dólares, suelos drogados y un homenaje
(Escuchá el podcast completo, 8 minutos) Volvemos a conversar con el ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá. Por qué se gana más con lo agroecológico, no solo en salud y ecología sino también en términos económicos. Y un pequeño homenaje a un grande: Juan Kiehr, fallecido en 2024, productor del campo La Aurora de Benito Juárez, que demostró en la práctica esto que nos cuenta Cerdá. Los números de un campo considerado por la FAO un emblema a nivel mundial.
Anfitrión: Sergio Ciancaglini
Edición y cocina radifónica: Mariano Randazzo
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Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


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Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

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